Una rosa de Francia,
cuya suave fragancia
una tarde de mayo
su milagro me dio.
De mi jardín en calma
aún la llevo en el alma
como un rayo de sol.
Por sus pétalos blancos
es la rosa más linda
y hechicera que brinda
elegancia y amor.
Aquella rosa de Francia,
cuya suave fragancia
una tarde de mayo
su milagro me dio.
“Una canción —declaró Rodrigo Prats (Sagua la Grande, 1909-La Habana, 1980)— puede inmortalizarnos para siempre y yo toqué la flauta como decimos en el argot musical, con esta canción”.
Con apenas 15 años, este grande de nuestra música escribió “Una rosa de Francia”, una de sus primeras composiciones, sin imaginar que se convertiría en una pieza antológica de nuestro cancionero.
Su letra proviene de un poema que le proporcionó al joven músico un poeta amigo de la familia. La musa inspiradora fue una hermosa mujer llamada María Teresa, quien por sus rasgos parecía francesa.
El encuentro entre Rodrigo Prats y el abogado Gabriel Gravier —el poeta en cuestión— ocurrió en el verano de 1924, en la casa de los tíos de Rodrigo, Enriqueta y Antonio Reynieri, en Santiago de las Vegas, donde el aún estudiante de música pasaba largas temporadas y tocaba el violín en la pequeña orquesta que animaba las funciones del cine silente del teatro Minerva.
Por cierto, el musicólogo Helio Orovio aseguraba que el carácter metafórico del texto y el ocultamiento del motivo inspirador obedecía, ni más ni menos, a que la dama era entonces esposa de un importante personaje de aquella localidad.
Al joven sagüero le gustó el poema, se sentó al piano y con natural desenvoltura sobre su letra compuso esta maravillosa obra que poco después fue estrenada por el cantante Fernando Collazo.
Sobre ello diría su creador:
“Es muy conocida la versión que hace Barbarito Diez, pero es oportuno señalar que esta partitura no fue concebida como danzón, es una criolla-bolero. El cantante cubano Fernando Collazo es quien la lleva al danzón y la hace popular por la década del 20”.
Rodrigo Prats inició sus estudios de música con su padre, el destacado flautista y compositor Jaime Prats, autor del célebre bolero “Ausencia”. Desde Sagua la Grande se trasladó en 1914, en unión de su familia para La Habana, donde ingresó en los conservatorios Orbón e Iranzo, siempre bajo la tutela de su padre.
En tertulias hogareñas conoció muchos géneros, entre ellos el danzón, por el cual siempre se sintió atraído: “Sí, soy danzonero y lo digo con orgullo. Apenas con 12 años tocaba violín en orquestas que interpretaban este cubanísimo baile. La primera fue la de Tata Pereira, una charanga francesa (…).
¿Mi primer danzón? ¡Ah, este lo escribí muy joven! Recuerdo que me costó un suspenso (…) más me había dedicado a componer mi primer danzón que al repaso de Geografía. Titulé esta obra “Club Habana”, en homenaje a mis compañeros de esa Academia. Más tarde seguí cultivando ese género en el teatro”.
Muy pronto comenzó su fecunda carrera teatral al integrarse a la compañía que dirigía Arquímedes Pous, aquella gran figura del teatro vernáculo. Por esos días iniciaba también su importante trayectoria como director de orquesta.
“Después de su tío Jorge Anckermann, (quien mucho tuvo que ver con la carrera exitosa del Maestro), es Rodrigo Prats, —como dijera Eduardo Robreño- el compositor cubano (calificado o no), que ha elaborado mayor cantidad de música”.
Su catálogo alcanza millares de obras.
Con solo 21 años compartió labores de dirección musical junto con el ya consagrado Gonzalo Roig, a quien siempre reconoció como su maestro en la difícil labor de conducir orquestas. Sucedió en una temporada teatral de género lírico que se prolongó durante cinco años, y en la cual Prats realizó, entre otras, las zarzuelas Soledad, María Belén Chacón y Amalia Batista, auténticas joyas musicales.
Fue fundador y director de la Orquesta Sinfónica del Aire, de la Orquesta de Cámara del Círculo de Bellas Artes; director musical de la RHC Cadena Azul y del Canal 4 de la Televisión; fundador y director del grupo de Teatro Jorge Anckermann, así como también del Teatro Lírico Nacional.
Y es autor, asimismo, de otras meritorias piezas como las canciones “Amor y celos”, “Aquella noche”, “Sagua la Grande”, “Espero de ti”, y “Tú no sabes mentir”; de los pregones “El churrero”, “El heladero”, y “El tamalero”; y del sainete “El bravo”, con libreto de Enrique Núñez Rodríguez.
La muerte lo sorprendió trabajando. Acababa de terminar un disco de larga duración que recoge la partitura completa de “Amalia Batista”, su obra preferida. Hacía solo unas semanas que había musicalizado versos de la primera etapa de Nicolás Guillén. Entre las obras de su autoría que se cantaron al darle sepultura en el cementerio de Colón de La Habana no podía faltar, ciertamente, “Una rosa de Francia”, sobre la que —al decir del musicólogo Manuel Villar—, hubo varias versiones antológicas, como la de Antonio Machín y el dúo Cabrisas-Farach, pero, sin duda, la más difundida desde la década del 50, es la de Barbarito Díez, la Voz del Danzón.
Hace unos años, la criolla-bolero “Una Rosa de Francia” volvió a la popularidad cuando sirvió de tema a la película homónima, en una coproducción cubano-española.
Durante su última aparición en la televisión, en el programa “Todo el mundo canta”, Rodrigo Prats confesó que “Una rosa de Francia” le había dado más fama y popularidad que todo lo que había hecho en la música, incluyendo sus zarzuelas.