Algunos escritores escriben desde el cerebro, desde una distancia y frialdad quirúrgica; son los que no llegan. Otros escriben desde los sentimientos, manchados de vida y muerte, heridos; disponen de un almacén interior repleto de imágenes, recuerdos y emociones que les permite inventar o captar otra realidad.
Con el paso de los años, las manos se habitúan a las palabras de su dueño, conversan con él, le sugieren modificaciones sutiles. Las manos de la fotografía pertenecen a Eduardo Galeano. Pasa con los dedos las hojas de un cuaderno diminuto en el que apunta sus ideas grandes. No necesita mucho espacio, le basta una minuatura, el abracadabra que arranca el mecanismo, la magia.
Las manos de Galeano son manos de todos los dias, de tocar las cosas; sirven para coger un trozo de pan, para abrir una ventana, para saludar a un amigo, para escribir una palabra. No son manos higienizadas; están acostumbradas a mancharse con las cosas pequeñas, las que le importan a Galeano porque con ellas sabe expiicar las grandes.
Galeano llegó a España hace unos días desde su Montevideo del alma con un libro nuevo bajo el brazo: Los hijos de los días, otra joya para leer despacio, un calendario de historias. Para hoy, 12 de mayo, escribe:
"En el año 2008, un terremoto feroz sacudió a China. En China había sido inventado el sismófrago, hacía 19 siglos, pero ningún sismógrafo avisó de lo que se venia. Los que sí avisaron fueron los animales. Los científicos no les prestaron la menor atención. Desde unos días antes de la catástrofe, multitudes de sapos enloquecidos se echaron a correr, rumbo a ninguna a ninguna parte...".