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De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 12/08/2012 11:46

Mariana Pajón

La chica adorada

Por: Elespectador.com

Perfil de una campeona olímpica de bicicrós que siempre "se la ha creído".

 
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La bella paisa Mariana Pajón, medallista de oro de Colombia en Londres.  / Camilo Rozo - Red Bull Content Pool La bella paisa Mariana Pajón, medallista de oro de Colombia en Londres. / Camilo Rozo - Red Bull Content Pool

El bicicrós es un deporte perfecto para las desgracias de los favoritos. La caída del partidor señala una ruleta en la que no valen los mejores tiempos, ni el escalafón mundial, ni el respeto ganado a fuerza de primeros lugares. Hasta la salida del primer peralte hay ocho corredores alineados en apenas 10 metros. La manigueta del freno es un adorno. Las ventajas iniciales se marcan en el aire luego de la primera rampa y no sobre el suelo de la pista. En esa recta se necesitan las mañas de los jockeys viejos de los hipódromos y la suerte de quienes ganan las quinielas en la tribuna. Solo hay una manera para huir de la fatalidad ambiente de los primeros 100 metros: tener las piernas más rápidas en la salida, la temeridad del acróbata para afrontar las primeras rampas y la sutileza del piloto al aterrizar. Porque en el bicicrós no gana el que más vuela, sino el que vuela lo justo.

Mariana Pajón combinó el viernes pasado, sin un solo error, esas tres condiciones para evitar lo que todo el país temía frente a la televisión. Ganó cuatro carreras de principio a fin, llegando líder al primer peralte y dejando la mala suerte de los enredones para Francia, Holanda, Nueva Zelanda o Australia. Haciéndonos sentir favoritos y ganadores en cada una de las series. Favoritos y ganadores: una combinación de la que hemos aprendido a desconfiar desde hace tiempos. Ella no necesitó más que la frase común de una joven de 20 años para definir su estrategia: “Hay que creérsela”.

Hace dos años, cuando todavía era una estudiante del grado 11 de un colegio católico en Medellín, la visité en uno de sus entrenamientos nocturnos en el velódromo Martín Emilio ‘Cochise’ Rodríguez. Mi tarea era averiguar de dónde venía la seguridad de una joven que llevaba 12 años creyéndosela toda y respaldando su confianza con 12 títulos mundiales. Me senté a ver la colección de bicicrosistas en el foso central del velódromo. Formaban un estruendoso carrusel saltando sobre las improvisadas rampas de metal. Pasaban uno detrás de otro y en el aire intentaban dejar una pequeña marca personal. Los cascos sobre la cabeza no permitían reconocer si el dueño de la pirueta y el aterrizaje eran hombre o mujer. Luego de 15 minutos de observación, una de las figuras del carrusel comenzó a diferenciarse. Tomaba impulso sin mucha fuerza, se sostenía en el aire sin alardes y aterrizaba en silencio sobre la segunda rampa. El mecanismo de su salto parecía recién alineado por un mecánico. La dueña de la línea más precisa y más corta entre los dos extremos era Mariana Pajón. Campeona mundial desde que se aprendía los picos de nuestras cordilleras en sexto grado.

Al lado de los pisteros que lucían sus lycras con la bandera nacional y rodaban acompasados y silenciosos, el ruido de los bicicrosistas y sus fachas desaliñadas parecían mostrar un simple juego de barrio. Y sin embargo, entre esos muchachos estaba la única medalla de oro para Colombia en Londres 2012. Pero Mariana Pajón no siempre ha podido sortear las sombras que imponen las rampas y los peraltes. Porque los bicicrosistas deben pulirse a golpes. A finales de marzo pasado, en una carrera de la Copa Mundo de Supercross en Chula Vista, Estados Unidos, una caída la dejó con una fisura en la clavícula y dos ligamentos rotos en un hombro. Parecía que se confirmaba el sino de nuestros favoritos. Un mes lejos de la bicicleta fue la sentencia del médico. Y ya estábamos imaginando las lamentaciones de cajón: “No tuvo el tiempo necesario para ponerse a punto”, “Llegó sin el ritmo de competencia necesario”, “Se truncó el ciclo normal de su preparación”. Pero no, Mariana Pajón tiene, además de su clase en la pista, una historia clínica suficiente para permitirle sortear los problemas de un hombro tronchado. En su mano derecha está el tatuaje de los anillos olímpicos más dos platinas y nueve tornillos que dejó un accidente en 2007. Y en 2011 una caída le dejó algo más que huesos maltrechos: un hematoma en un riñón hizo temer por su futuro en las pistas. Pero dejemos el inventario de cicatrices para los acróbatas de otras carpas y vamos a la historia que cuenta su álbum familiar.

Mariana Pajón tiene el típico álbum de los deportistas atípicos. Ahí está la foto de la niña de tres años montada en su primera bicicleta: “Aprendió en 15 minutos”, me dice su papá. En la página siguiente está enfundada en una trusa de gimnasia olímpica: “la practiqué durante cinco años, me encanta, es mi sueño frustrado”, me dice Mariana con el tono de la niña que no se conforma con un solo juego. Cuando quedó campeona mundial por primera vez, en Argentina en el año 2000, los demás deportes se volvieron un recuerdo. Era apenas lógico. Pero faltan fotos. Ahí va manejando un kart durante una válida en Medellín: “Era una burra”, dice su mamá entre risas. “No frenaba. Una vez le dañó el kart nuevo a un amigo en un entrenamiento, le pasó por encima, imagínesela en las carreras”. Para terminar la sección deportiva del álbum están las fotos de Mariana jugando balonmano en el colegio.

Pero, más allá de los retratos y las anécdotas, su recorrido por los títulos comenzó en el barrio Belén, cerca de la cabecera del aeropuerto Olaya Herrera en Medellín. Los aviones pasan bajos, buscando la pista, y los bicicrosistas se elevan, saludando a los pilotos. Allí ganó Mariana su primera carrera. Tenía 4 años. Se inscribió por su cuenta para enfrentar a los niños de 5 y demostró no la igualdad de sexos, sino la supremacía femenina. Creció compitiendo contra los hombres en un deporte donde las mujeres eran escasas. “Ella todavía tiene ese aire de niña, vos la vez y es muy delicada. Su página personal en internet es rosada, muy tierna. Pero se pone el casco y se transforma. Guerrea contra todos esos pelaos que la tratan duro pero duro”, me dijo su papá hace dos años. Y parece que no ha cambiado. Su foto enviada por Twitter el viernes en la noche, cobijada, despidiendo al país desde su cama con la mascota de los Olímpicos como peluche compañero, es la de una niña que le manda un beso de buenas noches a todo un país agradecido.

Pero con ella no todo es color de rosa. Mariana Pajón impuso el desorden en la pista de Belén. Los papás les pegaban a los hijos por dejarse ganar de una mujercita. Los directivos no sabían cómo marcar las planillas de la niña que ganaba los trofeos de los hombres. Cuando le pregunté hasta qué edad les ganó a sus colegas del sexo fuerte me respondió con un “todavía” acompañado de la risa más maliciosa de nuestra conversación.

Vivió su época de colegio como todos sus compañeros, con los sobresaltos y las manías comunes de la horda que abandona la adolescencia. Pero sus metas estaban lejos de las miras adolescentes que suelen encumbrar lo nimio y desdeñar lo grande. Mariana Pajón tiene preocupaciones y aspiraciones a largo plazo, una mentalidad formada bajo la tensión de la alta competencia, un millaje más largo que nuestra canciller y una confianza que solo se la conocíamos a la ‘Chechi’ Baena. Cuando le pregunté por su novio con la intención de hacerla sonrojar, para que apareciera la adolescente común y silvestre, me respondió con una frase bien entrenada: “No, ahora no tengo. Hay tiempo para todo y este no es el mejor momento”. No sé qué habrá pasado en dos años, pero no hay duda de que los pretendientes siguen teniendo un rival imposible: la bici.

La bandera que los ganadores han usado como capa durante todos los juegos tiene un significado especial sobre los hombros de Mariana Pajón. La antioqueña ha sido campeona nacional en Estados Unidos, corriendo el torneo gringo en busca de mayor nivel; ha ganado un título mundial en Australia y ha despertado la envidia de los entrenadores ingleses. Esos tres países le ofrecieron en su momento un pasaporte, una camisa con su bandera y un apoyo completo para su preparación rumbo a Londres. Pero ella se quedó con el apoyo de Coldeportes y su programa Altius y lo que durante buen tiempo le ofreció el Indeportes en Antioquia. Cambiar de bandera no estaba en sus planes.

Un dato final para el recorrido en busca del origen de la confianza de esta joven de 20 años que era la máxima carta para el oro según todos los colombianos, empezando por Baltazar Medina, el presidente del COC. Por sus compromisos deportivos, los últimos años de colegio de Mariana Pajón fueron a saltos. Se ponía al día en los recreos y en el tiempo que dejaban sus entrenamientos. Sin embargo, sacó el tercer Icfes en Antioquia entre los alumnos de calendario B. No se le ocurrió contármelo cuando hablamos del colegio. Me lo dijo su papá, siempre descrestado con esa hija a la que los narradores ya llamaron reina. La medallista colombiana tiene la tranquilidad de los campeones en los deportes que están por fuera del ruido de las pantallas.

Y tiene otra ventaja. No se ha hablado de su casa, ni de un posible empleo, ni de sus aspiraciones políticas. Solo ha dicho que espera ser medallista en Río y en la ciudad que señalen para 2020. Démosle gracias, no acabará en el Congreso.



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