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General: Dos poemas teatrales de Nicolás Guillén .-
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Respuesta  Mensaje 1 de 4 en el tema 
De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 14/05/2012 22:27
       
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Dos poemas teatrales

Nicolás Guillén

Poema con niños

A Vicente Martínez

 

La escena en un salón familiar. La madre, blanca, y su hijo. Un niño negro, uno chino, uno judío, que están de visita. Todos de doce años más o menos... La madre, sentada, hace labor, mientras a su lado, ellos juegan con unos soldaditos de plomo.

I

 

La Madre: (Dirigiéndose al grupo.) ¿No ven? Aquí están mejor que allá, en la calle... No sé cómo hay madres despreocupadas, que dejan a sus hijos solos todo el día por esos mundos de Dios. (Se dirige al niño negro.) Y tú, ¿cómo te llamas?

El Negro: ¿Yo? Manuel. (Señalando al chino.) Y este se llama Luis. (Señalando al judío.) Y este se llama Jacobo...

La Madre: Oye, ¿sabes que estás enterado, eh? ¿Vives cerca de aquí?

El Negro: ¿Yo? No, señora. (Señalando al chino.) Ni este tampoco. (Señalando al judío.) Ni este...

El Judío: Yo vivo por allá por la calle de Acosta, cerca de la terminal. Mi papá es zapatero. Yo quiero ser médico. Tengo una hermanita que toca el piano, pero como en casa no hay piano, siempre va a casa de una amiga suya, que tiene un piano de cola... El otro día le dio un dolor...

La Madre: ¿Al piano de cola o a tu hermanita?

El Judío: (Ríe.) No, a la amiga de mi hermanita. Yo fui a buscar al doctor...

La Madre: ¡Ajá! Pero ya se curó, ¿verdad?

El Judío: Sí, se curó enseguida. No era un dolor muy fuerte...

La Madre: ¡Qué bueno! (Dirigiéndose al niño chino.) ¿Y tú? A ver, cuéntame. ¿Cómo te llamas tú?

El Chino: Luis...

La Madre: ¿Luis? Verdad, hombre, si hace un momento lo había chismeado el pícaro Manuel... ¿Y qué, tú eres chino de China, Luis? ¿Tú sabes hablar en chino?

El Chino: No, señora; mi padre es chino, pero yo no soy chino. Yo soy cubano, y mi mamá también.

El Hijo: ¡Mamá! ¡Mamá! (Señalando al chino.) El padre de este tenía una fonda, y la vendió...

La Madre: ¿Sí? ¿Y cómo tú lo sabes, Rafaelito?

El Hijo: (Señalando al chino.) Porque este me lo dijo. ¿No es verdad, Luis?

El Chino: Verdad, yo se lo dije, porque mamá me lo contó.

La Madre: Bueno, a jugar, pero sin pleitos, ¿eh? No quiero disputas. Tú, Rafael, no te cojas los soldados para ti solo, y dales a ellos también.

El Hijo: Sí, mamá, si ya se los repartí. Tocamos a seis cada uno. Ahora vamos a hacer una parada, porque los soldados se marchan a la guerra...

La Madre: Bueno, en paz, y no me llames, porque estoy por allá dentro...

(Vase.)

II

 

Los niños, solos, hablan mientras juegan con sus soldaditos.

 

El Hijo: Estos soldados me los regaló un capitán que vive aquí enfrente. Me los dio el día de mi santo...

El Negro: Yo nunca he tenido soldaditos como los tuyos. Oye: ¿no te fijas en que todos son iguales?

El Judío: ¡Claro! Porque son de plomo. Pero los soldados de verdad...

El Hijo: ¿Qué?

El Judío: ¡Pues que son distintos! Unos son altos y otros más pequeños. ¿Tú no ves que son hombres?

El Negro: Sí, señor; los hombres son distintos. Unos son grandes, como este dice, y otros son más chiquitos. Unos negros y otros blancos, y otros amarillos (Señalando al chino.) como este... Mi maestra dijo en la clase el otro día que los negros son menos que los blancos... ¡A mí me dio una pena!

El Judío: Sí... También un alemán que tiene una botica en la calle de Compostela me dijo que yo era un perro, y que a todos los de mi raza los debían matar. Yo no lo conozco, ni nunca le hice nada. Y ni mi mamá ni mi papá tampoco... ¡Tenía más mal carácter!

El Chino: A mí me dijo también la maestra que la raza amarilla era menos que la blanca... La blanca es la mejor.

El Hijo: Sí, yo lo leí en un libro que tengo, un libro de geografía. Pero dice mi mamá que eso es mentira, que todos los hombres y todos los niños son iguales. Yo no sé cómo va a ser, porque fíjate que ¿no ves? Yo tengo la carne de un color, y tú (Se dirige al chino.) de otro, y tú (Se dirige al negro.) de otro, y tú (Se dirige al judío.) y tú... ¡Pues mira qué cosa! ¡Tú no, tú eres blanco igual que yo!

El Judío: Es verdad, pero dicen que como tengo la nariz, así un poco... no sé... un poco larga, pues que soy menos que otras gentes que la tienen más corta. ¡Un lío! Yo me fijo en los hombres y en otros muchachos por ahí, que también tienen la nariz larga, y nadie les dice nada...

El Chino: ¡Porque son cubanos!

El Negro: (Dirigiéndose al chino.) Sí... Tú también eres cubano, y tienes los ojos prendidos como los chinos...

El Chino: ¡Porque mi padre era chino, animal!

El Negro: ¡Pues entonces tú no eres cubano! ¡Y no tienes que decirme animal! ¡Vete para Cantón!

El Chino: ¡Y tú vete para África, negro!

El Hijo: ¡No griten, que viene mamá, y luego nos va a pelear!

El Judío: ¿Pero tú no ves que este negro le dijo chino?

El Negro: ¡Cállate, tú, judío, perro, que tu padre es zapatero y tu familia...!

El Judío: Y tú, carbón de piedra, y tú, mono, y tú...

 

Todos se enredan a golpes, con gran escándalo. Aparece la madre, corriendo.

III

 

La Madre: ¡Pero qué es eso! ¿Se han vuelto locos? ¡A ver, Rafaelito, ven aquí! ¿Qué es lo que pasa?

El Hijo: Nada, mamá, que se pelearon por el color...

La Madre: ¿Cómo por el color? No te entiendo...

El Hijo: Sí, te digo que por el color, mamá...

El Chino: (Señalando al negro.) ¡Señora, porque este me dijo chino, y que me fuera para Cantón!

El Negro: Sí, y tú me dijiste negro, y que me fuera para África...

La Madre: (Riendo.) ¡Pero hombre! ¿Será posible? ¡Si todos son lo mismo!

El Judío: No, señora, yo no soy igual a un negro...

El Hijo: ¿Tú ves, mamá, como es por el color?

El Negro: Yo no soy igual a un chino.

El Chino: ¡Míralo! ¡Ni yo quiero ser igual a ti!

El Hijo: ¿Tú ves, mamá, tú ves?

La Madre: (Autoritariamente.) ¡Silencio! ¡Sentarse y escuchar! (Los niños obedecen, sentándose en el suelo, próximos a la madre, que comienza.)

La sangre es un mar inmenso

que baña todas las playas...

Sobre sangre van los hombres,

navegando en sus barcazas:

reman, que reman, que reman,

¡nunca de remar descansan!

Al negro de negra piel

la sangre el cuerpo le baña;

la misma sangre, corriendo,

hierve bajo carne blanca.

¿Quién vio la carne amarilla,

cuando las venas estallan,

sangrar sino con la roja

sangre con que todos sangran?

¡Ay del que separa niños,

porque a los hombres separa!

El sol sale cada día,

va tocando en cada casa,

da un golpe con su bastón,

y suelta una carcajada...

¡Que salga la vida al sol,

de donde tantos aguardan,

y veréis cómo la vida

corre de sol empapada!

La vida vida saltando,

la vida suelta y sin vallas,

vida de la carne negra,

vida de la carne blanca,

y de la carne amarilla,

con sus sangres desplegadas...

(Los niños, fascinados, se van levantando, y rodean a la madre, que los abraza formando un grupo con ellos, pegados a su alrededor. Continúa.)

Sobre sangre van los hombres,

navegando en sus barcazas:

reman, que reman, que reman,

¡nunca de remar descansan!

Ay de quien no tenga sangre,

porque de remar acaba,

y si acaba de remar,

da con su cuerpo en la playa,

un cuerpo seco y vacío,

un cuerpo roto y sin alma,

¡un cuerpo roto y sin alma!

 

Sigue ... 


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Respuesta  Mensaje 2 de 4 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 14/05/2012 22:28

 

Personajes:

Floripondio, el padre

Floripondia, la madre

Floripondito, el hijo

La vecina Tranquilina

Un Médico

 

Acto I

 

Escena primera

 

Aposento de casa rica. Floripondito, muchacho de quince años, grandote, está echado en una cuna, de donde se le salen los pies. Año de 1959. La madre, con aire de gran preocupación, está sentada junto a la cuna del niño. La vecina Tranquilina habla con ella, de pie. Floripondia y la vecina Tranquilina.

 

Tranquilina: Señora, ¿qué tiene el niño?

Floripondia: Ay, no lo sé, mi señora,

y ojalá que lo supiera,

pues mi angustia es espantosa.

Tranquilina: ¿Le ha dado usted toronjil?

Floripondia: Y el jugo de tres toronjas,

con grasa de grillo viudo

en una jícara roja.

Tranquilina: Pero en fin, ¿qué dice el médico?

Floripondia: Nada me ha dicho hasta ahora.

Quiere saber más que yo,

y apenas entra en la alcoba

casi me insulta y me veja,

como si yo fuera loca.

Tranquilina: ¿Y tiene fiebre su niño?

Floripondia: ¿Fiebre, dice usted? ¡Ni sombra!

Mas me luce desganado,

pues no consigo que coma

más que seis veces al día,

y eso un poco de la olla

que siempre hacemos en casa,

tortilla, queso, compota, algún puerco,

pollo, vaca, una escudilla de sopa

y su tanto de lechuga

que yo le cambio por otra

verdura menos pesada,

pues la lechuga lo engorda.

¿Lo ha visto usted, Tranquilina?

Tranquilina: A eso vengo, mi señora.

(Se acerca a la cuna.)

¿Mas no es cierto que parece

un clavel?

Floripondia: ¡Aduladora!

De todas suertes, ¡qué bello!

¡Qué ojos de luz tan recóndita!

¡Qué dientecitos más blancos!

¡Qué labios de pulpa roja!

Sobre todo, Tranquilina...

Tranquilina: Dígame usted, Floripondia...

Floripondia: ¡Qué inteligencia tan clara

y qué lejana memoria!

Ya me conoce y me busca

y me discute y razona;

cuenta hasta dos de corrido,

y si acaso se equivoca,

es sólo por culpa mía,

que lo interrumpo.

Tranquilina: ¡Qué cosa

tan dulce será su niño!

¿Y ahora duerme?

Floripondia: Duerme ahora.

Parece un ángel del cielo.

Cuando le apetece ronca

con tan profunda cadencia,

con voz tan amplia y armónica,

que recuerda a Titta Ruffo

cuando cantaba en la ópera

siendo yo niña. ¿No es cierto?

Tranquilina: Pues esta vez me perdona,

pero en cuestiones de música

jamás entendí una nota,

y en lo que toca a ronquidos,

soy soltera.

Floripondia: Mi señora,

si es un pajarito de oro,

sensible como una hoja,

tierno como hierba tierna,

rojo como una amapola.

¿A qué no sabe que hizo

anoche, estando yo a solas

con él?

Tranquilina: Pues no lo sospecho.

Floripondia: ¡Me invitó para su boda!

Tranquilina: ¡Pero es posible!

Floripondia: Seguro.

Me habló de Malva, su novia,

y me describió el cabello

con sus trencitas de sombra;

me dijo que era una niña

morena, carirredonda,

de apellido Tin Marín,

nacida en Guanabacoa.

Yo sé que la quiere mucho,

pues siendo una pobretona

la trata como si fuera

muchacha rica.

Tranquilina: ¡Qué cosa

tan dulce será su niño!

Floripondia: Ay, señora, mi señora

si es un pajarito de oro...

 

Escena segunda

 


Respuesta  Mensaje 3 de 4 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 14/05/2012 22:29

 

Dichos y Floripondio.

 

Floripondio: (Entrando.)

...sensible como una hoja,

tierno como hierba tierna,

rojo como una amapola.

(Dirigiéndose a Tranquilina.)

Señora, perdone usted,

pero esta madre está loca.

Tranquilina: No es para menos, señor.

Lo que ella dice pregona

que ese pedazo de ustedes

más que niño, es una joya.

Floripondio: (Halagado.)

No puedo negarlo... Bueno,

pero ella...

Floripondia: ¡No quiero bromas!

Mira que el niño está enfermo

y va y te oye y se enoja,

y después pasa la noche...

Floripondio: ¡Retozando por la alcoba!

Tranquilina: Pero en fin, ¿qué tiene el niño?

 

 

Escena tercera

 

Dichos y el Médico (entrando).

 

El Médico: Yo soy el médico. ¡Muy buenos días!

Ya lo he tratado y ese niño es

un niño que deja diez fuentes vacías

y engulle por hora catorce bistés.

Nada de tópicos ni de sangrías:

no he visto un muchacho más fuerte en dos pies.

¡Ja, ja, ja!

¡Je, je, je!

Floripondia: (Al médico.)

Hoy le administraré achicoria.

Mañana, un baño de ateje,

con sangre de dos palomas...

El Médico: Nada de tópicos ni de sangrías.

Ya lo he tratado y ese niño es

el mozo más guapo que he visto en mis días,

el pollo más sano que he visto en dos pies.

¡Ja, ja, ja!

¡Je, je, je!

Floripondio: ¿Doctor, será grande y fuerte?

El Médico: Como un tronco de caoba.

Floripondio: ¿Vivirá por muchos años?

El Médico: Su corazón es de roca.

Floripondia: Mi niño gordo y sonriente,

sentado en su butacona...

Tranquilina: Un niño de largas tierras

y pergaminos de historia.

Floripondio: Mi niño, espuelas de plata,

triunfante en una carroza...

 

 

Acto II

 

Escena única

 


Respuesta  Mensaje 4 de 4 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 14/05/2012 22:52

 

Escena única

 

La misma decoración. Dichos menos el médico. Floripondito despierta y se despereza, bostezando con estruendo. Se pone en pie. Voz ronca.

 

Floripondito: ¿Me llamaban? ¡Aquí estoy!

Tranquilina: (Consigo misma, llena de asombro.)

Milagro si ya no tiene

nietos en lugar de novia.

(Se dirige a Floripondito, hipócrita y zalamera.)

¿Qué serás cuando seas grande, monada?

Floripondito: ¿Yo?

Floripondia: (Adelantándose.) Desde ahora,

verle de Obispo pretendo.

Tranquilina: ¿Obispo? ¡Qué bueno!

Floripondio: ¡Tonta!

Floripondia: Si no soy tonta señor.

Digan mejor previsora.

Quien a la Iglesia se apegue,

al fuego tendrá la sopa,

la sopa tendrá en el plato,

el plato tendrá a la boca...

Floripondio: La boca tendrá en la cara...

Tranquilina: ¡Caramba, qué jerigonza!

Floripondito: Papi, yo quisiera hablar.

Floripondia: ¡Cállate, no sea que tosas!

Floripondito: Como tosí todo el día,

ya sé toser de memoria.

Floripondio: Habla, niño.

Floripondia: No, señor.

Floripondio: Aunque quieras o dispongas

que Floripondito calle,

por él hablaré yo ahora.

¡Mi hijo será General!

Guerrera de raso toda,

un sable de oro bruñido,

un cuchillo, una pistola...

Floripondia: ¡Qué espanto, cielos, qué espanto!

Tranquilina: Me desmayo. ¡Traigan rosas!

Floripondia: ¡Por Dios, qué proyecto horrible!

Floripondio: Pues aún le faltan las botas,

las espuelas, el caballo,

quince balas, dos alforjas,

un catre de cinco estrellas,

un cañón, una panoplia,

un water closet completo,

un bastón con trece borlas,

un escudo, un estandarte,

un anafe, veinte ollas,

ciento cuatro carabinas,

catorce ametralladoras,

un Herter con sus muletas,

un Bonsal hecho de soga,

doscientas veinte medallas

y el cinturón y la gorra...

Tranquilina: ¿Y el enemigo?

Floripondio: Tontera.

El enemigo no importa.

Eso es para los soldados.

Tranquilina: Menos mal, virgen piadosa.

Floripondito: Papi, que yo quiero hablar.

Floripondia: Floripondito, paloma,

que vas a toser...

Floripondito: Mamá,

déjame, vieja, que tosa,

pero algo quiero decir

desde hace rato.

Floripondio: ¡Recontra,

habla y dinos de una vez

qué rayos quieres!

Floripondito: (A la madre.) Perdona,

mami, pero yo quisiera

ser miliciano.

Floripondia: Me ahoga

la rabia. ¿Qué dices?

Floripondito:Digo lo que has oído.

Floripondio: ¡Zambomba!

¿No quieres ser general?

Tranquilina: ¿Ser Duque o Marqués no es cosa

muy linda, niño?

Floripondia: ¡De Obispo

tu vida será tan cómoda!

Floripondito: (Dirigiéndose a la madre.)

¡Váyanse todos al diablo!

Tú y papi son dos idiotas

y también, por no variar,

es idiota usted, señora.

Tranquilina: ¡Llamarme idiota este bárbaro!

Me desmayo, traigan rosas.

Floripondio: Floripondito, muchacho,

me erizan tus palabrotas.

Floripondito: ¡Es que ya me tienen lleno

desde el techo hasta las losas!

(Al padre.)

¿Conque general? ¡Qué hallazgo!

Floripondia: ¡Niño, calla!

Floripondio: ¡Basta y sobra!

Tranquilina: ¡Qué miedo me da esta gente!

Me desmayo... ¡Rosas, rosas!

Floripondito: (A la madre.)

¿Conque Obispo? ¡Buen disfraz!

(Se dirige a la vecina.)

¿Conque Duque? ¡Vejestoria!

Ya no hay Duques, ni hacen falta.

Yo no sé por qué os agobia

el ser muñecos o títeres,

cuando el serlo no es deshonra.

Floripondio: ¿Muñecos? ¿Cómo muñecos?

Tranquilina: ¡Qué situación afrentosa!

La Virgen Santa me ampare,

Dios en el cielo me oiga.

Floripondia: ¿Te has vuelto loco, muchacho?

Floripondito: Pues no estoy loco, señora:

muñeco de paja y hule,

o de algodón o de estopa,

ansiosos de vivir bien,

e ir tumbando la pastora,

gritamos: ¡viva la Pepa!,

mientras vamos viento en popa,

y a los títeres de abajo

que los lleve la Pelona.

(Se dirige al padre.)

Generales de casino,

sin triunfos y sin derrotas;

(Se dirige a la vecina.)

Duques de café con leche

y Marqueses de Champola;

(Se dirige a la madre.)

Obispos de timba llena

y de bien rellena olla.

Y también gente sencilla,

que una vieja cuenta cobra,

la cuenta titiritera

de ayunos y de mazmorras,

de látigo todo el día

y de noches sin aurora,

de trabajar sin comer

pagando la comilona

de titiritones gordos

y gordas titiritonas.

Floripondio: (Se pone el índice junto a la sien, como si fuera un arma.)

Me suicido, me abro el cráneo

con un tiro de pistola.

¡Pum! (Cae.)

Floripondia: ¡Dios mío, qué desengaño,

me enveneno con creosota!

(Apura un frasco y cae.)

Tranquilina: ¡Aire! ¡Me desmayo! ¡Aire! (Cae.)

Floripondito: Pues señor, bonita bronca.

Voy a buscar mi fusil,

y el que venga atrás, que corra.

¡Vaya títeres, señores,

si son como las personas!

¡Ja, ja, ja!

Lo mismo que las personas...



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