Con la salvedad de las siete expediciones navales comandadas por Zheng He durante la dinastía Ming (S. XV), que le llevaron hasta las costas africanas, China (el imperio del centro) ha sido históricamente fiel a su nombre, concentrando su esfuerzo en atender a lo que ocurre dentro de sus fronteras. Sin embargo, ni siquiera así ha podido sustraerse a la globalización que define nuestros días y, bajo el impulso de la necesidad (seguridad alimentaria y energética, sobre todo) y de su emergencia como actor de envergadura mundial, hoy es bien visible su afán por salir a los mares que la rodean.
A ese esfuerzo corresponde su “collar de perlas”, que le ha llevado no solo a establecer acuerdos en materia militar con países costeros del océano Índico, sino a participar en la operación internacional contra la piratería que se desarrolla en torno al Golfo de Adén y a poner en servicio un portaviones. En esa misma línea, se han registrado recientemente dos hechos que conviene destacar.
El primero, dado a conocer el pasado 9 de mayo, se traduce en la decisión de construir 36 buques de patrulla marítima para la Marina de Vigilancia costera (CMS, en sus siglas inglesas), que deben entrar en servicio a lo largo del próximo año. Cabe recordar que esta agencia fue creada en 1998 y que mientras en 2005 contaba únicamente con 91 patrulleros y cuatro aviones, hoy ya supera los 300 (de ellos, unos 30 con más de 1.000Tm), 6 aviones y 4 helicópteros. Y solo estamos hablando de una de las cinco agencias que complementan la labor de la Armada china.
Estos buques no van armados (aunque pueden llegar a estarlo si así se decide), pero sirven a China para consolidar su presencia en aguas que considera propias y para mejorar su control de una zona económica exclusiva que no es fácilmente aceptada por sus vecinos. Dicho de otro modo, su continuo deambular por esas aguas incrementa la posibilidad de rifirrafes más o menos tensos con buques de otros países (incluyendo los estadounidenses).
Precisamente esto es lo que ha vuelto a ocurrir el pasado 8 de abril en torno a la isla de Huangyan (o Scarborough Shoal, en terminología filipina). Dos patrulleros de la CMS bloquearon el intento de un buque de guerra filipino de expulsar de esas disputadas aguas a varios pesqueros chinos.
Como derivación de ese tipo de incidentes, ahora Pekín ha optado por cerrar el flujo turístico hacia tierras filipinas y ha comenzado a aplicar a Manila un castigo comercial, con los plátanos como primer ejemplo. Aunque para los productores de la provincia de Mindanao la interrupción de este flujo comercial supone un impacto brutal- al poner en peligro el futuro laboral de unos 200.000 productores-, en términos macroeconómicos la decisión china hay que entenderla como un mero mensaje. Por esta vía Pekín intenta hacer ver a Manila la conveniencia de rebajar sus reclamaciones sobre la citada isla, al tiempo que aspira a que otros actores regionales entiendan que les puede ocurrir lo mismo (o peor) si no aceptan la pretensión china de navegar a sus anchas por el mar del Sur de China. Veremos