jajaajaja Cuidado Bolita, que Santaneco no perdona.   

EE.UU. en blanco y negro

A días de las elecciones y arrasado por una crisis única, EE.UU. podría tener por primera vez un presidente negro. Pero, será cierto que un país que hace pocos años  segregaba según el color de piel dejó atrás el racismo? Desde Alabama y Ohio –el sur pobre y el norte industrial–, retratos de una nación en la que la gente sonríe por no llorar.

Por:  texto Marina Aizen (maizen@clarin.com) fotos Ruben Digilio. Enviados especiales a EE.UU.

 

Los tipos son forzudos, tienen bíceps enormes y tatuados. Ellas con guarras. Se dejantoquetear enteras por esas manos masculinas grandes, forjadas por el trabajo de años en las líneas demanufactura industrial. Entre la abundancia de la cerveza light y la música estridente del bar, el Mustang Sally Lounge, el ambiente parece de fiesta. Excepto que esta fiesta es la celebración del fin del mundo. Hace apenas un rato, todos estos que toman y gritan concluyeronsu última jornada de empleo formal, ensamblando camionetas cuatro por cuatro en la fábrica de General Motors que queda justo enfrente de este típico tugurio oscuro de Dayton, Ohio. Ahora, se están bebiendo la tristeza que no se animan a demostrar con gestos. Ellos son –mejor dicho, eran– la aristocracia de la clase trabajadora de los Estados Unidos. Obreros que ganaban 26 dólares la hora, un salario que jamás podrían imitar sus pares en las plantas de GM en México, China o, por qué no, la Argentina. Hasta hace dos años, se producían aquí 400 vehículos por día, en tres turnos. Esta gente pertenecía al segundo. Al tercero ya lo habían eliminado hace meses. Acaban de avisarles que el último dejará de trabajar el 23 de diciembre, y no es ningún cuento de Navidad. En total: cinco mil empleados en la calle. La empresa, uno de los íconos del capitalismo globalizado, decidió que la histórica fábrica de Dayton tenía que desaparecer porque pierde mucha plata. En esa frágil situación financiera está también el resto de la industria automotriz. O peor. "Estados Unidos está hecho una mierda. Todo va para abajo, menos el precio de la nafta", se queja Chad Lloyd, uno de estos obreros fornidos que muestran su virilidada través de la musculosa. Los vehículos que se producían en esta planta de 900 mil metros cuadrados eran uno de los símbolos de la prosperidad de este país de excesos hasta hace no mucho. Eran autos exageradamente grandes para gente que se siente importante cuando maneja vehículos del tamaño de un plato volador. Y de repente, esta nación, cuya personalidad se confunde tanto con la de los rodados que transitan sus infinitas autopistas, no tiene más plata para llenar tanques tan enormes. "Nadie quiere las cuatro por cuatro", dice Chad, un hombre de cabeza pelada, voz potente. Lo suyo no es un lamento. Es un estallido de frustración mezclado con bastante cerveza fría. En un país que se enorgullece por su eterno optimismo y su capacidad de superación constante, la bronca parece un sentimiento fuera de lugar. Sin embargo, se está convirtiendo en moneda corriente en estos días, en los que hasta George W. Bush habla en términos apocalípticos de crisis económica, un lenguaje que hubiera parecido totalmente extraño al léxico nacional hace sólo un año. Todo está cambiando rápidamente. Se nota en los violentos virajes de humor de Wall Street pero también en el paisaje de las ciudades diezmadas por la interminable crisis hipotecaria. Dayton, en el corazón de Ohio, un estado clave en las elecciones del martes 4 de noviembre, es una de ellas. Esta es la cuna de los hermanos Wright, los hombres que diseñaron el primer avión. También de los inventores de la caja registradora. Dicen que aquí había más inventores por metro cuadrado que en cualquier otro sitio del planeta. Ese era el espíritu: dinamismo puro, American style. Ahora sus calles están plagadas de casas tapiadas, una tras otra. Son las viviendas confiscadas por los bancos, luego de que sus dueños no pudieran hacer frente a sus hipotecas basura. Y no valen nada. Hace diez años, me habían invitado a celebrar el Día de Acción de Gracias en Dayton: fue una de esas cenas abundantes en las que se sirve pavo relleno y todos comen hasta reventar. Lo primero que hago al volver aquí es pasar frente a aquella casa de dos pisos de Victor Avenue, el único barrio racialmente mixto de la ciudad. Está tapiada. Dicen los vecinos que tres años atrás la compró una mujer llamada Cassandra, madre de una hija pequeña, que trabajaba en dos lugares para poder pagar la hipoteca. Había alcanzado su sueño americano. Tardó poco en despertarse. La pesadilla de Cassandra tiene que ver con que los genios de Wal Street apostaron demasiado fuerte. Históricamente, el trámite para pedir un préstamo hipotecario en EE.UU. era tan difícil que la gente necesitaba de la ayuda de un abogado con garras para negociar con el banco. Después del 2001, cuando la Reserva Federal dejó a niveles artificialmente bajos las tasas de interés, los magos de las finanzas descubrieron que podían hacer fortunas en comisiones en el mercado de la vivienda, dándole plata básicamente a cualquiera, incluyendo a los que no podrían pagar. Con la venia de las calificadoras de crédito, los títulos hipotecarios basura se dividían en paquetes, que luego se vendían a bancos nacionales y extranjeros. Total, estaban respaldados por viviendas, cuyos precios no habían caído desde la crisis del '29. El problema fue cuando empezaron a subir las tasas de interés y la gente no pudo hacer frente a sus deudas. Pronto hubo más casas disponibles en el mercado que las que pedía la demanda, y todo se derrumbó, arrastrando al sistema financiero. Muchos de los que se endeudaron lo hicieron a conciencia aunque los dólares caían como los papelitos de un desfile de la Quinta Avenida, pero gran cantidad de profesionales caza giles salieron a embaucar con la letra chica a gente que terminó perdiéndolo todo. Para peor, muchísimos estadounidenses habían sacado una segunda hipoteca para bajar las tasas de interés del primer préstamo. Pero como el valor de las casas bajó entre un 15 y un 30 por ciento, la gente no sólo no se puede refinanciar, sino que tiene menos respaldo para pagar por otras cosas, como la salud, la educación terciaria de los hijos o la cuota del auto. Todo el país está más pobre como resultado de esta megacrisis: no sólo sus viviendas tienen un precio inferior, sino también sus paquetes de ahorros para la jubilación, que dependen del valor de las acciones bursátiles. El tsunami financiero tiene un correlato palpable. El sector de la construcción está virtualmente paralizado. Se nota en Delaware, un condado de Ohio que figuraba entre los de mayor crecimiento de todo el país. Allí, las típicas casitas suburbanas, tan prolijas como desabridas, se estaban comiendo vorazmente tierras agrícolas. Pero todo se ha detenido. No se levantan más paredes, y a los huecos de tierra vacía nadie los quiere comprar. Rick Tamme es un inspector domiciliario que va recorriendo en su auto el Dayton View Historic District: se mueve despacito, en busca de casas abandonadas. Dice que las encuentra intactas, hasta con los muebles. Su misión es tapiarlas, para que no se llenen de adictos al crack u otras drogas. "Siempre hubo desalojos en este barrio, sólo que ahora es veinte veces peor", indica. "No sé adónde se van", suspira. Estas ausencias son heridas urbanas que sangran. A la noche, este barrio es un concierto de tiros. "Y todavía no hemos visto lo peor", avisa Lucius Plant, coordinador del Job Center de Dayton, un centro de entrenamiento laboral para gente que perdió el trabajo. El vaticina que el desempleo en la ciudad llegará a los dos dígitos el año que viene, cifra que no se veía desde los años '70, con la primera gran crisis del petróleo. "Estamos en un terreno en el que no hemos estado en mucho tiempo", se lamenta.

                                            SALUDOS REVOLUCIONARIOS