Hace 520 años atrás, los árabes que se expandía hacia Europa bloqueaban las rutas comerciales terrestres que España había conseguido construir con las civilizaciones de la China e India. Los comerciantes europeos, desesperados por el cierre de aquella válvula, se lanzaron al desconocido mar Atlántico para conseguir una ruta alterna para sus negocios, y así evitar el colapso europeo por inanición.
En su travesía desesperada para nuevamente oxigenarse con las riquezas de las civilizaciones del Oriente, los mendigos del Atlántico se toparon con Abya Yala. Tierra preñada y fecunda de civilizaciones multicolores que asumían el oro y plata en abundancia como simples ornamentos rituales. Más, para Europa que intentaba transitar de una economía agraria feudal hacia una economía mercantil, esos metales preciosos eran muy codiciados para respaldar y dinamizar su nuevo estilo de vida “superior”, el capitalismo. Aquél “descubrimiento” lo asumieron como una providencia y predilección de su Dios.
Así, los mercaderes ya no siguieron buscando ni la seda, ni las especias del Oriente, sino se quedaron para saquear a las civilizaciones del “nuevo” mundo, y apropiarse de todos los metales “preciosos” que buscaban. Los pueblos de Abya Yala, que creían en la presencia del desconocido como una promesa divina y no como una amenaza, acogieron y celebraron el arribo de los recién llegados. Colaboraron con ellos. Les entregaron todos los metales que los “huéspedes” pedían. Pero éstos, que no tenían mucho de humanos, menos de enviados divinos, destruyeron, masacraron, infestaron de sífilis, bautizaron, comercializaron con el cuerpo y la libertad del África. Todo en nombre de su Dios.
Para justificar aquel exterminio y saqueo jamás conocida por la humanidad, recurrieron a teorías filosóficas absurdas para auto afirmarse como la raza y civilización superior, y a nosotros nos redujeron a seres “infrahumanos”. Por tanto, sin derecho a tener derechos, ni reclamar lo nuestro. Así, los enviados de Dios para “evangelizar” el nuevo mundo, mediante la biblia y la espada, y civilizar a la humanidad, afianzaron el sistema del capitalismo mercantil sobre las cenizas de la dignidad de los pueblos y de la Madre Tierra
520 años después, aquel monstruo del capitalismo que los “civilizados” afianzaron como el único estilo de vida, ahora se vuelve en contra de ellos. El implacable imperio de las corporaciones neoliberales, deglute los derechos humanos básicos que Occidente intentó forjar en más de dos siglos de luchas sociales. Millones de europeos y norteamericanos, incluidos gobiernos, se sienten impotentes ante la invasión brutal del capitalismo recargado sin patria y sin compasión. 520 años después, Europa busca comida en los contenedores de basura en las puertas de los supermercados. Ni el mismo Dios cristiano puede hacer nada contra este nuevo Dios mercado que, ahora, se come a sus propios progenitores, y empuja a sus apóstoles neoliberales a invadir, matar y despojar en busca de lo que la colonia dejó en los pueblos del Sur.
Mientras esto ocurre en el Norte “civilizado”, 520 años después, los “incivilizados” del Sur, lejos de seguir siendo objetos de la caridad internacional, nos constituimos, no sólo en una barrera para frenar la avaricia insaciable del imperio de la muerte, sino en una propuesta real y concreta para domar al monstruo del capitalismo neoliberal. No sólo porque ya conocimos sus recetas fracasadas, sino porque sabemos, por historia propia, de qué material está hecho. UNASUR, MERCOSUR, ALBA, CELAC, BRICS, ASPA son propuestas refulgentes frente a la UE, FMI, BM, NAFTA, OCDE, OMC, ahora, con pronósticos reservados. Y estas esperanzas promisorias no son fruto de la “evangelización” cristiana o del desarrollo capitalista, sino de los esfuerzos de descolonización integral de estos dos rostros de la colonización.
Esta historia tiene que servir para que el Norte y Occidente entiendan que nosotros los mortales no somos ni mejores, ni peores. Ni ángeles, ni demonios. Ni amos, ni esclavos. Sólo humanos, hijas e hijos de la Madre Tierra, hechos para acoger a “Otros” siempre como una promesa, jamás como una amenaza.