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General: LA IZQUIERDA CHILENA HOY .-
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 17/10/2012 12:26
marchacut_1Una onda “republicana” recorre la política chilena. Aunque nadie ignora que el último republicano -y heroico defensor de sus instituciones- fue el presidente Salvador Allende, ahora debemos soportar que cualquier politicastro de derecha, centro o Izquierda se proclame “republicano” con impúdico olvido de su pasado o de su complicidad con la actual república oligárquica.
 
 
Los que sólo ayer pisotearon la república, la Constitución y sus leyes y que apoyaron el terrorismo de Estado, hoy se dicen republicanos hasta los tuétanos. Este súbito fervor “republicano” permite a oficialismo y oposición habilitar un terreno común -deslavado de posiciones ideológicas e intereses de clase- para proteger sus canonjías corporativas y particulares.
Esta grotesca devoción “republicana” huele peor que el chiquero de Freirina, porque su origen está en el miedo. En efecto, la protesta social -que no termina de expresarse de una u otra manera- ha puesto a temblar la institucionalidad heredada de la dictadura. El miedo a perder sus privilegios impulsa a los partidos a un republicanismo que disfraza su complicidad con la institucionalidad que los amamanta (“Vivimos revolcaos en un merengue/ y en el mismo lodo/ todos manoseados”, Discépolo dixit).
Esos partidos saben que su existencia clientelar está uncida a la institucionalidad y al modelo económico engendrados por la dictadura militar-empresarial. La institucionalidad que hoy defienden tirios y troyanos es una amalgama política, social, económica y cultural concebida para resistir durante siglos. Sin embargo, está en peligro porque el pueblo despertó, comienza a reclamar sus derechos y exige justicia social. Y además, porque la crisis capitalista ha llegado a la ribera de la economía más abierta del mundo.
Las solemnes actitudes “republicanas” de figurines de nuestra política, sin embargo, convencen a muy pocos. Para la mayoría está claro que vivimos en una república con fundamentos tan débiles como la cola de una lagartija. Sus cimientos no son del hormigón que proporciona la soberanía del pueblo en plebiscito libre e informado. Los fundamentos de nuestra republiqueta son de un material dúctil y maleable que elaboraron las fuerzas armadas, los grupos económicos y los juristas y políticos a su servicio. En la práctica, es la oligarquía militar-empresarial de los 80 la que sigue gobernando. Así se demostró durante los gobiernos de la Concertación, que maximizaron las ganancias del empresariado y de las transnacionales, mantuvieron lo esencial de la Constitución -incluyendo el antidemocrático sistema electoral-, acentuaron la desigualdad con políticas más injustas que las de la dictadura, gasearon, empaparon y apalearon las protestas callejeras y quitaron la vida a una veintena de manifestantes, sobre todo mapuches y trabajadores.
Por eso, lo que hoy el pueblo reclama no son los compromisos de gobernabilidad del puñado de “tribunos” que mantienen secuestradas las facultades de los ciudadanos. La exigencia es rotunda: una Asamblea Constituyente que elabore una nueva Constitución Política y la someta a la aprobación del pueblo soberano. También exige cambiar el modelo económico y social, abandonar la economía de mercado que multiplica la desigualdad y adoptar otro sistema -para nosotros el socialismo-, que permita atender derechos básicos de los ciudadanos como educación, salud, vivienda, trabajo y salario digno, abriendo vías de participación efectivas en las decisiones nacionales, regionales y locales.
Mientras estas demandas no sean resueltas, la crisis institucional seguirá profundizándose. La pose “republicana” no oculta las vergüenzas de unos partidos incapaces de asumir la crítica ciudadana y que han tomado un camino que los lleva a la descomposición. Una muestra elocuente de su atonía es la decadencia de la centroizquierda, que ahora amenaza arrastrar al Partido Comunista. La Democracia Cristiana y el Partido Socialista, otrora partidos de masas y hoy cada vez más reducidos, se encaminan a la insignificancia política y social. Traen a la memoria la suerte corrida en Venezuela por sus partidos hermanos, Copei y Acción Democrática, que en alegre compadrazgo gobernaron durante cuarenta años. Ambos partidos representan hoy apenas el 1,5% y el 3,8%, respectivamente, en un panorama electoral hegemonizado por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) con el 45,8% y el liderazgo del presidente Hugo Chávez -que cuenta con el 60% de la intención de voto para la próxima elección-.
Por supuesto la decadencia de los partidos no significa la eliminación del concepto de partido como nucleamiento voluntario de hombres y mujeres que comparten un ideario y un programa de acción. La necesidad de unir, crear conciencia y vínculos de solidaridad para hacer coherente la acción colectiva, se impondrá siempre sobre la acción individual y la dispersión orgánica. Por desgracia, aunque se han hecho varios esfuerzos -sin duda a destiempo e insuficientes-, no se ha logrado crear en Chile el instrumento político que, actuando desde el movimiento social, levante una alternativa política. Los fracasos fueron por imitar a los partidos en crisis en vez de construir una corriente de opinión distinta que sirviera de sustento a un movimiento amplio político-social. Se eligió el camino fácil pero equivocado de buscar la legalización e intentar la captura de una cuota de votos que permitiera participar en la desprestigiada institucionalidad. Esto abortó los intentos de crear una alternativa política por arriba y aumentó la dispersión.
La Izquierda necesita dotar de un horizonte político a la protesta social. De sus entrañas surgirán el movimiento -y más adelante el partido- que se encargue de las responsabilidades que el siglo XXI plantea al socialismo de nuestro tiempo: la defensa de la Humanidad y del planeta, de la democracia participativa y de las libertades democráticas. Experiencias como las del MAS en Bolivia, el Movimiento PAIS en Ecuador o el PSUV en Venezuela, o el del Frente de Izquierda en Francia y Zyrisa en Grecia, estimulan la imaginación de la Izquierda contemporánea. Es tiempo de emprender la tarea de superar el retraso debido al espejismo que provoca la institucionalidad sobre muchos sectores de la Izquierda chilena.
Vivimos un periodo favorable para levantar una alternativa de Izquierda, nucleadora de movimientos sociales, que, por cierto, es la única perspectiva que asegura el cambio democrático de una institucionalidad en crisis que puede volcarse hacia salidas de extrema derecha. Pero esto es un proceso y no un acto de voluntad de un grupo bien inspirado. Se trata de ganar la hegemonía en el amplio espacio de las conciencias, lo que Fidel Castro ha llamado “la batalla de las ideas”. Desde luego es imposible presentar una alternativa de estas características para las elecciones municipales del 28 de octubre. En cambio tendría éxito un gesto ciudadano como la abstención activa. Abstenerse en estas elecciones y redoblar la protesta social serían un castigo a la institucionalidad y a los partidos que trabajan para mantenerla. Y quizás sea el impulso que falta para levantar la alternativa de la Izquierda y de los movimientos sociales.


MANUEL CABIESES DONOSO
Editorial de Revista Punto Final


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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 17/10/2012 14:40
Una página sobre el partido socialista de Chile :
 

PARTIDO SOCIALISTA DE CHILE.

 

PLATAFORMA POLÍTICA LISTA

MESA DE IZQUIERDA -SOCIALISTAS COMO ALLENDE

El año en que todos seremos Allendistas.

Los socialistas creemos firmemente que el año del Centenario del Natalicio del Presidente Allende es una gran oportunidad histórica para refundar la unidad y el proyecto político del pueblo allendista. No es una cuestión que se hará de un día para otro, es un proceso, con sus tiempos y ritmos, con sus complejidades históricas, pero que es la expresión de una voluntad histórica que pone al allendismo en el futuro y no como le quieren hacer aparecer algunos como un monumento en el pasado.

El pueblo allendista va muchísimo más allá de los límites encogidos en que se tiene al Partido Socialista. Y si se pudiera dibujar en un papel el porte que tendría esta constituyente democrática del pueblo allendista el papel tendría que ser muy grande porque ocuparía más de la mitad de la actual Concertación e iría mucho más allá de lo que hoy es el PODEMOS, mucho, mucho más allá todavía. No es una tarea fácil, por eso tiene dimensiones históricas, ¿pero cuando han sido fáciles las cosas a los socialistas?

Pero asumamos, autocrítica-mente, que el no haberlo hecho hasta ahora no es un problema que tengamos que atribuir a los no- socialistas. No hemos sido capaces, como generación, de haber instalado en la política chilena, de manera vigorosa, un proyecto político histórico de transformación democrática y de recuperación de derechos conculcados por la dictadura y no recuperados al modelo económico e institucional del pinochetismo.

Siempre apostamos, en estos años, que la recuperación democrático-social era posible desde la Concertación por significar una gran acumulación de fuerzas. Pero se demostró que no basta tener una fortaleza electoral si no se expresa voluntad de producir democracia, o se carece de valentía y coraje democrático. Y al igual que a esa víctima que la están asaltando pero que no cree que eso le esté pasando a ella, nosotros hemos querido creer que ha sido más por los "enclaves autoritarios" o por la obstrucción de la derecha que no hemos podido realizar la superación de la herencia económico institucional del pinochetismo más que por el abandono de la voluntad democrática o la asimilación digestiva al liberalismo a través de la participación en los directorios de sus empresas como parece ser, finalmente, la razón.

Surge así la oportunidad que en el año del Centenario del Natalicio el Partido Socialista esté a la cabeza de un proyecto de re construcción democrática de mayorías sociales y electorales que hagan posible el proyecto de transformación democrático popular, en justicia e igualdad social, orientada a producir desde las mayorías populares en Chile el camino al socialismo. El socialismo es más necesario que nunca, históricamente posible, vivo y fuerte en los procesos de cambio de América Latina, como la única respuesta posible, desde lo humano y desde lo participativo, a los desastres del neoliberalismo en la felicidad de los pueblos y en las catástrofes medio ambientales.

Proyectar la herencia política y moral del Presidente Allende.

Queremos subrayar a lo menos tres mandatos ético-políticos significativos que se proyectan del ejemplo y la memoria del Presidente Allende. Son los que mejor sirven los intereses de los socialistas y del pueblo allendista en el Chile de hoy:

La Unidad del Pueblo: El primer mandato de la herencia política y moral del Presidente Allende es construir y defender la unidad del pueblo. Trabajar infatigablemente por la unidad de las fuerzas sociales y sindicales, por la unidad de las corrientes culturales, de la producción de ideas y del arte, y la unidad de las organizaciones políticas que lo representan. Significa reconstruir las redes y movimientos sociales, tejer la patria de vínculos solidarios, privilegiar en todos los campos del quehacer popular la acción colectiva. Recuperar los espacios sociales en los pasajes y calles de nuestras poblaciones, los lugares públicos y las esquinas.

Debe existir conciencia clara que la unidad es uno de los más valiosos patrimonios en los que la izquierda puede basar su nueva historia. Los trabajadores deben ejercer en la política sus principios e intereses pero también su fuerza propia.

La defensa de los Intereses populares: La segunda herencia es recuperar el sentido ético y político de la participación histórica de la clase obrera y el pueblo en la política y la cultura y en la transformación del mundo. Estamos en política para servir los intereses de los pobres, los excluidos y del conjunto diverso de mujeres y hombres que disponen de su trabajo y de sus ideas como patrimonio de vida. Lejos estamos de una política que sirve intereses de los poderosos. Este es principio ético y político que debe impregnar nuestra acción de gobierno, nuestra acción parlamentaria, nuestro trabajo en las organizaciones sociales, nuestra vida pública y privada. No existe la defensa del interés nacional en abstracto pues el vector que sobredetermina la acción política de los socialistas no es neutral, es popular, es de clase, es del lado de los humildes y de los excluidos.

Estos intereses son los que se expresan, con sentido histórico, en un programa común como gran contenedor de las necesidades, intereses y aspiraciones libertarias y de justicia social del pueblo trabajador chileno, de los excluidos, de la diversidad cultural, social y étnica. Como todo programa, este también deberá ser una construcción histórica, actualizada, de acuerdo a nuestra propia identidad y de acuerdo a nuestra realidad chilena y latinoamericana, realidad diversa, plural, abierta a la participación.

El compromiso con la transformación democrática: El Allendismo asume como estrategia conducente a la transformación revolucionaria de la sociedad chilena la participación protagónica del propio pueblo como sujeto de su propia historia. Ello pasa por la construcción democrática de mayorías sociales y electorales, la lucha por una nueva institucionalidad democrática, que supere las ataduras de la herencia pinochetista, que respete el libre juego de ideas, donde la resolución de conflictos se ajuste a un derecho que respeta los principios de legalidad, legitimidad y justicia, que recupera los avances y logros de la historia democrática de Chile, de modo que sirva a la existencia y sustento de una patria para todos. Se trata de hacer posible el proyecto de transformación profunda, en justicia, democracia e igualdad social, que encarna nuestro partido, orientado a establecer en Chile y en América Latina la construcción del socialismo, como superación de la pobreza, la ignorancia , la explotación y las desigualdades que genera el capitalismo globalizado y el neoliberalismo.

La superación de la Concertación y una nueva gobernabilidad democrática.

Quedó claro en el Congreso partidario que acaba determinar y es que la actual Concertación carece de sentido, de sentido democrático.

Unánimemente los documentos congresales hablaron que la Concertación agotó su programa original de redemocratización. Nosotros queremos pensar que más que agotarse terminó por abandonarlo.

Esa es la verdad. Se abandonó la misión que el pueblo nos encomendara, sacar a Chile de la dictadura en todos los sentidos, e instalarlo en una democracia verdadera como fundamento de una República decente.

En consecuencia, es una opinión a la vez compartida y generalizada que la Concertación perdió el sentido y el rumbo, perdió su carácter de alianza de mayoría para la transformación democrática de Chile. Ahora, la Concertación semeja una especie de gran Arca de Noé cuya función no es otra que transportar funcionarios de un Gobierno a otro. Son siempre los mismos y se preparan para pasar al próximo.

Tenemos la convicción que quienes terminaron por sustraer la esencia democrática de la misión de la Concertación han sido los sostenedores contumaces del decadente pacto de gobernabilidad hecho con militares y el civilismo pos-pinochetista al inicio de la transición y defendido durante estos 17 años. De este modo, ha parecido más fácil construir fórmulas para co-gobernar con la derecha, aceptar todos y cada uno de los dogmas del fundamentalismo económico neoliberal y del Fondo Monetario Internacional, adaptándose a sus exigencias y formatos, que han terminado por privatizar no solo los servicios esenciales de la población y buena parte de los recursos naturales de Chile, también una parte sustantiva del carácter social del Estado, de la soberanía política de los gobiernos y de su rol en la protección de los intereses de todos, en especial de los que menos tienen.

Era esperable que en lugar de ser buenos administradores del modelo neoliberal y autoritario hubiéramos conseguido convocar a la mayoría del pueblo chileno a tirarlo al basurero de la historia.

Ante este vacío de sentido democrático y abandono programático, la estrategia de las tendencias liberales se reduce a sustituir la vocación democrática en la Concertación por una aparentemente nueva actitud misionera en la cruzada por humanizar de este capitalismo salvaje, disminuir sus funestas consecuencias en los más pobres y en los endeudados. Perfeccionar el modelo, para que sirva mejor a sí mismo y a sus propósitos, es presentado como si ello fuera una desarticulación del mismo, o, al contrario transformarlo en una misión Bicentenario, la misión de una nación autónoma en la globalización con su "vía chilena al desarrollo".

De este mismo espíritu misionero se desprenden, entonces, algunas de las llamadas tareas del país social. Nunca se deja de mencionar aquello que el modelo no cubre, los déficits en distribución, equidad, seguridad, salud, educación, vivienda, protección social y laboral, etc., y es cierto, en el discurso liberal, estas son las razones por las que hay que mejorar el modelo. Es una especie de anestesia que distrae de lo fundamental, su crítica, su intervención y su reemplazo. Ese espíritu misionero, ese propósito superior es transferido y apropiación por las agendas sociales. Sin embargo no hay sorpresa cuando, año a año, las brechas aumentan, porque no es posible en el marco de un sistema neoliberal otra cosa que políticas sociales remediativas. Sabemos que sin reformas estructurales no se podrán implementar políticas sociales que sustenten cambios que garanticen derechos y que, además, garanticen la estabilidad de estos cambios en el tiempo contribuyendo al mejoramiento permanente de las condiciones vida, protección y trabajo del pueblo chileno. Ejemplos emblemáticos han sido, entre muchos, el Plan de las 900 escuelas, el Programa de superación de la pobreza, o los programas FOSIS que, en su momento, de ser planes de gran impacto social en los actores y segmentos beneficiados no han podido evitar que sus efectos y beneficios hayan desaparecido casi totalmente en el tiempo, precisamente, como consecuencia de otros efectos del modelo neoliberal. Y este resultado, en lugar de conseguir adhesión popular al esfuerzo en "inversión social" produce desencanto en la gente y su desafección de la Concertación. No de otra manera se explica la migración constante de desencantados al clientelismo electoral de la UDI.

En este contexto, cada día pesa más a los socialista nuestra alianza con la Democracia Cristiana, con quienes, desprovistos de ese karma democrático inicial, nos separan cada vez más cosas, algunas de ellas antagónicas, como su entusiasta adhesión a las políticas imperialistas en América Latina.

Hemos tenido que subvencionar a la DC en parlamentarios, gobiernos municipales y gestión de empresas y servicios del Estado. Es una alianza que no se sustenta en una rica convergencia de principios humanistas como era esperable en una convergencia entre socialistas y socialcristianos. Es una alianza por conveniencia, oxidada, deteriorada, que ha evolucionado hacia un pragmatismo electoral y funcionario, que tampoco nos alcanza electoralmente, puesto que los últimos dos Presidentes han sido electos con los votos de la izquierda extraparlamentaria. Una alianza que no se preocupa de democratizar Chile, que no comparte una misma visión latinoamericanista y que sirve a propósitos e intereses políticos internacionales antagónicos a los principios e intereses de los socialistas.

La revisión de la Concertación como una alianza que sirva a la transformación democrática de Chile debe reflexionar, también, respecto del carácter y naturaleza del futuro de las relaciones político-electorales entre el Partido Socialista y la Democracia Cristiana.

El Partido Socialista en la crisis de la Concertación.

En medio de esta democracia en la medida de lo posible, el predominio de hegemonías de Derecha en políticas de Gobierno, ha terminado por llevar al Partido a hegemonías de Derecha en sus tendencias de dirección.

De ahí no es de extrañar que esté en la lógica del discurso de dirigentes del Partido una idea que en el Gobierno de Lagos se repitió a lo menos en cinco oportunidades diferentes: el fin de la Transición y por haber completado las tareas de la democratización. Solo que la realidad histórica, una y otra vez, se encargó de desmentirlo.

Hoy se proclama la pos-transición como si proclamar bastará para que por un pase de magia política apareciéramos viviendo de un día para otro en una verdadera democracia. Es la pirotecnia de los asesores comunicacionales de la Moneda, donde algunos de sus creativos viajan desde Estados Unidos.

Es cierto, no vivimos en una dictadura, ¡no por Dios!, pero tampoco vivimos en una Democracia, al menos no la democracia que creemos legítima y republicana. Vivimos en una especie de latencia que no es ni dictadura ni es democracia, una majadería política en la cual después de 17 años de la salida de Pinochet nos obliga a seguir escuchando todos los días, como una penitencia, a la misma docena de dirigentes juveniles del pinochetismo ahora convertidos en parlamentarios de la democracia del binominal.

En medio de un gobierno en el que predominan familias de decisiones de Derecha, tanto en el Gobierno económico, como en el Gobierno de las relaciones exteriores o en el Gobierno de las relaciones institucionales, las políticas sociales pueden llegar a ser como un barquito de papel.

Ha sucedido con el naufragio de muchas y contundentes iniciativas sociales y populares que han debido ser retiradas o congeladas. Sirva para ilustrar lo anterior lo sucedido con la iniciativa de política educacional reciente. Hubo una correcta y valiente voluntad presidencial de sustentar cambios profundos en la institucionalidad educativa como una exigencia moral para enfrentar, de una vez por todas, la desigualdad pedagógica entre hijos de distintos estratos sociales, estuvo la decisión de apoyarse en el consenso de los actores educativos, ¿para terminar cómo? Discutiendo entre las paredes del Instituto de Libertad y Desarrollo, un acuerdo que representa la voluntad y los intereses de los empresarios de la educación, tanto privados como eclesiásticos.

¿Qué rol juega el Partido Socialista y su influencia en los actores educativos para reponer la voluntad presidencial?

El sesgo reformador en el Gobierno ha debido batirse en retirada o ha sido anulado por la reacción pro liberal del propio gobierno. La paradoja es que han contribuido a este desbaratamiento personeros liberales adscritos a nuestro mismo partido. No se trata de los socialistas que se esfuerzan día a día por acompañar el tranco a la Presidenta, son otros, son aquellos que creen estar en el Gobierno "...para ayudar a la Presidenta a llegar a la otra orilla".

De este modo, y aceptando lo que significa el peso de la autocrítica, institucionalmente, hemos pasado a ser algo así como el brazo izquierdo de los liberales. Este triste resultado de la relación del Partido con el Gobierno abre la discusión respecto de su carácter y naturaleza manteniendo y respetando el consenso histórico de lealtad a la Presidenta y a su programa de Gobierno.

Sigue ....


Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 17/10/2012 14:40
Viene ...
 

Durante el Gobierno de Lagos sostuvimos, y la historia actual nos ha dado la razón, que no se puede confundir partido y gobierno. Que no se puede confundir tampoco la capacidad de los partidos de construir juicio crítico de la realidad con el apoyo a un Gobierno.

Los partidos son entes vivos, asociaciones colectivas que se implican por compromiso y sensibilidad social. No se puede castrar la capacidad crítica de un partido cualquiera sean las circunstancias históricas, y ese es un principio democrático fundamental. Mucho más alta es aún nuestra responsabilidad toda vez que las ideas liberales ganan terreno en la dirección del partido. Los partidos somos el cable a tierra de los gobiernos, sensibilidad popular, correa transportadora de intereses, necesidades y también de frustraciones de la gente con el Gobierno. Por lo mismo debieran constituir la principal arma político social que vincule Gobierno y ciudadanía.

Por lo mismo, la autoridad política debiera valorar en la práctica la autonomía de los partidos y agradecer la oportunidad que estos puedan entregar visiones comprometidas que no son posibles de percibir desde palacio.

Pero, lo que no puede aceptarse es el uso de las directivas de los partidos como prótesis que prolongan el voluntarismo de las decisiones gubernativas, o reducirlas a meras instancias destinadas a imponer con golpes de tipo funcionario adhesiones que violentan la ética o los principios de los partidos.

Si los Gobiernos insisten que están por sobre los partidos, deben aceptar el principio que los partidos trascendemos a los Gobiernos. En consecuencia, el rol que deben asumir los partidos es el ser garantes de la crítica y también de la propuesta.

El Gobierno no tiene ningún derecho a intervenir ni la voluntad de los partidos ni la voluntad de los parlamentarios ni la voluntad de los dirigentes sociales. Influye con el peso de sus ideas, con el fundamento y razón de sus decisiones, pero los gobiernos democráticos no dan cuadrillazos. Si el Gobierno asume decisiones que se fundan de manera racional, ellas deben ser capaces de sostenerse solas frente al pueblo, frente a la legislatura, frente a los movimientos sociales. Si no es así, significa que no se gobierna cuidando sus intereses.

Baste recordar lo bochornoso del cuadrillazo con Ministro, telefonazo desde la Moneda, en la Comisión Política del PS para hacer que por razones de Estado se aceptara el acuerdo educacional empresarial con la derecha, cuya firma, al día siguiente desató el triunfalismo y las lágrimas respecto a la nueva etapa de los pactos sociales. Duro desengaño 24 hrs, después cuando la propia derecha dio un portazo al acuerdo con el Gobierno. o cuando algunos días después, el Presidente de Renovación Nacional en la Junta Nacional de su partido se burlaba del Gobierno por la manera como habían conseguido imponer un acuerdo educacional que recogía todas sus aspiraciones y habían obligado al Gobierno a retroceder y modificar las suyas. ¿Cómo quedó la imagen de la Presidenta ante los actores educacionales que habían configurado otro sentido y otra direccionalidad a esa iniciativa? Sobre todo cuando el principal operador de ese acuerdo con la derecha era un propio miembro de su Gabinete.

El problema de fondo, y que no podemos obviar en la discusión del Congreso y que es lo que humilla y avergüenza a los socialistas es que un Gobierno, predominantemente, al servicio de las lógicas liberales y de los empresarios termine por transformar al Partido Socialista en un instrumento contra los trabajadores, o, en la mejor de las hipótesis, en un peligro para los intereses de los trabajadores.

La Transición política chilena ha sufrido varias tragedias de las cuales los socialistas tenemos distintos grados de responsabilidad colectiva. Por ello, debiera estar entre las prioridades de una nueva conducción partidaria contribuir a corregir y a recuperarlas democráticamente. La primera, es la derechización de la conducción del PS y la aceptación en sus filas de personeros cooptados desde los directorios empresariales. Enseguida, la deslegitimación de los movimientos sociales alternativos y la ampliación y fortalecimiento de la represión policial a los movimientos sociales. Tercero, el desarme de los medios de comunicación alternativos e independientes. Cuarto, el no reconocimiento de un estatus de autonomía a las Comunidades indígenas y al contrario, contribuir a su deterioro político y moral. En lugar de contribuir a preparar los liderazgos para un futuro gobierno autónomo de las comunidades originarias, se deslegitima y reprime las generaciones de relevo.

Finalmente, consideramos que uno de los errores destacados de la gestión política de este, nuestro gobierno, ha sido la exclusión total de la izquierda, de sus profesionales y de las ideas del socialismo de izquierda. Se ha renunciado a matices, a competencias políticas y profesionales, a buscar equilibrios en las tendencias y enfoques que puedan desarrollarse fuera de la lógica liberal, tanto en la concepción de políticas públicas como en el uso de metodologías de trabajo alternativas. Con ello se ha excluido a especialistas, de ideas socialistas, que podrían haber contribuido a anticipar crisis y diversificar enfoques en gestión política, en gestión social y en materias sectoriales. En la lucha interna de los grupos de poder partidario los operadores de las tendencias de derecha difunden entre los militantes de los Comunales la idea que la exclusión de la izquierda del partido se interpreta como un castigo por pensar como socialistas. Si así fuera, ¡qué honor!

Incluso la crítica de izquierda en el gobierno en materias laborales al pequeño Zar de Hacienda no es capaz de intervenir y modificar el curso principal de la matriz económica financiera. Ayuda a la imagen de un gobierno con dos almas pero que en la práctica sigue siendo de un solo corazón. ¿Quién le pone el cascabel al grupo que se autodenomina Expansiva y cuyo fin en el gobierno es mantener el barco encallado en el puerto de los empresarios? Se puede decirnos que es una opción no ponerles ningún cascabel, bien, que así sea, eso es posible, pero entonces cabe preguntarse ¿qué hacemos en el Gobierno?, o ¿qué hacemos con el Gobierno?

Estamos frente a una fuerza hegemónica en el vértice de la Concertación que proyecta, desde el Gobierno anterior al actual, el estandarte de un continuismo que defiende la inmutabilidad del cambio democrático. Es el "Laguismo". Representa una misma casta de funcionarios superiores del Gobierno anterior que han tenido éxito en dejar o en volver a funciones y cargos importantes a sus integrantes. Es la "puerta giratoria" o la "repetición del plato". Mucho Laguismo, poco Bacheletismo. Con ello se ha obstaculizado la nitidez de un signo propio y una identidad propia en el gobierno, y es, probablemente, la causa del desgaste acelerado de popularidad en las encuestas. El continuismo es una inercia política muy poderosa en la Concertación de estos días. Las razones parecen evidentes cuando estallan los escándalos de corrupción o se transfieren responsabilidades políticas como es en el caso del Transantiago. Por supuesto, sería demasiado simple creer que se trata de una maniobra apache. La continuidad institucional y económica se sustenta en el concubinato de un cierto tipo de política y el mundo de los negocios. No es nuevo. Sucedió también con la cooptación de los Generales a los Directorios o a la propiedad de las Empresas durante la Dictadura.

Esa fuerza fáctica, de amplio espectro, fue incapaz de desatascar la Concertación hacia la vía de los cambios institucionales y sociales necesarios. Esa fue la razón de la necesidad de un nuevo liderazgo, con capacidad de reinventar la esperanza de cambio. Eso la Presidenta lo hizo en la calle, diciéndole a cada chileno que era necesario seguir creyendo. Era su palabra de mujer. Sin la Presidenta no hubiera habido más Concertación. Pero ella no es suficiente para mantenerla viva. El Laguismo no solo sumió la Concertación en una profunda crisis, la exportó al actual gobierno. Los verdaderos responsables del fin de la Concertación son quienes de manera contumaz no han cesado de travestir las políticas originalmente democráticas de la Concertación en políticas neoliberales. Y si no cesa la usura del poder de los mismos grupos que hacen de la reproducción del statu quo un oficio la crisis de la Concertación será terminal.

El continuismo no solo es una amenaza a la continuidad de la Concertación, es una amenaza al futuro estratégico del Partido Socialista y de su proyecto democrático de trabajadores.

Durante los recientes años hemos debido combatir los esfuerzos del laguismo por hacer desaparecer el Partido Socialista a través de la fusión con el PPD y el PR, como una fantasía autoritaria de dotarse de un Partido Popular Progresista que administrara el futuro político electoral de ese grupo. Hoy el peligro se cierne en alinear la dirección de la política socialista a la direccionalidad de la política neoliberal del Gobierno

La crisis de la concertación y del Gobierno abre camino a un nuevo futuro de gobernabilidad democrática de amplia base popular. Ello es parte y requisito de un proceso orientado a volver a los principios originales de lealtad al cambio democrático y a la justicia. Se trata de vincular de una manera inequívoca el programa de Gobierno con los intereses de la democracia plena, con una nueva Constitución, con nuevo sistema electoral, con una orientación económica que sirva al mundo del trabajo, a los pequeños y medianos empresarios, que imponga royalty a la Minería, que recupere el patrimonio privatizado, en especial los servicios básicos y las carreteras, que frene la especulación, la usura y el control por endeudamiento de la población, que vincule Chile al carro de la integración latinoamericana, en fin, que se afane en no permitir impunidades ni amnistía, desigualdades ni pobreza.

En ese contexto es un momento propicio para privilegiar la convergencia de una mayoría de militantes que recupere la conducción partidaria para hacer política de izquierda.

Un Partido Socialista que inspire y conduzca alianzas cada vez más amplias hacia el mundo popular, que permitan intervenir y superar, en su especificidad, el modelo capitalista del pos-pinochetismo, así como sus instituciones y privilegios transferidos e impuestos como condiciones de vida y de ciudadanía económica y social a todos los chilenos.

Por una nueva gobernabilidad democrática: hacia un Programa Democrático de Izquierda.

La crisis obliga a resignificar el sentido de una nueva gobernabilidad democrática.

Un proyecto de nueva gobernabilidad convoca a un innovador protagonismo de los intereses populares y de izquierda en la tarea democrática futura.

Una nueva gobernabilidad democrática debe ser amplia, plural, diversa en cuanto está destinada a representar una plataforma democrática de amplia base social con la misión de conducir al país a la construcción de una República decente. La nueva gobernabilidad es un proyecto que piensa el Chile de las próximas décadas y que lleva en esa perspectiva las tareas inconclusas de la transición a la democracia pero que no se agota en ellas. El fin de la transición supone caminar las alamedas de un proyecto de unidad nacional, bajo la égida de una democracia auténtica en los valores y las acciones de la restitución, la verdad, la justicia, y la reparación. También supone superar las herencias políticas e institucionales y transformar con sentido social la economía neoliberal que reproduce las desigualdades, alimenta la exclusión y la marginalidad y favorece la concentración oligopólica de la economía. Ello como un primer paso, necesario, pero apenas necesario en la perspectiva mayor de hacer de Chile un país con una economía solidaria, una democracia participativa, donde los recursos naturales, sociales, culturales y tecnológicos están al servicio del país y de su población como sustento a las condiciones de vida muy por encima de los niveles de precariedad actual.

El primer paso hacia la convergencia democrática debe ser la convocatoria a una ASAMBLEA CONSTITUYENTE que genere desde la base y de manera democrática una nueva Constitución Política del Estado, que dote al país de un nuevo marco institucional, que asegure nuevos derechos y garantías, que haga al pueblo protagonista de su destino.

Debemos transformar la profunda crisis de la Concertación en una oportunidad de unidad y movilización democrática.

Las tareas pendientes para la nueva dirección partidaria giran en torno a:

Definir los ejes programáticos del PSCh y las condiciones políticas necesarias para superar la crisis de la Concertación y refundar un nuevo proyecto de gobernabilidad democrática.

Un PROGRAMA DEMOCRÁTICO DE IZQUIERDA como programa de gobierno de la nueva alternativa presidencial, que represente esta nueva gobernabilidad, cuyo fin es servir los intereses de unir una mayoría para el cambio.

Reponer el debate en torno al proyecto país; sabemos que no es el proyecto neoliberal autoritario y dependiente del presente, sabemos que no es la propuesta de administración del modelo tampoco.

Finalmente, la democratización del partido y su recuperación orgánica, política y social. El desarrollo de proyectos de formación y educación política, fortalecimiento de los vínculos con los movimientos sociales, de la diversidad sociocultural, sindicales, juveniles, campesinos, indígenas y vecinales.

Los socialistas en el proyecto de gobernabilidad democrática

Nuestro rol como socialistas, en el proyecto de nueva gobernabilidad democrática, es contribuir a ampliar las fronteras de la izquierda más allá de la propia izquierda. Hay una izquierda que es más que la propia izquierda chilena organizada e institucionalizada. Es la masa desencantada pero lo suficientemente lúcida como para percibir que un proyecto de abandono democrático como el que encarnamos hoy como Concertación no la representa, no la calienta; que una política sin sentido histórico, vaciada en sus valores de recuperación democrática no las convoca. El pragmatismo, el acomodo o la renuncia a la identidad política de importantes personeros públicos ayer de izquierda hoy de derecha por interés, los asquea. La consecuencia y la transparencia moral del ejemplo de Salvador Allende o el Che sí los convoca. La lucha de masas y el avance al socialismo en América Latina los entusiasma. Su incorporación a la acción colectiva y a la construcción de un proyecto común de país no depende de la derecha sino de nuestra capacidad, por una parte de reinstalar militancia y proyecto con principios y, por otra, por la capacidad de vincular sus intereses particulares en sus contextos sociales con los intereses políticos e históricos de la transformación social.

Un Programa Democrático de Izquierda debe contener las demandas históricas fundadas que ellas deben orientarse a asumir todo lo necesario para asegurar derechos y acceso a la nutrición adecuada y permanente, a la salud y medicamentos, a la educación y la formación, la vivienda, el empleo, la seguridad social y la recreación, de todos los chilenos, de todas las edades según corresponda, y a lo largo de toda la vida.

El Programa Democrático de Izquierda deberá también consagrarse a instalar históricamente el derecho a la ciudadanía de cada cual en el mundo del conocimiento asegurando la formación y el acompañamiento para la vida y para el trabajo. Aspirar a ejercer como sujeto tanto en la producción histórica de diversidad cultural como actor y ciudadano en la construcción de mundo y en la relación solidaria con el otro.

El Programa Democrático de Izquierda debe abrir cauces a la participación permanente y protagónica como un valor que supone, antes que nada, compromiso con el otro, que lo considero mi igual en valores, derechos y obligaciones, en una convivencia democrática y solidaria. Significa la obra colectiva que funda y defiende una democracia política y social plena, en un mundo de derechos y libertades compartidas.

El Programa Democrático de Izquierda debe consagrar una parte importante de su propuesta a la recuperación y protección del patrimonio nacional, nacionalizar sus recursos, poner su producto al servicio del pueblo, reordenar la inversión extranjera en función de los intereses nacionales protegiendo solo a quienes estén dispuestos a respetar los derechos patrimoniales de los chilenos. Disponer nuestros recursos a un sistema de comercio justo

El Programa Democrático de Izquierda debe proponer un proyecto de país que no reniega de su identidad latinoamericana, y que en lugar de intentar ser un portaviones del comercio de bucaneros asume ser, por voluntad soberana de nuestro pueblo, pasajero del gran proceso latinoamericano del siglo XXI de integración bolivariana de los pueblos.

En consecuencia, debemos ser proactivos en la defensa del derecho internacional, a la autodeterminación y libertad de los pueblos, a la autonomía de los organismos multilaterales, a los tratados internacionales de control nuclear, medioambiental, al juicio universal a los crímenes y criminales de guerra, solidarios con los pueblos y movimientos sociales que luchan en contra del colonialismo, por su independencia y autodeterminación. Contrarios a los fundamentalismos de todo género y a las dictaduras de todo orden.

El Programa Democrático de Izquierda debe sustentar la transformación económica social a partir de la generación y convergencia de movimientos políticos y sociales, corrientes culturales que generen redes sociales, mayorías populares y convergencias democráticas, con libertades públicas, producción cultural, justicia social, igualdad y solidaridad, en el marco de una democracia participativa y una economía social solidaria.

Este es el componente de la lucha de ideas que corresponde llevar adelante para desafiar y confrontar la ideología neoliberal del continuismo, que en el Chile actual justifica o defiende una economía de la depredación y la acumulación, economía que necesita y sostiene una sociedad de la exclusión y la desigualdad, y una cultura política de oligárquicas y tecnócratas porque en ella se alimentan sus contravalores.

VOLVER A LA RAZÓN DE SER DE LOS SOCIALISTAS CHILENOS.

Tenemos que volver a la razón de ser de los socialistas. A los principios y valores históricos que nos hacen ser herederos legítimos de Salvador Allende. Nuestra historia es una historia heroica y no está allí para venderla al mejor postor liberal. Somos lo que somos, marxistas críticos, defensores de su carácter de partido de izquierda, popular, autónomo, democrático, latino-americanista y revolucionario. Nuestro sentido en la política es representar y defender los intereses populares desde la izquierda. Somos socialismo, somos pueblo y somos izquierdas.

Nuestro partido encarna en su historia un proyecto de transformación de la sociedad, la cultura y la economía en Chile. Y nosotros nos sentimos orgullosos de representarlo. Esa sigue siendo la razón más importante y significativa de la vigencia del Partido Socialista y de lo que hoy denominamos su política allendista: proyecto popular, unidad del pueblo, democracia social participativa y protagónica. Es nuestra visión de la transformación socialista del mundo y del rol de la militancia socialista en la política lo que choca con las ideas liberales y con las personas o los grupos que les encarnan.

Se ha profundizado la crisis política y orgánica en el seno del Partido producto de estas contradicciones políticas y doctrinarias tan de fondo. Esta crisis de carácter político se intensifica por el uso de un estilo de dirección excluyente, que desprecia el juego democrático de tendencias y corrientes de ideas, e impone hegemonías en cargos y funciones en relación a la percepción de incondicionalidad que se tenga de los militantes. Prima más el sentido de control que el espíritu democrático y fraternal. Los militantes se sienten despreciados por sus actuales dirigentes. Ello no es ni el estilo ni el tipo de conducción política al que estamos acostumbrados los socialistas. Consecuencia de ello la democracia interna es mínima o inexistente.

El primer requisito de recomposición política y moral del Partido es la recuperación de la democracia interna. Un partido es democrático cuando dispone de una institucionalidad que garantiza los derechos de quienes son temporalmente minorías, cuando su institucionalidad permite condiciones para que las minorías puedan ser mayorías. Donde existe la cultura del respeto a la norma interna y que esta no depende del menú que interesa a quien ejerce control temporal de los cargos o instancias internas.

La democracia interna debe garantizar una institucionalidad sana y transparente, favorecer que las decisiones políticas de todo tipo sean adoptadas en las instancias que corresponde, de manera participativa e inclusiva, que ellas sean fruto de la discusión desde la base, eludiendo las negociaciones de cúpulas de lotes al margen de la institucionalidad partidaria.

La democracia partidaria se juega en la base, de allí la obligación de volver a los núcleos y favorecer el fortalecimiento de las instancias seccionales y comunales. Allí se deben concentrar los recursos, los bienes partidarios, los esfuerzos de formación política y el inicio de cualquier proceso de definición política o de generación de mandatarios y dirigentes. Ese principio servirá, también, una forma de impedir que quienes sean candidatos a cualquier instancia simulen u oculten su identidad socialista en las campañas electorales, pero que si se sirvan del partido, de sus recursos, de su orgánica y de su prestigio para que una vez electos no estén dispuestos a rendirle cuentas o ponerse a disposición de las instancias regulares, muy por el contrario, llegar incluso a desconocerlas y/o a manipularlas. Resulta ser una inmoralidad que los mismos parlamentarios hayan utilizado a la mayoría de delegados funcionarios del reciente Congreso para eludir la exigencia moral, política y orgánica de querer perpetuarse en los cargos senatoriales y otros casi por 28 años. Que inmoralidad! Esa es la verdadera corrupción, la que debilita la ética y la oculta en disposiciones burocráticas.

La falta de democracia interna y evaluación partidaria de la base a las direcciones superiores es la causa que en el seno del partido coexistan dos proyectos y dos culturas de militancia.

El partido de militantes versus el partido de funcionarios. Son dos concepciones de militancia. Nosotros, por formación apreciamos la institucionalidad del partido, respetamos la democracia interna, tenemos vocación de trabajo en la base.

Los que ya no aprecian las ideas socialistas y aprecian más las ideas liberales desprecian el partido y su base. Se rodean de operadores que dedican a comprar militantes, que abusa de las necesidades personales y familiares de los militantes pobres y transforma sus necesidades en pasto del clientelismo, en consecuencia, más que contribuir a levantar el estado moral de la nueva militancia o los nuevos inscritos o nuevas fichas, dedican sus esfuerzos a crear contraejemplos de militancia socialista, a infundir contravalores, a legitimar una anti-mística socialista y justificar una disposición a las pegas, a las expectativas de cargos o a la prebenda. Eluden la democracia interna. Privilegian formas de funcionamiento orgánico basadas en fichar a clientes más que militantes, y acarrearlos para las elecciones internas y los eventos. Son éstas prácticas las que vacían de ética y decencia la política de los socialistas, contribuyen al desprestigio del partido y a la pérdida de confianza entre los trabajadores y el pueblo.

Necesitamos democratizar el partido, tanto como volver al partido de las ideas.

El partido debe volver a ser un partido de militantes, un partido en el que cada socialista lo sienta su hogar, se sienta parte de una casa común donde puede llegar, ser acogido y escuchado. Necesitamos renovar nuestro compromiso de lealtad a los principios y a los valores históricos del socialismo chileno, requiere de voluntad unitaria, generosidad unitaria, recuperar el temple del compromiso revolucionario de los socialistas. Requerimos de un gran consenso por la base, para seguir avanzando en proyectar la herencia política y moral del Presidente Allende y honrar la memoria de nuestros mártires. Llamamos a sumar esfuerzos, desde la base, en todo el país, de manera participativa y protagónica, en el respeto a la democracia partidaria de los socialistas chilenos, sin afanes caudillistas.

En el año del centenario del natalicio del Presidente Allende llamamos a transformar las Elecciones internas de Abril del 2008 en la oportunidad de recuperar el Partido Socialista para la lucha por la democracia y el socialismo.

NUESTRA FUERZA RADICA

EN NUESTROS PRINCIPIOS.



 
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