INVITACION A UN CAFÉ
Por: Teresa Martínez. Centro de Documentación de Radio Habana Cuba
AMIGOS, para hacer de esta reseña un encuentro del deleite con la historia, los invito a tomarnos una taza de café, esa aromática y tonificante bebida a la cual el prócer cubano José Martí calificó de: “jugo rico, fuego suave, sin llama y sin ardor (…) Aviva y acelera toda la ágil sangre de mis venas… aguza y adereza las potencias. Dispone el alma a la recepción de misteriosos visitantes, y a tanta audacia, grandeza y maravilla.”
Originario de la africana región de Abisinia, la antigua Etiopía, el café ha inspirado numerosas leyendas. Según una de ellas, un pastor de esta comarca nombrado Kaldi observó que sus cabras saltaban muy excitadas después de haber consumido los rojos frutos de un arbusto. Para disipar dudas, Kaldi los probó. Rato después de hacerlo, sintió multiplicadas sus energías.
El pastor contó lo sucedido al abad del monasterio de la comarca de Kaffa. Con las frutas de la enigmática planta entregadas por Kaldi, el santo hombre preparó una infusión. Tan amarga resultó, que el abad lanzó el líquido y las frutillas en él contenidas al fuego. Al aspirar el grato aroma expelido por las semillas al ser tostadas por las llamas, el monje decidió rescatarlas de las brazas y hervirlas en agua. Así surgió el café como bebida.
Recoge la historia que antes del siglo XIV el africano café fue llevado a Arabía. Posteriormente se extendió a Egipto, Siria y Turquía. De este último país, pasó a Europa.
Si Italia afirma ser la primera nación europea que conoció el sabor del café, fue en Inglaterra donde en 1650 abrió sus puertas el primer establecimiento para su venta en forma de infusión. El comerciante Daniel Edwards fue su propietario.
Los habitantes de París degustaron el café a partir de 1672 cuando un armenio nombrado Pascal levantó en la avenida San Germán la denominada “Casa de la Caoba”. Tanto gustó la oscura y aromática bebida allí vendida por Pascal que los parisinos colmaban el establecimiento.
Las ganancias obtenidas permitieron al armenio adquirir un enorme local para su negocio. Como las reservas de grano eran pocas para tan amplia clientela y el café debía importarlo de Turquía, el comerciante comenzó a mezclarlo con otras sustancias. Ignoro cuáles eran.
El café expendido por Pascal se tornó un brebaje. Como también le aumentó el precio, los clientes se esfumaron. Ello decidió el cierre de la “Casa de la Caoba”.
Numerosos lugares para la venta de café abrieron sus puertas en Francia durante el siglo XVII. Entre ellos se cita el célebre “Café Procope” inaugurado en 1684 por el siciliano Francesco Procopio. En este establecimiento, mientras saboreaban el tonificante líquido, los escritores Diderot, Marmontel, Rousseau, el filósofo Voltaire y otros intelectuales franceses idearon crear la Enciclopedia, ese conjunto de libros que atesora el saber de la Humanidad.
En el “Café Procope” se estrenó la forma de preparar la infusión haciendo pasar agua caliente a través de un filtro con el grano molido.
Devenida gran consumidora de café, en la Europa del siglo XVIII existieron más de dos mil lugares para su venta en forma líquida. Pero, como toda regla tiene su excepción, en la Rusia Zarista el café fue prohibido . Fuertes multas y castigos eran impuestos a quienes osaran beberlo.
¿Cuándo llegó el café a América? Ello ocurrió en la segunda década del siglo XVIII.
Según fuentes consultadas, fue el oficial francés Gabriel Desclioux quien sembró en la isla de Martinica un cogollo arrancado al cafeto que crecía en el invernadero real de París . Rápidamente el cultivo de esta planta se expandió por el Caribe.
El café fue introducido en Cuba 1748 por el español Juan Antonio Gelabert, quien plantó en su finca de la habanera zona del Wajay una postura traída de Santo Domingo. Cuentan que las primeras cosechas del grano fueron empleadas por Gelabert en la elaboración de jarabes para aliviar el decaimiento y las jaquecas.
Si numerosas fueron las haciendas cafetaleras fomentadas en Cuba durante la centuria del 1700, también el café conquistó paladares, deviniendo la infusión preferida de quienes habitamos la mayor de las Antillas.
Aunque los cubanos nos preciamos de ser grandes bebedores de ese magnífico estimulante del sistema nervioso denominado café, se afirma que el poeta francés Jacques Delille consumía 20 tazas al día. Su coterráneo, el escritor y filósofo Voltaire elevó la cifra a 80. Otros apasionados por el aromático líquido lo fueron Napoleón Bonaparte y el compositor italiano Antonio Rossini.
Calificativos como el néctar negro de los dioses blancos o el gran don de África han sido asignados al café, también inspirador de numerosas páginas musicales. Y si el alemán Juan Sebastián Bach le dedicó una de sus famosas cantatas, el café figura en numerosas páginas del pentagrama latinoamericano. Recordemos entre ellas el famoso pregón “Mamá Inés” del cubano Eliseo Grenet y “El último café” una antológica canción popularizada por Vicentino Valdés.
Por su parte el poeta cubano Gabriel de la Concepción Valdés, “Plácido”, compuso en 1842 “La Flor del Café”, un elogiado exponente de la lírica criolla.
Beneficioso para la salud, pues su moderado consumo ayuda a prevenir el cáncer y la cirrosis, entre otras enfermedades, se afirma que las propiedades antioxidantes de la cafeína retardan el proceso de envejecimiento.
Acompañante ideal de las charlas entre amigos , presente en cenas y reuniones protocolares, la humeante tacita de café con ese especial sabor de la azúcar producida en mi Cuba , es el más delicioso emblema de nuestra cordialidad.
(Bibliografía: Diccionario Ilustrado de Anécdotas, Enciclopedia Monitor, Artículos: El café, un misterioso comercio con el alma; Raisa Pagés -Granma/ El eco de las piedras y Tinto en café; Luis Sexto-Juventud Rebelde)