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General: LA INQUISICIÓN .-
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De: Ruben1919 (Mensaje original) |
Enviado: 03/07/2012 12:53 |
La Inquisición
Cuando el emperador Constantino se convirtió al cristianismo aparecieron formas de depurar a sus miembros, apareciendo la excomunión como práctica común, o sea, expulsar del seno de la iglesia a aquellos considerados indignos por contradecir los postulados cristianos.
Con el término inquisición, derivado del latín, inquire (averiguar o sacar a la luz) se designó a distintas instituciones nacidas con el fin de luchar contra la herejía, o sea, aquellas creencias que se contraponen con lo enseñado por la iglesia católica. Se trata de persecución contra cristianos que se oponen a lo dispuesto por la Santa Iglesia. Cuando se persiguió por herejía a judíos o musulmanes conversos, fue no por su condición de judíos o musulmanes, sino por ser cristianos que traicionaban su nueva fe.
En la época medieval, la iglesia adquirió un enorme poder que sobrepasaba el ámbito de lo espiritual para tomar ingerencia en asuntos temporales o terrenos, siendo dueña de amplias territorios que entregaba en vasallaje, y decidiendo en temas económicos, sociales, y hasta políticos. Para asegurar ese inmenso control sobre su séquito, instrumentó una serie de medidas.
En la Edad Media, surgió la raíz de esta serie de programas ortodoxos, para combatir a quienes desconocieran la única verdad, rebelada en las Sagradas Escrituras, en el sur de Francia, en el año 1184, por una bula papal correspondiente a Lucio III, llamada “Ad abolendam” dirigiéndose contra los cátaros, secta religiosa cristiana, que bregaba por la pureza de costumbres y criticaba las de la Iglesia, y la jerarquía eclesiástica, teniendo como su libro supremo el Evangelio de San Juan. Consideraban una visión dual del mundo, con la existencia contrapuesta del bien y el mal. Lo material representaba el mal y la salvación vendría de la mano de Cristo.
Por dicha bula, se instauró la Inquisición episcopal, donde, en cada diócesis, los obispos se hallaban conminados a terminar con la herejía, juzgando y condenando a los culpables, estando el castigo físico de los reos a cargo de laicos, pero generalmente consistente en penas menores, como rezos o ayunos. En el año 1215, el Papa Inocencio III, convocó el Concilio IV de Letrán que esbozó la Inquisición pontificia.
En el año 1229, se creó el tribunal de la Inquisición, decidido por el concilio de Toulouse.
En el año 1231, la Inquisición episcopal fue reemplazada definitivamente por la pontificia, por la bula “Excommunicamus”, del Papa Gregorio IX, por la cual encargaba el control de los herejes a la orden de los Dominicos, siendo el primer inquisidor Domingo de Guzmán, pero bajo la supervisión papal, estableciéndose en el sur de Francia, en el norte de Italia y en el reino de Aragón.
Aquellos que confesaran ser herejes espontáneamente recibían una pena menor, de lo contrario se habría un proceso, donde eran obligados a responder por los cargos imputados (no regía el principio adoptado por las modernas constituciones: “Nadie puede ser obligado a declarar contra sí mismo”). Dos testigos eran suficientes para avalar una sentencia condenatoria, que en general era la muerte en la hoguera.
El proceso era dirigido por dos Inquisidores, asesorados por un Consejo de clérigos y laicos.
El uso de tortura en los procesos de herejía fue autorizada por la bula “Ad extirpanda” del Papa Inocencio IV, pero sin poner en peligro la vida de los acusados. Los reincidentes eran condenados a muerte.
En 1484, Inocencio VIII condenó oficialmente la brujería por medio de la bula “Summis desideratis affectibus”. Encontramos a partir de este antecedente otras manifestaciones con el mismo o semejante propósito, de establecer una única fe verdadera:
En el año 1542, fue establecido en Roma el Santo Oficio o Congregación de la Inquisición, para detener el avance del protestantismo, sobre todo mediante el control del contenido de publicaciones o libros.
El período de mayor represión comenzó en 1555, cuando asumió el Papa Pablo IV, donde la persecución se orientó incluso hasta los propios miembros de la Iglesia. El “Índice de Libros Prohibidos” dado a conocer en el año 1559, muestra la censura ideológica ejercida desde la órbita papal.
La pretensión de la Iglesia de establecer postulados incuestionables significó el estancamiento de la ciencia y por eso este período es conocido como oscurantismo.
En 1633, en Italia, las teorías de Galileo cayeron bajo la acusación del Santo Oficio, cuestionándose su teoría heliocéntrica, que contradecía la interpretación bíblica de que la Tierra sería el centro del Universo.
En el año 1965, el Santo Oficio fue llamado Congregación para la Doctrina de la Fe, por el papa Paulo VI, ante las numerosas críticas en su contra.
En el año 1478 la corona española creo la Inquisición Española, aplicándose en toda España y en sus colonias americanas, para luchar contra los judíos conversos, que habían sido obligados a adoptar la fe católica, transformándose en cristianos nuevos, pero eran sospechados de practicar su religión en secreto, contra los protestantes y contra otros herejes.
A partir de la bula del papa Inocencio VIII, a quien ya nos hemos referido, comienza la persecución por brujería. Por este cargo la última ejecución data del año 1611, siendo la víctima, la adolescente catalana, Magdalena Duer.
La máxima jerarquía del proceso la ejercía el Consejo de la Suprema, que daba instrucciones a los tribunales, formados por tres inquisidores que desarrollaban el proceso, donde el acusado contaba con un supuesto defensor que lo instruía en detalles procesales.
La primera etapa consistía en la limpieza del alma del hereje, que era obligado a beber líquidos hirvientes.
Las penas se aplicaban sin juicio previo, y los reos eran encerrados en mazmorras, encadenados y en condiciones deplorables de higiene y alimentación, siendo torturados hasta su confesión, para luego ser absueltos en una ínfima minoría de casos, o condenados a penas menores, o transferido a tribunales ordinarios para ejecutar su condena a muerte. Los gastos que ocasionaba el “procedimiento”, era abonado por el propio reo o sus parientes.
Hasta 1640 su actividad fue ínfima, teniendo un período de apogeo persecutorio a partir de ese año, que se extendió por dos décadas. Fue abolida en 1834.
En Portugal, los judíos que no adoptaron la fe cristiana fueron expulsados en 1497, pero para los conversos, ante la posibilidad de prácticas ocultas de su antigua fe, en el año 1536, se estableció la Inquisición en Portugal, bajo la autoridad papal, para pasar a depender directamente de la Corona, tres años más tarde, originando cuestionamientos entre iglesia y estado que se resolvieron en 1547, cuando el Papa aceptó la autoridad estatal en el tema. Fue abolida en 1821.
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INQUISICIÓN
I
Es una jurisdicción eclesiástica que estableció la Santa Sede de Roma en Italia, en España, en Portugal y en las Indias para perseguir y extirpar los infieles, los judíos y los herejes.
Para que no pueda sospechar nadie que nos apoyamos en mentiras con la idea de hacer odioso dicho tribunal, vamos a publicar el extracto de una obra latina sobre el origen y el progreso del oficio de la santa Inquisición, que Luis de Páramo, inquisidor del reino de Sicilia, publicó el año 1598 en la imprenta real de Madrid.
No nos remontaremos al origen de la Inquisición, que Páramo cree encontrar en el modo que se dice que Dios procedió contra Adán y Eva; nos limitaremos a referir la ley nueva de la que Jesucristo, según dice Páramo, fue el primer inquisidor. Empezó a ejercer las funciones de inquisidor desde el día trigésimo de su nacimiento, haciendo que los tres reyes magos anunciaran a la ciudad de Jerusalén que él había venido al mundo, y luego haciendo que muriera Herodes roído por los gusanos, arrojando a los vendedores del templo y entregando al fin la Judea a los tiranos, que la saquearon en castigo de su infidelidad.
Después de Jesucristo, San Pedro, San Pablo y los demás apóstoles desempeñaron el oficio de inquisidores, que transmitieron a los papas y a los obispos sucesores de éstos. Santo Domingo fue a Francia con el obispo de Cisma, del que era archidiácono, se levantó en armas contra los albigenses y consiguió que se encariñara con él Simón, conde de Monforte. El Papa le nombró inquisidor del Langüedoc, donde fundó su orden, que el papa Honorio III aprobó el año 1216, y bajo los auspicios de Santa Magdalena, el conde de Monforte tomó por asalto la ciudad de Beziers, en la que pasó a degüello a todos sus habitantes; en Laval quemaron en una sola vez cuatrocientos albigenses. «En todas las historias de la Inquisición que yo he leído —dice Páramo—, no he encontrado ningún acto de fe tan célebre ni un espectáculo tan solemne. En la aldea de Cazeras quemaron sesenta albigenses y en otra parte ciento ochenta.»
El año 1229 adoptó la Inquisición el conde de Tolosa, y la confió a los dominicos el papa Gregorio IX en 1233; Inocencio IV, el año 1251, la estableció en toda Italia, excepto en Nápoles.
Al principio los herejes no se sometían en el Milanesado a la pena de muerte, de la que tan dignos eran, porque los papas eran poco respetados por el emperador Federico, que poseía ese Estado; pero poco después quemaron a los herejes en Milán, como en las demás partes de Italia, y Páramo observa que el año 1315, habiéndose esparcido algunos millares de herejes por el Cremasque, pequeño territorio enclavado en el Milanesado, los hermanos dominicos hicieron quemar a gran parte de ellos, conteniendo con el fuego los estragos que producía aquella peste.
Como el primer canon del Concilio de Tolosa mandaba a los obispos que escogieran en cada parroquia un sacerdote y dos o tres laicos de buena reputación, que bajo juramento se comprometieran a buscar y a tratar a los herejes en sus casas y en las cuevas donde se pudieran ocultar, avisando en seguida al obispo, el señor del lugar, o su bailío, tornaban todas las precauciones posibles para que los herejes descubiertos no pudieran huir; los inquisidores obraban en aquella época de común acuerdo con los obispos. Las cárceles del obispo y las de la Inquisición casi siempre eran las mismas, y aunque durante el curso del procedimiento el inquisidor obraba en nombre propio, no podía sin la intervención del obispo aplicar el tormento, pronunciar la sentencia definitiva ni condenar a prisión perpetua. Las disputas que frecuentemente ocurrían entre los obispos y los inquisidores acerca de los límites de la autoridad de ambos respecto a los despojos de los sentenciados y sobre otros puntos obligaron al papa Sixto IV, el año 1413, a hacer independiente el tribunal de la Inquisición, separándolo de los tribunales de los obispos. Nombró para España un inquisidor general con amplios poderes para nombrar inquisidores particulares, y Fernando V (1), en 1478, fundó y dotó las inquisiciones.
A petición del hermano Torquemada, que era gran inquisidor en España, el mismo Fernando V, apellidado el Católico, desterró de su reino a todos los judíos, concediéndoles tres meses para salir de él, contados desde la publicación del edicto, y transcurrido ese plazo les prohibió, bajo pena de la vida, que pisaran el territorio español. Les permitió salir del reino con los efectos y con las mercancías que hubieran comprado, pero les prohibió llevarse monedas de oro y de plata. El hermano Torquemada apoyó este edicto en la diócesis de Toledo, prohibiendo a todos los cristianos, bajo pena de excomunión, dar nada a los judíos, ni aun las cosas más necesarias para la vida.
Después de la publicación de esta ley, salieron de Cataluña, del reino de Aragón y de Valencia y de las demás provincias sujetas a la dominación de Fernando cerca de un millón de judíos, cuya mayor parte murieron miserablemente. Esta expulsión de los judíos produjo a todos los reyes católicos increíble alegría.
Algunos teólogos censuraron esta medida que tomó el rey de España, diciendo que no debe obligarse a los infieles a adoptar la fe de Jesucristo, y que esas violencias deshonran nuestra religión. «Pero esos argumentos son muy débiles —dice Páramo—, y yo sostengo que ese edicto es justo y digno de loa; la violencia con que se exige a los judíos que se conviertan no es una violencia absoluta, sino condicional, porque podían sustraerse a ella abandonando su patria. Además, podían corromper a los judíos recién convertidos, y hasta a los mismos cristianos. En cuanto a la confiscación de sus bienes, también puedo decir que fue una medida justa, porque los habían adquirido siendo usureros de los cristianos, y éstos no hacían otra cosa mas que recuperar lo que fue suyo. Además, por la muerte de Nuestro Señor, los judíos quedaron convertidos en esclavos, y todo lo que pertenece a los esclavos pertenece a sus señores.»
Tratando en Sevilla de dar un ejemplo de severidad con los judíos, Dios, que saca el bien del mal, permitió que un joven que estaba esperando a una mujer con la que tenía una cita sorprendiera, mirando por las hendiduras de una pared, una asamblea de judíos, y los denunció. Se apoderaron de gran número de esos desgraciados, que recibieron el castigo que merecían. En virtud de diversos edictos de los reyes de España y de los inquisidores generales y particulares establecidos en dicho reino, quemaron en Sevilla, en poco tiempo, cerca de dos mil herejes, y más de cuatro mil desde el año 1482 hasta el año 1520. Otros muchos fueron sentenciados a cadena perpetua o sometidos a penitencias de diferentes clases. Hubo allí tan grande emigración, que quedaron vacías quinientas casas, y tres mil entre toda la diócesis, componiendo un total de más de cien mil herejes sentenciados a muerte o castigados de otras maneras, o que se expatriaron para evitar el castigo. De ese modo esos pares devotos hicieron esa gran carnicería de herejes.
El establecimiento de la Inquisición en Toledo fue un manantial de bienes para la Iglesia católica. En el corto espacio de dos años quemó cincuenta y dos herejes obstinados, y sentenció por contumacia doscientos veinte; de esto puede conjeturarse la utilidad que prestó la Inquisición desde que quedó establecida.
Desde el principio del siglo XV, el papa Bonifacio IX intentó inútilmente instalar la Inquisición en el reino de Portugal, en donde nombró al provincial de los dominicos Vicente de Lisboa inquisidor general. Como algunos años después Inocencio VII nombrara inquisidor de dicha nación al mínimo Didaco de Silva, el rey Juan I escribió al susodicho Papa para decirle que el establecimiento de la Inquisición en su reino se oponía al bienestar de sus vasallos, a sus propios intereses y quizá también al interés de la religión. El Papa, atendiendo a las súplicas de un príncipe demasiado fácil, revocó los poderes que había concedido a los inquisidores, y autorizo a Marc, obispo de Sinigaglia, para absolver a los acusados, y éste los absolvió. Repusieron en sus cargos y dignidades a los que estaban privados de unos y de otras, y muchísimas gentes se vieron libres del temor de que les confiscaran los bienes.
«Pero son admirables los medios que utiliza al Señor para que se cumplan sus designios —continúa diciendo Páramo—; lo que los soberanos pontífices no pudieron conseguir a pesar de su empeño, el rey Juan III lo consiguió por medio de un bribón hábil, que Dios utilizó para llevar a cabo una buena obra.» Efectivamente, algunas veces los perversos sirven de instrumentos útiles para realizar los designios de Dios, que no reprueba los beneficios que proporcionan; por eso Juan dijo a Jesucristo: «Señor, hemos visto a un hombre que no es discípulo vuestro que expulsaba los demonios del cuerpo en vuestro nombre, y hemos impedido que lo hiciera.» Jesús le respondió: «No lo impidáis, porque el que hace milagros en mi nombre no dirá mal de mí; y el que no está contra nosotros, con nosotros está.»
A continuación refiere Páramo que vio en la biblioteca de San Lorenzo del Escorial un escrito de propia mano del referido Saavedra, en el que explica ese bribón detalladamente que después de falsificar una bula, entró en Sevilla como legado del Papa, con un séquito de ciento veintiséis criados; que escamoteó trece mil ducados a los herederos de un rico señor del país durante los veinte días que permaneció en él, en el palacio del arzobispo, falsificando una obligación de semejante suma, que el señor fallecido reconoció haber tomado prestada al legado durante su estancia en Roma; que en cuanto llegó a Badajoz, el rey Juan III, al que presentó la falsa credencial del legado del Papa, le permitió establecer los tribunales de la Inquisición en las principales ciudades del reino.
Estos tribunales empezaron en seguida a ejercer jurisdicción, y publicaron gran número de sentencias y de condenas de herejes relapsos y de absoluciones de herejes penitentes. Seis meses transcurrieron hasta que se reconoció la verdad de esta máxima del Evangelio: «No hay nada oculto que no se descubra.» El marqués de Villanueva de Barcarrota, caballero español, auxiliado por el señor gobernador de Mora, se apoderó del bribón Saavedra y lo condujo a Madrid. Le hicieron comparecer ante Juan de Tavara, arzobispo de Toledo. Dicho prelado, asombrado de la audacia increíble del falso legado, lo encausó y envió el proceso al papa Paulo III, lo mismo que las actas de las inquisiciones que Saavedra había establecido, en las que constaba el gran número de herejes que había juzgado y las tretas de que se valió para apoderarse de más de trescientos mil ducados.
El Papa no pudo dejar de reconocer en la historia sucia de ese bribón la mano de Dios y un milagro de su Providencia; de modo que habiendo establecido Saavedra el año 1546 la congregación de ese tribunal, dándole el nombre de Santo Oficio, Sixto V la confirmó en el año 1588.
Todos los autores están acordes con Páramo sobre este modo de establecer la Inquisición en Portugal, menos Antonio de Souza, que en sus Aforismos de los inquisidores no cree en esa historia de Saavedra, bajo el pretexto de que pudo acusarse a sí mismo sin ser culpable, por la gloria que esto podría reportarle, viviendo de ese modo en la memoria de los hombres. Pero Souza, en el relato que hace para contradecir a Páramo, se nos hace sospechoso de tener mala fe al citar dos bulas de Paulo III y otras dos del mismo Papa dirigidas al cardenal Enrique, hermano del rey, bulas que Souza no imprime en su obra y que no están en ninguna colección de bulas apostólicas; estas dos razones son decisivas para no aceptar su opinión y dar crédito a la opinión de Páramo, de Illescas, de Salazar, de Mendoza, de Fernández y de Placentibo.
Cuando los españoles se establecieron en América importaron allí la Inquisición; los portugueses la introdujeron en las Indias en cuanto quedó autorizada en Lisboa, y esto hace decir a Luis de Páramo, en el prefacio, que ese árbol floreciente y verde extendió sus raíces y sus ramas por el mundo entero y produjo los más sabrosos frutos.
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Para tener actualmente alguna idea de la jurisprudencia, de la Inquisición y de la forma de su procedimiento desconocida entre los tribunales civiles, extractaremos el Directorio de los inquisidores que Nicolás Eymeric, gran inquisidor del reino de Aragón a mediados del siglo XIV, compuso en latín y dirigió a los inquisidores, sus colegas, en virtud de la autoridad de su cargo.
Poco tiempo después de la invención de la imprenta, el año 1503, dieron a luz en Barcelona una edición de dicha obra, que se repartió a todas las inquisiciones del mundo cristiano. En Roma, en 1518, apareció la segunda edición de la referida obra con anotaciones y comentarios de Francisco Peña, doctor en teología y canonista.
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He aquí el elogio que hace de ella el editor en la epístola dedicatoria al papa Gregorio XIII: «Al mismo tiempo que los príncipes cristianos se ocupan en todas partes en combatir por medio de las armas a los enemigos de la religión católica y prodigan la sangre de sus soldados para sostener la dignidad de la Iglesia y la autoridad de la sede apostólica, se ocupan también escritores celosos, que trabajan en la oscuridad, en refutar las opiniones de los innovadores y en dar armas y dirigir el poder de la ley contra dichas personas, con el objeto de que la severidad de las penas y la magnitud de los suplicios las contenga en los límites del deber y consigan de ellas lo que no pudo conseguir el amor a la virtud.
»Aunque yo ocupe el último sitio entre los defensores de la religión, estoy sin embargo animado del mismo celo que todos ellos para reprimir la audacia impía de los innovadores y su horrible perversidad. El trabajo que acompaña a esta dedicatoria es una prueba de lo que estoy diciendo. El Directorio de los inquisidores, de Nicolás Eymeric, obra respetable por su antigüedad, contiene un compendio de los principales dogmas de la fe y la instrucción metódica que deben seguir los tribunales de la santa Inquisición, y los medios que deben emplear para contener y extirpar los herejes. Por eso he creído un deber dedicarla a Vuestra Santidad, que sois el jefe de la república cristiana.»
Declara en otra parte el motivo por que la reimprime; esto es, para que sirva de instrucción a los inquisidores; confiesa, sin embargo, que existen otras muchas prácticas útiles, que están en uso, que enseñan más que las lecciones, tanto más cuanto hay cosas de cierto género que es muy importante que no se divulguen y que conocen los inquisidores. Cita una infinidad de escritores que han seguido la doctrina del Directorio y se lamenta de que han sabido aprovecharse de las instrucciones de Eymeric, sin decir que las copiaban de éste. Para huir de semejante acusación, indicaremos lo que copiamos del autor y lo que tomamos del editor.
Eymeric dice en la página 58: «Tener conmiseración a los hijos del culpable, que quedan reducidos a la mendicidad, no debe disminuir la severidad, ya que, según las leyes divinas y las leyes humanas, los hijos son castigados por las culpas de sus padres.»
Página 291: «Es menester que el inquisidor oponga su astucia a la de los herejes, para que un clavo saque otro clavo, y para poder decir con el Apóstol: «Como yo fui astuto, os cogí con astucia.»
Página 296: «Podrá leerse el proceso verbal al acusado, suprimiendo en la lectura los nombres de los denunciadores, y entonces el acusado podrá conjeturar quiénes son los que han presentado contra él tales o cuáles acusaciones, recusarlos o invalidar sus testimonios; este es el método que se observa comúnmente. No es conveniente que los acusados crean que se ha de admitir con facilidad la recusación de los testigos en materia de herejía, porque no importa que los testigos sean hombres de bien, sean infames cómplices del mismo crimen, excomulgados, herejes o culpables de cualquier delito, o perjuros, etc. Así debe determinarse para favorecer la fe.»
Página 302: «La apelación que un acusado hace de un inquisidor no impedirá que éste continúe juzgando otras acusaciones contra él.»
Página 313: «Aunque se suponga en la fórmula de sentencia de tortura que haya variedad en las respuestas del acusado, y por otra parte se encuentren indicios suficientes para aplicarle el tormento, no es necesario que esas dos condiciones se junten: basta que haya una u otra.»
Peña nos dice en la anotación 118 del libro III que los inquisidores no aplican ordinariamente mas que cinco clases de tormentos en el potro, aunque Marcilio menciona catorce.
Eymeric continúa diciendo en la página 319: «Es preciso tener mucho cuidado para no insertar en la fórmula de la absolución que el acusado es inocente; debiendo en ella decirse nada más que no hay bastantes pruebas contra él; precaución que debe adoptarse con la idea de que si andando el tiempo el acusado que queda absuelto diera lugar a que se le formara otra causa, la absolución que recibió no le pueda servir de defensa.»
Página 324: «Algunas veces se prescriben al mismo tiempo la abjuración y la purgación canónica. Esto se hace cuando a la mala reputación de un hombre en materia de doctrina se agregan indicios considerables, que si fueran algo más fuertes, tenderían a convencerle de haber efectivamente dicho o hecho algo contra la fe. El acusado que se encuentra en este caso está obligado a abjurar de toda clase de herejías, y obrando así, si luego incurre en cualquiera de ellas, se le castiga como relapso y lo entregan al brazo secular.»
Página 331: «Los relapsos, cuando se prueba su reincidencia, deben ser entregados a la justicia secular aunque protesten que se corregirán desde entonces y aunque se manifiesten arrepentidos. El inquisidor dará parte a la justicia secular de que tal día, a tal hora y en tal sitio le entregará un hereje, y hará anunciar al pueblo que debe asistir a la ceremonia, que en ella el inquisidor predicará un sermón sobre la fe y que los asistentes que le oigan ganarán las indulgencias de costumbre.»
Esas indulgencias se anuncian después de la fórmula de la sentencia publicada contra el hereje penitente del siguiente modo: «El inquisidor concederá cuarenta días de indulgencia a todos los asistentes, tres años a los que hayan contribuido a la captura, a la abjuración o a la condenación del hereje, y tres años también de parte del Santo Padre a todos los que denuncien a cualquiera otro hereje.»
Página 332: «Entregado el culpable a la justicia secular, ésta pronunciará la sentencia y el criminal será conducido al sitio del suplicio; le acompañarán personas piadosas que lo asociarán a sus rezos, que rezarán con él y que no se apartarán de su lado hasta que haya rendido el alma al Creador. Pero esas personas se guardarán bien de decir o de hacer algo que pueda apresurar el momento de la muerte del culpable, por miedo de incurrir en irregularidad. Así es que no deben exhortar al criminal a que suba al patíbulo, ni a que se presente al verdugo, ni advertir a éste que prepare los instrumentos del suplicio de modo que cause la muerte rápida del paciente; también por miedo a incurrir en irregularidad.»
Página 335: «Si sucediera que el hereje, al atarle en estaca para ser quemado, hiciera signos de convertirse, se podría quizás librarle del suplicio por gracia singular, y encerrarle entre cuatro paredes como a los herejes penitentes;, aunque no se debe dar mucho crédito a semejante conversión y no autoriza esa indulgencia ninguna disposición del derecho, porque es muy peligrosa, y yo presencié en Barcelona un caso que lo prueba. Un sacerdote, sentenciado con otros dos herejes impenitentes, al encontrarse en medio de las llamas, dijo gritando que le sacaran de allí, que quería convertirse; le retiraron efectivamente de la hoguera, quemado ya por una parte, y yo no diré si hicieron bien o si hicieron mal, pero sí que diré que al cabo de catorce años se apercibieron de que todavía dogmatizaba, de que había corrompido a muchas personas, y le entregaron otra vez a la justicia, que lo quemó.»
«Nadie duda —dice Peña en la anotación 47— que deben matarse los herejes; pero puede cuestionarse la clase de suplicio que se debe emplear con ellos.» Alfonso de Castro, en el libro II del Justo castigo de los herejes, opina que es indiferente que los mate la espada o el fuego, o que mueran de cualquier otro modo; pero sostienen que es absolutamente preciso quemarlos Hostiensis, Godofredo, Covarrubias, Simancas, Rojas y otros. Como dice muy bien Hostiensis, el suplicio del fuego es el que corresponde a la herejía. El Evangelio de San Juan dice en el capítulo XV: «Si alguno no mora dentro de mí, será arrojado fuera como un sarmiento, se secará, y lo recogerán para lanzarlo al fuego y quemarlo.» «Añadamos a esas palabras —continúa diciendo Peña— que la costumbre universal de la república cristiana apoya esa opinión. Simancas y Rojas sostienen que se les debe quemar vivos, pero que al quemarlos se debe tomar la precaución o de arrancarles la lengua o de cerrarles la boca, para que con sus impiedades no escandalicen al público.»
En la página 369 Eymeric dispone que en materia de herejía se proceda con rapidez, sin dar lugar a las triquiñuelas de los abogados ni a las solemnidades que intervienen en los demás juicios; haciendo el proceso lo más corto posible, sin dilaciones inútiles y trabajando en él hasta los días que son feriados para los demás jueces, rechazando toda clase de apelaciones, que sólo sirven para dilatar la sentencia, y no admitiendo multitud inútil de testigos.
II
La Inquisición es, como todo el mundo sabe, una invención admirable y completamente cristiana para que gocen de extraordinario poder el Papa y los frailes y para convertir en hipócritas las naciones.
Se considera a Santo Domingo como fundador de esta santa institución. Conservamos todavía una patente que dio ese gran santo, concebida en estas palabras: «Yo, hermano Domingo, reconcilio con la Iglesia al llamado Roger, portador de ésta, con la condición de que le azote un sacerdote tres domingos seguidos, desde la entrada de la ciudad hasta la puerta de la iglesia, con la condición de que coma de vigilia toda la vida, de que ayune tres cuaresmas cada año, de que no beba nunca vino, de que lleve el «sambenito» con las cruces, de que recite el breviario todos los días, rezando diez padrenuestros durante el día y veinte a la media noche; con la condición de que de hoy en adelante observe continencia, y de que se presente todos los meses al cura de su parroquia; todo esto bajo pena de ser tratado como hereje, perjuro e impenitente.»
Domingo fue el verdadero fundador de la Inquisición, pero Luis de Páramo fue uno de los escritores más respetables y más brillantes del Santo Oficio. Refiere en el título II de su segundo libro que Dios fue el que instituyó el Santo Oficio y que ejerció el poder de los hermanos predicadores contra Adán. Por eso empezó por citar a Adán ante el tribunal: ¿Adan ubi est?, y efectivamente, añade, el defecto de citación hubiera anulado el proceso de Dios. Los trajes de piel que Dios dio a Adán y a Eva fueron el modelo del «sambenito» que el Santo Oficio mandó llevar a los herejes; verdad es que este argumento prueba que Dios fue el primer sastre, mas no por eso es menos evidente que fue el primer inquisidor. Adán fue privado de todos los bienes que poseía en el paraíso terrenal, y por eso el Santo Oficio confisca los bienes de todos los que sentencia.
Luis de Páramo nota que los habitantes de Sodoma fueron quemados por herejes, porque la sodomía es una herejía formal. Luego se ocupa de la historia de los judíos, y encuentra en ella en todas partes al Santo Oficio. Jesucristo es el primer institutor de la nueva ley; los papas fueron inquisidores por derecho divino, y luego comunicaron este derecho a Santo Domingo.
Luis de Páramo enumera luego los herejes que sentenció a muerte la Inquisición, y según se cuenta exceden de cien mil. Su libro se imprimió en Madrid el año 1598, con la aprobación de los doctores, con elogios del obispo y con privilegio del rey. En nuestros días no podemos concebir que se hayan dicho horrores tan extravagantes y tan abominables al mismo tiempo; pero en aquella época se consideraban como la cosa más natural y más edificante del mundo. Todos los hombres se parecen a Luis de Páramo cuando son fanáticos.
Páramo era un hombre sencillo y exacto en las fechas, que no omitió ningún hecho interesante, y que contó escrupulosamente el número de víctimas humanas que el Santo Oficio inmoló en todos los países. Refiere con la mayor candidez el establecimiento de la Inquisición en Portugal, y está de acuerdo con los cuatro historiadores que citamos; he aquí lo que unánimemente refieren:
III - Establecimiento curioso de la Inquisición en Portugal
Hacía ya mucho tiempo que el papa Bonifacio IX, a principios del siglo XV, había nombrado hermanos predicadores para que fueran a Portugal, y allí, de ciudad en ciudad, quemaran a los herejes, a los musulmanes y a los judíos; pero estos delegados eran ambulantes, y hasta los mismos reyes se quejaron algunas veces de las vejaciones que les causaban. El papa Clemente VII pretendía que tuvieran residencia fija en Portugal, como la tenían en Aragón y en Castilla, pero hubo varias cuestiones entre la curia romana y la corte de Lisboa, que llegaron a enemistarlas, y lo pagaba la Inquisición, porque no podía establecerse en Portugal.
El año 1539 se presentó en Lisboa un legado del Papa, como dijimos y repetimos ahora, que fue allí, según decía, para establecer la santa Inquisición sobre cimientos inquebrantables. Presentó al rey Juan III la credencial del papa Paulo III. Llevaba otras cartas de Roma para los principales dignatarios de la corte, y sus patentes de legado estaban firmadas y selladas y contenían amplios poderes para nombrar un inquisidor general y todos los jueces del Santo Oficio. Este bribón, que se llamaba Saavedra, era un falsificador muy hábil; este arte lo aprendió en Roma, y se perfeccionó en él en Sevilla, de donde acababa de llegar con otros dos tunantes. Gastaba un tren magnífico; tenía a su servicio más de ciento veinte domésticos; para soportar este inmenso gasto, él y sus confidentes tomaron prestadas en Sevilla sumas cuantiosas en nombre de la cámara apostólica de Roma, y el plan que se proponían seguir lo habían concertado con el artificio más deslumbrador.
El rey de Portugal quedó sorprendido de que el Papa le enviara un legado a látere sin avisárselo antes. El legado le contestó orgullosamente, diciéndole que cosa tan apremiante como el establecer la Inquisición no podía dilatarla Su Santidad, y que el rey debía considerarse muy honrado de que el primer correo que le trajese tan grata nueva fuera un legado del Santo Padre. El rey no se atrevió a replicarle. El legado, desde aquel mismo día, nombró un gran inquisidor y envió a recolectar los diezmos por todo el reino, y antes que la corte recibiera contestaciones de Roma, había mandado quemar más de doscientas personas y recaudado más de doscientos mil escudos.
A pesar de todo esto, el marqués de Villanueva, caballero español a quien el legado tomó prestada en Sevilla una cantidad considerable sobre billetes falsos, adoptó la resolución de cobrarse por sí mismo, en vez de ir a comprometerse con semejante bribón en Lisboa. El legado estaba visitando entonces las fronteras de España, y el marqués de Villanueva se fue a buscarlo con cincuenta hombres bien armados, se apoderó de él y lo condujo a Madrid. Entonces el bribón quedó descubierto en Lisboa, y el Consejo de Madrid sentenció al legado Saavedra a ser azotado y a diez años de galeras; pero lo admirable de ese suceso fue que el papa Paulo IV confirmó luego todo lo que hizo aquel bribón y rectificó con la plenitud de su poder divino las pequeñas irregularidades que se habían cometido en los procesos, haciendo sagrado lo que hasta entonces fue puramente humano.
He aquí cómo quedó fundada la Inquisición en Lisboa y cómo todo el reino admiró a la Providencia.
Conocidos son de todos nuestros lectores los procedimientos del Santo Oficio, que son opuestos a la falsa equidad y a la ciega razón de los demás tribunales del universo. Encarcelaba a cualquiera por la simple denuncia de las personas más infames: el hijo podía denunciar al padre, la mujer al marido, sin confrontarlos nunca con los acusadores; los bienes se confiscaban en provecho de los jueces; por lo menos así se ha portado la Inquisición hasta nuestros días. Y debe encerrar algo divino, porque es incomprensible que los hombres hayan sufrido pacientemente yugo tan cruel. Por fin, la Europa entera bendijo al conde de Aranda porque cortó las garras y limó los dientes del monstruo, pero el monstruo respira todavía (2).
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(1) Fernando V, como rey de Castilla, era Fernando II como rey de Aragón. (2) Esto era en la época de Voltaire. Afortunadamente ya no existe la Inquisición.—N. del T. |
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LA INQUISICIÓN: EL TERROR DE LA INTOLERANCIA
Por Heródoto el Rojo
Sin duda La Inquisición es uno de los temas del pasado que más comentarios y opiniones han producido. Veremos en este artículo el porqué fue tan temida y cruel, pero también desmontaremos falsos mitos y leyendas. La Inquisición, o Santo Oficio, reflejaba en si misma toda la intolerancia, brutalidad e injusticia que caracterizó a Europa desde la Alta Edad Media hasta el siglo XIX, así como su uso por los grandes poderosos en beneficio propio. Analizaremos en este artículo su historia menos conocida, el origen y funcionamiento de su estructura, su función represora en los incipientes estados modernos y las principales víctimas que lo sufrieron.
LOS ORÍGENES: LA INQUISICIÓN MEDIEVAL
En los siglos XII y XIII Europa vivió una serie de movimientos religiosos que intentaban salirse de la ortodoxa y corrupta Iglesia Católica Romana, eran las herejías, las cuales muchas veces derivaban en auténticas revueltas populares de las clases sociales más marginadas. Recordemos que la Iglesia era el poder más importante y homogéneo del Medioevo. No sólo era una Iglesia rica sino que tenía influencia determinante en toda Europa central y occidental.
La rápida difusión de las herejías, como el maniqueísmo y el valdeísmo, provocó una reacción defensiva de la Iglesia. En 1184 el Papa Luciano III aprueba un decreto en el que la Iglesia puede aplicar la “inquisitio”, es decir, que la autoridad competente podía acusar por iniciativa propia, sin necesidad de testigos.
Ya en 1230 se crea en Francia, por parte de la Iglesia, una nueva institución para reprimir a los herejes cátaros (o albigenses) que se estaban extendiendo por el sur de Francia, los Pirineos y el norte de Italia. Ya en estos primeros tiempos la brutalidad era evidente, el destino de la mayoría de los herejes que no renunciaban a sus creencias era la famosa hoguera, la tortura y la confiscación de bienes. El éxito en la erradicación de herejías hizo que se fuera extendiendo la Inquisición por Europa, en esta época solamente Inglaterra y el Reino de Castilla carecieron de ella, destacando sin embargo en Francia y la Corona de Aragón. Hay que resaltar que esta institución siempre fue promovida, y muchas veces impuesta, por la propia Iglesia. Los reyes y señores feudales carecían del poder que disfrutaba la Iglesia en el “Orbe cristiano”. Muchas veces intentaron oponerse a sus dictados, como por ejemplo cuando la monarquía aragonesa se opuso a la prohibición de los libros del Intelectual Ramón Llul.
LA INQUISICIÓN EN LA EDAD MODERNA
A mediados del siglo XV, con la boda de los reyes Católicos, se unen las Coronas (que no los reinos) de Castilla y Aragón. Los nuevos monarcas representan al nuevo príncipe autoritario que intenta hacerse con el poder en su propio reino. Tanto Isabel como Fernando instan al Papa a que creara una nueva Inquisición en Castilla con la excusa de los problemas con los “conversos”, es decir, de los judíos obligados a ser cristianos y que a veces mantenían sus antiguos ritos. Sin embargo la ambición real era poder controlar la Inquisición para beneficio de la Corona (como ya lo estaba haciendo Fernando en Aragón desde hacía unos años), con ello se pretendía homogeneizar, sobre todo religiosamente, a la población con la creencia de que así se lograría más ampliamente la creación de los nuevos estados modernos, dominados por la autoridad real. Con el nombramiento del dominico Fray Tomás de Torquemada como Inquisidor General de Castilla y Aragón, empieza en Europa la Inquisición Moderna, la que utilizarán los príncipes en sus territorios para aumentar su poder a base de terror.
![](http://www.nodo50.org/arevolucionaria/Articulosdic02/escudo.jpg) Escudo de la Inquisición
![](http://www.nodo50.org/arevolucionaria/Articulosdic02/firma%20torquemada.jpg) Firma original de Torquemada
LAS VÍCTIMAS DE LA INQUISICIÓN
Desde el siglo XVI los delitos considerados más graves fueron los de judaísmo, prácticas de los moriscos y el protestantismo, sin embargo la brujería, bigamia y delitos sexuales se les consideraba delitos menores.
- El Judaísmo. Este fue el principal móvil de la creación de la Inquisición moderna en Aragón y Castilla. Los judíos habían vivido relativamente en armonía con los cristianos hasta el año 1391, cuando una plaga de peste asoló Europa (perdió la mitad de su población). Pronto cayeron sobre ellos las culpas, pues eran considerados los “asesinos de cristo”; sin duda sus riquezas (eran prácticamente la única burguesía acomodada) y marginalidad ( vivían en barrios apartados, las juderías) tuvieron mucho que ver en su intento de aniquilación. Desde entonces muchos de ellos se convirtieron al cristianismo para evitar la pobreza o incluso la muerte, a partir de entonces se les consideraría como los “conversos” o “cristianos nuevos”. Sin embargo muchos mantuvieron sus antiguos ritos que desarrollaban a escondidas y que transmitían a sus hijos. Como ejemplo del recelo que se les tenía, destacar que entre 1481 y 1530 se condenó a muerte al 22 % de la población judeoconversa de Toledo. También el filósofo valenciano Luis Vives tuvo que exiliarse al ser acusado la totalidad de su familia de practicar el judaísmo, todos fueron a la hoguera, también Fray Luis de León pasó 3 años de cárcel por este delito. Hubo miles de casos como estos, ser intelectual, escritor o simplemente ser envidiado podía ser una condena a muerte si no se demostraba la “pureza de sangre”. El panorama se endureció con los judíos que se quedaron después de la expulsión definitiva de los sefardíes.
- Los Moriscos. Ellos eran los descendientes de los hispano-musulmanes que no habían abandonado la península con el avance de la reconquista. Casi todos ellos eran apreciados agricultores por sus conocimientos y habilidad en sus trabajos, por lo tanto, a diferencia de los judíos que vivían en ciudades, los moriscos eran sobre todo rurales. Estaban asentados en zonas de tradición agrícola de Granada, Valencia y partes de Aragón. A finales del siglo XVI una revuelta de los moriscos de las Alpujarras termina con la persecución total de sus ritos y costumbres, destacando la lengua, el árabe, que todavía utilizaban. Aunque fueron obligados a un proceso de cristianización brutal siempre destacaron por su perseverancia y firmeza en el mantenimiento de sus costumbres.
- Delitos ideológicos. El Santo Oficio no sólo quería controlar la religión de las personas, se persiguió con igual dureza todo intento de pensamiento libre y crítico, y por supuesto todo de lo que dudara de la ortodoxia católica. El primer caso importante fue declarar hereje al humanista y reformista Erasmo, pues se le consideraba como el primer paso al protestantismo que ya se estaba imponiendo en Alemania. Como consecuencia se empezó a controlar toda entrada de libros sospechosos desde el extranjero. El libro empezó a ser considerado un enemigo y propagador de la “falsa verdad”. Desgraciadamente se hicieron frecuentes la quema de libros, incluidas Biblias no autorizadas, y la censura. La literatura fue la más afectada por la censura. Obras como “La Celestina” o “El Lazarillo de Tormes” fueron prohibidas o eliminados capítulos enteros, las llamadas expurgaciones. Del exterior se prohibieron grandes escritores como Ovidio, Dante o Boccaccio.
Respecto a la ciencia, la censura no fue tan fuerte al principio(seguramente por el desconocimiento y no ser una época de grandes descubrimientos en ciencia), y se expurgó más que prohibir, aunque todo lo que fuera contradictorio con la ortodoxia católica se eliminó. Como curiosidad ni Galileo ni Copérnico fueron prohibidos, aunque asumiendo “rectificaciones”. Ya en el siglo XVIII si que arremetieron fuertemente contra las ideas de la Ilustración, se prohíbe a Montesquieu, Rosseau, Volteare, Bacon etc.., así como la célebre Enciclopedia francesa.
- Otros delitos. La Inquisición persiguió con menos intensidad los delitos relacionados con el sexo y el esoterismo. Se penalizaba la simple afirmación de la no necesidad del matrimonio para las relaciones sexuales, también la bigamia, la sodomía, bestialismo y las “solicitaciones de confesionario”, es decir, el intento de muchos sacerdotes de aprovechar su situación para requerir “favores sexuales” de sus feligreses o colegas. Casi ningún delito de este tipo se castigaba con la muerte. La represión contra las supersticiones, a veces mezclado con la cultura popular, no fueron muy duras en relación a los casos anteriores, tuvieron la suerte de que nunca se las consideró herejías. Salvo famosas persecuciones y posteriores juicios de “Akelarres” en el País Vasco-Navarra, Galicia y los Pirineos, la Inquisición sólo intervenía si se hacían invocaciones al demonio. Habría que destacar que en la Europa protestante si que fueron estas manifestaciones las más perseguidas, no ya por una Inquisición que no existía en esas zonas sino promovido por las propias iglesias luteranas y gobiernos locales en su afán de acabar con lo “no cristiano”.
LA ORGANIZACIÓN DE LA INQUISICIÓN
Los dos principales bastiones sobre los que se apoyaba esta estructura eran la rígida centralización y control, así como la presencia casi absoluta en el territorio a través de los tribunales de distrito.
La cabeza del Santo Oficio era el Inquisidor General, nombrado directamente por el rey y ratificado por el Papa. El primer Inquisidor General fue el dominico Tomás de Torquemada en el año 1483. Aunque famoso porque su mandato fue una época bastante cruel, realmente destacó por ser un gris y eficaz funcionario al servicio de los Reyes Católicos.
El Inquisidor General presidía el Consejo de la Suprema y General Inquisición, denominada habitualmente como La Suprema. El Consejo se encargaba de la coordinación y control de los tribunales de distrito, para así seguir una actuación conjunta en todo el territorio. Los miembros del consejo los nombraba también el rey, y su número nunca pasó de 10.
Los Tribunales de Distrito nunca fueron un número determinado, en los primeros años proliferaron por gran parte del territorio del reino de Castilla y los reinos de Aragón, pero su número dependía más de la situación económica del momento. Los primeros tribunales fueron los de Sevilla, Córdoba, Zaragoza y Valencia hasta llegar a 23 tribunales. A finales del siglo XVI los tribunales llegaron a América, destacando los de Lima, Méjico y Cartagena de Indias.
La Inquisición daba de comer a mucha gente, y su número de “funcionarios” era alto. En cada tribunal había dos inquisidores (jueces), de los cuales uno era un jurista y otro teólogo. Trabajaban seis horas al día. Al principio predominaba el clero de las órdenes religiosas como los dominicos (clero regular), aunque a lo largo del siglo XVI se fue imponiendo el clero secular (sacerdotes). Los inquisidores solían hacer carrera en los tribunales, promocionando de los menos a los más importantes a lo largo de su vida. Para el control de los inquisidores se realizaban a menudo inspecciones por parte de la Suprema ante la falta de “honestidad” que solían demostrar. Había gran cantidad de cargos más como el Procurador fiscal, que elaboraba las denuncias, acusaba e interrogaba testigos, convertía las declaraciones en acusaciones.
Los Consultores procedían de la Audiencia (juzgados civiles) y matizaban las acusaciones precisando alguna cuestión procesal.
Los calificadores eran teólogos y catedráticos universitarios que analizaban libros, textos y expresiones dando su opinión sobre su peligrosidad.
El Alguacil era una especie de policía ejecutor, su obligación era detener y perseguir a los fugitivos.
El Alcalde era el carcelero, el encargado del cuidado y alimentación de los detenidos.
Caso aparte se merece el cargo del Familiar, era un colaborador laico del tribunal y participaba directamente en las persecuciones e informaciones sobre los acusados, eran los encargados de la red de espionaje, es decir, la policía secreta. Era un cargo bastante solicitado pues daba derecho a llevar armas y otros privilegios, como los fiscales.
En general los cargos tenían larga duración, casi hasta la muerte, aunque la corrupción era alta por la dificultad del control y los bajos sueldos.
LOS PROCEDIMIENTOS DE DENUNCIA Y LAS PENAS
Aunque parezca mentira La Inquisición era un tribunal que siempre funcionó de acuerdo a derecho. Su base jurídica estaba formada por el derecho común, mezcla del derecho romano medieval, el derecho canónico y las normas llamadas “instrucciones” que elaboraron los primeros inquisidores.
La fase instructiva del proceso empezaba con una denuncia en base a sospechas o por la “pesquisa”, que formalizaba el tribunal directamente. Además existía el edicto de fe, que obligaba a la denuncia al santo oficio de todos los comportamientos de herejía. Los testigos tenían que ser cristianos, mientras que los “infieles” sólo podían denunciar a infieles, también debían estar en plenas facultades mentales y no tener enemistad con el acusado. Siempre se tenía más en consideración el testimonio ocular frente al auricular. Destacar que el testimonio de la mujer no era tomado en consideración a no ser que hubiera más de tres testigos femeninos. La prueba más considerada era la confesión del acusado, extraída muchas veces bajo tortura, si conseguía resistir “el tormento” era tomado con presunción favorable. Después de la denuncia el acusado era convocado para hacer una declaración formal y ser examinado por los inquisidores, los cuales determinaban si las acusaciones eran consideradas herejías. El siguiente paso era “la clamorosa”, en donde el procurador fiscal hacía las acusaciones formales.
Después de ser acusado formalmente el alguacil le conducía a prisión, con el consiguiente secuestro de bienes para hacer frente a los gastos. En la cárcel estaban incomunicados aunque las condiciones de vida dependían del estatus económico del detenido, pues eran cuidados según su riqueza.
En el proceso judicial, ya en audiencia, el procurador exponía las acusaciones. El reo tenía un abogado defensor, que solía ser un letrado del propio tribunal, cuya función era animarle a decir toda la verdad para salvar su vida. Después eran leídos los testimonios, aunque siempre ocultando el nombre de los testigos. El reo se podía defender de estas acusaciones encontrando testigos favorables o tachando a los testigos acusadores de no fiables. La posterior sentencia debía ser por unanimidad, sino pasaba al Consejo de la Suprema.
Las penas variaron mucho a lo largo del tiempo, hasta 1530 las condenas a muerte eran muy numerosas (hasta el 40 %), estabilizándose más tarde sobre el 5 %.
El acto más espectacular eran los llamados “autos de fe”, un acto solemne con misa, sermón y lectura de las sentencias, y en donde asistían mucho público. Casi siempre se hacían cuando había muchos condenados en un juicio, haciéndose público el castigo. La pena de muerte se aplicaba a los no arrepentidos y convencidos de su herejía, se necesitaba como poco tres testigos para aplicar esta pena. La pena más común era la “abjuración”, a la que se unía las penitencias como llevar los “sambenitos”, azotes, destierros o la más temida de todas: las galeras durante tres años. A esto se unía la confiscación de bienes.
![](http://www.nodo50.org/arevolucionaria/Articulosdic02/Autodefe3.jpg) Auto de fe celebrado en una plaza pública
![](http://www.nodo50.org/arevolucionaria/Articulosdic02/hoguera.jpg) La hoguera
Como ya he comentado La Inquisición fue un elemento más del control que se pretendía establecer en los nuevos estados modernos, más homogéneos y por consiguiente más fácil de dirigir y dominar. A esto se unió el apoyo de la Iglesia católica, que en esta época tuvo una dura lucha contra la reforma de Lutero y los consiguientes movimientos protestantes.
Sin embargo, aunque la historiografía y el conocimiento popular nos hayan pintado al Santo Oficio como el representante de la represión, la tortura y la intolerancia, no lo era más que cualquier institución o gobierno de la época, tanto católicos como protestantes. Desgraciadamente la brutalidad, que todavía hoy nos acompaña, no fue ni es patrimonio de la Inquisición sino de nuestra incapacidad para desarrollarnos como seres humanos respetuosos con nuestro prójimo.
Así lo vi, así os lo cuento
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INSTRUMENTOS DE TORTURAS: Instrumentos de tortura y muerte INTRODUCCIÓN
Se dice que la Edad Media fue la edad de oro de los torturadores y de la imaginación puesta al servicio de los mismos, desbordándose y agudizándose al máximo, inventando los mejores y más prácticos medios de tortura. Si bien existe un atisbo de realidad en esta idea sobre la tortura, podemos desmitificar a los inquisidores como los mayores torturadores de todos los tiempos, puesto que otros, en etapas posteriores, han sido mucho más eficaces y han aplicado la tecnología punta de su época para crear instrumentos de terror y de aniquilación masiva. No nos llevemos a engaño, ya que la tortura, desde que el mundo es mundo, existe y desafortunadamente sigue existiendo, solo que hay que quitarse la venda, abrir los ojos y mirar a nuestro alrededor.
El uso de los medios de tortura se ha ido aboliendo poco a poco en todos los países durante los siglos XVIII y XIX, siendo condenado por la Declaración de los Derechos Humanos de 1948. Desgraciadamente, aún persisten en muchos países, aunque en sus Constituciones se prohíban expresamente.
Los métodos más recientes de tortura y muerte, como son la electricidad; los productos químicos, drogas, y fármacos; la presión psicológica... evitan las marcas en el cuerpo, pero no la destrucción del ser humano torturado. Existen diversas organizaciones, tales como Amnistía Internacional o la A.C.A.T. (Acción de los Cristianos para la Abolición de la Tortura), que luchan contra la tortura denunciando a los países que la practican. En España, la Constitución de 1978 declara expresamente en su artículo 15 "que nadie puede ser sometido a tortura ni a penas o tratos inhumanos o degradantes". También el Código Penal español, en virtud de la reforma de 1988, establece un aumento en las penas por delitos de esta índole y amplía los supuestos de tortura incluyendo los insultos, amenazas y coacciones, que forman parte de lo que se ha denominado tortura psicológica. Desgraciadamente, aún queda mucho camino por andar en nuestro país y en el resto de países occidentales, ya que los malos tratos domésticos, por ejemplo, siguen siendo un continuo en nuestras sociedades.
En muchas ocasiones, los torturadores utilizaban animales para ayudarles en sus torturas, este el casó del método de la cabra, que no faltaba en ninguna de las mazmorras de los castillos medievales europeos. Se ponían las piernas de la víctima en un cepo, para que le fuera imposible el movimiento, y a continuación se le untaba los pies con grasa o sal. La cabra comenzaba a lamer con fuerza y con la aspereza de su lengua levantaba la piel de los pies de la víctima, provocando un terrible dolor.
En la antigua China ya se tenía constancia del tormento de la rata, aunque fue en el occidente medieval donde se consagró. En esta tortura, se colocaba sobre el abdomen de la víctima una jaula abierta por su base. En el interior se encontraba la rata que venía a ser molestada por los torturadores, con fuego principalmente. El animal despavorido buscaba la manera que fuera para escapar y terminaba por excavar un túnel en las entrañas de la víctima.
Los elementos naturales, también se han utilizado para torturar en distintos tiempos de la humanidad. El gota a gota, era un método de tortura basado en el agua, fue muy utilizado durante la Edad Media, y se usaba fundamentalmente para arrancar la confesión o información a la víctima. Era una tortura larga, en la que el torturador no tenía prisa ninguna y lo único que tenía que hacer, era esperar a que la víctima se viniera abajo. Consistía en amarrar al reo a un poste o a la pared, atarlo fuertemente de pies, manos, cuello y frente; colocándose la cabeza debajo de un caño o grifo que dejaba derramar una gota a un ritmo continuado. Esto provocaba un estado de locura además de terminar erosionando el hueso del cráneo hasta producir la muerte.
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La Doncella de Hierro |
La Cuna de Judas |
Aplasta Cráneos |
La Pera |
La Guillotina |
Instrumentos de tortura y muerte: Agua, Inquisición española, Toalla, El toro de Fálaris y La cuna de Judas
El método del agua, en el que a la víctima se le obligaba a ingerir la mayor cantidad de agua posible, ayudándose el torturador, de un embudo que se le coloca en la boca. En estas sesiones se les hacía tragar aproximadamente unos diez litros, provocando un terrible sensación de ahogo, produciéndose en la mayoría de las ocasiones la explosión del estómago.
El método de la toca fue muy utilizado por la Inquisición española de los siglos XV y XVI. Su nombre procede de uno de los elemento necesario para esta tortura, la toca, que era una tela blanca de lino o seda con la que se hacían en aquella época las tocas o pañuelos que cubrían la cabeza de las mujeres. Esta toca, se introducía en la boca de la víctima, intentado que incluso llegara hasta la tráquea, y posteriormente se vertía agua sobre la toca, que al empaparse, provocaba en el reo una sensación de ahogo e innumerables arcadas.
La toalla mojada es un método moderno de tortura, basado en otros más antiguos como el método de la toca, y consiste en colocar una toalla sobre la boca y la nariz de la víctima, después se vierte agua sobre la toalla provocándole la asfixia momentánea. La sensación de ahogo es terrible; pero si se hacía bien, era un método que no dejaba marcas, por lo que el reo, no podía en ningún momento demostrar que había sido torturado. A partir del siglo XX, este método ha sido usado por los ejércitos y por ciertos cuerpos de policía secreta y paramilitar, que se han dedicado a reprimir tendencias políticas contrarias al régimen establecido en aquellos países. Como ejemplo, podemos decir que ha sido un método muy extendido entre las dictaduras sudamericanas, aparentando de este modo normalidad en sus actuaciones.
Fálaris (siglo VI a. de C.) fue Tirano de Agrigento durante el 570 a. de C. y 555 a. de C. Ascendió al poder con el apoyo popular, gobernando sanguinariamente. Extendió los dominios de Agrigento y combatió en Himera a los cartaginenses. Tan macabro personaje ideó un método de eliminación de opositores a su tiranía, que más tarde fue adoptado por la Inquisición durante los siglos XVI al XVIII.
Este método, era conocido como el toro de Fálaris; y consistía en meter a los herejes dentro de una esfinge de bronce o hierro con forma de toro, quemándolos vivos. Esto divertía especialmente a los espectadores, ya que los alaridos de las víctimas se podían escuchar a través de la boca del toro, asemejándose a los mugidos de dicho animal. Dentro de los métodos de tortura más eficaces para sacar una confesión verdadera o falsa, se encontraba la Cuna de Judas. Este método, consistía en atar a la víctima de las muñecas y elevarla, para luego dejarla caer sobre una pirámide muy puntiaguda para que con su propio peso se le clavara en el ano, escroto o vagina. Ni que decir tiene, que la confesión se conseguía en las primeras veces, ya que esta operación se repetía sucesivamente hasta que el condenado hablara o muriera, caso este último, que confirmaba su culpabilidad.
Mucho antes de que Galileo enunciara las leyes del péndulo simple, el Péndulo, era utilizado como método de tortura. Era el aperitivo con el que se abría una buena sesión de tortura. Las manos de la víctima eran atados a su espalda y por ellas, era elevado. Al balancearse se producía la luxación de los hombros, codos y muñecas. Era habitual añadir peso adicional atando pesas a los pies del reo. La fustigación, que consistía en azotar a la víctima con una fusta o vara, era un castigo extendido en la mayoría de los ejércitos, desde la Antigüedad hasta la Revolución francesa. Se aplicaba en caso de las penas consideradas graves, como podía ser la deserción o el robo; aunque si tenemos en cuenta que la deserción se podía pagar con la vida, este castigo, era muy bien recibido.
Instrumentos de tortura y muerte: La garrucha, El potro, La rueda, El borceguí, El casco y La Doncella de Hierro
La garrucha era el nombre con el que se conoció en la España del siglo XV, al método de tortura conocido como el estrapado, propio de la época medieval. Consistía en atar al reo con las manos atrás e izarlo con una cuerda por medio de una polea, de ahí el nombre de garrucha. A la víctima se le colocaban pesos en los pies, para después cuando se encontraba elevado, dejarlo caer de golpe contra el suelo. Esto se repetía varias veces. Al izado, que podía provocar las luxaciones de las articulaciones de hombros, codos y muñecas, hay que sumar las posibles fracturas y magulladuras, en todo el cuerpo y piernas fundamentalmente, que producían las múltiples caídas.
El potro, es un instrumento de tortura en el que la víctima, atada de pies y manos con unas cuerdas o cintas de cuero, a los dos extremos de este aparato, era estirada lentamente produciéndole la luxación de todas las articulaciones -muñecas, tobillos, codos, rodillas, hombros y caderas-. Este método, se tiene constancia que se aplicó durante todo el período que duró la Inquisición en los países de Francia y Alemania; si bien ya se conocía desde mucho antes y por supuesto se utilizaba frecuentemente en las lúgubres mazmorras de castillos, prisiones y palacios de justicia.
La rueda, era un instrumento que fue introducido en Francia en el siglo XVI, y que era muy utilizado en la zona germánica de Europa. Sin duda alguna, fue el aparato más versátil de la Edad Media, ya que la víctima se encontraba a merced total del torturador. El reo era ataba desnudo a la rueda, de pies manos y cuello; mientras que el torturador le rompía poco a poco los huesos de sus miembros, que era el objetivo de esta tortura, pudiendo aderezarla con hierros candentes, cortes, mutilaciones y algunas cosas más, que se le pasara por la imaginación. También era habitual, colocar un miembro de la víctima o todo el cuerpo, entre los radios de la rueda y hacerla girar, quebrantándole los huesos. Como remate se podía dejar al reo atado en la rueda a la intemperie, para que los animales carroñeros se lo fueran comiendo poco a poco. Ha sido uno de los instrumentos de tortura más crueles inventados por el hombre.
El borceguí era el tipo de calzado más popular del siglo XV, cubría el tobillo y era abierto por su parte delantera y se ataba con correas o cordones. Pues bien, en este período se popularizó un método de tortura que se denominó con el nombre del calzado, puesto que consistía en apretar el tobillo de la víctima por medio de varias maderas enlazadas por unas correas o gatos de hierro, para administrar presión, hasta quebrantar los huesos.
Existían métodos para dar tormento de manera general y para tan solo ciertas partes del cuerpo. Este era el caso del aplasta cabezas ó cráneos. Este instrumento estaba compuesto por un casco finalizado en un torno con una manivela. El casco, a su vez estaba colocado en una estructura metálica que permitía que al girar la manivela, fuera bajando. Pues bien, la víctima se tumbaba boca abajo con la mandíbula apoyada en el suelo, colocándosele entonces el casco y se comenzaba a girar la manivela, provocándole la ruptura de los dientes, el quebranto de la mandíbula y de los huesos del cráneo, antes de estrujar su cerebro. El mecanismo por tanto, actuaba como una prensa.
La Doncella de Hierro era una especie de sarcófago provista de estacas metálicas muy afiladas en su interior, de este modo, a medida que se iba cerrando se clavaban en la carne del cuerpo de la víctima que se encontraba dentro, provocándole una muerte lenta y agónica. Las más sofisticadas disponían de estacas móviles, siendo regulables en altura y número, para acomodar la tortura a las medidas del "delito" del torturado. Además, podemos encontrar desde el modelo más básico, que es un sarcófago de hierro puro y duro; hasta las más refinadas obras de arte, ricamente decoradas con relieves.
Instrumentos de tortura y muerte:
La horca, instrumento de muerte que todos conocemos, formado por una barra horizontal, sostenida sobre dos barras verticales, de la que pende una soga con un lazo en la que eran colgados los condenados a esta pena. En la Edad Media era la pena que los señores feudales reservaban a sus vasallos plebeyos, de ahí, que el ser ahorcado fuera la manera más vil de morir. En España, las Cortes de Cádiz de 1812 la abolieron, siendo ratificada en 1828 por Fernando VII; aunque no nos engañemos, puesto que este método de muerte fue sustituido por el de garrote vil desde1832.
Entre los instrumentos sencillos utilizados en pos de la "justicia y la verdad", la Inquisición aplicó el método de la cuerda a muchas de sus reos. Este método era sencillo pero muy doloroso, consistía en colocar a la víctima sobre una mesa o en el suelo, con unas cuerdas atadas a sus miembros o cualquier miembro sobresaliente del cuerpo humano y girar dichas cuerdas hasta tensarlas.
La tensión de la cordada que provocaba el estiramiento de los miembros, daba lugar a la luxación de las articulaciones.
El garrote consiste en un aro de hierro, con el que se sujeta contra un poste fijo, la garganta de la persona que se va a ejecutar; oprimiéndola por medio de un tornillo de paso muy largo hasta conseguir la estrangulación. También el tornillo penetraba en la parte trasera del cuello rompiendo las vértebras y por tanto, la espina dorsal. La muerte podía sobrevenir por dos medios, asfixia o por el quebranto de la columna vertebral de la víctima. En cualquier caso, el sufrimiento estaba garantizado.
El garrote vil, es el nombre con el que se conoce en España al garrote. Se introdujo en nuestro país a raíz del código penal de 1822. En 1832, se suprimió la horca y fue sustituida por el garrote vil, estando vigente desde entonces hasta 1978, como uno de los procedimientos utilizados para administrar la pena capital. Por fortuna, en 1978, se abolió la pena máxima en este país, en virtud de lo que se expresa en nuestra Constitución.
El garrote, además de ser el nombre con el que se conocía un método de muerte, era la denominación que tomó un aparato de tortura, propio de la Inquisición. Este instrumento consistía en una mesa, a la que se le adosaban unos "garrotes" o prensas, que oprimían las piernas de la víctima, por un lado; y los brazos y pecho, por otro. Aplicando presión lentamente en aquellas zonas del cuerpo, se producía un intenso y agudo dolor al provocar el quebranto de los huesos.
La sierra, fue un método de muerte utilizado ya en tiempos del bíblico Rey David. Esta pena, consistía en colgar boca abajo a la víctima para que el cerebro estuviera bien regado y no muriera el condenado desangrando antes de lo previsto; y se le comenzaba a serrar desde el ano y los genitales hacia el pecho.
El acero de dientes agudos de la sierra cortaba fácilmente el cuerpo de la víctima provocándole un gran dolor, si bien el reo no comenzaba a perder el sentido hasta que se había llegado por lo menos al ombligo. Era sanguinolento y muy cruel y fue aplicado fundamentalmente contra homosexuales, de ahí que la tortura comenzara por el ano y los genitales, objetos fruto del pecado.
Instrumentos de tortura y muerte: La sierra, Las jaulas colgantes, Los grilletes, El Cepo y La Cigüeña
El método de la sierra ha sido muy utilizado, pero parece ser, que muerte tan macabra ha sido eludida por la memoria selectiva de la Historia. En España, este método fue usado en el ejercito hasta el siglo XVIII como medio de ejecución. Goya captó de manera magnífica, mejor que cualquier reportero de guerra actual, los "Horrores de la guerra" -Guerra de la Independencia española-, que enfrentó entre 1808 y 1914, a franceses y españoles fundamentalmente, por el domino de nuestro país. Durante la contienda los guerrilleros españoles cometieron crímenes contra las soldados de las tropas napoleónicas terribles, empleando el método de la sierra con los prisioneros entre otras muchas crueldades.
De todos modos, el método de la sierra, era ya conocido por los franceses que lo empleaban contra las brujas embarazadas, supuestamente por el mismo demonio. En Alemania, en tiempos de Lutero también se empleó esté método contra los cabecillas de las sublevaciones campesinas.
Las aulas colgantes eran armazones metálicos que quedaban suspendidos en el aire por un cable. Formaban parte del mobiliario urbano de los ayuntamientos, palacios y cortes de justicia de las ciudades europeas, hasta que poco a poco a finales del siglo XVIII decayó su uso. Era el lugar de honor de aquellos que hubieran cometido alguna acción, que tuviera que servir de escarmiento y ejemplo para el resto del pueblo; o a veces, cuando el pueblo requería justicia sobre algún hecho que hubiera conmovido a toda la comunidad, la manera de manifestar que la autoridad se encargaba de impartirla. El caso es que la víctima, semidesnuda, que quedaba condenada a morir de inanición, tenía que soportar las inclemencias del tiempo. En ocasiones, tenía también que compartir su jaula con gatos salvajes y otros animales que eran azuzados por los torturadores; otras veces, eran las gentes del pueblo los que, entre otras cosas, lo apedreaban.
Los grilletes han sido utilizados desde época antigua. Según diversas fuentes, ya los egipcios conocían las cadenas y las utilizaban para engrilletar a los esclavos y a los reos de delitos de cualquier índole. En las mazmorras medievales era muy habitual tener colgados de brazos o muñecas a los presos, por medio de unas cadenas adosadas al muro, finalizadas en argollas. Las víctimas podían permanecer de esta manera durante tiempo indefinido, provocando a corto plazo, inmensos dolores, calambres y luxaciones; y a largo plazo, la invalidez total de las extremidades superiores e inferiores.
El Cepo, era un método más que de muerte, de castigo por delitos de robo, disturbios o pendencias; aunque en un momento dado se podía tener expuesta a la víctima hasta la muerte, si así se decidía por la corte de justicia. También fue utilizado como método de tortura para conseguir una confesión en las mazmorras de castillos, palacios de justicia o cárceles inquisitoriales. El Cepo era un instrumento que servía para sujetar al reo por la garganta y las muñecas; y según el modelo también por los tobillos, consistente en dos maderos ajustables. La víctima quedaba expuesta al público en la plaza de la ciudad, encontrándose a merced del populacho que lo vejaba y goleaba, a veces incluso hasta la muerte, con el beneplácito de la autoridad.
Los métodos de tortura han sido siempre expeditivos y han conseguido la confesión de la víctima. La Cigüeña era un método infaliblemente cruel, que consistía en someter al reo a este aparato. La Cigüeña, en sí, es un aparato hecho de hierro que sujetaba al condenado por cuello, manos y tobillo, y lo sometía a una posición incomodísima que provocaba calambres en los músculos rectales y abdominales; y a las pocas horas de todo el cuerpo. Pero esto no terminaba aquí, ya que se acompañaba de golpes de todo tipo, mutilaciones, quemaduras...
Instrumentos de tortura y muerte.: La Pera, Garras de Gato, La Crucifixión, La Flagelación y La Fustigación
Aparatos dedicados a fines médicos, como era el caso de la pera, que servía para los estreñimientos, se modificaron y adaptaron a las mil y una necesidades de los torturadores del siglo XV.
La Pera, era un instrumento con forma de pera que una vez introducido en boca, vagina o ano, comenzaba a abrirse gracias a un mecanismo giratorio. Además en sus puntas gozaba de unos pinchos o púas que desgarraban la traquea, útero o el recto, dependiendo por la zona en la que fuera introducido.
La modalidad oral de este invento, era aplicada a las personas que habían obrado mal de palabra, es decir, herejes, ortodoxos...; la anal, como no, a los homosexuales; y por supuesto la vaginal a las brujas que habían mantenido relaciones sexuales con el diablo, prostitutas, adulteras o mujeres que habían mantenido relaciones incestuosas.
Utensilios que hoy en día nos parecen la mar de inocentes, fueron utilizados como elementos de tortura física ciertamente inhumanos, dejando secuelas corporales y psicológicas terribles en los reos que lograban sobrevivir. De este modo, lo que hoy conocemos como rastrillo de jardinero, eran conocidos en otros tiempos como las Garras de Gato. Esta especie de rastrillo de puntas afiladas arrancaban la carne a tiras de las víctimas desnudas, que colgaban por sus muñecas suspendidas en el aire. En ocasiones, dependiendo de la destreza del torturador se llegaba incluso a separar la carne de los huesos. Cualquier instrumento sencillo, ha servido a los torturados, como han sido unas simples tenazas, que servían para arrancar de cuajo, dientes y cualquier otro miembro sobresaliente del cuerpo humano. El fuego y los hierros incandescentes servían también, al igual que las tenazas, de un complemento perfecto. El famoso escritor francés, Julio Verne (Nantes, 1828-Amiens, 1905), inmortalizó en su famoso obra Miguel Strogoff (1876), su uso, describiendo como el personaje de su obra era cegado utilizado un hierro al rojo vivo.
La crucifixión consiste en fijar o clavar al reo en una cruz. Generalmente la víctima moría por inanición, aunque sufría las inclemencias del tiempo al encontrarse a la intemperie, además de estar expuesto a los escarnios del pueblo, que ocasionalmente podía apedrearlo. Este método de muerte fue muy utilizado en época romana y en principio era la pena para sancionar a ladrones reincidentes, violadores... Desde la crucifixión de Cristo comenzó a ser la pena para castigar a los cristianos, pero cayó en desuso al igual que caía el Imperio Romano. Esto se debió sin duda alguna, al triunfo del Cristianismo, comenzando a considerarse una herejía el uso de la crucifixión como método de muerte.
La flagelación es un castigo consistente en azotar a una persona. Los concilios cristianos de Agde en el 506 y Mcon en el 582 adoptaron la flagelación como castigo y posteriormente la aplicaron diversas reglas monásticas como penitencia. Este método se adaptó también como medio de tortura, utilizado para conseguir cualquier tipo de confesión. A veces, las heridas provocadas por los látigos y flagelos, eran tratadas con sal o vinagre, que por un lado servían para desinfectar y evitar que el reo muriera; y a la par, le proporcionaban un dolor tremendo que servía de doble castigo.
La fustigación, que consistía en azotar a la víctima con una fusta o vara, era un castigo extendido en la mayoría de los ejércitos, desde la Antigüedad hasta la Revolución francesa. Se aplicaba en caso de las penas consideradas graves, como podía ser la deserción o el robo; aunque si tenemos en cuenta que la deserción se podía pagar con la vida, este castigo, era muy bien recibido. Fuente Consultada: Los Instrumentos de Tortura de Roland Villeneuve |
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Estamos de acuerdo que hubo inquisicion. Hasta el papado lo reconociol. ¿En cuba no hubo y hay torturas y asesinatos? No seas hipocrita.
LA UNICA VERDAD ES LA DE CRISTO |
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Vos necesitas predicar a FIDEL CASTRO PORQUE NECESITAS UN DIOS CHIQUITITO. TODO PARA SOBREVALUAR TU EGO. ESO TE LLEVA A LA MENTIRA. DEJA DE MENTIR. HABLANOS DE QUE HAY MAS DE 5000000 DE CUBANOS QUE VIVEN AFUERA Y QUE NO TIENEN LIBERTAD. ¿PORQUE MENTIS? HABLA DE QUE LOS ASESINATOS QUE HUBO Y HAY EN CUBA. EGO AMIGO. ESO SE LLAMA EGO
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LA UNICA VERDAD ES LA DE CRISTO
252. Juan 8:32: y conoceréis la VERDAD, y la VERDAD os hará libres.
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En el nombre de dios se han cometido los peores crímenes de la historia ...Ud lo sabe sayón pinocho .... |
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