- Cines de La Habana o los fantasmas del pasado
- Detalles
- Publicado el Sábado, 08 Diciembre 2012 11:58
- Por Café Fuerte
Powered by Agenzia WebPor Pepe Forte*
A propósito de la celebración del XXXIV Festival de Cine de La Habana, estas estampas de lo que fue el patrimonio instituciones para la exhibición cinematográfica en la capital cubana. Memorias de un tiempo ido, añoranzas por lo que podría ser.
Por alguna razón que no alcanzamos a explicar, el cine fue algo que pegó muy bien entre los cubanos. Es por eso que poco más de medio siglo después de la primera presentación del cinematógrafo Lumiere en La Habana, para 1958 la capital de Cuba era la que tenía más salas oscuras del continente.
La ciudad ostentaba más cines que Nueva York o París… y por eso algunas estadísticas desbordan el marco continental para afirmar que era la urbe mejor dotada en materia de cines del mundo. Un inventario de unidades cita más de 130; otro, más de 160, y uno bien entusiasta, 300 y tantos. Unas cifras u otras, hacen un compendio de los cines de estreno, de lujo, y los mas modestos, los de barrio.
¿Cuál fue el primer cine de Cuba?
No está claro cuál fue la primera sala de cine de La Habana o de Cuba per se. De la proyección inaugural sí se sabe que ocurrió el 24 de enero de 1897, cuando el empresario francés Gabriel Veyre, representante de la Casa Lumiere -fundada por los hermanos del mismo apellido, que fueron los creadores de la fotografía animada en 1895-, llegó dos años después de la antológica proyección parisina, y alquiló un salón aledaño al Teatro Tacón.
Veyre había desembarcado en La Habana el 15 de enero de ese año proveniente de México, donde ejecutó el mismo espectáculo. Juntó un par de docenas de sillas en la calle Prado No. 126, entre San Rafael y San José, y con un precio de 50 centavos los adultos -nos parece excesivo para la época- y 20 los niños y soldados, por función de media hora, posibilitó a los cubanos ver y maravillarse con algunos de los cortos fílmicos que hoy son piezas históricas del cine, como La Partida del Tren y Los Bañistas (como dato accesorio, hemos de agregar que un par de semanas después ocurrió un hito de la historia del cine en Cuba, cuando se filmó en la esquina habanera de Prado y San José el primer documento fílmico en territorio cubano, "Simulacro de Incendio").
El saloncito de Veyre
¿Admitimos pues como la primera sala de cine en Cuba a este saloncito en que Veyre proyectó sus cortos?
En esa primera fase de introducción, se caracterizaron ciertos sitios para el cine en Cuba: Panorama Soler, Salón de Variedades o Ilusiones Ópticas, Paseo del Prado #118, y Vitascopio de Edison.Pero es muy probable que lo que pudiésemos considerar como verdaderos cines hayan sido los primeros teatros de Cuba y de La Habana, convertidos en salas de proyección.
El Teatro Irioja (luego rebautizado como Teatro Martí) fue de los primeros teatros en presentar películas. Y en la lista de los pioneros hay que mencionar al Floradora, que luego cambió a Alaska.
Siguiendo esta modalidad de teatros convertidos en cine merecen atención el Teatro Payret, el Teatro Campoamor, y el Teatro Trianón.
El 20 octubre de 1921, los empresarios Santos y Artigas -dueños del circo más importante de Cuba- inauguran el Teatro Campoamor, en Industria y San José, construido a un costo de 300 mil pesos de la época. Pero después comenzó a usarse como cine. Allí se realizó la premiere el 15 de febrero de 1928 del filme The Jazz Singer, la primera película sonora, de 1927, estrenada en Estados Unidos prácticamente semanas antes, el 6 de octubre de 1927.
Para ver la cinta sonora de Warner Brothers en el Campoamor, se instaló el sistema de audio Vitaphone, el mismo con que contaron los cines de New York, Chicago y California en su estreno para poder escucharla. Por eso en aquella época cuando una persona poseía una voz vigorosa, se decía de ella, "Oye, fulano, lo que tiene es un vitafón..."
Nuestro Coliseo Rojo
El Payret, por su parte, fue inaugurado el 21 de enero de 1877 por su propietario, el acaudalado catalán residente en Cuba, Joaquín Payret. También se le conoció como Teatro de la Paz, y Coliseo Rojo. Temprano en la década del 50 definitivamente el Payret quedó convertido en cine, allí en su ubicación frente al Capitolio y besándose por el costado con el Parque Central. La nueva estructura presentó entonces una arquitectura de severas líneas neoclásicas exteriores dentro del universo ecléctico definido así por Carpentier, y un refinamiento entre lo bello y lo cursi en su interior. En el vestíbulo se puede apreciar La Ilusión, escultura de la artista Rita Longa.
El cine Trianón, en la Calle Línea en El Vedado, se inauguró como teatro en 1920. Fue diseñado por el prominente arquitecto cubano Joaquín Emilio Weiss y Sánchez (1894-1968). El inmueble conserva su fachada original cuyo lenguaje arquitectónico es muy parecido al que mostraban los teatros de la época. En el Anuario Cinematográfico de 1958 -que tiene el listado de las 130 y tantas salas que citamos- aparece registrado ya como cine, con mil 100 butacas. Durante décadas, el Trianón integró uno de los principales circuitos de estreno.
En este recuento de los primeros cines de La Habana no se puede obviar el cine Actualidades en la Avenida de Bélgica entre Neptuno y Virtudes, establecido como tal en 1939 por el empresario Eusebio Cosme. El Actualidades es un pionero de los cines cubanos.
Pero no sólo La Habana. Como uno de los momentos más tempraneros de las salas de cine de Cuba hay que citar a El Nacional, cuando en 1916 el comandante del Ejército Libertador Bernabé Rodríguez Meneses, lo inaugura en Fomento, en la provincia de Las Villas, en el centro del país, que lamentablemente despareció durante un incendio en 1929. Y en 1918 se inaugura en Placetas, coterránea de Fomento, el cine-teatro Eligio Torres, situado en la calle Primera del Norte entre 1ra y 2da del Oeste. En 1930 se exhibieron allí filmes sonoros.
Cines de La Habana republicana
Los cines de La Habana construidos en las primeras décadas del siglo XX, época en que la capital cubana más que a New York miraba a París, fueron además excelentes piezas arquitectónicas, especialmente cuando la ciudad sucumbió a la fiebre del Art Deco. De este modo aparecieron cines en tanto que magníficos, exponentes de ese estilo, como el América, en la Calle Galiano.
El Fausto, en el Paseo del Prado y Colón, célebre por su sala de gran longitud, es otro documento Art Deco escrito en hierro y concreto. El edificio de ese estilo que todavía subsiste allí, fue erigido en 1938, una vez demolido el original. Su arquitecto fue Saturnino Parajón y Amaro.
El Fausto fue otro de los “conversos”; empezó a proyectar películas el 15 de noviembre de 1915 y, junto con el Campoamor, fue de los primeros cines habilitados con audio para exhibir películas sonoras.
Los cines de La Habana estaban en sintonía con su barriadas. Cuando El Vedado comenzó a surgir como un área de alto nivel -fenómeno que incrementó durante los 50- los cines establecidos allí fueron reflejo del nivel económico de sus vecinos. El cine Acapulco, en la Avenida 26 en el Nuevo Vedado, fue una de las más modernas y lujosas de la ciudad, con sus espejos de filigrana en el recibidor, acorde con el vigor económico de la burguesía cubana residente en las mansiones de sus calles y avenidas.
Junto con el cine La Rampa y el Rodi, estos tres fueron de los últimos inaugurados antes que Castro tomara el poder en 1959.
La Rampa estaba ubicado en el downtown moderno del Vedado moderno cuando la Calle 23 desciende como una rampa -de ahí su nombre- hacia el Malecón. Entre O y P, este cine tenía una particularidad: desde dentro de él, sin necesidad de abandonarlo, se accedía por un puerta lateral a la célebre cafetería Wakamba, al torcer de la esquina. Esta característica fue abolida en los años 60, y sólo los más viejos la recuerdan.
En La Víbora y Santos Suárez
Otras barriadas y repartos de clase media o clase media alta como La Víbora, Santos Suárez, y La Sierra, tenían sus salas para esa ciudadanía como el Mara, el Santa Catalina o el Roxy.
Antes de 1959, los cines de los grandes circuitos de estreno, como el Payret, el América, el Acapulco, el Arenal, el Astral, el Lido, el Riviera, y el Ambassador, por sólo citar algunos, estaban conectados con y eran clientes de una gran cinematográfica o distribuidora como 20th Century Fox, Columbia o Metro Goldwyn Meyer.
El fabuloso Radiocentro, en 23 y L, con sus casi dos mil butacas, pertenecía a la Warner Brothers. Es por eso que en sus primeros años tras inuagurado se llamó Warner, hasta que fue rebautizado Radiocentro, en el conjunto arquitectónico del mismo nombre, que incluía a la gran radioteledifusora cubana CMQ. En 1971, el Radiocentro fue rebautizado como Yara.
El Radiocentro fue además la segunda sala de cine en acoger el por entonces novedoso Cinerama, las películas en tercera dimensión (luego de 1959, cuando Castro entregó a Cuba a la URSS, un grupo de ingenieros soviéticos cargaron con el equipo para Moscú para investigarlo y copiarlo.
Pero muchos de los cines de La Habana no sólo eran fastuosos y encarnaban significativas joyas arquitectónicas, sino que también eran portentos de capacidad. Algunos de ellos, aún situados en barriadas humildes, como el Lux en Almendares, o el Alfa en Marianao, tenían más de mil 250 butacas. Qué fenómeno: decenas de miles de lunetas para una población de alrededor de un millón de habitantes para 1959.
Sabores cinematográficos
Y estas salas representaban también diversos sabores cinematográficos: El 9 de julio de 1942, bajo el nombre original de Cine Periódico Resumen, con 400 butacas, en la calle San Rafael esquina a Consulado, comenzó a proyectar cortos, noticieros y dibujos animados este espacio posteriormente conocido cándidamente como Cinecito por su tamaño, y más tarde llamado así. El Cinecito se dedicó a proyectar lo mejor de los animados norteamericanos en colores. En esa sala soñaron miles de baby-boomers cubanos -este redactor incluido- acompañados de sus padres.
Y desde el 1938, otra sala doble en la calle San Rafael, el Rex Cinema y el Duplex, en la céntrica Calle San Rafael, se dedicaron exclusivamente a la exhibición de filmes documentales, cortometrajes y noticieros, aunque a veces combinaban películas.
El Último Cuplé, de Sarita Montiel, se proyectó durante más de un año en el Dúplex.
El Dúplex y el Rex (había otro Rex en Buenavista, Marianao, clausurado desde principios de los 60), se adelantaron en el tiempo con su fórmula de recintos pequeños, modalidad de los cines multi-salas norteamericanos del presente.
No todos los cines tenían aire acondicionado, muchos se refrescaban con poderosos extractores -a veces ruidosos-, pero en ninguno se padecía calor.El célebre Chinatown de La Habana tenía sus propios cines, entre ellos, el Pacífico, El Águila de Oro y el Continental.
Un fenómeno que no se puede olvidar son los llamados Autocines, como el hermoso Novia del Mediodía próximo a la autopista homónima, donde el espectador podía ir en su coche y desde él disfrutar de la programación fílmica -hubo más de un autocine en La Habana. El Novia del Mediodía es hoy un yerbazal olvidado...
Y La Habana aún tenía un par de cines curiosos: el Verdun, y el Majestic, contiguos, uno de los cuales contaba con techo corredizo, de modo que en la noches sin lluvia se podía disfrutar de una película bajo las estrellas.
Otra curiosidad era la del cine de barrio Cándido, cuya puerta de acceso a la sala oscura estaba junto a la pantalla, de modo que uno entraba allí de espaldas a la película.
Los precios para las películas eran más altos o más bajos según la instalación, la barriada y la cinta en sí. Pero ir al cine costaba centavos. Para los años 70, aún arrastrando una escala monetaria de los 50, los cines de estreno cobraban 80 centavos por tanda. Pero las funciones antes de 1959 generalmente incluían dos películas, un corto interesante, un noticiario y algún animado. Este panorama empobreció después en La Isla comunista.
Los cines de mi vida
Mi primera función de cine fue a los dos años. Puede que el lector no me crea, pero lo recuerdo vívidamente, aunque en una suerte de colección de estampas a pesar de conexas, separadas. Fue en el cine Lido, de la Avenida 41 de Marianao.
Lo de mi edad y el año (1959 ó 1960) claro que no tuve conciencia de ello en el instante, sino que mi madre me lo dijo cuando tiempo después para sorpresa de ella, evoqué el momento. ¿La película?: El Árbol Cantarín.
Recuerdo las escenas por separado. Era una película de fantasía, de princesas y castillos, de un joven que al traspasar los muros del palacio se convertía en un oso, la chica paseaba en un lago encima de un enorme pez rosa, y el árbol -el protagonista de la cinta- movía las ramas mientras cantaba.
Me tomó años, ya de adulto, dar con la cinta, y su identidad. Su título en inglés es The Singing Ringing Tree… mas no era una película norteamericana o inglesa, sino una de la Alemania Comunista, que llegó muy tempranamente ya a los cines del castrismo. Su título original en alemán era Das singende, klingende Bäumchen y había sido filmada en 1957.
Recuerdo, de aquella noche, claramente la gran iluminación del portal, la marquesina y el vestíbulo del cine, mi madre elegantemente vestida con una vestido de noche, su abanico negro para la ocasión -con el que me permitió juguetear ya sentados en la butaca en espera de que arrancase la función-, y mi padre de traje, cuello y corbata.
Todos los espectadores estaban vestidos así… de primera.Y fuera, el para y dale de los autos que dejaban frente al cine a los asistentes, todos coches nuevos, con sus bruñidas carrocerías de destellantes reflejos.
En los cines no se habla
Dentro, hablé en voz alta y mi madre dulcemente me enseñó que en los cines no se habla sino que se susurra, y no olvido tampoco cómo antes de comenzar la película se descorrieron las cortinas del escenario, como si se tratase de una obra de teatro. Y, lo mejor de la noche: las golosinas -africanas de chocolate- que de tanto en tanto mi padre traía del mostrador-vidriera en la entrada del cine.
De mis primeros momentos en el cine recuerdo también alredor de esta fecha, escenas sueltas de Las Nieves del Kilimanjaro en el Payret -que, junto con el América era el cine preferido de mi padre- y una visita al Cinerama de 3D.
Todos estos cines olían a nuevo, a aire acondicionado fresco, y los resortes de las butacas abatibles tenían tanta presión para mi cuerpo de infante, que me hallaba en la necesidad de pedirle a los adultos de la familia que me acompañaban que me presionaran por los hombros para que el asiento no me flexionara las piernas. Nunca olvidaré las lunetas del Dúplex, articuladas como los asientos de los autos hoy.
Luego, durante mi infancia, adolescencia, juventud y adultez, los cines de mi vida fueron el Avenida, a tiro de piedra de la casa, en la Avenida 41 entre las calles 56 y 58; el cine de estreno Ambassador, en 44 y 33, al pie del Crucero de la Playa, y más o menos en esta misma categoría pero más distantes y aún en Marianao, el Metropolitan de la Calle 13 y 78, y el Arenal de 41 y 30.
La fabulosa Habana
De los cines de barrio, asistíamos mis hermanos y este servidor, y amigos y vecinos y familia al Lux, en 29 entre 54 y 56, al diminuto Sara en Buenavista, y al Alba, en la curva de la Avenida 51 frente a la Gran Papelera Cubana de Puentes Grandes. El Omega también se encontraba en lo que en el pasado se llamaba el Camino Real a Vueltabajo, en los alrededores del antiguo Colegio de Belén. Y naturalmente, visitamos todos los grandes cines de estreno de la ciudad ya mencionados encima, lejos de casa.
Como también viví en Matanzas en mis primeros años de vida, recuerdo perfectamente el cine Atenas en Versalles, frente al viejo Cuartel Domingo Goicuría, el cine Moderno en la Calle Río, el clausurado Abril en la Avenida Tirry, y los teatros Sauto (construido en 1862) y el Velasco -rebautizado Bellamar-, ambos convertidos a cine.
Entre 1978 y 1981, cuando hube de vivir en Bayamo y Manzanillo tras graduarme de la academia de Arte de San Alejandro, acudí en Bayamo al cine principal de la ciudad, y en Manzanillo al Popular, una sala de estreno en aquellos momentos, y también al histórico Rex.Para mí, y para mi generación -la de los nacidos en los años 50 y 60-, el panorama de los cines de La Habana distaba de la fabulosa era en que nuestros padres fueron jóvenes. En esas salas ellos disfrutaron de los grandes estrenos de época, desde Casablanca hasta Vértigo, pasando por La Última Noche del Titanic, y las súperproducciones antológicas como Lo que el Viento se Llevó, El Puente sobre el Rio Kwai, y lo más vibrante del cine italiano como El Ladrón de Bicicletas y Arroz Amargo, además de los largometrajes animados de Disney y las más aplaudidas películas argentinas, mexicanas y españolas con Carlos Gardel, Pedro Infante, Jorge Negrete y Sarita Montiel a bordo.
La vida sigue igual
Para nosotros en cambio, en los años 60, la pantalla luminosa en la oscuridad de las salas de cine de La Habana se convirtieron en la ventana al vibrante existir -sobre todo el de esa prodigiosa y verdaderamente revolucionaria década del mundo libre- que nos estuvo vedado respirar. Soñabamos mirando el cine francés, italiano o francoitaliano -la cinematografía norteamericana de los 60 y 70 se ausentó de Cuba en términos no absolutos pero sí generales-, con cintas y actores y actrices de marcada popularidad como El Hombre de Rio, A Pleno Sol, La Dulce Vida, Jean Paul Belmondo, Alain Delon, Marcello Mastroianni, Sofía Loren y Claudia Cardinale, por hacer sólo unas menciones.
Esa es la etapa en que nada que no fuera ir al cine se podía hacer, y así nacieron las grandes "colas", que podían durar horas. ¿Quién de por entonces no recuerda las agónicas filas de cuadras alrededor del cine para ver algunas de las películas citadas en el párrafo precedente y otras como Fantomas, Terror en El Bosque o Mi Tío Benjamín, además de las apoteósis de la cinta checoslovaca Vals para un Millón, de 1961, con su pegajosa melodía de trompeta Praga, y unos 10 años más tarde La Vida Sigue Igual, con Julio Iglesias?
Y los apagones dentro del cine. Cuando más entusiasmado estabas viendo la película... ¡puf!, se iba la luz...
El ajiaco fílmico contemplaba también los filmes soviéticos, cuyas películas —algunas—, tenían espíritu de buen cine, pero que por su lenguaje y factura, distantes de la idiosincrasia tropical, ¡ay!, eran irremediablemente etiquetadas como aburridas —y hasta odiadas y despreciadas— por el paladar cinematográfico popular cubano. Las tres partes de Liberación... ¡mamá... mamááá!!!!
Estas películas rusas o del llamado "campo socialista", cortadas todas con la tijera del bostezo, ofrecían sin embargo una preciosa oportunidad: eran aprovechadas por los jóvenes novios en un país en que la privacidad era un lujo para besarse a sus anchas en un cine casi vacío.
Piratería y justificaciones
Muchas de las películas mundialmente exitosas de aquellos años, el gobierno las obtenía a través de la piratería estatal, y las convertía y reproducía en blanco y negro en los laboratorios del ICAIC. Antes de iniciar su proyección aparecía el siguiente disclaimer en letras blancas sobre fondo negro: El filme que van a ver a continuación ha sido reconstruido con varias copias de uso. Esperamos dispensen cualquier deficiencia que pueda presentar su proyección.
Y la censura: Muchas películas, cuyos personajes o temas -Superman por ejemplo- encarnaban o subrayaban los valores norteamericanos o del mundo libre y capitalista, lesivos pues a la moral socialista, no se ponían en Cuba, no importaba que el planeta entero babeara con ellas. Y la asepsia cultural iba aún más lejos: el Instituto del Cine Cubano contaba con un empleado cuyo nombre recordamos perfectamente pero que ni vale la pena mencionar, cuya responsabilidad era cortar "escenas comprometedoras" a aquellas películas que finalmente eran aprobadas para llegar a los cines. Estas amputaciones, apoyadas en una falsa moral, en la mojigatería, la homofobia, el ateísmo y la ideología, desfiguraban la pelicula mutilada hasta hacerla incomprensible al público. A muchas, incluso, se les alteró el final. Algunas de las cintas: Indiana Jones en El Templo de la Perdición, El Pendenciero, Comfort Sureño, No me Roben a mi Hijo...
Igualmente hay que apuntar que las ciudades y pueblos de provincia llevaban la peor parte en la programación porque los estrenos de La Habana llegaban allá tardíamente -a veces no llegaban-, o lo hacían ya con las copias muy maltrechas pos su excesiva proyección en la capital.
The End...
Después que Castro tomó Cuba, estos cines se quedaron congelados en el tiempo y, sin mantenimiento serio casi enseguida tras el 1ro de enero de 1959. Así, empezaron a dar tumbos, pero lograron mantener su lujo y dignidad a pesar de ello por unos 20 años. Mas después de 1990, con el llamado Período Especial, una era de limitaciones económicas sin par, les llegó la muerte. Se cree que sólo una veintena de las salas de cine del pasado superviven hoy a duras penas.
Los cines fueron intervenidos o expropiados por el gobierno a los dueños o compañías, sin indemnización. El 11 de noviembre de 1959 la Compañía Operadora de Espectáculos La Rampa S.A. y su moderno cine -La Rampa- fueron confiscados por la Resolución 1104 del Ministerio de Recuperación de Bienes Malversados del gobierno comunista de Castro. La entidad era propiedad de Francisco G. Cajigas García del Prado, Luis Humberto Vidaña Guasch y José Miguel Arado de la Cruz. A estos empresarios, que con talento y dedicación establecieron e hicieron florecer sus negocios, de la noche a la mañana no sólo se les arrebató propiedades de las que eran legítimos dueños, sino que además, según enuncia el título de la ordenanza, fueron definidos cual ladrones.
La decadencia de las salas de cine cubanas durante el gobierno de Castro era palpable en el amarillamiento de las pantallas, las butacas rotas, los baños nauseabundos carentes de agua corriente, las marquesinas a oscuras y su falta de letras para anunciar el título -a veces utilizaban una V al revés para sustituir una A y un 3 invertido horizontalmente para simular una E-, y la desaparición paulatina del mural a la entrada que exhibía fotos de la película. Las alfombras, gastadas y humedecidas, comenzaron a verse raídas y a oler mal.
Cuando el equipo de aire acondicionado fallaba era muy probable que no fuese reparado jamás ni sustituido por otro nuevo. Y lo peor -estéticamente hablando-, ocurría cuando se quebraba una de las hermosas puertas de cristal al aire de una sola pieza, que era pues reemplazada por otra de marco de aluminio, con dos o tres secciones de cristal.
Comenzando con los años 60, algunos cines fueron clausurados, como el Campoamor, el Manzanares en la esquina de Infanta y Carlos III, y el Maravillas en la Calzada del Cerro. Otros, fueron rebautizados según la estética estalinista. El cine Florencia, en la Calle San Lázaro se llamó Pionero, y el San Carlos en 19 y 70 en Marianao, Cosmos. El Radiocine, al lado del América, Jigüe, y el Blanquita como Karl Marx. El Bayamo, Miami.
Un ejercicio de imparcialidad
Es cierto que, aún si Castro no hubiese gobernado a Cuba por los últimos 50 años con la carga de destrucción tangible e intangible que para el país la nación y la sociedad su tiranía ha significado, muchos de estos cines que hoy no existen tampoco estarían en pie. Habrían sido sustitudos por otros más nuevos, cambiados de identidad o perfil, o simplemente arrasados y demolidos, a propósito o accidentalmente, por insalvables o incosteables su reparación o mantenimiento. Es lo que ha pasado en muchas ciudades del orbe, no sólo con cines, sino con edificios que otrora fueron importantes en alguna ciudad del pasado medio siglo. Pero ese no es el caso de Cuba.
La ruina de los cines de Cuba, generalizada, es producto directo de un sistema incapaz de progreso, de renovación, desarrollo y evolución en esencia. Muchos de estos cines estarían vivos hoy si Cuba hubiese sido una distinta a la de las últimas cinco décadas. Algunas de estas salas no sólo estarían ahí, sino que acaso serían mejores de lo que fueron tiempo ha.
Por otro lado, algunos como el Astral han sido remozados.
Y en este mismo tono de imparcialidad y razón, también queremos subrayar que, a pesar de la sovietización de la vida cubana y su radicalización ideológica -lo cual afectó negativamnente la actividad cinematográfica en el pais-, los espectadores cubanos de los últimos 40 años, censura y manipulación y todo de por medio, han tenido acceso a buen cine japonés, europeo e incluso latinoamericano. Empero ninguna de estas excepciones que sin remilgos citamos, tiene peso suficiente en la balanza del juicio final como para hacer más liviano el platillo de la culpabilidad. La destruccion de los cines cubanos -como de todo lo demás- es responsabilidad directa de la erosionante revolución castrista, que ha durado más de lo humanamente tolerable.
A continuación, una lista -incompleta- por orden alfabético, de los cines de La Habana, su ubicación geográfica y capacidad, la mayoría de ellos en su estado actual, paupérrimo, ruinoso, cual fantasmas de un pasado brillante que parece que ya no recuperarán jamás.
Habana… ¿paraíso encantado, princesita del mar? Ayer maravilla fui, hoy sombra de mí no soy…