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Durante el Gobierno de Lagos sostuvimos, y la historia actual nos ha dado la razón, que no se puede confundir partido y gobierno. Que no se puede confundir tampoco la capacidad de los partidos de construir juicio crítico de la realidad con el apoyo a un Gobierno.
Los partidos son entes vivos, asociaciones colectivas que se implican por compromiso y sensibilidad social. No se puede castrar la capacidad crítica de un partido cualquiera sean las circunstancias históricas, y ese es un principio democrático fundamental. Mucho más alta es aún nuestra responsabilidad toda vez que las ideas liberales ganan terreno en la dirección del partido. Los partidos somos el cable a tierra de los gobiernos, sensibilidad popular, correa transportadora de intereses, necesidades y también de frustraciones de la gente con el Gobierno. Por lo mismo debieran constituir la principal arma político social que vincule Gobierno y ciudadanía.
Por lo mismo, la autoridad política debiera valorar en la práctica la autonomía de los partidos y agradecer la oportunidad que estos puedan entregar visiones comprometidas que no son posibles de percibir desde palacio.
Pero, lo que no puede aceptarse es el uso de las directivas de los partidos como prótesis que prolongan el voluntarismo de las decisiones gubernativas, o reducirlas a meras instancias destinadas a imponer con golpes de tipo funcionario adhesiones que violentan la ética o los principios de los partidos.
Si los Gobiernos insisten que están por sobre los partidos, deben aceptar el principio que los partidos trascendemos a los Gobiernos. En consecuencia, el rol que deben asumir los partidos es el ser garantes de la crítica y también de la propuesta.
El Gobierno no tiene ningún derecho a intervenir ni la voluntad de los partidos ni la voluntad de los parlamentarios ni la voluntad de los dirigentes sociales. Influye con el peso de sus ideas, con el fundamento y razón de sus decisiones, pero los gobiernos democráticos no dan cuadrillazos. Si el Gobierno asume decisiones que se fundan de manera racional, ellas deben ser capaces de sostenerse solas frente al pueblo, frente a la legislatura, frente a los movimientos sociales. Si no es así, significa que no se gobierna cuidando sus intereses.
Baste recordar lo bochornoso del cuadrillazo con Ministro, telefonazo desde la Moneda, en la Comisión Política del PS para hacer que por razones de Estado se aceptara el acuerdo educacional empresarial con la derecha, cuya firma, al día siguiente desató el triunfalismo y las lágrimas respecto a la nueva etapa de los pactos sociales. Duro desengaño 24 hrs, después cuando la propia derecha dio un portazo al acuerdo con el Gobierno. o cuando algunos días después, el Presidente de Renovación Nacional en la Junta Nacional de su partido se burlaba del Gobierno por la manera como habían conseguido imponer un acuerdo educacional que recogía todas sus aspiraciones y habían obligado al Gobierno a retroceder y modificar las suyas. ¿Cómo quedó la imagen de la Presidenta ante los actores educacionales que habían configurado otro sentido y otra direccionalidad a esa iniciativa? Sobre todo cuando el principal operador de ese acuerdo con la derecha era un propio miembro de su Gabinete.
El problema de fondo, y que no podemos obviar en la discusión del Congreso y que es lo que humilla y avergüenza a los socialistas es que un Gobierno, predominantemente, al servicio de las lógicas liberales y de los empresarios termine por transformar al Partido Socialista en un instrumento contra los trabajadores, o, en la mejor de las hipótesis, en un peligro para los intereses de los trabajadores.
La Transición política chilena ha sufrido varias tragedias de las cuales los socialistas tenemos distintos grados de responsabilidad colectiva. Por ello, debiera estar entre las prioridades de una nueva conducción partidaria contribuir a corregir y a recuperarlas democráticamente. La primera, es la derechización de la conducción del PS y la aceptación en sus filas de personeros cooptados desde los directorios empresariales. Enseguida, la deslegitimación de los movimientos sociales alternativos y la ampliación y fortalecimiento de la represión policial a los movimientos sociales. Tercero, el desarme de los medios de comunicación alternativos e independientes. Cuarto, el no reconocimiento de un estatus de autonomía a las Comunidades indígenas y al contrario, contribuir a su deterioro político y moral. En lugar de contribuir a preparar los liderazgos para un futuro gobierno autónomo de las comunidades originarias, se deslegitima y reprime las generaciones de relevo.
Finalmente, consideramos que uno de los errores destacados de la gestión política de este, nuestro gobierno, ha sido la exclusión total de la izquierda, de sus profesionales y de las ideas del socialismo de izquierda. Se ha renunciado a matices, a competencias políticas y profesionales, a buscar equilibrios en las tendencias y enfoques que puedan desarrollarse fuera de la lógica liberal, tanto en la concepción de políticas públicas como en el uso de metodologías de trabajo alternativas. Con ello se ha excluido a especialistas, de ideas socialistas, que podrían haber contribuido a anticipar crisis y diversificar enfoques en gestión política, en gestión social y en materias sectoriales. En la lucha interna de los grupos de poder partidario los operadores de las tendencias de derecha difunden entre los militantes de los Comunales la idea que la exclusión de la izquierda del partido se interpreta como un castigo por pensar como socialistas. Si así fuera, ¡qué honor!
Incluso la crítica de izquierda en el gobierno en materias laborales al pequeño Zar de Hacienda no es capaz de intervenir y modificar el curso principal de la matriz económica financiera. Ayuda a la imagen de un gobierno con dos almas pero que en la práctica sigue siendo de un solo corazón. ¿Quién le pone el cascabel al grupo que se autodenomina Expansiva y cuyo fin en el gobierno es mantener el barco encallado en el puerto de los empresarios? Se puede decirnos que es una opción no ponerles ningún cascabel, bien, que así sea, eso es posible, pero entonces cabe preguntarse ¿qué hacemos en el Gobierno?, o ¿qué hacemos con el Gobierno?
Estamos frente a una fuerza hegemónica en el vértice de la Concertación que proyecta, desde el Gobierno anterior al actual, el estandarte de un continuismo que defiende la inmutabilidad del cambio democrático. Es el "Laguismo". Representa una misma casta de funcionarios superiores del Gobierno anterior que han tenido éxito en dejar o en volver a funciones y cargos importantes a sus integrantes. Es la "puerta giratoria" o la "repetición del plato". Mucho Laguismo, poco Bacheletismo. Con ello se ha obstaculizado la nitidez de un signo propio y una identidad propia en el gobierno, y es, probablemente, la causa del desgaste acelerado de popularidad en las encuestas. El continuismo es una inercia política muy poderosa en la Concertación de estos días. Las razones parecen evidentes cuando estallan los escándalos de corrupción o se transfieren responsabilidades políticas como es en el caso del Transantiago. Por supuesto, sería demasiado simple creer que se trata de una maniobra apache. La continuidad institucional y económica se sustenta en el concubinato de un cierto tipo de política y el mundo de los negocios. No es nuevo. Sucedió también con la cooptación de los Generales a los Directorios o a la propiedad de las Empresas durante la Dictadura.
Esa fuerza fáctica, de amplio espectro, fue incapaz de desatascar la Concertación hacia la vía de los cambios institucionales y sociales necesarios. Esa fue la razón de la necesidad de un nuevo liderazgo, con capacidad de reinventar la esperanza de cambio. Eso la Presidenta lo hizo en la calle, diciéndole a cada chileno que era necesario seguir creyendo. Era su palabra de mujer. Sin la Presidenta no hubiera habido más Concertación. Pero ella no es suficiente para mantenerla viva. El Laguismo no solo sumió la Concertación en una profunda crisis, la exportó al actual gobierno. Los verdaderos responsables del fin de la Concertación son quienes de manera contumaz no han cesado de travestir las políticas originalmente democráticas de la Concertación en políticas neoliberales. Y si no cesa la usura del poder de los mismos grupos que hacen de la reproducción del statu quo un oficio la crisis de la Concertación será terminal.
El continuismo no solo es una amenaza a la continuidad de la Concertación, es una amenaza al futuro estratégico del Partido Socialista y de su proyecto democrático de trabajadores.
Durante los recientes años hemos debido combatir los esfuerzos del laguismo por hacer desaparecer el Partido Socialista a través de la fusión con el PPD y el PR, como una fantasía autoritaria de dotarse de un Partido Popular Progresista que administrara el futuro político electoral de ese grupo. Hoy el peligro se cierne en alinear la dirección de la política socialista a la direccionalidad de la política neoliberal del Gobierno
La crisis de la concertación y del Gobierno abre camino a un nuevo futuro de gobernabilidad democrática de amplia base popular. Ello es parte y requisito de un proceso orientado a volver a los principios originales de lealtad al cambio democrático y a la justicia. Se trata de vincular de una manera inequívoca el programa de Gobierno con los intereses de la democracia plena, con una nueva Constitución, con nuevo sistema electoral, con una orientación económica que sirva al mundo del trabajo, a los pequeños y medianos empresarios, que imponga royalty a la Minería, que recupere el patrimonio privatizado, en especial los servicios básicos y las carreteras, que frene la especulación, la usura y el control por endeudamiento de la población, que vincule Chile al carro de la integración latinoamericana, en fin, que se afane en no permitir impunidades ni amnistía, desigualdades ni pobreza.
En ese contexto es un momento propicio para privilegiar la convergencia de una mayoría de militantes que recupere la conducción partidaria para hacer política de izquierda.
Un Partido Socialista que inspire y conduzca alianzas cada vez más amplias hacia el mundo popular, que permitan intervenir y superar, en su especificidad, el modelo capitalista del pos-pinochetismo, así como sus instituciones y privilegios transferidos e impuestos como condiciones de vida y de ciudadanía económica y social a todos los chilenos.
Por una nueva gobernabilidad democrática: hacia un Programa Democrático de Izquierda.
La crisis obliga a resignificar el sentido de una nueva gobernabilidad democrática.
Un proyecto de nueva gobernabilidad convoca a un innovador protagonismo de los intereses populares y de izquierda en la tarea democrática futura.
Una nueva gobernabilidad democrática debe ser amplia, plural, diversa en cuanto está destinada a representar una plataforma democrática de amplia base social con la misión de conducir al país a la construcción de una República decente. La nueva gobernabilidad es un proyecto que piensa el Chile de las próximas décadas y que lleva en esa perspectiva las tareas inconclusas de la transición a la democracia pero que no se agota en ellas. El fin de la transición supone caminar las alamedas de un proyecto de unidad nacional, bajo la égida de una democracia auténtica en los valores y las acciones de la restitución, la verdad, la justicia, y la reparación. También supone superar las herencias políticas e institucionales y transformar con sentido social la economía neoliberal que reproduce las desigualdades, alimenta la exclusión y la marginalidad y favorece la concentración oligopólica de la economía. Ello como un primer paso, necesario, pero apenas necesario en la perspectiva mayor de hacer de Chile un país con una economía solidaria, una democracia participativa, donde los recursos naturales, sociales, culturales y tecnológicos están al servicio del país y de su población como sustento a las condiciones de vida muy por encima de los niveles de precariedad actual.
El primer paso hacia la convergencia democrática debe ser la convocatoria a una ASAMBLEA CONSTITUYENTE que genere desde la base y de manera democrática una nueva Constitución Política del Estado, que dote al país de un nuevo marco institucional, que asegure nuevos derechos y garantías, que haga al pueblo protagonista de su destino.
Debemos transformar la profunda crisis de la Concertación en una oportunidad de unidad y movilización democrática.
Las tareas pendientes para la nueva dirección partidaria giran en torno a:
Definir los ejes programáticos del PSCh y las condiciones políticas necesarias para superar la crisis de la Concertación y refundar un nuevo proyecto de gobernabilidad democrática.
Un PROGRAMA DEMOCRÁTICO DE IZQUIERDA como programa de gobierno de la nueva alternativa presidencial, que represente esta nueva gobernabilidad, cuyo fin es servir los intereses de unir una mayoría para el cambio.
Reponer el debate en torno al proyecto país; sabemos que no es el proyecto neoliberal autoritario y dependiente del presente, sabemos que no es la propuesta de administración del modelo tampoco.
Finalmente, la democratización del partido y su recuperación orgánica, política y social. El desarrollo de proyectos de formación y educación política, fortalecimiento de los vínculos con los movimientos sociales, de la diversidad sociocultural, sindicales, juveniles, campesinos, indígenas y vecinales.
Los socialistas en el proyecto de gobernabilidad democrática
Nuestro rol como socialistas, en el proyecto de nueva gobernabilidad democrática, es contribuir a ampliar las fronteras de la izquierda más allá de la propia izquierda. Hay una izquierda que es más que la propia izquierda chilena organizada e institucionalizada. Es la masa desencantada pero lo suficientemente lúcida como para percibir que un proyecto de abandono democrático como el que encarnamos hoy como Concertación no la representa, no la calienta; que una política sin sentido histórico, vaciada en sus valores de recuperación democrática no las convoca. El pragmatismo, el acomodo o la renuncia a la identidad política de importantes personeros públicos ayer de izquierda hoy de derecha por interés, los asquea. La consecuencia y la transparencia moral del ejemplo de Salvador Allende o el Che sí los convoca. La lucha de masas y el avance al socialismo en América Latina los entusiasma. Su incorporación a la acción colectiva y a la construcción de un proyecto común de país no depende de la derecha sino de nuestra capacidad, por una parte de reinstalar militancia y proyecto con principios y, por otra, por la capacidad de vincular sus intereses particulares en sus contextos sociales con los intereses políticos e históricos de la transformación social.
Un Programa Democrático de Izquierda debe contener las demandas históricas fundadas que ellas deben orientarse a asumir todo lo necesario para asegurar derechos y acceso a la nutrición adecuada y permanente, a la salud y medicamentos, a la educación y la formación, la vivienda, el empleo, la seguridad social y la recreación, de todos los chilenos, de todas las edades según corresponda, y a lo largo de toda la vida.
El Programa Democrático de Izquierda deberá también consagrarse a instalar históricamente el derecho a la ciudadanía de cada cual en el mundo del conocimiento asegurando la formación y el acompañamiento para la vida y para el trabajo. Aspirar a ejercer como sujeto tanto en la producción histórica de diversidad cultural como actor y ciudadano en la construcción de mundo y en la relación solidaria con el otro.
El Programa Democrático de Izquierda debe abrir cauces a la participación permanente y protagónica como un valor que supone, antes que nada, compromiso con el otro, que lo considero mi igual en valores, derechos y obligaciones, en una convivencia democrática y solidaria. Significa la obra colectiva que funda y defiende una democracia política y social plena, en un mundo de derechos y libertades compartidas.
El Programa Democrático de Izquierda debe consagrar una parte importante de su propuesta a la recuperación y protección del patrimonio nacional, nacionalizar sus recursos, poner su producto al servicio del pueblo, reordenar la inversión extranjera en función de los intereses nacionales protegiendo solo a quienes estén dispuestos a respetar los derechos patrimoniales de los chilenos. Disponer nuestros recursos a un sistema de comercio justo
El Programa Democrático de Izquierda debe proponer un proyecto de país que no reniega de su identidad latinoamericana, y que en lugar de intentar ser un portaviones del comercio de bucaneros asume ser, por voluntad soberana de nuestro pueblo, pasajero del gran proceso latinoamericano del siglo XXI de integración bolivariana de los pueblos.
En consecuencia, debemos ser proactivos en la defensa del derecho internacional, a la autodeterminación y libertad de los pueblos, a la autonomía de los organismos multilaterales, a los tratados internacionales de control nuclear, medioambiental, al juicio universal a los crímenes y criminales de guerra, solidarios con los pueblos y movimientos sociales que luchan en contra del colonialismo, por su independencia y autodeterminación. Contrarios a los fundamentalismos de todo género y a las dictaduras de todo orden.
El Programa Democrático de Izquierda debe sustentar la transformación económica social a partir de la generación y convergencia de movimientos políticos y sociales, corrientes culturales que generen redes sociales, mayorías populares y convergencias democráticas, con libertades públicas, producción cultural, justicia social, igualdad y solidaridad, en el marco de una democracia participativa y una economía social solidaria.
Este es el componente de la lucha de ideas que corresponde llevar adelante para desafiar y confrontar la ideología neoliberal del continuismo, que en el Chile actual justifica o defiende una economía de la depredación y la acumulación, economía que necesita y sostiene una sociedad de la exclusión y la desigualdad, y una cultura política de oligárquicas y tecnócratas porque en ella se alimentan sus contravalores.
VOLVER A LA RAZÓN DE SER DE LOS SOCIALISTAS CHILENOS.
Tenemos que volver a la razón de ser de los socialistas. A los principios y valores históricos que nos hacen ser herederos legítimos de Salvador Allende. Nuestra historia es una historia heroica y no está allí para venderla al mejor postor liberal. Somos lo que somos, marxistas críticos, defensores de su carácter de partido de izquierda, popular, autónomo, democrático, latino-americanista y revolucionario. Nuestro sentido en la política es representar y defender los intereses populares desde la izquierda. Somos socialismo, somos pueblo y somos izquierdas.
Nuestro partido encarna en su historia un proyecto de transformación de la sociedad, la cultura y la economía en Chile. Y nosotros nos sentimos orgullosos de representarlo. Esa sigue siendo la razón más importante y significativa de la vigencia del Partido Socialista y de lo que hoy denominamos su política allendista: proyecto popular, unidad del pueblo, democracia social participativa y protagónica. Es nuestra visión de la transformación socialista del mundo y del rol de la militancia socialista en la política lo que choca con las ideas liberales y con las personas o los grupos que les encarnan.
Se ha profundizado la crisis política y orgánica en el seno del Partido producto de estas contradicciones políticas y doctrinarias tan de fondo. Esta crisis de carácter político se intensifica por el uso de un estilo de dirección excluyente, que desprecia el juego democrático de tendencias y corrientes de ideas, e impone hegemonías en cargos y funciones en relación a la percepción de incondicionalidad que se tenga de los militantes. Prima más el sentido de control que el espíritu democrático y fraternal. Los militantes se sienten despreciados por sus actuales dirigentes. Ello no es ni el estilo ni el tipo de conducción política al que estamos acostumbrados los socialistas. Consecuencia de ello la democracia interna es mínima o inexistente.
El primer requisito de recomposición política y moral del Partido es la recuperación de la democracia interna. Un partido es democrático cuando dispone de una institucionalidad que garantiza los derechos de quienes son temporalmente minorías, cuando su institucionalidad permite condiciones para que las minorías puedan ser mayorías. Donde existe la cultura del respeto a la norma interna y que esta no depende del menú que interesa a quien ejerce control temporal de los cargos o instancias internas.
La democracia interna debe garantizar una institucionalidad sana y transparente, favorecer que las decisiones políticas de todo tipo sean adoptadas en las instancias que corresponde, de manera participativa e inclusiva, que ellas sean fruto de la discusión desde la base, eludiendo las negociaciones de cúpulas de lotes al margen de la institucionalidad partidaria.
La democracia partidaria se juega en la base, de allí la obligación de volver a los núcleos y favorecer el fortalecimiento de las instancias seccionales y comunales. Allí se deben concentrar los recursos, los bienes partidarios, los esfuerzos de formación política y el inicio de cualquier proceso de definición política o de generación de mandatarios y dirigentes. Ese principio servirá, también, una forma de impedir que quienes sean candidatos a cualquier instancia simulen u oculten su identidad socialista en las campañas electorales, pero que si se sirvan del partido, de sus recursos, de su orgánica y de su prestigio para que una vez electos no estén dispuestos a rendirle cuentas o ponerse a disposición de las instancias regulares, muy por el contrario, llegar incluso a desconocerlas y/o a manipularlas. Resulta ser una inmoralidad que los mismos parlamentarios hayan utilizado a la mayoría de delegados funcionarios del reciente Congreso para eludir la exigencia moral, política y orgánica de querer perpetuarse en los cargos senatoriales y otros casi por 28 años. Que inmoralidad! Esa es la verdadera corrupción, la que debilita la ética y la oculta en disposiciones burocráticas.
La falta de democracia interna y evaluación partidaria de la base a las direcciones superiores es la causa que en el seno del partido coexistan dos proyectos y dos culturas de militancia.
El partido de militantes versus el partido de funcionarios. Son dos concepciones de militancia. Nosotros, por formación apreciamos la institucionalidad del partido, respetamos la democracia interna, tenemos vocación de trabajo en la base.
Los que ya no aprecian las ideas socialistas y aprecian más las ideas liberales desprecian el partido y su base. Se rodean de operadores que dedican a comprar militantes, que abusa de las necesidades personales y familiares de los militantes pobres y transforma sus necesidades en pasto del clientelismo, en consecuencia, más que contribuir a levantar el estado moral de la nueva militancia o los nuevos inscritos o nuevas fichas, dedican sus esfuerzos a crear contraejemplos de militancia socialista, a infundir contravalores, a legitimar una anti-mística socialista y justificar una disposición a las pegas, a las expectativas de cargos o a la prebenda. Eluden la democracia interna. Privilegian formas de funcionamiento orgánico basadas en fichar a clientes más que militantes, y acarrearlos para las elecciones internas y los eventos. Son éstas prácticas las que vacían de ética y decencia la política de los socialistas, contribuyen al desprestigio del partido y a la pérdida de confianza entre los trabajadores y el pueblo.
Necesitamos democratizar el partido, tanto como volver al partido de las ideas.
El partido debe volver a ser un partido de militantes, un partido en el que cada socialista lo sienta su hogar, se sienta parte de una casa común donde puede llegar, ser acogido y escuchado. Necesitamos renovar nuestro compromiso de lealtad a los principios y a los valores históricos del socialismo chileno, requiere de voluntad unitaria, generosidad unitaria, recuperar el temple del compromiso revolucionario de los socialistas. Requerimos de un gran consenso por la base, para seguir avanzando en proyectar la herencia política y moral del Presidente Allende y honrar la memoria de nuestros mártires. Llamamos a sumar esfuerzos, desde la base, en todo el país, de manera participativa y protagónica, en el respeto a la democracia partidaria de los socialistas chilenos, sin afanes caudillistas.
En el año del centenario del natalicio del Presidente Allende llamamos a transformar las Elecciones internas de Abril del 2008 en la oportunidad de recuperar el Partido Socialista para la lucha por la democracia y el socialismo.
NUESTRA FUERZA RADICA
EN NUESTROS PRINCIPIOS.