Por Vicente S. Reale - Sacerdote católico
Es posible que el título de la presenta nota desconcierte a varios. Y existen razones para ello. De no menor importancia las que indican que muchos siguen considerando a la economía y a la política como sectores estancos e independientes.
La historia indica que no se pueden separar ambas realidades sin provocar grandes daños a las personas y a la convivencia social. Y que, hacer hincapié en una y no en otra, lleva a profundas crisis, de las que los argentinos tenemos sobradas experiencias.
Democracia económica
Los datos económicos, harto conocidos, del mundo y de la Argentina, confirman que estamos en un sistema económico cuya eficiencia innegable se consigue siempre mediante la injusticia, la cual crece en proporción directa a esa eficiencia. Se obtiene mayor lucro en la medida en que la riqueza generada no se comparte equitativamente. Dicho en lenguaje común: algunos se hacen ricos en la medida en que se quedan con la parte del león.
Este matrimonio nefasto e indisoluble, de eficiencia e injusticia, lleva a un crecimiento cada vez mayor de las fortunas de unos pocos ricos, y otro crecimiento -cada vez mayor, también- de la pobreza de más seres humanos.
Ello configura una situación tremendamente inestable que puede estallar por cualquier sitio: violencia, migraciones, pérdida de la conciencia política y ciudadana. Y, a su vez, esos estallidos provocan -en demasiados lugares de nuestro mundo- reacciones de pánico que se expresan en recortes de las libertades (en aras de la seguridad), en racismos que van incubándose y en discursos políticos de corte "único".
El gran "poder fáctico" de este sistema económico tiene un nombre: el mercado. Y un motor: las entidades financieras. Mercado y entidades financieras no son palabras abstractas, son personas y rostros muy concretos que manejan la economía y que levantan o bajan el pulgar para beneficiar a unos en detrimento de otros. Ellos imponen. Ellos dictan las políticas en nombre de la libertad: de "su" libertad que es la única existente.
Así las cosas, ¿alguien se atreve a mencionar y a reivindicar la democracia económica? ¿Existe la democracia económica?
En esta situación resulta muy importante y necesario el papel del Estado. Pero debe quedar claro que no se trata en absoluto de un Estado limosnero o benefactor. No es éste su papel, salvo quizá en circunstancias breves y excepcionales. Se trata de un Estado promotor. Promotor de iniciativas no individuales sino colectivas, sociales, atentas sobre todo a los menos favorecidos de la sociedad. Si la sociedad no quiere (o no puede) crear puestos de 'trabajo digno', debe crearlos el Estado, pudiendo, incluso, recurrir a medidas excepcionales, sin incurrir en la corruptela del empleo público.
Nos volvemos a preguntar: si sólo el 20% o 25% de la población se apropia del 80% de los bienes y servicios, dejando al resto casi sobreviviendo y, en casos, ni eso, ¿se puede llamar a esto democracia económica?
Se torna imperioso, entonces, que, a través de la participación ciudadana, se acabe con esta grave injusticia económica. Los ciudadanos deberemos elegir, para ejercer las funciones de gobierno, a personas aptas y con el coraje suficiente para que se atrevan a no dejarse doblegar por los poderes económicos
Democracia política.
Y, si aún no se ha llegado a lograr la democracia económica, ¿se puede decir que vivimos en democracia política?
Si las mayorías de las gentes alcanzan a sobrevivir con lo justo, ¿se puede afirmar que son ciudadanos con derechos plenos y que ejercen libremente su ciudadanía?
Un ciudadano o ciudadana, cuya principal preocupación es cómo llegar a fin de mes con el dinero que gana para sí y para su familia, ¿tiene ganas, preparación, empeño y tiempo para discernir los avatares políticos y elegir a los/las mejores para gobernar?
Me parece -y parece a muchos- que la cuestión de fondo continúa siendo la misma: para que los habitantes lleguen a ser ciudadanos plenos, será necesario que les sea posible una vida digna, bien lejos de la indigencia y de la pobreza.
Y, además, será necesario que ciudadanos y gobernantes "cuestionemos" el sistema capitalista neoliberal en el que nos han encarcelado como "única alternativa".
Aquí y en el mundo -salvo pocas excepciones contadas con los dedos de una sola mano- ningún candidato a responsabilidades gubernativas o legislativas o ya ejerciendo su cargo, cuestiona el sistema político-económico-social en el que vivimos. Los períodos preparativos a las elecciones no se utilizan para concientizar a los ciudadanos y para ayudarlos a discernir lo que es más útil para el bien común. Todo se resume en crear impactos emotivos -incluso, el miedo a reformas- para "conquistar" al elector frente al desaguisado y al desencanto en que se vive.
Es muy deseable, para nuestra subsistencia como ciudadanos/as, comenzar a salir del círculo vicioso de elegir al "menos malo". Y dejar de regalar nuestra libertad por un plato de lentejas. No nos debemos permitir cambiar nuestras libertades cívicas por la seguridad personal o de nuestros bienes. Tampoco rifar nuestra propia opinión, nuestro espíritu de buena crítica, por opiniones pretendidamente mayoritarias; y mucho menos por intereses sectoriales.
En este campo, y en todos los países, se respira una especie de hastío hacia la política y hacia los políticos, que resulta bien triste porque hay entre ellos personas preparadas y con buenas intenciones.
En nuestro país el factor fundamental de ese desencanto es doble: por un lado, la sensación de que a los políticos no les importa nada del pueblo al que dicen representar, sino mantenerse ellos en el poder, o conquistarlo, a toda costa y a base de manipular todo lo que ocurre para que sirva a ese objetivo. Se da el hecho -infelizmente repetido- de que alguien recién elegido para alguna función pública, lo primero que hace es preparar su reelección para ese u otro cargo.
Por otro lado, el desencanto obedece a la extensión del fenómeno de la corrupción, económica e institucional, que es fruto del "sálvese quien pueda". Una cuasi cultura tan extendida que, la misma corrupción, más que producir rechazo absoluto, suele suscitar una envidia compartida por muchos.
Las opiniones vertidas en este espacio, no necesariamente coinciden con la línea editorial de Diario Los Andes.