- La
alianza histórica entre la corriente religiosa y la corriente
nacionalista se ha visto dañada por el desequilibrio entre la poca
aceptación que está encontrando Alí Larijani y la enorme popularidad de
Mahmud Ahmadinejad. Con la cercanía de la elección de junio, la crisis
ha salido bruscamente a la luz pública.
Cuatro meses nos separan de la próxima elección
presidencial iraní y aún no se sabe quién será el candidato a la
sucesión, para un mandato de 4 años, del carismático Mahmud Ahmadinejad.
La Constitución de la República Islámica establece que, después de
haber cumplido 2 mandatos consecutivos, el presidente saliente no puede
presentarse nuevamente como candidato a la próxima elección
presidencial. Pero es posible que este no se aleje del poder y que
vuelva a la palestra para la elección siguiente, como Vladimir Putin en
Rusia.
En 2009, una serie de manifestaciones sacudieron Teherán e Ispahán.
Los partidarios del candidato liberal acusaban al gobierno de haber
falseado los resultados del escrutinio. Aquel movimiento decayó
rápidamente, pero parecía haber dejado una marca profunda en las filas
de los jóvenes. A pesar de ello, una gigantesca manifestación de apoyo a
las instituciones de la Revolución Islámica marcó el fin de aquellos
incidentes. Los iraníes, incluso los convencidos por los argumentos del
perdedor, le reprochaban el hecho de haber exhortado al motín.
La juventud no había leído el programa de Mousavi y en realidad
desconocía su defensa del capitalismo globalizado. Los jóvenes creían
erróneamente que, en lo tocante a las costumbres, Mousavi era un
liberal. Se les había convencido de que iban a tener que escoger entre «el régimen» y sus propias libertades individuales y se habían alejado de las conmemoraciones de las grandes fechas nacionales.
Bajo los efectos del golpe recibido, el poder había demorado en
elaborar su respuesta. Se produjo, primeramente, una defensa mediática.
Por ejemplo, mediante el análisis detallado –cuadro por cuadro– del
célebre video de la joven Neda, supuestamente abatida por las fuerzas
del orden durante una manifestación contra el régimen, los expertos
iraníes demostraron que aquello había sido una provocación montada de
antemano. Más tarde se procedió a la organización de los llamados «grupos de palabra»,
dirigidos por formadores adultos, para encauzar a los jóvenes y
transmitirles el ideal de sus mayores. Estos esfuerzos ha rendido sus
frutos y últimamente se ha observado nuevamente una fuerte participación
de las personas de menos de 30 años en las ceremonias patrióticas.
Mientras tanto, Washington no ha escatimado esfuerzos para tratar de
perturbar la sociedad iraní y de explotar los conflictos entre las
generaciones. Han sido creados más de un centenar de canales de
televisión en lengua farsi que propagandizan vía satélite el «sueño
americano». Pero si bien es cierto que han logrado desviar de los
canales nacionales la atención de los iraníes, nada garantiza que hayan
logrado convencerlos sobre el fondo del mensaje que Washington pretende
inculcarles.
Y mientras todo el mundo se preparaba para un nuevo intento de «revolución de color»,
es la coalición gubernamental quien ha dado la sorpresa. El clásico
enfrentamiento entre nacionalistas y religiosos se ha agravado y ha
acabado por salir a la luz pública. El presidente de la República,
Mahmud Ahmadinejad, y el presidente del Parlamento, Alí Larijani, se
acusan mutuamente de haber protegido a colaboradores corruptos. Las
televisiones occidentales en farsi transmiten constantemente las
imágenes de los altercados entre los dos dirigentes y, pesar de sus
llamados en ese sentido, el Guía Supremo –el ayatola Alí Khamenei– no
logra calmar a los protagonistas de ese enfrentamiento.
En todo caso, Ahmadinejad goza de un masivo apoyo popular a lo largo y
ancho del país, con excepción –paradójicamente– de Teherán, la ciudad
que dirigió como alcalde. La rápida industrialización del país, sus
recientes programas de redistribución de las ganancias provenientes del
petróleo en forma de pagos mensuales a cada adulto del país y de
construcciones subvencionadas de viviendas le han valido el respaldo de
los obreros y del campesinado. Ahmadinejad, convencido de que su
candidato saldrá electo con una amplia mayoría, ya no se cohíbe en
desafiar a los religiosos y mostrar abiertamente que, si de él
dependiese, serían satisfechas las exigencias de la juventud. Incluso se
dio el lujo de celebrar la belleza del hijab [1] para criticar la ley que impone su uso obligatorio.
Alí Larijani y su hermano Sadeq (jefe de la Autoridad Judicial)
perciben claramente que su rival está tratando de mover las líneas para
imponer la candidatura de su director de gabinete, Esfendiar Rahim
Mashaei. Y este último se está dedicando a reescribir los discursos
oficiales para modificar las referencias religiosas, dándoles un sentido
que ya no es exclusivamente chiita sino más bien universal. Los
religiosos temen que esa flexibilidad sea una puerta abierta al
debilitamiento del islam y responden tratando de hacer correr el rumor
de que la familia Ahmadinejad ha perdido la razón, que cree estar en
contacto directo con el Mahdi y que pretende esperar su llegada
reservándole un escaño vacío en el consejo de ministros. Para calmar los
ánimos y mantener la unidad de la Revolución, es posible que el Guía
exhorte a la familia Ahmadinejad a presentar un candidato menos polémico
que Mashaei.
Por su parte, los medios occidentales nadan en plena esquizofrenia.
Mientras que sus canales de televisión en lengua farsi se deleitan con
el enfrentamiento, sus canales en idiomas europeos no dicen ni una
palabra al respecto. Y siguen haciendo creer a sus telespectadores
occidentales que Irán es una dictadura monolítica gobernada por los
mollahs. El hecho es que los jóvenes que antes salieron a las calles en
contra del «régimen» a menudo se han convertido en los más
fervientes defensores de Ahmadinejad y es muy probable que apoyen en
junio al candidato que goce del respaldo del actual presidente. Porque
piensan que, con él, la Revolución Islámica puede conciliar liberación
nacional y libertades individuales.