Este 13 de noviembre, ante la Asamblea de las Naciones Unidas, Cuba volverá a presentar una resolución condenatoria del criminal bloqueo económico, comercial y financiero que enfrenta desde 1959 -cuando se alzaba triunfante la primera revolución socialista en el continente-, y es completamente seguro, que como ha ocurrido durante veinte veces consecutivas, Estados Unidos se quede solo contra el mundo.
No hay ninguna razón, ni histórica ni ideológica-política, que justifique una medida de este tipo, en un contexto histórico de fracaso de los planes imperiales por reconquistar el dominio de Cuba y en un momento de creciente tendencia a construir un mundo multipolar.
El impacto de esta medida, iniciada formalmente por los Estados Unidos en 1961 al retirar su embajador de La Habana y consolidada en febrero de 1962 a través de la Proclama Presidencial 3447 firmada por Jhon Kennedy, ha provocado grandes afectaciones para la población y para todos los sectores de la economía y la sociedad. A diciembre de 2011, según reporta el gobierno de ese país, la afectación de esta implacable agresión estadounidense alcanza a un billón 66 mil millones de dólares .
Pero además, como sostiene el informe base de la resolución que será presentada en la Asamblea de las Naciones Unidas, “el bloqueo constituye una violación masiva, flagrante y sistemática de los derechos humanos de todo un pueblo y califica como un acto de genocidio en virtud de la Convención de Ginebra de 1948 para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio. Viola también los derechos constitucionales del pueblo norteamericano, al quebrantar su libertad de viajar a Cuba. Viola, además, los derechos soberanos de muchos otros Estados por su carácter extraterritorial”.
Los orígenes reales del bloqueo se remontan a 1959, pues la revolución, que se anticipaba como la más profunda de todo el continente, empieza a recibir bastante tempranamente amenazas de intervención de grupos armados y financiados por los Estados Unidos, así como represalias de carácter comercial asumidas por ejemplo un año después con la suspensión de la compra de azúcar y tabaco cubanos.
Pero nada es, por lo general, un accidente histórico. Una lectura más o menos profunda de la historia latinoamericana desde el siglo XIX permite explicar los objetivos estratégicos –restringidos y amplios- del embargo económico, comercial y financiero contra Cuba y que se han ido modificando conforme también se ha ido consolidando esa revolución y de acuerdo a su grado de impacto en América Latina y el Caribe.
En primer lugar, lo que Estados Unidos ha buscado siempre es recuperar el control de un territorio al que siempre lo ha considerado como suyo. Bajo la cobertura política de la Doctrina Monroe de que América es de los Americanos , el secretario de Estado al que esa concepción geopolítica del naciente imperio le debe su nombre, en 1823 dirigió una carta al embajador estadounidense en España, en la que calificaba a Cuba y Puerto Rico como los “apéndices naturales” del continente norteamericano.
Cuando la independencia formal de Hispanoamérica era indetenible, los Estados Unidos y España “negociaron” los alcances de esas luchas anticoloniales para que sus efectos no arrastrasen a los territorios puertorriqueños y cubanos. De hecho, como ocurriría con el primero poco después, James Monroe sostuvo, en la materialización de ese “Destino Manifiesto”, que “es casi imposible resistirse a la convicción de que la anexión de Cuba a nuestra república federal será indispensable para la continuidad y la integridad de la Unión misma”. Más claro, imposible.
En segundo lugar, derrotar a la primera revolución socialista en América Latina y el Caribe, alimentó la obsesión estadounidense. Para la burguesía imperial siempre ha sido inaceptable que Cuba, que había pasado directamente del dominio español al dominio estadounidense, no solo marchara a contra-ruta del Destino Manifiesto , sino que además tomara, bajo el liderazgo indiscutible de Fidel Castro, un rumbo radicalmente distinto al modo capitalista de organización de la vida social. Ya la revolución socialista en la Rusia de 1917 significaba un proceso que alteraba sus planes hegemonistas en el mundo, pero que lo mismo ocurriese en su patio trasero era inimaginable e inaceptable.
Si bien Estados Unidos siempre ha intervenido activamente para desactivar olas revolucionarias en el continente, como ocurrió por ejemplo con su guerra imperialista contra Nicaragua, donde se enfrentó al “pequeño ejército loco” de Augusto Cesar Sandino en la década de los 30, y derrocó al gobierno nacionalista guatemalteco de Jacobo Arbenz en 1954, su obsesión histórica por Cuba no tiene precedentes.
Desde 1959, no ha habido pausa ni descanso para una revolución asediada por el imperialismo a través de todas las formas posibles. Entre las más importantes medidas, desarrolladas abierta y encubiertamente, destacan la invasión a Bahía de Cochinos en 1961, la expulsión de la OEA en 1962, cerca de 600 intentos de asesinato de su líder histórico, la voladura de un avión civil en pleno vuelo en 1976 y múltiples acciones de terrorismo dentro del territorio cubano, así como reiteradas formas de guerra bacteriológica.
Esta obsesión histórica se ha fortalecido en las clases dominantes estadounidenses –independientemente de su carácter republicano o demócrata-, en la medida que la revolución cubana se distanciaba del camino que siguieron los países miembros del ex-bloque socialista.
En tercer lugar, destruir el símbolo de ejemplo político y moral que la revolución cubana representa para los pueblos del mundo. Los hombres y mujeres de la mayor de las Antillas no solo que han sido los protagonistas de la “primera derrota militar imperialista del siglo XX” como afirmó Lenin al hacer referencia al fracasado intento de Bahía de Cochinos en abril de 1961, sino que representan, a lo largo de estos 53 años de resistencia, la demostración de que si otro mundo es posible .
Es evidente de que sin la revolución cubana, que en retrospectiva marca el inicio del tercer momento emancipador en Nuestra América, difícilmente se entendería el surgimiento y desarrollo de gobiernos de izquierda y progresistas, así como la posición de mayor autonomía frente a Estados Unidos que han asumido incluso varios gobiernos de derecha en los últimos años.
La posición cada vez más crítica ante la Organización de Estados Americanos (OEA) y el nacimiento y desarrollo de foros políticos y mecanismos de integración alternativos como el ALBA, UNASUR y la CELAC, constituyen señales bastante fuertes de que la América Latina y el Caribe de hoy es distinta a la de hace al menos una década y la revolución cubana tiene mucho que ver.
Pero, desarrollados esos tres aspectos que explican las causas y objetivos del bloqueo contra Cuba, la pregunta es ¿será una fatal determinación histórica, inexorable en el tiempo?
Todo lo contrario. Hay demasiados elementos como para pensar de manera distinta. Por cuestión de síntesis podemos decir que hay tres razones que representan la negación de ese determinismo histórico que los Estados Unidos, al influjo del Destino Manifiesto , ha querido construir:
Primero, el consenso en los estados miembros de las Naciones Unidas de que Estados Unidos debe levantar el embargo económico, comercial y financiero contra Cuba. Una activa política exterior cubana, asentada en la fuerza que le da la historia y el principio de la autodeterminación, ha logrado durante veinte veces consecutivas que la Asamblea de las Naciones Unidas condene el bloqueo y pida su inmediato levantamiento a la administración estadounidense. A partir de 1992, de 59 votos a favor de levantar el bloqueo, la comunidad internacional, conformada en su mayoría por gobiernos de corte ideológico distinto al vigente en la tierra de los mambises y de Marti, ha sido parte de la cadena de victorias cubana en ese foro mundial al dejar cada vez más solo a los Estados Unidos: 179 en 2004, 183 en 2006, 184 en 2007, 185 en 2008, 187 en 2009 y 2010, y 186 en 2011.
Este martes 13 de octubre, se da por descontado que la resolución presentada por el gobierno cubano sea, por vigésima primera vez, plenamente respaldada. Un Duro revés para el reciente re-electo presidente Barak Obama.
Segundo, por la unánime posición de los estados y gobiernos de América Latina y el Caribe que en la última cumbre de las Américas, en Cartagena de Indias, Colombia, en abril de este año, expresaron y concluyeron que no habrá otra cumbre sin la presencia de Cuba. Esta determinación también es el resultado de una tendencia creciente en los últimos años.
Es evidente que los gobiernos de Nuestra América, independientemente de su corte ideológico-político (centro, derecha e izquierda), no comparten una medida de intervención de este tipo y que es inaceptable en el siglo XXI.
Tercero, por la simple razón de que la medida colonial e imperial contra la revolución cubana ha fracasado. Los objetivo de doblegar a la revolución cubana, de dividir al pueblo de su gobierno, de impedir su ejemplo para otros pueblos y gobiernos del mundo, así como destruir su aporte a la teoría y práctica emancipadora, no solo que han fracasado, sino que se han convertido más bien en un factor de cohesión interna dentro de Cuba y con efectos internacionales.
El bloqueo es inaceptable política y moralmente. Sus objetivos han sido derrotados y le ha correspondido al gobierno y pueblos cubanos, bajo el liderazgo de Fidel Castro y ahora con Raúl Castro, cosechar victoria tras victoria. Esta medida criminal y genocida en pleno siglo XXI debe ser levantada.