Hace exactamente 520 años, la necesidad de un capitalismo todavía en pañales de explorar mercados y rutas de intercambio mercantil llevó a un visionario navegante, acompañado por un puñado de aventureros y delincuentes metidos al quehacer de la marinería, a “descubrir” fortuitamente lo que es hoy Indoamérica. Desde la llegada de aquel genovés, arribado desde España a las tierras del Guahanani, la rapacidad civilizatoria dejó hasta hoy millones de muertos y desheredados, que fueron utilizados durante siglos y sin contemplación alguna para llevar a cabo las tareas más penosas con el fin de engordar la panza europea, ávida de metales preciosos que, poco mas tarde, financiaron el desarrollo industrial del Viejo Mundo. Necesitados de mano de obra esclava y riquezas naturales extraídas por estos “indios”, los conquistadores, a la par de ejercer la explotación más brutal sobre ellos y para no cargar con culpas derivadas de los mandamientos fundamentales de la cultura judeo-cristiana, les negaron humanidad, considerándolos extraños a la esencia del hombre. Los originarios, entonces, “los otros”, colonizados, homologados a la nada, fueron considerados entes desprovistos de cuerpos sufrientes, a los que se podía lacerar y escarnecer sin arrepentimiento alguno, y hasta de almas, según pontificaron los representantes teologales de la invasión. Así, la espada y el arcabuz de los colonizadores, que hirieron y destrozaron carnes con el fin de hacer prevalecer su poder sobre los invadidos, se simbiotizaron con la cruz que blandieron los ministros de los cielos, ocupados en convencer a los insumisos que la voluntad divina no los favorecía por cuanto constituía la esencia de sus amos.
El mito del “descubrimiento” de América no sólo intentó legitimar el exterminio o la supervivencia de los invadidos según las conveniencias económicas de los invasores, sino que se configuró en base al ocultamiento de las propias existencias colectivas de aquellos. Cultura, lengua, religión y sustrato material, forma de producir bienes de uso y satisfacer necesidades materiales y culturales, funcionales a la propia continuidad histórica de las comunidades preexistentes a la conquista, fueron liquidadas, castradas y arrojadas a la ciénagas del olvido. Considerados como colgajos dispersos de un cuerpo colectivo sin vida, fragmentos de una supuesta incivilización que no cabía en los cálculos ni en la estrecha mentalidad del mundo hegemonizado por la mercancía y su expresión universal, el oro (dinero), verdadero “caballero” y dios de las alturas de la acumulación, los pueblos originarios fueron condenados a rellenar páginas de volúmenes arqueológicos, antropológicos y otros y/o a adornar salas de museos como piezas taxidérmica.
Sin embargo, aunque sojuzgados y ocultos por el tsunami de agua servida civilizatoria, los originarios supervivientes lograron mantener, a través de la resistencia integral al invasor, colonizador, opresor y explotador, mitos y pautas culturales que les permitieron hasta hoy no solo sobrevivir al genocidio integral al que fueron sometidos, sino regresar desde el cementerio de la memoria al que los habían arrojado para recobrar sus identidades y luchar, junto a sus hermanos de infortunio, por el sustrato espiritual y material que los había concebido naturalmente: la tierra, hembra y madre a la vez, violada por los conquistadores de viejo y nuevo cuño.
Desde Diriangén y Lautaro, Tupak Katari y Tupak Amaru, Bartolina Sisa y sus hermanas de todo el continente que prefirieron morir antes que parir esclavos para los invasores, Calfucurá, Baigorrita, Pincén, Leoncito, Cambá, Nocorí, Caballo Loco y Toro Sentado, hasta Quintín Lame, Eutiquio Timoté, Anastasio Aquino, Leonard Peltier, los millares de quichés, caqchiqueles, chibchas y otros asesinados en la Guatemala de los “kaibiles” ayer y aún hoy, los mapuche que resisten en Chile la depredación de madereros y otros exponentes de la rapiña del capital, los paisanos de nuestro país que combaten contra los saqueadores sojeros que intentan despojarlos de sus ya casi exhaustos territorios, hasta el compañero Evo Morales Ayma en Bolivia, primer Presidente indígena del subcontinente, los originarios han dejado de ser sólo historia para convertirse en presente de lucha y futuro libertario, multicultural, plurinacional, sin oprimidos ni opresores, ni explotados ni explotadores.
Junto a todos los nuevos “indios”, de piel blanca, morena o cualquier otra, hermanados en la lucha contra el enemigo común que los/nos oprime para beneficio de unos pocos, los originarios tienen hoy la responsabilidad de constituírse en el río mas caudaloso que enrrumbe a todos los oprimidos y explotados, dispersos y a la vez unidos en sus diferencias, hacia la gran corriente de la liberación nacional y social y la transición al socialismo.
Este 12 de octubre se redescubre como nuevo hito del combate contra el capitalismo depredador de todos los desheredados de la tierra. Los pueblos originarios, desde sus especificidades, han de seguir luchando para reconstruir sus marginadas existencias en el contexto del mundo actual, signado por la crisis del sistema, la depredación y el saqueo de la madre tierra, el envenenamiento del planeta todo y la violación sistemática de la humanidad/naturaleza en pos de un único objetivo: la ganancia de unos pocos monopolios imperialistas. Alguna vez, en el marco del proceso de autonomía de la Costa Atlántica nicaragüense, hecha realidad en el marco de la Revolución Popular Sandinista, el ya fallecido comandante de la Revolución, Tomás Borge Martínez, sentenció: “somos hermanos, un arcoiris, hijos del sol y de la tierra, habitantes de lagos, selvas, rios y volcanes que a todos nos pertenecen por igual”.
Uka jach’a uru purinjiwa! El Gran Día Está Llegando, brama desde el Ande el achachila Illimani, abuelo milenario de La Paz, azotea del altiplano de esa Bolivia que debe su nombre a Simón Bolívar, liberador, junto a José de San Martín, José Martí, Gervasio Artigas y tantos otros, de Nuestra América, la antigua Abya Yala de nuestros ancestros hijos de la tierra, patria del Guerrillero Heróico Ernesto Che Guevara.
Jallalla pueblos originarios.
Causachum Che, jatún tata munata Revolución socialista indoaméricamanta.