Hoy, en el día de cualquier año, en el año de cualquier siglo, en mis plenas facultades mentales y físicas y asumiendo cuanto vivo y escribo declaro, que me declaro... culpable.
Culpable de todo lo que no hice, de todo lo que no he visto ni oído, de las palabras que no dije a tiempo y de las otras, que nunca aprendí.
Me preocupé por cosas que jamás sucedieron y pasé gran parte de mi vida en sitios equivocados, en horas equivocadas, con gente equivocada.
Declaro, que llegué tarde a todas las citas, que no estuve nunca antes en ninguna parte, que encontré la primavera florecida, la tierra repartida y el cielo prometido.
Que todo lo que tengo es menos de lo que me falta, que lo que creía, no lo creí después y que cometí el peor de los errores: soñé en un mundo de pesadillas.
Declaro también, que no hay nada más cierto que nuestro pasar por la vida, ni nada más falso que nuestra vida al pasar.
Que es feliz aquel que no quiere nada, que no sabe nada, que no se pregunta nada y que no se da cuenta de nada.
Que de una mano temblorosa puede caerse el amor que hay en ella, que todo lo que no se da, no se acumula, se pierde.
Que todos somos al fin y al cabo esclavos de algún vicio o de alguna virtud.
Que he sido fiel solamente a mis dudas y que el hombre más libre que conocí iba atado al corazón de una mujer.