La vigésima segunda Cumbre Iberoamericana, recién celebrada en Cádiz, pasará a la historia como la primera en que sus dos únicos miembros europeos, España y Portugal, tuvieron que bajar la cabeza, y reconocer que Latinoamérica alumbra el camino hacia el progreso, tras acabar con las fracasadas políticas neoliberales impuestas desde Estados Unidos.
Penas para Europa y glorias para América Latina caracterizaron la cita de Cádiz, donde predominaron las posiciones de los países “tercermundistas” de nuestra región, que durante siglos fueron avasallados por el dominio colonial español, y luego por el ahora decadente imperio de Washington, al cual se han sumido siempre los gobernantes de Madrid.
El propio presidente del ejecutivo derechista de España, Mariano Rajoy, tuvo que reconocer públicamente que “es mucho lo que la experiencia de Latinoamérica puede aportar a las naciones europeas”, enfrentadas hoy a una crisis económica sin precedentes, y su población sometida a recortes sociales de todo tipo, desempleo, represión y violaciones flagrantes de los derechos humanos.
Rajoy, nada confiable, dicho sea de paso, por su sumisión al régimen norteamericano, expresó muy “cariñosamente” que “si en el pasado América Latina fue una oportunidad para Europa, hoy el denominado Viejo Continente es una oportunidad para América Latina”.
Similares declaraciones “amigables” hicieron el Rey de España Juan Carlos y el Secretario General iberoamericano, Enrique Iglesias, quien señaló que ante las dificultades que viven España y Portugal, los vínculos de ambos estados con sus similares de Latinoamérica son ahora más necesarios.
Iglesias admitió que América Latina atraviesa hoy por una “década de bonanza”, reflejada en altas tasas de crecimiento, baja inflación, acumulación de reservas, disminución del endeudamiento externo y el dinamismo y diversificación de su comercio exterior.
Lo que no dijeron Rajoy, el monarca Juan Carlos y el Secretario Iberoamericano es que en Latinoamérica predominan actualmente cambios profundos protagonizados por gobiernos progresistas, antiimperialistas, y que nada quieren saber de las recetas neoliberales que Estados Unidos experimentó primero en esta región.
También obviaron que una buena relación con América Latina, especialmente de España, pasa porque Madrid adopte una política exterior independiente de Washington, algo que no ha hecho nunca, por su blandenguería ante las administraciones norteamericanas, las cuales, por cierto, siempre han despreciado a esa nación ibérica.
La Cumbre de Cádiz quizás sirva de enseñanza para que la exmetropolis española con muletas aprenda de una vez por todas que su conducta altanera hacia sus antiguas colonias ya paso a la historia, y son otros tiempos de independencia y soberanía los que se viven en Latinoamérica.
Ojalá Madrid aprenda la lección.