Perdónanos, María, por tanto como te hemos desfigurado. No fue mala voluntad, sino fruto del cariño. Pero así somos los hombres: que parece que no podemos querer si no es configurando al otro a imagen de nuestros pequeños deseos…
Así te hicimos Reina a Ti, la que cantaba a Dios porque derriba a los poderosos de sus tronos. Te atiborramos de alhajas a Ti, que nunca llevaste más brillo que el de propia limpieza –sólo para bendecir a esas joyas ostentosas que nunca deberían llevar nuestras mujeres.
Te dedicamos congresos y homenajes, cuyo único objeto parecía ser que no se hablase de los temas vidriosos, incómodos, difíciles y vivos. Te hicimos aparecer a unos y a otros para condenar revoluciones y afanes de progreso, a Ti que callabas siempre. Que sólo hablaste una vez para pronunciar las palabras más subversivas de la Historia (1). Compréndelo María: ¿puede un hijo resignarse a saber tan poco de su madre?
De ti sólo sabemos que callabas, que guardabas en tu corazón lo que no entendía (2); pero “estabas”; allí, al pie de aquel patíbulo (3)que recapituló todas las cruces de la historia. Nosotros no entendimos tu silencio, no supimos que él es quien te enseñó a decir “hágase” (4), y a alabar al Señor porque mira a los humillados, y es el Dios de los pobres, y despide vacíos a los ricos, los poderosos y los fatuos (5).
Enséñanos, al menos, a creer en ese Dios, y en ningún otro, ni aunque nos lo predique los ministros de la Iglesia; y aunque esa fe nos obligue a decir “hágase” muchas veces. Y perdónanos, Madre, si también te pedimos que con todos tus nombres: de Monserrat, de Macarena o del Rocío, de Aránzazu, el Pilar o Czestochowa, de Guadalupe..., vengas un día a devolver todas tus joyas, para que no deforme tu pureza, y sirvan a los pobres de la tierra. Hazlo Tú, Madre, porque quienes deberíamos hacerlo no tendremos valor para ello, aunque lo pidan los Papas o la tradición de nuestra Iglesia.
Y a tantas mujeres, benditas contigo, hermanas tuyas en tantas discreción no aparente, en servicio callado, y en el dolor secreto, libéralas por fin, sin alharacas y sin que introyecten modelos masculinos como sus ideales de personas. Y déjame cantar contigo que mi alma glorifica al Señor porque te hizo.
JOSÉ IGNACIO GONZÁLEZ-FAUS
(1) Lc 1,46
(2) Lc 2, 50-52
(3) Jn 19,25
(4) Lc 1,38
(5) Lc 1,51-53