Esas palabras pronunciadas por Eusebio Leal, al recibir este viernes el Premio Nacional de Patrimonio Cultural, retratan a un hombre fiel a su tiempo, a la memoria y a su pueblo.
Fue la primera vez que se otorgó ese reconocimiento destinado por el Ministerio de Cultura y el Consejo Nacional de Patrimonio Cultural para enaltecer a aquellas personalidades que a lo largo de su vida hayan hecho aportes significativos en ese campo.
Nadie mejor que Eusebio para inaugurar la senda de los laureados. Se asocia su actividad a la conservación, salvaguarda y rescate del patrimonio cultural de la Nación y en particular de La Habana Vieja, declarada por la Unesco Patrimonio de la Humanidad hace 30 años. Alejandro García Álvarez, presidente del jurado, subrayó como "su trayectoria lo coloca en un plano de excepcionalidad e integralidad absoluta".
Y añadió: "Excepcionalmente relevante ha sido su labor en la puesta en valor de importantes monumentos de la arquitectura militar civil, doméstica, conmemorativa y vernácula particularmente en el centro histórico de La Habana Vieja, con no pocos ejemplos fuera de sus límites geográficos".
Lo singular en su caso es haber vinculado la obra de restauración física del centro histórico a la población y la participación activa de sus habitantes, dirigida al mejoramiento de la calidad de vida, al rescate de las tradiciones y la revalorización del patrimonio intangible de la parte más antigua de la ciudad, "a los que ha otorgado —según expresa la resolución que avala el Premio— un papel protagónico en la tarea colosal que preside y dirige personalmente con entrega ejemplar".
La vocación de servicio que ha merecido a Eusebio Leal tantas distinciones, su laboriosidad constante y paciente que aunó a muchas personas en torno a una ciudad que parecía perdida, su perseverancia contagiosa que convirtió en victorias el rescate de cada objeto que se salvaba de la codicia o el extravío, cada volumen nuevo para la biblioteca, de cada iniciativa de Roig de Leuchsenring, su predecesor, multiplicada y convertida en grandes empeños, permitieron que, como confesó Leal, "por sobre todas las cosas nos salváramos nosotros mismos de la muerte y el olvido".