LA HABANA, Cuba, diciembre, www.cubanet.org -Según estadísticas publicadas en el Diario de la Marina, en 1957 Cuba ocupó el cuarto lugar en el continente americano en cuanto a la proporción de cabezas de ganado por habitante, siendo sólo superada por Brasil, Argentina y Uruguay, países cuyas producciones de carne vacuna constituían los principales renglones exportables. En esos “tiempos malos”, antes de que la revolución nos liberara -¿sería de las vacas?- en el país había alrededor de seis millones de habitantes, e igual, o mayor, número cabezas de ganado vacuno. O sea, que cada niño cubano que nacía tenía su vaquita garantizada.
Nuestro consumo per cápita de carne vacuna ascendía a más de 70 libras anuales. Según datos de la FAO, de 1958, el consumo diario per cápita de calorías en Cuba era de 2,730, solamente superado en América Latina por los argentinos, que ingerían 3,240. De acuerdo con testimonios de personas la tercera edad que vivieron aquellos tiempos mejores, en aquella época, la carne más cara en Cuba era el filete y su precio oscilaba entre los 49 y 65 centavos la libra. Los más baratos eran el hígado, la ternilla y el tasajo, cuyos costos no superaban los 10 centavos. Hay que recordar además que, en esos tiempos, nuestro salario promedio era de unos 100 dólares mensuales y hoy, después de medio siglo de “logros revolucionarios”, no llega a 20.
Cuentan que, por tradición, antes de la revolución muchas personas no comían carne de res los viernes. Siguiendo las costumbres católicas, la proteína servida en las mesas ese día era pescado, pollo u otro tipo de carne blanca.
Después del triunfo revolucionario, y como consecuencia del descalabro de la industria pecuaria y la masa ganadera, la tradición de no comer carne de res los viernes, fue extendiéndose paulatinamente a todos los días de la semana, hasta llegar al punto en que comer carne vacuna se convirtió en una quimera inalcanzable para los cubanos.
Hoy la oferta de carne de res en el mercado estatal depende de las importaciones, los precios son elevadísimos y los salarios paupérrimos. Hay muchos niños cubanos que no conocen su sabor y la gente más humilde deposita sus esperanzas de conocer la carne de res en la única oferta afinada a sus bolsillos: la que provee el mercado negro, a costa del hurto y sacrificio del ganado mayor.
Sin embargo, los pobladores del municipio cienfueguero de Aguada de Pasajeros han confundido conceptualmente la máxima que aduce: “La salud entra por la boca”, y se arriesgan a intoxicarse o contraer enfermedades, por consumir la carne de animales que son sacrificados o mueren bajo condiciones anómalas.
En Cuba un campesino no puede matar una vaca y comérsela, aunque sea suya; hacerlo constituye un delito severamente castigado. Pero, según argumenta Juan Alberto de la Nuez, residente en Aguada de Pasajeros, los campesinos han encontrado un modo para lograr comerse un bistec de vez en cuando. Les dan de comer a las vacas un tipo de abono que contiene un químico llamado “urea”. Luego, le dan de beber mucha agua, entonces se produce una reacción en la panza del animal y, tras una cruenta agonía, la bestia muere.
El dueño informa a la policía, el veterinario oficial certifica la muerte y los guardias le ordenan quemar el animal. Pero, en la mayoría de los casos, el campesino se opone la incineración y la policía hace la vista gorda, para evitarse problemas con la población. En varias ocasiones, las fuerzas del orden han sido injuriadas por los pobladores que, cuchillos en mano, se lanzan sobre el cadáver de una vaca, decididos a convertir en bistecs al difunto animal.
Cuenta que al grito de ¡Vaca muerta!, la gente sale a la calle esgrimiendo cuchillos, machetes y hachas. Los más afortunados son los primeros en llegar al cadáver. La segunda andanada arrasa con el costillar y la cabeza, quedando finalmente sólo los mondongos o intestinos, destinados al festín de las tiñosas.
“Pero todo no es color de rosa”, apunta Juan Alberto, aludiendo al caso de Eduardo Blanco, un vecino del barrio La Federal, en Aguada, que fue puesto tras las rejas durante un año, por formar parte de una turba que deshuesó a un caballo muerto. La misma sanción amenaza ahora a Yosnay García Moreira, quien tuvo que pagar una fianza de 700 pesos y está a la espera del juicio, acusado de “propagar epidemias”, la causa por la que enjuiciaron a Eduardo.
“Lo más vergonzoso -aseveró Juan Alberto- es que estas barbaridades están sucediendo en un país donde había más vacas que personas”.