En la peregrinación por San Lázaro: cada vez más miseria y materialismo, orine en las cunetas, cerdo frito, la demagogia democraticida de nuestro Cardenal.
Cada año es un poco más decadente que el anterior. La religiosidad en Cuba se ha ido tornando cosa de bárbaros, hasta terminar en una superstición medieval de masas, represiva y cruel, por puro miedo a la muerte en medio de la desidia de un país claustrofóbico e ineficaz, donde pagan con su vida los pobres animales y los mejores seres humanos (en sacrificios rituales y atentados disimulados). El 2012 no fue la excepción, sino el clímax.
La procesión de los pagadores de promesas de los dos últimos días al santuario de El Rincón es un escarnio nacional, carnaval que da grima a quien conserve un mínimo de intelecto y moral (esas dos utopías de las que ningún manual socialista se preocupó). Con kilómetros a la redonda tomados por el ejército y la policía política, el Dios remanente de esta Isla, encarnado en la demagogia democraticida de nuestro Cardenal católico, debe sentirse feliz de asistir al apocalipsis de una nación. Apocubalipsis.
Cada vez más miseria y materialismo al punto del mongolismo. Gente arrastrándose y arañando a sus inocentes hijos, como para asegurar otro medio siglo u otro medio milenio de horror. Piedras, sogas, ladrillos, cadenas, sacos ripiosos como vestimenta, peste a podrido, orine por las cunetas, tráfico de agua bendita como si de un bálsamo milagroso se tratara, iluminación mortecina de inspiración dantesca, personajes descalzos sobre el collage de cera y la pandemia de escupitajos, borrachos o locos de atar o ambos, tullidos y tarados, tipos violentos sin duda, tropita tétrica con los atributos dignos de una biblia satánica, sin recordar bien ni quién pudo haber sido el tal Lázaro de las muletas imaginadas y los perros que nunca lamieron sus llagas de utilería. Cada vez vendiendo más y más mierdangas al por mayor, cadáveres de cerdo frito y bisuterías que se oxidan justo el día después (hoy), postalitas apócrifas y ecumenismo de Navidad, criptocapitalismo del siglo XVI, todo al ritmo reumático de los reguetones recién prohibidos por una ancestral Revolución.
En el púlpito, el regaño y la diatriba con una sonrisa mitad perpleja y mitad purpurada. No se atreven a rechazar a sus fieles enfangados, porque estos son los únicos días del Señor en que la chusma carnavalesca le insufla mayoría a la iglesia, pero sí se les advierte que llegan en pecado mortal, uno a uno, como si fuera sólo un sucio secretito de alcoba (y lo es, en tanto pueblo infantilizado que se refugia en el hedonismo para fugar de la Historia) y no una consecuencia de convivir bajo una patria desquiciada tras décadas de despotismo pertinaz, patético. Se les recuerda, por supuesto (y las flores podridas catalizan la sinestesia), de la muerte sin clemencia que en breve los hará polvo de cucarachas (a los niños se les azuza con que "ya viene el Coco y te comerá"), y es ese terror, y no la fe en la Verdad, lo que empuja al ganado groseramente hacia Dios.
Asco, vértigo, náusea. Sentí espanto antropológico y una inconmensurable piedad por verme indistinguible entre la nada de los nadies cubanos allí, ayer.
Ya sabemos, el lenguaje existe porque la comunicación es imposible. Cuando la mentira sustituye la transparencia del amor, ese amor no ilumina y mata, sino que ciega y obliga a una longeva existencia estéril. Eso vi, eso viví. La sumisión indignante en manos de un lord más fósil que feudal, sea con hábitos o con uniforme. La desconfianza mutua (más reclutas que rezos), las miradas nerviosas de quienes están esperando sacar a un familiar de la cárcel para partir al carajo de Cuba, la risa soez e invasiva ante la diferencia de quien como yo parece aún bello y libre en medio de la molicie, las walkie-talkies mal disimuladas como hipóstasis de una pistola en mi nuca a la hora cero de la debacle (el Día F o, tal vez, su ensayo general en el día Ch).
Perdónalos, San Lázaro, porque saben muy bien lo que hacen. Cubansummatum est!