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General: Homenaje a Rafael Pombo a un siglo de su muerte .-
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De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 06/05/2012 23:45

Biógrafa de Rafael Pombo rinde homenaje a un siglo de su muerte

Por: | 9:55 p.m. | 05 de Mayo del 2012

Rafael Pombo, ante todo un poeta
Foto: EL TIEMPO
 

Beatriz Robledo rinde homenaje al 'poeta romántico en toda América Latina'.

Ayer se cumplieron 100 años de la muerte de Rafael Pombo. Hoy lo estaban velando y mañana es el entierro. La ciudad entera se vuelca a despedir al 'cóndor viejo', como lo llamó Julio Flórez, de quien todos saben al menos un verso. El poeta ha muerto. Tenía 79 años, lo que lo convierte en un anciano venerable para una época en la que la expectativa de vida era más o menos de 50 años. Lleva siete en la cama y no precisamente por estar enfermo, sino por una extraña y quizás lúcida decisión. No había mucho más que ver en una ciudad que se había portado tan mal con él, pues muchos intelectuales y amigos se habían burlado de su manía de hacer versos, de su participación en actos de colegio, en concursos literarios, en fin, se había prodigado mucho para el gusto de sus contemporáneos: el mito se hizo demasiado humano y, como él mismo decía, "los hombres necesitan héroes (lo dice la mitología) y parece ser que también necesitan poetas". (Lea acá: La cara olvidada de Rafael Pombo).

El 20 de agosto de 1905 lo habían coronado en el teatro Colón como Poeta Nacional, en una ceremonia larguísima, y la hija del presidente Rafael Reyes le había ceñido una corona de oro, que él, una vez puesta, se había quitado con rapidez, pues había aceptado el homenaje por la insistencia de sus amigos periodistas, que aducían que al periódico habían llegado telegramas desde todos los rincones del país apoyando la coronación.

No hay duda de que Pombo a esas alturas era conocido como poeta romántico en toda América Latina, incluso en España, donde se reconocía la calidad y atrevimiento de sus traducciones de las Odas de Horacio. En Colombia se recitaban, además de sus poemas infantiles, poemas populares con una musicalidad que se adhería al gusto de la gente común: Serenata, Barcarola, Bambuco, Torbellino a misa, La casa del cura...

Era un romántico exaltado a quien José María Samper le atribuía "seriedad y tesón ardoroso del carácter payanés, en contraste con la chistosa afluencia, la vis cómica, y la discreción y mesura clásica y positivista de Manuel, su hermano". (Siga este enlace para leer: Rafael Pombo: de la cultura al vacío tecnocrático).

Tuvo la capacidad de distanciarse de sí mismo y jugar a escribir una autobiografía, desdoblándose sin falsa humildad, sino más bien reconociendo su naturaleza de poeta y de músico: "Escribe únicamente como por sangrarse para no morir de plétora de belleza y entierra su sangre como si le diera vergüenza derramarla. Mientras no se trata de servir u honrar a un amigo, o de sostener una polémica en pro de su dama la Belleza ideal, no hay estímulo, ni tentación, interés, ni potencia que le hagan publicar un renglón, o un tomo, cuando tiene materiales para quince o veinte, en que cada verso, bien oído, se prende como un dardo, en el espíritu o en el corazón".

Obligado por su padre a estudiar ingeniería, sintió el peso de ese desvío temporal en el cultivo de su sensibilidad y asumió la escritura de versos casi como un problema matemático, de allí que algunos de sus poemas sean para él la resolución de un problema de expresión. Esta preocupación por la precisión y la sobriedad lo salva de caer en un romanticismo lacrimógeno, como calificaba los versos de Zorrilla, y lo acerca a los románticos ingleses, de quienes bebió con cuidado al traducir mucha de su poesía: Lord Byron, Worsdworth, Hood. También de los norteamericanos Longfellow y Bryant, de quienes admiró su amor por la naturaleza y sus meditaciones filosóficas.

Pero su romanticismo no era solo literario, sino que definía su personalidad. Imitó a los héroes románticos, para quienes la aventura y la lucha por la defensa de una causa justa era su espada, y se alistó en el ejército para combatir al dictador José María Melo en la revolución de 1854. De esta participación en la guerra, que recordó siempre con orgullo patriota, resultó su nombramiento como secretario de la Legación de los EE. UU. por su jefe general, Pedro Alcántara Herrán. Su padre, don Lino, debió de incidir en esta decisión, pues además de ser amigo personal de Herrán, debió de haberse sentido tranquilo al encontrarle un trabajo y un destino a ese hijo sensiblero y disperso que corría el peligro de volverse un bueno para nada. (Lea también: Portada: Un siglo leyendo a Rafael Pombo).

Nueva York lo golpea tan fuerte que hay noches que delira. No le gusta esa sociedad deshumanizada en la que viven los hombres más pobres que haya conocido, banqueros que solo saben hacer firmas. Él con sus versos se siente más rico que ellos. El poema La hora de tinieblas lo salva del suicidio o la locura. La poesía lo redime. Estudia piano, quiere ser músico. Aguza el oído y el ruido de la ciudad lo aturde. No se limita a cumplir con su deber como diplomático. No puede hacer nada a medias. Si algo lo caracterizó en vida fue la pasión y la entrega a las causas en las que creía. Es así como se declara antiimperialista y defiende a los países centroamericanos del afán expansionista de los EE. UU.

Y aunque fue diplomático, gestor cultural, aficionado a las artes, en especial a la música y a la pintura; arquitecto sin obras, excelente traductor, pedagogo, fabulista y hasta homeópata, fue ante todo un poeta. Le cantó a todo cuanto vio y sintió: a la naturaleza, al amor posible e imposible, a la mujer idealizada, a la vida y a la muerte, a Dios... Si hay algo admirable en este ser de quien hoy conmemoramos cien años de su muerte fue su condición de poeta auténtico, que tejió con la palabra cada acto de su vida. En su honor, sus versos:

No mires para atrás como el proscrito para engañar o distraer su duelo; vuelve la espalda al adorado suelo, que ya el mar quiere hundir.

Y mientras llegas a la opuesta orilla, donde te aguarda de la tumba el puerto, haz como yo, soñar, soñar despierto, soñar hasta morir.

BEATRIZ HELENA ROBLEDO
Especial para EL TIEMPO



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