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De: Ruben1919  (Missatge original) Enviat: 13/02/2013 20:49

Benedicto XVI llama a la unidad y a “superar las rivalidades” en la Iglesia

El Papa inicia su despedida en sus últimas audiencia y ceremonias oficiales

Ni una lágrima, ni un no te vayas, quédate. Nadie niega que la renuncia de Benedicto XVI supone un momento histórico, de inflexión, una grieta en la roca sobre la que está edificada la Iglesia, pero Joseph Ratzinger, el Papa que acaba de abrir la puerta a todas las incertidumbres, ejecuta su despedida como un trámite burocrático, las palabras justas, sin brizna de emoción, un adiós frío como su pontificado.

Durante la audiencia pública de la mañana, Benedicto XVI dijo ayer que había tomado su decisión "en plena libertad", después de orar largamente y de examinar su conciencia "delante de Dios". Después, Ratzinger justificó su renuncia con un enigmático "por el bien de la Iglesia".

Si hay que creer al Papa en retirada, ¿por qué su adiós beneficia a la Iglesia? La verdadera respuesta, por el momento, alimenta el misterio. Sin embargo, por la tarde, durante la celebración en la basílica de San Pedro del Miércoles de Ceniza, Benedicto XVI pronunció otra frase en forma de pista: "El rostro de la Iglesia aparece muchas veces desfigurado. Pienso en particular en las culpas contra la unidad, en las divisiones del cuerpo eclesial".

Daba la impresión de que Joseph Ratzinger venía a desmentir a los que, más papistas que el Papa, se empeñan en desvincular la trascendental decisión de las insidias en el Vaticano, de la incapacidad del pontífice alemán para sobreponerse a las luchas de poder que durante los últimos años han convertido a la Santa Sede en una maquinaria ingobernable, en una fuente de escándalos. Por si alguien aún tuviera dudas, añadió: "Hay que vivir la Cuaresma de una manera intensa, en comunión eclesial, superando individualismo y rivalidades".

Y añadió: "Debemos atravesar el corazón y no los vestidos. En efecto, en nuestros días son muchos los que están dispuestos a rajarse las vestiduras ante escándalos e injusticias —naturalmente, las cometidas por otros—, pero pocos parecen dispuestos a actuar sobre su propia conciencia e intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta".

Ratzinger se va porque no puede con la Iglesia, porque nunca pudo. Estos días, cuando la sorpresa se va retirando para dejar paso al análisis, vienen a la memoria de los expertos el recuerdo de frases, de momentos vividos durante los casi ocho años del papado de Ratzinger.

Y desde el primer día hasta los últimos se puede colegir por sus palabras —no solo por la evidencia de los escándalos, de la fuga de documentos del caso Vatileaks— que jamás gozó del apoyo de la Curia.

Y que jamás tuvo el carisma para ganarse su apoyo ni el carácter para dictar las reglas. Desde su primera misa, aquel ya lejano 24 de abril de 2005, se cuestionó su propia capacidad para llegar a la Iglesia a buen puerto: "Yo, débil servidor de Dios, debo asumir este deber inaudito, que realmente supera toda capacidad humana. ¿Seré capaz de hacerlo?". No se trataba de un injustificado miedo escénico. Cuando fue elegido Papa, Ratzinger ya llevaba 24 años como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el antiguo Santo Oficio. Aquellas dudas preliminares se confirmaron enseguida.

Durante su papado, Benedicto XVI ha realizado multitud de declaraciones en las que, a veces de una manera diplomática y otras de forma explícita, ha denunciado "la suciedad de la Iglesia", e incluso la afición de sus príncipes a "morderse y devorarse mutuamente".

Su ya evidente divorcio con el secretario de Estado, el cardenal Tarcisio Bertone, viene de antiguo, pero su decisión de mantenerlo en el cargo —cuatro influyentes cardenales le pidieron su cabeza en el verano de 2009— se granjeó las antipatías de quienes, en un principio, estaban dispuestos a apoyarle. Hablaba de manzanas podridas, pero jamás se atrevió a meter la mano en el cesto y apartarlas. Por esto, a medida que pasan las horas, algunos analistas se van apartando de la tesis de que Ratzinger ha sido víctima de las intrigas para sostener casi la contraria: su incapacidad para gobernar la Iglesia ha provocado el desgobierno. Él mismo, en su discurso de renuncia en latín ante el colegio cardenalicio, admitió —como si se hubiera caído del caballo cuando ya era demasiado tarde— que para manejar la barca de Pedro no basta solo con la oración, sino también con "el vigor tanto del cuerpo como del espíritu". Desde su apartamento, aislado, el papa alemán ha venido contemplando sin hacer nada como los escándalos entraban y salían por la puerta del Vaticano, a veces contagiándose de los chanchullos que salpican la vida política italiana y otras veces ejerciendo como fuente de contagio Se le acusa de haber comenzado empresas encomiables —su lucha contra la pederastia, su decisión de arrojar luz sobre las finanzas del Vaticano—, pero de haberlas dejado a la mitad.

Dentro de unos días, el Papa se marchará a Castel Gandolfo, pero cuando su sucesor ya haya ocupado sus habitaciones y se haya dirigido al pueblo de Dios desde el balcón de la plaza de San Pedro, Joseph Ratzinger regresará al Vaticano. Ocupará una habitación en un convento, pero él —el antiguo Papa, aquel que reinó la Iglesia durante casi ocho años bajo el nombre de Benedicto XVI— no estará de clausura. Podrá caminar libremente por el Vaticano, tal vez recuperar los restaurantes que frecuentaba en el Borgo Pío cuando solo era el cardenal Ratzinger, el jefe del antiguo Santo Oficio.

Dice el padre Lombardi —está en su sueldo que lo diga— que el carácter del papa alemán hará del todo imposible cualquier intromisión con su sucesor. Pero han pasado solo dos días desde su renuncia, y en la misa del Miércoles de Ceniza ya ha empezado a dar pistas del porqué de su adiós. No es del todo descabellado que quienes, por su lejanía, su frialdad o su enemistad, hayan precipitado la caída de Ratzinger se muestren preocupados por la nueva situación del Vaticano. La de dos papas, con anillo o sin él, con la complicidad del Espíritu Santo o sin ella, caminando por un Estado no más grande que un pueblo pequeño. No sería descabellado pensar que las sorpresas no han hecho más que empezar



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De: Ruben1919 Enviat: 13/02/2013 20:53

Las claves de la renuncia del Papa

Benedicto XVI sorpendió este lunes al mundo cuando anunció que abandonará su cargo el próximo 28 de febrero

El papa Benedicto XVI sorpendió este lunes al mundo cuando anunció que abandonará su cargo el próximo 28 de febrero. ¿Cuáles han sido las razones? ¿Qué pasará ahora? Estas son las claves de la renuncia papal.

¿Qué motivos ha dado el Papa para renunciar?

En su declaración, Benedicto XVI, que cumplirá 86 años en abril, dijo que había llegado a la certeza de que, por su edad avanzada, ya no tenía “fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino”. “Para gobernar la barca de San Pedro y anunciar el Evangelio, es necesario también el vigor tanto del cuerpo como del espíritu, vigor que, en los últimos meses, ha disminuido en mí de tal forma que he de reconocer mi incapacidad para ejercer bien el ministerio que me fue encomendado”, dijo el Pontífice.

En una entrevista concedida al periodista alemán Peter Seewald para el libro La Luz del Mundo en 2010, Benedicto XVI ya sostuvo que cuando un Papa sabe que “no puede llevar a cabo su encargo, entonces tiene en algunas circunstancias el derecho, y hasta el deber, de dimitir”.

El portavoz del Vaticano, Federico Lombardi, explicó que la decisión del Pontífice había sido meditada durante meses y que no respondía a ninguna presión externa.

No sabemos el peso que tuvo el entorno del Pontífice en su decisión, pero sí que su Papado ha estado marcado por las luchas internas en el seno de la curia para contrarrestar sus intentos de limpiar la Iglesia de clérigos pederastas y banqueros corruptos. El escándalo del Vatileaks, una filtración masiva de documentos privados, que puso de manifiesto esos enfrentamientos internos y acabó con la detención de su mayordomo, Paolo Gabriele, acusado del robo de la correspondencia papal, complicó la labor de Benedicto XVI en los últimos meses.

¿Cuándo dejará el Pontificado? ¿Qué pasará después?

Benedicto XVI dejará su cargo el próximo 28 de febrero, a las ocho de la tarde. Después de su renuncia, se abrirá un periodo de sede vacante —el intervalo entre papas—. A partir del 1 de marzo y hasta la elección del nuevo Papa, un colegio de cardenales gobernará la Iglesia y se encargará de las tareas administrativas cotidianas.

El Pontífice se trasladará, por su parte, a la residencia de Castel Gandolfo —a 18 kilómetros al sureste de Roma— hasta que sea elegido su sucesor y se terminen las obras de rehabilitación de un convento de monjas en el interior del Vaticano donde residirá, según Lombardi.

¿Cuándo será elegido el próximo Papa?

Aunque todavía no se ha fijado una fecha para el próximo cónclave, Lombardi aseguró este lunes que habría un nuevo Papa antes de Pascua, esto es, el 31 de marzo.

Si el periodo de sede vacante suele durar un mes, los plazos deberían ser más rápidos esta vez, ya que no habrá los nueve días de luto que la Iglesia se reserva tras la muerte de un Pontífice, ni los tres durante los cuales se expone el cuerpo en la basílica de San Pedro para que los feligreses puedan despedirse.

“Por eso calculamos que en unos 15 o 20 días podremos llegar a un nuevo ‘habemus papam”, aventuró Lombardi.

¿Cuántos papas han renunciado a su ministerio?

De los 265 papas que ha tenido la Iglesia católica en su historia, solo han dimitido cuatro antes de Benedicto XVI. Los dos primeros, Clemente I y Ponciano, vivieron en el siglo II y III, respectivamente. En su época, la Iglesia era una secta minoritaria, y los papas tenían mucho menos poder que en la actualidad. El Pontífice adquiere importancia política, jurídica y espiritual en el Renacimiento.

Celestino V, coronado en 1294, renunció a su ministerio tras cinco meses de Papado, ya que no se acostumbraba a las responsabilidades del cargo.

El último Papa que dejó el cargo antes de Joseph Ratzinger fue Gregorio XII, que tuvo que dimitir en 1415 para poner fin al cisma de Occidente.

¿Cómo se elige al Papa?

El Pontífice se elige en el cónclave, una reunión de los cardenales en la Capilla Sixtina. Estos se encierran cum clave [en latín, con llave] para no tener contacto alguno con el mundo exterior. Tienen derecho de voto todos los cardenales que no hayan cumplido 80 años; los que sean mayores, solo tienen una función de apoyo espiritual y participan en las fases de conversación previas a la votación.

Los electores no pueden ser más de 120; ahora son 117. En teoría puede ser escogido cualquier hombre bautizado y no casado, aunque en la historia de la Iglesia casi siempre se ha elegido a un cardenal.

¿Cómo se celebra el cónclave?

Antes de empezar los cardenales recitan un juramento y se comprometen a votar secundum Deum (inspirados por Dios). Tras cada escrutinio las papeletas se atan con un lazo y se queman en una estufa. Si no se ha alcanzado la mayoría necesaria para la proclamación, la chimenea escupe humo negro.

A partir de la 34º ronda de voto, solo quedan los dos candidatos más votados, y ambos quedan excluidos de la consulta. Se vota hasta que uno de los dos salga elegido, y entonces el cardenal decano le pregunta si acepta el encargo. Si la respuesta es positiva, el nuevo Papa elige su nombre pontifical. La chimenea de la Capilla Sixtina escupe entonces la fumata blanca. Mientras el cardenal seleccionado viste la ropa blanca del Pontífice, el decano dice lo siguiente: “Anuncio vobis gaudium magnum. Habemus Papam (Os anuncio una gran alegría. Tenemos papa)”. El nuevo Pontífice sale e imparte su primera bendición urbi et orbi (a la ciudad y al mundo).



 
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