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De: Ruben1919 (Mensaje original) |
Enviado: 03/02/2012 16:04 |
El ballet ruso
RIA Novosti, Alexéi Dánichev.
La técnica de baile, el arte de la coreografía y la música de ballet se han construido con grandes aportaciones rusas. Aunque el propio ballet moderno ruso de inicios del siglo XXI está anclado en la tradición y no se desarrolla tan intensamente como en EE. UU. o Europa, la escuela legendaria de ballet sigue produciendo bailarines casi universales gracias a su alto nivel técnico.
Primeros pasos
Lo que vio Rusia el 8 de febrero de 1673 como el primer espectáculo de ballet de su historia fueron bailes lentos y muy ceremoniosos que consistían en cambios de poses refinadas, inclinaciones y pasos. Todo esto, llamado El ballet sobre Orfeo y Eurídice, estaba alternado con recitación y canto. Aunque no quedó nada de esta diversión del zar Alejo (Alexéi Mijáilovich), la fama del verdadero ballet ruso, que aparecería siglos más tarde, llega hasta nuestros días.
Fue el zar Pedro el Grande quien estableció la enseñanza obligatoria de baile a los alumnos de los colegios para la nobleza. La corte del famoso reformador ruso conoció los conjuntos de ópera y ballet extranjeros. Los hijos de los siervos de los cortesanos fueron los alumnos de la primera escuela de ballet de Rusia en 1738. Doce chicos y doce chicas se convirtieron en bailarines profesionales y desde entonces se recuerda el nombre de uno de sus miembros, el bailarín Timoféi Búblikov.
La madurez creativa del arte de ballet ruso
La madurez creativa del arte del ballet ruso llegó con el coreógrafo francés Charles-Louis Didelot en el primer cuarto del siglo XIX. En ese periodo se formó ya la escuela nacional de ballet, donde los rasgos principales eran sinceridad, sentido profundo de los espectáculos y técnica virtuosa de baile.
A esto colaboró mucho Charles-Louis Didelot, quien llegó a Rusia por primera vez en 1801 ya como famoso bailarín. Desarrolló en nuevo repertorio de más de 40 ballets (tanto a base de temas de compositores extranjeros, como de temas de compositores rusos) y enriqueció significativamente la técnica de baile, elevando el nivel de la enseñanza en la escuela de baile que después sería considerada la mejor del mundo. Desde entonces el Colegio Imperial de Ballet prepara solistas y cuerpos de ballet de primera clase con los que han trabajado los mejores coreógrafos en buenas condiciones creando espectáculos insuperablemente suntuosos con la participación de los mejores bailarines.
Marius Petipa
Primero conquistó Rusia con su arte como bailarín para después crear más de 50 nuevos espectáculos. En sus espectáculos se cristalizó el estilo clásico que dominaría después a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX.
Los papeles principales recaían sobre mujeres, que podían actuar de solistas durante todo el espectáculo. Lo segundo en importancia para Petipa era la interpretación de los protagonistas; no se trataba solo de buenos pasos, debía haber sentimiento dramático.
Introdujo conceptos como pas de deux (en español “paso a dos”) donde una pareja de bailarines ejecuta los pasos conjuntamente, el adagio con el bailarín, interpretaciones solistas denominadas “variaciones” y la parte final con la participación de todos los miembros del ballet.
Fue el compositor Piotr Chaikovski quien demostró durante el trabajo con Marius Petipa que la creación de la música de ballet no merma la dignidad de un músico serio y que la misma música no es un simple acompañamiento de la danza, un “género bajo de arte musical”. Con su música romántica salvó el ballet ruso de la crisis porque en aquel tiempo en el arte ruso y la literatura reinaba el realismo, un estilo poco conveniente para el ballet de aquella época con su convencionalismo de la mímica en el escenario.
La colaboración con el maestro ruso fue una fuente de inspiración para Petipa. Creó con él La bella durmiente (1890), una obra considerada genial por “llegar a la cima de la perfección clásica con que destaca el arte del ballet”, según varias generaciones de amantes y críticos de ballet. Otros dos espectáculos, El cascanueces y el Lago de los cisnes, ambos también con música de Piotr Chaikovski, los creó con Lev Ivanov, el autor de algunas de las escenas más famosas de estas obras. Hasta nuestros días se conservan las coreografrías que Petipa creó para el cuerpo de ballet en Giselle. Algunos de sus espectáculos que siempre destacaron por su fuerza poética están reconstruidos.
Entre otros espectáculos famosos de Petipa se encuentran Don Quijote (1869, música de Ludwig Minkus), Raimonda (1898, música de Alexánder Glazunov) y Arlequinada (1900, música de Ricardo Drigo). También reconstruyó los ballets La sílfide (música de Jean Schneitzhöffer) y Coppélia (música de Léo Delibes).
El siglo XX. Los ballets de Diáguilev
El florecimiento del ballet ruso en el inicio del siglo XX empezó a influir en Europa, EE. UU. y Asia gracias al legendario empresario Serguéi Diáguilev, a través del cual el mundo conoció los tesoros de la cultura rusa.
El triunfo de ballet ruso en Europa, junto con su pintura, música e iconos, empezó gracias a las Temporadas Rusas organizadas por Diáguilev primero en París y después en muchas capitales europeas y americanas.
En 1909 por primera vez llevó el ballet ruso fuera de sus fronteras.
“Entonces en los teatros de ópera imperiales de San Petersburgo y Moscú había unos 400 artistas de ballet. Tenían la escuela de baile perfecta y bailaban los ballets tradicionales clásicos. Conocía muy bien todas estas obras dado que durante dos años fue la mano derecha del director de los teatros imperiales. No pudo obviar que entre los bailarines jóvenes había una cierta reacción contra las tradiciones clásicas que guardaba celosamente Marius Petipa. Entonces tuvo la idea de crear unos ballets nuevos y cortos que podrían ser fenómenos de arte independientes y donde tres factores, música, esbozo y coreografía, estuvieran vinculados más estrechamente de lo que se podía ver antes” (cita de la obra de Serguéi Lifar Diáguilev y sobre Diáguilev, Moscú, 2005).
A la realización de esta síntesis de artes Diáguilev dedicó casi toda su vida desde aquel momento. El nacimiento del nuevo espectáculo sintético de ballet podía servir para interpretar tanto un drama filosófico, como una sátira o una parodia. Entre los participantes estaban grandes pintores (Lev Bakst, Alexandr Benuá —a menudo transliterado “Alexandre Benois”—, Mijaíl Lariónov, Nikolái Rérij —a menudo transliterado "Roerich”—, Natalia Goncharova), artistas de ballet (Anna Pávlova, Tamara Karsávina, Matilda Kshesinskaya, Olga Spesívtseva, Ida Rubinshtéin, Vatslav Nizhinski —a menudo transliterado “Nijinsky”—), coreógrafos (Mijaíl Fokin, Dzhordzh Balanchín —a menudo transliterado “George Balanchine”—, Leonid Miasin) y compositores (Alexandr Skriabin e Ígor Stravinski).
El crítico de arte estadounidense John Bowlt destaca en su libro El arte ruso de decoración en teatros. 1880-1930, que es la capacidad de usar e introducir en el acervo nacional las ideas importadas, lo que hace a la cultura rusa tan atractiva. “A veces resultaba que bajo la dirección de Diáguilev aparecía un híbrido brillante, un cóctel chispeante que a la vez atrae y repele, seduce y destruye”.
Los ballets que componían el programa, tanto los creados especialmente para las temporadas de Diáguilev, como los traídos desde Rusia, representan un collar de perlas de la cultura rusa que solo se puede comprender con la descripción del aporte de los coreógrafos.
Los espectáculos de las Temporadas Rusas provocaron y escandalizaron al público, ya se tratase de la música se Ígor Stravinski “Primavera Sagrada” o de los trajes demasiado escotados de los bailarines que, además, eran homosexuales. La decoración de los ballets desconcertaba al público de París. Paradójicamente, ninguno de los decoradores de Diáguilev tenía formación específica de diseñador o decorador: todos venían de la disciplina de la pintura. Además, ninguno de ellos se graduó en la Academia de Artes, sino que lo hicieron en escuelas privadas. Algunos, como Benuá, eran especialmente brillantes. Pero la ausencia de un academismo estricto no solo no molestaba a los decoradores, sino que les permitía ser más flexibles en este sentido.
En los ballets rusos de Diáguilev participaron 22 pintores rusos que en la realización de sus ideas se basaron en los métodos y técnicas occidentales. Pero en su alma seguían siendo rusos: empleaban motivos rusos heredados de las formas populares y hasta sus combinaciones de colores y métodos de estilización de figuras eran herencia directa de las tradiciones populares.
Una de las paradojas de los Ballets rusos está en que el conjunto de Diáguilev nunca actuó en Rusia. Diáguilev expresaba con frecuencia su deseo de llevar algunos espectáculos a San Petersburgo, pero en todas las ocasiones sus planes se vinieron abajo. Por supuesto que muchos pintores y representantes de las elites asistieron a sus ballets durante sus viajes por las capitales europeas, pero la influencia del conjunto nunca fue muy fuerte ni en Moscú, ni en San Petersburgo.
Coreógrafos y bailarines destacados del conjunto de Diáguilev
Mijaíl Fokin
“El espíritu de la protesta era tan fuerte en él que parecía sectario y destructor de todo lo que fue creado antes de él. No dejaba de predicar que la música no era un acompañamiento simple de los pasos rítmicos, sino una parte importantísima del mismo baile y que la calidad de la inspiración coreográfica destaca por la calidad de la música” (de la obra de Serguéi Lifar Diáguilev y sobre Diáguilev, Moscú, 2005).
Mijaíl Fokin es un heredero revolucionario de Marius Petipa. Tenía muchas dudas sobre la inmutabilidad de las reglas estrictas y los supuestos en los que basaba Petipa. Para él la síntesis del arte (música, baile y diseño de decorados y trajes) que crea la unidad estilística del espectáculo era tan obvia como para Serguéi Diáguilev, lo que unió al brillante coreógrafo con este empresario legendario ruso en sus famosas Temporadas Rusas en París.
Fokin amplió las fronteras de coreografía clásica, creó nuevas formas de baile y movimientos plásticos más ricos.
Entre sus espectáculos más destacados se encuentran dos obras con música de Ígor Stravinski, El pájado de fuego (1910), basado en el cuento popular del mismo nombre, y Petrushka (1911), donde en el fondo de las fiestas populares en un teatro de feria los muñecos sufren un drama de amor y celos. Entre sus logros más destacados están la estilización de ballets como Shejerezada (también conocido como “Scheherazada”), Cleopatra, Dafnis y Cloe, El atardecer de un fauno y El gallo de oro. Estas obras revelan su excelente conocimiento de las naciones, de su historia, revela una erudición que pocos coreógrafos rusos tenían. Además hizo del cuerpo de ballet un participante de igual relevancia que el resto de participantes en el escenario.
Vátslav Nizhinski (Vaslav Nijinski)
A Fokin le cambió Vátslav Nizhinski (a menudo transliterado "Vaslav Nijinski"), el ilustre bailarín que se hizo coreógrafo por deseo personal de Serguéi Diáguilev. A pesar de que las memorias de muchos de sus contemporáneos destacan que Vátslav no tenía talento para explicar lo que quería de los bailarines y le faltaba la maestría de un coreógrafo, lo cierto es que creó obras maestras. Sus espectáculos fueron una de las primeras muestras de creación de un ballet de nuevo tipo. Rechazó los efectos tradicionales en su técnica.
En el ballet La siesta de un fauno con la música de Claude Debussy logró crear una sensación similar a la que produciría el movimiento de los bajorrelieves de un friso griego. Fue el primero que usó muchos saltos, pataleos y braceos bruscos como base de la obra maestra de Ígor Stravinski, La primavera sagrada. Estos movimientos produjeron un efecto muy orgánico que recordaba a algo salvaje y primitivo. Los críticos del bailarían no podían evitar estar de acuerdo con la decisión coreográfica innovadora de Nizhinski. La música dictaba lo que tenía que hacer el bailarín.
Leonid Miasin
Leonid Miasin demostró la posible gran diversidad de las expresiones del baile. Es el autor del ballet fantástico cubista La marcha de 1917 con decorados de Pablo Picasso y música de Erick Satie. Los historiadores recuerdan su sentimiento refinado del baile español en el espectáculo El corregidor y la molinera, basada en la novela El sombrero de tres picos de Pedro Antonio de Alarcón con música de Manuel de Falla.
Trajo al ballet nuevos movimientos complicados, formas de baile afectadas y quebradas, su propio estilo.
Dzhordzh Balanchín (George Balanchine)
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Dzhordzh Balanchín (George Balanchine)
Dzhordzh Balanchín (a menudo transliterado “George Balanchine”), fue un emigrante ruso cuya fama e influencia no terminó con el fin de las Temporadas Rusas. Es el maestro del neoclasicismo en el ballet y de la expresión brusca. De esto último son una clara muestra el ballet Apollo Musaget, con música de Ígor Stravinski, y El hijo pródigo, con música de Seguéi Prokófiev. Estableció las formas principales de ballet del siglo XX al desarrollar las ideas de Marius Petipa, Mijaíl Fokin y Vátslav Nizhinski. Balanchín hacía un ballet de expresionismo, sin trama, un ballet sinfonía.
Balanchín cambió los grandes ballets por los cortos. Si el ballet clásico está basado en las actuaciones de solistas, en el ballet del estilo neoclásico los espectáculos tienen carácter monumental. Si el ballet clásico presta mucha atención a la pantomima del bailarín, a los momentos dramáticos, Balanchín no los necesita y se centra solo en la pura expresión técnica del baile. Pero en general, el ballet neoclásico usa la misma terminología y técnica que el ballet clásico, pero es más rápido e impetuoso.
Anna Pávlova
Lírica, frágil, con cuerpo alargado y ojos grandes, Pávlova fue una de las bailarinas más románticas de toda la historia de ballet ruso. Su heroínas transmitían el sueño ruso de la vida armónica y espiritual o la angustia sobre el pasado.
Paradójicamente, tenía muchas imperfecciones desde el punto técnico, falta de musicalidad y de sentido del ritmo, abusaba del juego para producir un efecto y el grado de apertura de sus pies era insuficiente, lo que es casi imposible en una buena bailarina. “Pero cuando Anna Pávlova bailaba en el escenario Giselle o un cisne muriendo, se hacía transparente, inalcanzable, intangible e incorpórea… Ya no era Anna Pávlova ni una bailarina, sino una Giselle eternamente muriendo y siempre resucitando en la existencia transmundana como un fantasma ligero y blanco. Era un cisne siempre muriendo…. Este cisne moría una y otra vez en el escenario de manera que en cada espectáculo veíamos a Anna Pávlova por última vez; ella moría y así hacía la frontera finísima que dividía la vida de la muerte, la mujer bailarina y su fantasma, la realidad y el cuento, sueño, leyenda, y así moría que cuando en el último, el más último momento desapareció esta frontera, percibimos este paso de Anna Pávlova como una inevitable continuación de la leyenda…” (cita de la obra de Serguéi Lifar Diáguilev y sobre Diáguilev, Moscú, 2005).
Después de la muerte de Serguéi Diáguilev en 1929 los maestros que trabajaban con él tuvieron un gran papel en la difusión del ballet en todo el mundo. Pero crear un colectivo igual, que reuniera artistas de tantos géneros del arte, nadie pudo hacerlo.
Las huellas del conjunto de Diáguilev en el mundo
El primer bailarín del conjunto de Diáguilev, Serguéi Lifar, encabezó el ballet de la Ópera de París. La primera bailarina Anna Pávlova fundó su propio conjunto en Londres y también organizó clases para niños británicos en su estudio. Estos niños compondrían más tarde su propio conjunto londinense.
En Europa existían Los Ballets Rusos del Coronel de Basil y Los Ballets Rusos de Monte Carlo donde trabajaron bailarines de los conjuntos de Serguéi Diáguilev y Anna Pávlova; en EE. UU. dos teatros principales de ballet, como el New York City Ballet y el American Ballet Theatre, nacieron como resultado de la colaboración de la tradición rusa y el espíritu de iniciativa y carácter emprendedor mostrados, en el primer caso, por Lincoln Kirstein y, en segundo, por Lucia Chase. En los años 1980 el American Ballet Theatre estuvo encabezado por el emigrante ruso e ilustre bailarín MijaílBarýshnikov.
El New York City Ballet y la Escuela de Ballet Americano se basan en la estética de los ballets de Dzhordzh Balanchín, cuya herencia es de más de 400 obras. Sus ballets heredaron la tradición clásica de Marius Petipa en toda su riqueza, pero Balanchín logró aportar al arte de la interpretación de los bailarines el dinamismo y atletismo, ajenos al clasicismo puro. La esencia de su creación estaba en la sinergia completa de música y coreografía. La obra que puede servir como el patrón de referencia en este sentido es Agón, basada en la música de Ígor Stravinski. El ballet no tiene decorados y los artistas llevan maillots simples. Los movimientos acrobáticos y la ruptura de las líneas rectas junto con la energía de actuación se ven orgánicamente en las fronteras del baile clásico. La grandeza de la música le inspiró para crear festivales de Ígor Stravinski, Maurice Ravel y Piotr Chaikovski.
La influencia de Balanchín no puede ser sobrevalorada. Los coreógrafos de la siguiente generación percibieron sus ideas sobre la importancia de la comunicación entre la música y la danza y sobre la autosuficiencia del baile, que no necesita la base de temas literarios, ni decorados ni trajes. Sus ballets marcaron criterios de interpretación en el escenario mundial.
El ballet en la Rusia soviética
El ballet no perdió su importancia ni después de la Primera Guerra Mundial, ni con la llegada al poder de los jefes soviéticos, ni cuando la situación política y económica amenazaba la existencia de los mismos Teatro Bolshói y Teatro Mariinski.
En la década de los años 20 se realizaron numerosos experimentos tanto en la forma, como en el contenido del espectáculo. En realidad, la mayoría de los ballets de esa época estaban condicionados por la ideología política soviética. El patetismo hacia su nuevo futuro y la temática revolucionaria inspiraban a los coreógrafos.
En los ballets soviéticos destacaron los saltos altos, mantenimientos acrobáticos altos también y los giros bruscos, lo que confería una expresión dramática y espectacular a los ballets.
Una de las profesoras que contribuyó al desarrollo de este estilo fue Agrippina Vagánova, la autora de un programa de enseñanza (conocido como “el sistema de Vagánova”) y del manual Las bases del baile clásico. Su sistema permitió formar bailarines de tan alto nivel técnico que podían interpretar tanto ballets románticos de épocas pasadas, como espectáculos soviéticos de la época.
Pero hasta la década de los años 50 Occidente no conoció el ballet soviético, y lo hizo con la primera gira del Teatro Kírov (ahora denominado Mariinski). Entonces se reveló la maestría de brillantes artistas rusos como Galina Ulánova, con su lirismo de Giselle y Julieta, o Maya Plisétskaya, con su Odetta en El lago de los cisnes. El Teatro Bolshói encarnaba entonces el estilo soviético, mientras que el Teatro Kírov, con Natalia Dudínskaya y Konstantín Serguéyev, mostraba la pureza del estilo clásico, ayudando al renacimiento de las tradiciones de Marius Petipa. Grandes éxitos granjearon Yekaterina Maxímova y Vladímir Vasíliev, Natalia Bessmértnova y Viacheslav Gordéyev, Irina Kolpakova, Ala Sizova y Yuri Soloviov. Rudolf Nuréyev se quedó en Occidente tras haber pedido el asilo político durante la gira de su conjunto del Teatro Kírov en Francia. Lo mismo hicieron más tarde Natalia Makárova y Mijaíl Barýshnikov.
Cabe destacar que paralelamente en EE. UU. se estaba desarrollando el estilo moderno. El baile de este estilo no exige una técnica brillante, lo importante es una plasticidad que permita ejecutar movimientos difíciles. Las tradiciones del ballet ruso no se ampliaban entonces con nuevos elementos y no tenían en cuenta las tendencias modernas del arte del baile. Los intentos de algunos coreógrafos de llevar algo nuevo al ballet clásico ruso fue percibido sin entusiasmo. Rudolf Nuréyev, el gran bailarín ruso, emigró a París donde después realizó sus ideas revolucionarias como coreógrafo.
Crítica de un cambio en el ballet: del clasicismo al modernismo
“La única esfera del arte donde el modernismo me parece imposible es el ballet. Es tradicional todo y entero. La perdida del tradicionalismo y convencionalismo de una forma lleva a la muerte de ballet como arte. Así, el ballet se convertirá en algo como la natación sincronizada, espectáculos, circos, pero peor. […] La herencia de ballet clásico se revisa. Y no hay conciencia de que las obras de arte del ballet deban ser conservadas por la ley de protección de monumentos artísticos. […] El director teatral Yevgueni Vajtángov decía: ‘el cadáver muy bien conservado’. Lo decía sobre las tradiciones feas y obsoletas. Pero el ballet clásico no es una tradición de este tipo. No se la puede cambiar o renovar. Es un arte de un tipo singular. En la pintura, hay pintura al óleo, pero también existe la gráfica. El ballet clásico no se puede cambiar por los nuevos métodos de movimientos plásticos. Se puede prohibir con una orden, pero renovar, como renuevan a gráfica la pintura al óleo, no se puede.” Así escribía el destacado historiador y filólogo de la cultura y literatura rusa Dmitri Lijachov (cita extraída de D. S. Lijachov, El arte ruso desde la antigüedad hasta el vanguardismo, San Petersburgo, 2009). Su argumento era simple y proviene de una carta que le escribió la bailarina rusa Ksenia Ter-Stepánova. “El alto grado de profesionalismo, academismo, el sentido del gusto, del estilo, la dignidad, la delicadeza, la cultura de interpretación, la profundidad de un actor siempre han sido los rasgos que han hecho destacar a la escuela de interpretación de Leningrando (la escuela de Agrippina Vagánova). Ha habido muchos casos en los que hasta el Teatro Bolshói ha enriquecido sus filas con los mejores artistas de la escuela”.
“Del ballet llegó a la sociedad el respeto hacia la mujer. Y es del ballet clásico de donde llegó la imagen de la mujer como objeto de admiración del hombre. Y esto es independiente de cómo una bailarina se comporte en la vida real. La mujer en el ballet clásico es el centro. El hombre, el bailarín, es el admirador de la mujer. Y esto es la base del ballet clásico, del ballet del teatro Mariinski. De aquí viene el don de las mujeres de San Petersburgo para comportarse con esa discreta dignidad. Ahora el ballet (mejor dicho, el espectáculo del baile) es un lanzamiento de una mujer, y de una mujer hacia el hombre… Un fútbol de ballet. Una franqueza indigna de un ser humano. En uno de los ballet de Maurice Béjart los hombres muestran una actuación en... los servicios.”
Fue primero Dzhordzh Balanchín y después Rudolf Nuréyevquienes defendieron el derecho de reforzar el papel del hombre en el ballet. Ellos así lo hicieron y lo aplaudieron después muchos críticos, descubriéndose ante el talento y la llegada de nueva época, el modernismo.
Rudolf Nuréyev
Rudolf Nuréyev cambió la percepción del público sobre el ballet clásico y sobre este arte en general, al llevar la dramaturgia y una nueva coreografía al ballet. Como término medio actuaba en 250 espectáculos anualmente, a veces en 8 en una semana para aplacar su “hambre” de danza y el deseo de transmitir a todos su amor hacia el ballet.
El destacado bailarín vivió la época en la que los aficionados al ballet clásico y a su romanticismo se dividieron entre los que se mantuvieron fieles a sus bases y los que empezaron a buscar una nueva lengua, una nueva coreografía de baile para mostrar las necesidades espirituales del ser humano del siglo XX y toda la amplitud de los sentimientos que lo desbordan. Y este antagonismo estaba muy vivo.
Algunos heredaron las tradiciones del ballet clásico, añadiendo nuevos elementos coreográficos, nuevos movimientos plásticos de diferentes estilos de baile, componentes teatrales, bailando con toda la planta del pie y vestidos con un simple maillot. Así crearon el ballet neoclásico (Dzhordzh Balanchín) y después el ballet contemporáneo. Otros rechazaron completamente las tradiciones de ballet clásico, bailaban descalzos y trataban de liberar el movimiento de los estereotipos conocidos. Así crearon el ballet moderno (Merce Cunningham, Isadora Duncan). Estos movimientos de ballet no pasaron desapercibidos a ningún coreógrafo ni bailarín destacado de aquella época. Ahora se suele decir que el ballet clásico trata sobre la persona ideal y principalmente está basado en cuentos, mientras que la danza contemporánea versa sobre el ser humano moderno, sobre su soledad, su pasión sexual y sus celos, que lo absorben todo.
Nuréyev fue uno de los primeros que trató de reconciliar el ballet moderno con el clásico. Y lo hizo con su baile y coreografía. Con una nueva estética, con nuevos principios de los movimientos, discontinuos, bruscos, que se distinguían completamente de los principios del ballet clásico, encontró la vía para ampliar sus posibilidades. Y el baile resultó el ganador de toda esta búsqueda.
El tiempo de transición en el ballet ruso
Con la presión política y administrativa sobre el arte más debilitado en la década de los años 80, el Teatro Kírov empieza a enriquecer su repertorio con obras de Maurice Béjart y Balanchín, pero el Teatro Bolshói bajo la dirección de Yuri Grigoróvich prefería mantenerse con los espectáculos de siempre o rehacer ballets antiguos como, por ejemplo, El lago de los cisnes.
Poco a poco a bailarines como Irek Mujamédov, Nina Ananiashvili, Altynai Asylmurátova y Farouk Ruzimátov obtuvieron el derecho a actuar con los conjuntos extranjeros en Occidente y después formaron parte de éstos.
La desmembración de la URSS y la crisis consecuente trajo muchas dificultades a las compañías rusas que antes tenían el apoyo seguro del Estado. Muchos bailarines y profesores dejaron el país para establecerse en EE. UU., Inglaterra, Alemania u otros países. El vacío creativo, según los historiadores de ballet, llevó a que “los coreógrafos jóvenes no están muy interesados en el desarrollo del baile clásico. Prefieren la mezcla de diferentes sistemas de baile, así que el baile clásico se ve más pobre, mientras que al baile moderno le falta la singularidad en la muestra de las posibilidades del cuerpo. Deseando transferir lo que es el quid de la vida moderna, los corógrafos usan la técnica de baile en puntillas para acentuar una idea, mientras menosprecian los movimientos tradicionales de los brazos. El arte de mantener a la bailarina se redujo hasta una cierta comunicación entre los compañeros de baile cuando a una mujer la arrastran por el suelo, la tiran, giran, pero casi nunca mantienen o bailan con ella” (cita de la obra de Vera Krasóvskaya El teatro de Europa occidental, 1996)
El ballet moderno ruso
En general el ballet del siglo XX y principios del XXI se caracteriza por tendencias como un mayor simbolismo del lenguaje en comparación con el ballet clásico ruso, ausencia de trama, movimientos plásticos más libres, danza moderna con el uso de elementos folklóricos, deportivos y de jazz. Nacen obras postmodernistas con proyecciones de cine y fotografía, con música electrónica, “improvisación del contacto”. Pero todos estos rasgos en su gran parte se desarrollan fuera de Rusia y llegan al país con los festivales de danza moderna, como el de Tsej. El gran paso hacia la modernización del ballet de Rusia lo dio el Teatro Mijáilovski cuando invitó en 2010 al coreógrafo español Nacho Duato, conocido por sus obras modernas.
“Los rasgos del nuevo ballet ruso ya empiezan a surgir”, destacó en la entrevista al periódico Novie Izvestia de noviembre de 2010 el coreógrafo de la compañía El Ballet del Kremlin, Andréi Petrov. “Estamos acercándonos al ballet moderno, pero no muy rápido, poco a poco. El ballet moderno lleva desarrollándose en Occidente desde principios del siglo XX. Nosotros nos unimos a este proceso recientemente y nos interesamos. Los teatros rusos empiezan a montar ballets modernos como parte de su nuevo repertorio y gracias a esto nosotros nos acostumbramos a este tipo de baile, lo analizamos. Es necesario que la danza moderna se enseñe en las escuelas de baile. Las escuelas hacen mucho para dar a conocer a los alumnos el ballet moderno: organizan seminarios, enseñan jazz y otros movimientos, pero no es suficiente. Hay que crear cátedras de danza contemporánea cuando los bailarines puedan percibirlo más profundamente, reflexionarlo y, así, dentro de 20-30 años aparecerá el ballet moderno ruso. De hecho, así hace tres siglos nosotros digerimos lo que nos trajeron los coreógrafos italianos y franceses y regalamos al mundo el ballet ruso. El sistema del baile clásico es universal y está en un nivel alto de abstracción. Por eso los movimientos diferentes se unen con él fácilmente, sea el estilo moderno, el baile común moderno, bailes latinoamericanos o populares. Todo esto da nuevas soluciones para reflejar la realidad. Y en esto está el objetivo del arte”.
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Fue Anna Pavlova una de las máximas exponentes del ballet clásico.
La rusa Anna Pavlova, murió el 23 de enero de 1931, a los 49 años de edad, cuando se encontraba en la cima de su carrera. En enero de 1930 realizó la última gira de su vida por Europa. Bailó en el sur de Francia, Suiza, Alemania, Dinamarca, Suecia, Noruega y finalmente en París.
La rusa Anna Pavlova, una de las más destacadas bailarinas del ballet clásico, y quien con su arte llenó infinidad de páginas enteras que hablan de su belleza e inteligencia, murió el 23 de enero de 1931, a los 49 años de edad, cuando se encontraba en la cima de su carrera. Había brillado sin cesar durante 32 años, desde el invierno de 1899 en que recibió su título de bailarina de la Academia Imperial de Ballet de San Petersburgo, en el Teatro Mijailovky.
Tuvo una calidad etérea y apariencia frágil, pero sana; piernas bien modeladas sin la excesiva musculatura que a algunas de ellas da el ejercicio de la danza; tobillos finos; brazos largos, perfectamente delineados, buscando siempre tocar con la punta de sus dedos la inmensidad del otro yo. Pavlova nació de manera prematura, diminuta y débil, un 31 de enero de 1882 en San Petersburgo. Huérfana de padre, desde los dos años de edad fue una pequeña mimada por su madre y aun cuando de niña fue enfermiza se convirtió en una excelsa bailarina que muy pronto cobraría fama en todo el mundo. Su progenitora, que tenía sangre rusa y judía, estaba preocupada por la salud de su hija, y decidió enviarla con su abuela al campo, en Ligovo. Allí Pavlova se enamoró de la naturaleza, amor que influyó después en su interpretación de “La Libélula”, “La amapola de California”, “Hojas de otoño” y otros personajes. Su vocación por la danza nació a partir del día en que su madre la llevó a ver el ballet de “La Bella Durmiente”, cuando tenía ocho años, y desde entonces no tuvo más que un anhelo: ingresar a la escuela de danza. Cuando presentó el examen de admisión tenía apenas 10 años y su figura era muy delgada. Por espacio de siete años estuvo sometida a un régimen intenso en esa escuela, donde no sólo resistió a todos los ejercicios, sino que adquirió la salud y el vigor que tanto necesitaba y conservó hasta el último día de existencia. Sus primeros maestros fueron Ekaterina Vazen, Pavel Guerdt, el sueco Christian Johansen y el francés Marius Petipá, entre otros. La carrera escénica de Pavlova comenzó en el Teatro Mariinsky (Opera Imperial) representando diversos papeles. En 1905 fue invitada a participar en una gran función benéfica y pidió a su amigo Michael Fokin que le aconsejara una pieza musical para bailar. Fokin propuso “El cisne”, de Saint-Saens. En un momento compuso la danza y de inmediato empezaron a ensayar. Así nació el “solo” del ballet más famoso de todos los tiempos: La Muerte del Cisne. Ante el éxito que obtuvo, las autoridades del Mariinsky no vacilaron en dar a Pavlova el papel principal dentro de aquella obra de “El lago de los cisnes”, ballet en cuatro actos y con música de Piotr I. Tchaikovsky. Poco después se le nombró prima ballerina (primera bailarina). Fue también afortunada en el amor, ya que en ese mismo año se casó con el barón Víctor Emilovith Dandre, quien en lo sucesivo organizó todas sus giras y, después de su muerte, escribió el libro que constituye la mejor biografía de Anna. Inspirada por sus triunfos y por lo que había leído de otros sitios, Pavlova decidió viajar. Su primera gira fue a Riga, en 1907, con Adolph Bohn, como pertenaire (pareja). Después lo haría a Helsingfors, muy cerca de Estocolmo, Suecia, donde el rey Oscar le confirió la Orden Sueca del Mérito en Arte. Luego viajó a Copenhague, Leipizig, Praga, Berlín y Viena, donde el público colmó de flores el escenario. Años después sus viajes continuaron y llegó a conquistar el mundo entero. Pavlova formó su propia compañía. El 28 de febrero de 1910 apareció por vez primera en el Metropolitan Opera House, de Nueva York, con el ballet “Coppelia”, llevando a Michael Mordkin como su pareja. Su triunfo fue avasallador. En abril de ese mismo año inició una temporada en el Palace Theatre, de Londres, que duró hasta agosto. Durante los cinco años siguientes repitió una temporada anual de 15 a 20 semanas en ese mismo teatro de la capital inglesa, teniendo una retribución de mil 200 libras esterlinas como paga. Anna Pavlova conquistó al público londinense desde la primera vez. En 1912 ella y su marido compraron una vieja casa en la parte alta de la ciudad, con un jardín frondoso, un pequeño estanque y paredes recubiertas con hiedra. En 1913 hizo sus últimas apariciones en San Petersburgo y dejó su departamento, porque le era demasiado difícil conservar esa doble vida estando una parte del tiempo en el extranjero y la otra en Rusia. Por otro lado, acababa de firmar un contrato para realizar una larga gira por Estados Unidos y Canadá. Terminando la gira por América del Norte, en mayo de 1914, durante el verano siguiente, Pavlova estuvo por última vez en Rusia. Al estallar la Primera Guerra Mundial (1914-18) se encontraba en Alemania y logró volver a Inglaterra, vía Bélgica. En septiembre se embarcó de nuevo a Estados Unidos para llevar a cabo otra gira. A Pavlova le eran indiferentes los convencionalismos. Estaba dispuesta a bailar en cualquier parte, donde la gente quisiera verla, y la prueba es que llegó a actuar en el Hipódromo de Nueva York, entre elefantes amaestrados, así como coloridos y alegres titiriteros. En Estados Unidos Pavlova tenía buenos amigos, entre ellos Mary Pickford, Douglas Fairbanks y Charlie Chaplin, quienes la persuadieron a filmar sus danzas. En la película que se conserva, tomada en 1912, puede verse su gran estilo y personalidad, así como el magnetismo que tenía con el público. También estuvo en México, Brasil y Argentina, entre otros países de América, y al terminar la guerra volvió a su casa de Londres, reanudó sus giras por toda Europa y extendió éstas al poco tiempo por todo el mundo. Visitó India, Malasia, Japón, Egipto, Sudáfrica, Austria y Nueva Zelanda, entre otros. En enero de 1930 Anna Pavlova realizó la última gira de su vida por Europa.
Anna Pavlova
Bailó en el sur de Francia, Suiza, Alemania, Dinamarca, Suecia, Noruega y finalmente en París. La muerte cortó su carrera de artista el 23 de enero de 1931, antes de que empezara en declive. Había representado durante 25 años la muerte del cisne, sobre los escenarios más afamados del mundo.
Ahora el cisne moría una vez más, pero esta vez para siempre. Sería otra bailarina la que ocupase su lugar, pero nunca con la gracia y calidad, como lo hizo ella. Fuente: www.milenio.com
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