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General: 9 de abril l ¡Somos más, ahora sí la paz!
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De: Ruben1919 (Mensaje original) |
Enviado: 20/03/2013 21:20 |
9 de abril l ¡Somos más, ahora sí la paz!
- Detalles
- Martes, 19 Marzo 2013
Por: Oficina Prensa / Marcha Patriótica
Organizaciones estudiantiles, juveniles, artísticas; organizaciones defensoras de derechos humanos, de víctimas, de campesinos, de indígenas, de desplazados; sindicatos, medios de comunicación alternativos; artistas y trabajadores de la cultura; movimientos políticos y sociales, personalidades de la vida política nacional lanzaron en la tarde de ayer, martes 19 de marzo, la convocatoria pública a la "Marcha por la Paz, la Democracia y la defensa de los Público" que espera congregar en Bogotá a por lo menos un millón de personas provenientes de todos los departamentos del país.
Con la presencia del Alcalde Mayor de la ciudad de Bogotá Gustavo Petro, se presentaron, en el salón Huitaca de la alcaldía Mayor de Bogotá, el llamamiento, las estrategias publicitarias, el lema (Somos más, ahora sí la paz) y diversos vídeos convocantes a la marcha del 9 de abril.
Esta marcha, se realiza con ocasión de la conmemoración del 65 aniversario del magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, ocurrido dos meses después de la marcha del silencio, cuando el caudillo popular convocó a miles y miles de compatriotas por la paz, la reconciliación y el fin de la violencia desde las alturas del poder. 65 años después, conocidos los diálogos con las FARC-EP y la posibilidad de un escenario propio con el ELN y el EPL, los colombianos y las colombianas, en su gran mayoría, responderán al llamado para, con su presencia, reafirmar el anhelo nacional de una Colombia con paz estable y duradera.
"Esta debe ser una marcha pacifica, alegre y multicolor, es decir diversa (…) El hecho que nos convoca puede cambiar sustancialmente la correlación de fuerzas hoy en Colombia; Juntaremos un millón de personas el 9 de abril para demostrar que los que queremos la paz somos más." fueron algunas de las palabras del Alcalde Gustavo Petro. Por su parte Ivan Cepeda llamo a unir esfuerzos para demostrarque hay todo un pueblo dispuesto a gobernar y hacer valer
la paz. Roy Barreras, a través de un representante, alerto que sin la participación de las víctimas la paz no es posible.
"Instamos a hacer suyas las banderas de la paz, una paz con rostro de campesino, una paz con rostro de indígena, una paz con rostro de estudiante, con rostro de mujer, una paz con justicia social" afirmó David Flórez, vocero nacional del Movimiento Político y Social Marcha Patriótica.
La marcha por la paz, la democracia y la defensa de lo público del 9 de abril, se constituye en un nuevo hito en la historia del país, serán miles de hombres y mujeres que se movilizarán para allanar el camino hacia la paz, miles de hombres y mujeres que recorrerán las calles de Bogotá enarbolando las banderas de la paz con democracia y justicia social, miles de voluntades que hacen suyo el derecho a la paz y exigen el compromiso de ambas partes, Gobierno y FARC, de no levantarse de la mesa, de pactar el cese de fuegos bilateral así como suscribir acuerdos humanitarios, que garanticen la continuidad de los diálogos y produzcan la disminución de la intensidad del conflicto. miles de voces por la paz que declaran con seguridad: somos más, ahora sí la paz.
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¡¡¡Somos más: ahora sí la paz!!!
Fotos: Carmela Maria |
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Esta marcha, se realiza con ocasión de la conmemoración del 65 aniversario del magnicidio de Jorge Eliécer Gaitán, ocurrido dos meses después de la marcha del silencio, cuando el caudillo popular convocó a miles y miles de compatriotas por la paz, la reconciliación y el fin de la violencia desde las alturas del poder. 65 años después, conocidos los diálogos con las FARC-EP y la posibilidad de un escenario propio con el ELN y el EPL, los colombianos y las colombianas, en su gran mayoría, responderán al llamado para, con su presencia, reafirmar el anhelo nacional de una Colombia con paz estable y duradera." |
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Opinión | 9 de abril: ¡Todo el mundo a la calle!
- Detalles
- Lunes, 11 Febrero 2013
Por: Jose Antequera Guzmán
El próximo 9 de abril tendrá un carácter especial. La marcha por la paz y la defensa de la público hará de este día una fecha de la memoria activa, que puede mirar de frente a Gaitán igual que a la esperanza de la solución política del conflicto.
El establecimiento de los días nacionales de la memoria referidos a procesos de guerra y/o genocidio, es reciente en el mundo. La “era de la conmemoración” fue declarada por Pierre Norá en 1998, cuando se dieron las primeras conmemoraciones oficiales en Alemania por las quemas de libros, y sólo hasta el año el año 2005 se declaró al 27 de enero como el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto, en la Organización de las Naciones Unidas.
Los años 90 en América Latina fueron también los de la disputa de los movimientos sociales por la resignificación de conmemoraciones, como las del 11 de marzo en Brasil o del 11 de septiembre en Chile, usadas por los gobiernos represivos como significativas del heroísmo anti-comunista y ordenador de la sociedad. La batalla que empezó a ganarse, hoy determina movilizaciones gigantescas como las que ocurren en Argentina el 24 de marzo, y que el año pasado tuvieron como consigna: “Los grupos económicos también fueron responsables de la dictadura”.
En Colombia, el 9 de abril ha sido también disputado y usado durante años. Como lo investigó el politólogo Vladimir Melo, después del asesinato de Gaitán esta fecha fue usada para la proclamación de candidaturas presidenciales, así como para la convocatoria de grandes movilizaciones reprimidas con la figura del Estado de Sitio; quiso ser celebrada como el “Día de la Revolución del Orden”, por la élite conservadora, hasta que se convirtió en el preludio simbólico del encuentro entre la fuerza del M-19 y su emblemático represor, Julio César Turbay, que la apropiaron con banderas distintas en 1978.
Con todo, en el 2012 se produjo un hecho que aún no ha sido atendido suficientemente en su significación política. Por cuenta de la Ley de Víctimas esta fecha es hoy, oficialmente, el Día Nacional de la Memoria y Solidaridad con las Víctimas (sic), suscitando un debate necesario. A lo impuesto (y no consultado) por la Ley 1448 le faltó el sentido transgresor del 9 de abril, su papel como clave para rastrear las causas del conflicto, más allá de la solidaridad frente a las víctimas que el Congreso, en cambio, no ha querido oficializar en fechas como el 11 de octubre, reivindicado por las victimas y sobrevivientes del genocidio contra la Unión Patriótica.
Por todo esto, la convocatoria a una marcha por la paz y la defensa de lo público el 9 de abril de 2013, tiene un significado especial. La convocatoria propuesta por la Marcha Patriótica, y la sumatoria que comenzó a darse desde la Alcaldía de Bogotá, cobra gran valor frente a la necesidad de defender el proceso de paz de la Habana, permanentemente atacado por lo más obtuso de la política nacional. Pero también frente a la reivindicación de la memoria que se concreta en verdadera solidaridad cuando implica que la sociedad asume su parte en la recuperación del proyecto inconcluso que representan las víctimas, es decir, su derecho a un lugar responsable en la solución política del conflicto. Allí, hablar de paz con justicia social, y de defensa de lo público es hablar de lo mismo, con un sentido transgresor como corresponde a una herencia digna.
Así las cosas, por la memoria y por la paz, nos vemos en la calle el próximo 9 de abril. |
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'El Bogotazo': el incendio que no se apaga
HISTORIAEl 9 de abril de 1948 sigue gravitando sobre la conciencia colombiana. Nuevas obras demuestran que el Bogotazo todavía obsesiona a escritores, directores de cine y artistas.
La destrucción de la ciudad ha inspirado varias obras.
Hay momentos que marcan para siempre la memoria colectiva de los países. En Colombia, no cabe duda, El Bogotazo es uno de ellos: tanto es así, que los hechos del 9 de abril de 1948 siguen inspirando a todo tipo de artistas e intelectuales. Es el caso de Miguel Torres, un reconocido dramaturgo y escr
itor bogotano, para quien este siempre ha sido fundamental. "Puede sonar a lugar común, pero ese día partió en dos la historia de nuestro país. En ese momento se gestó el fracaso del siglo XX colombiano", le dijo a SEMANA. Desde su juventud Torres leyó los archivos de El Bogotazo. Durante su investigación descubrió que se conocía muy poco de uno de los personajes centrales: Juan Roa Sierra, el hombre que asesinó a Jorge Eliecer Gaitán. Entonces se dedicó a esclarecer su pasado: revisó todos los testimonios y documentos que existen y, a medida que avanzaba su pesquisa, encontró muchos vacíos. Uno de los personajes que más le llamó la atención fue un astrólogo que le aconsejó a Roa Sierra que le pidiera trabajo a Gaitán. Se dice que a partir de ese momento el asesino se obsesionó y empezó a seguir a su víctima por toda la ciudad. Para Torres este era un elemento intrigante, pero no la razón real del magnicidio. De hecho, cree que los eventos fueron mucho más complejos y, después de años de estudiar el caso, tiene dudas de que Roa Sierra sea el verdadero asesino. A partir de esa primera investigación, Torres empezó a escribir una novela que contara los hechos desde "el otro lado del espejo": la perspectiva del victimario. "Todo el mundo conoce la vida de Gaitán. Es uno de los personajes más queridos y sobre los que más se ha escrito en Colombia. Sobre Nieto Roa, en cambio, se habla poco. Su leyenda se ha construido a partir de rumores y lo que hice, desde la ficción, fue explorar varias hipótesis.", dice. Torres publicó El crimen del siglo en 2006 y, a pesar de que se trata de una novela, los especialistas aplaudieron el rigor de su investigación. Incluso, cuenta, algunos historiadores lo llamaron para felicitarlo por sus hallazgos, cuando en realidad "eran conjeturas que yo me había inventado". La trama de El crimen del siglo termina con la muerte de Gaitán y Roa Sierra el 9 de abril. Por eso Torres sintió que le faltaba narrar la parte central El Bogotazo y empezó a escribir una segunda novela sobre lo que ocurrió específicamente ese día. Escribió monólogos de personajes ficcionales a partir de testimonios reales de cientos de testigos. Este mes publicó El incendio de abril que, desde ya, muchos consideran uno de las mejores obras que se han escrito sobre El Bogotazo y uno de los mejores libros de este año en Colombia. Torres —también autor de la célebre obra de teatro La Siempreviva— sostiene que el elemento más importante del 9 de abril es la oscuridad: no solo por el apagón de ese día, sino porque todavía no se han dicho muchas cosas. Cree también que el hecho sigue cautivando a los creadores por sus resonancias históricas y el halo misterioso. Él mismo está escribiendo una tercera novela, en la que narra la vida de un sobreviviente de la tragedia. Otras miradas de El Bogotazo
Mientras escribía El incendio de abril, Torres recibió una llamada de Andi Baiz. El joven director caleño le contó que había leído El crimen del siglo y estaba muy interesado en adaptarlo al cine. Baiz empezó a escribir un guión junto a la actriz Patricia Castañeda y con la supervisión de Torres. El director trabajó dos años en el texto y a comienzos de este, inició un ambicioso rodaje en el centro de Bogotá. Lo más difícil de la filmación fue lograr un ambiente creíble, con muy poco presupuesto. "No quería hacer una película costumbrista en la que apareciera una Bogotá gris y triste. Traté de ser absolutamente riguroso en la ambientación histórica, pero la película sucede en un universo propio", le dijo a SEMANA. El rodaje fue muy costoso y complejo, no solo por la recreación histórica sino porque se trata de una historia coral en la que aparecen todos los personajes del entorno de Roa Sierra. Como protagonista Baiz escogió al actor de teatro Mauricio Puentes. También hace parte del reparto Catalina Sandino, quien juega un papel muy importante en la trama. En esta ocasión el director quiso alejarse un poco del tono oscuro de sus dos películas anteriores, Satanás y La cara oculta. Baiz prefiere no adelantar mucho sobre la cinta que se llamará Roa y está en proceso de edición: "Al contrario de lo que se puede esperar, esta no es una película tan dramática. Es el estudio de un personaje (el personaje de Roa Sierra aparece en casi todas las escenas) y muestra cómo él también es víctima de fuerzas ocultas que lo llevan a cometer un crimen. No es tampoco una apología del asesinato". La película se estrenará en abril del próximo año. Torres y Baiz no son, por supuesto, los primeros que han tocado este tema, ni los últimos. "Siempre habrá gente interesada en el Bogotazo", le dijo a SEMANA Víctor Diusabá, periodista y autor del libro 9 de abril: la voz del pueblo. "Sobre todo porque 64 años después todavía hay cabos sueltos y documentos sin desclasificar. En todo caso no creo que para un evento tan grave -en el que murió el 0,5 por ciento de la población de Bogotá en esa época- se haya escrito tanto. Se dice, por ejemplo, que sobre la guerra civil española se publica un libro todos los meses", explica. Otra de las miradas es la de la obra de teatro 9.4.48. Fabio Correa, su director, le dijo a SEMANA: "El 9 de abril abrió un nuevo capítulo de la historia de nuestro país y la obra trae este suceso histórico al espacio contemporáneo". Ganadora del premio Iberescena, 9.4.48 se presentó en julio de este año en la Fundación Gilberto Alzate Avendaño y pronto estará de nuevo en teatros nacionales. Se levantan los muertos del 9 de abril es el título de la producción Bogotázombie que lanzó este año la editorial Laguna Libros. Está compuesta por afiches de seis primeras planas de periódicos con fecha del 10 de abril de 1948, que fueron supuestamente encontradas detrás de una antigua pared del edificio de la editorial. Los extraños titulares de diarios como El Tiempo y El Espectador proclaman 'Amenaza zombie' y 'Los muertos caminan'. "Hay tantas versiones diferentes del 9 de abril. Dicen que los responsables fueron liberales, conservadores, la CIA ¿por qué no decir que fueron zombies?", le dijo a SEMANA Felipe González, editor de Laguna Libros. A finales de este mes, en el marco de ArtBo, se presentará también la obra del artista mexicano Gabriel de la Mora en la Galeria Nc-arte. De la Mora hará una instalación en la que intenta recrear lo que ocurrió con una exposición de pintura mexicana que debía ser inaugurada en Bogotá en abril de 1948. El artista recrea la trayectoria de varias obras de arte de su país que casi desaparecen durante el incendio, esa conflagración de la que sus fantasmas siguen vivos seis largas décadas después. |
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Fidel Castro recuerda el 9 de abril de 1948 y su encuentro con Gaitán
Por: FIDEL CASTRO. PUBLICADO EL 14 DE NOVIEMBRE DE 1976 EN LECTURAS DOMINICALES | suplemento de EL TIEMPO que cumple un siglo este año. |
5:12 p.m. | 08 de Abril del 2013
Fidel Castro
Foto: Archivo Particular
"En Bogotá, en aquel instante, nadie dirigía", cuenta el líder cubano de su visita ese día.
Presente en Bogotá ese día, Fidel Castro relata el 9 de abril. Publicado el 14 de noviembre de 1976 en LECTURAS DOMINICALES, suplemento de EL TIEMPO que cumple un siglo este año.
¡Primicia! El testimonio esperado durante 28 años. ¡Fidel Castro por primera vez habla sobre la participación que tuvo en los sucesos ocurridos en Bogotá el 9 de abril de 1948! El relato fue grabado por Carlos Franqui, Comandante de la Sierra Maestra, director de Radio Rebelde de Cuba y posteriormente del diario Revolución, de La Habana, y actualmente exiliado en Francia. La transcripción está contenida textualmente en el libro de Memorias de Franqui que acaba de aparecer en París.
Lo de Bogotá fue en abril de 1948 exactamente. Yo era por aquella época una mezcla de individuo quijotesco, romántico, soñador, con bastante poca cultura política, un gran deseo de saber y una gran sed de acción. Si de una manera perfectamente consciente no comprendía todavía contra qué grandes enemigos iba a luchar, empezaba realmente a avizorarlos. Había en mí algunas mezclas de sueños martianos, bolivarianos, y de socialista utópico.
Por aquella época me resultaba muy difícil explicarme por qué la América que habían concebido sus grandes y extraordinarios emancipadores se apartaba tanto de la penosa realidad que presentaban casi una veintena de repúblicas divididas, débiles y empobrecidas.
Había leído muchas biografías de Bolívar y sentía una profunda simpatía hacia la vida y la obra de aquel hombre extraordinario. Naturalmente que no podía entonces analizar sino de una manera muy simple el fenómeno, con una concepción realmente idealista de la historia. Me imaginaba aquello resultado de traiciones, las perfidias humanas, políticos corrompidos, militares ambiciosos, y en cierto sentido transportaba mecánicamente a la situación de los distintos países la imagen que tenía del cuadro de nuestra propia política nacional, saturada de esos ejemplos. No estaba capacitado por aquellos días para comprender el fenómeno imperialista en su forma cruda y real, y su influencia decisiva en la suerte de nuestras naciones latinoamericanas.
Sin embargo, de la lectura y del estudio de los escritos y discursos de Martí –al que también por aquella época leían incansablemente– y de las historias recientes de las intervenciones militares de Estados Unidos, no solo en nuestro país sino en numerosos países latinos para defender allí los más bastardos intereses, la colonización de Puerto Rico y el apoderamiento de una porción del territorio que ocupa el Canal de Panamá, me hacían sentir cada vez con mayor claridad que la política de Estados Unidos y su extraordinariamente desigual desarrollo con respecto al resto de América Latina, y sus afanes cada vez mayores de dominio y de control, eran la causa principal de esa situación. Claro está que otras potencias imperialistas habían tenido notoria influencia en los acontecimientos.
América Latina
Me deprimía el cuadro de América Latina, dividida en numerosos Estados y Repúblicas débiles y empobrecidas. Tenía muy presente la prédica incensante de Martí en favor de la unión de América para defenderse del creciente expansionismo, del poderío colosal que se desarrollaba en los Estados Unidos del Norte. De una manera muy simple, a través de un razonamiento muy sencillo, yo estaba persuadido de que Estados Unidos era el gran enemigo de la Unión y del desarrollo de las naciones hispanoamericanas, que Estados Unidos siempre haría todo lo que estuviera a su alcance para mantener esa debilidad y esa división sobre las cuales ellos realizaban su política de manejar a su antojo la suerte de nuestros pueblos.
¿A qué lo atribuía? A la maldad de los hombres, no a las consecuencias de un determinado sistema social, no a un producto de la historia. Sentía fuertes simpatías por el pueblo puertorriqueño, por sus afanes frustrados de independencia; veía en la historia del Canal de Panamá un acto de despojo y de piratería contra la nación constituida por el propio pueblo de Panamá; sentía un profundo repudio por la política brutal que había despojado a México de una considerabilísima y extraordinariamente rica porción de su territorio.
Por otra parte subsistían posesiones coloniales de potencias europeas. Un número de nuestros países vivían subyugados por las tiranías militares que a nosotros nos recordaban los años sombríos de Batista en sus primeros once años de gobierno. Y como estudiante que era, pensaba que era necesario comenzar a hacer algo y que los estudiantes podían jugar un papel en la lucha contra aquello. Aquellas cosas en aquel tiempo constituían algo así como un primitivo e incipiente programa revolucionario.
A Bogotá
Expuse la idea a un grupo de dirigentes universitarios de que la Federación Estudiantil Universitaria de Cuba organizara un Congreso Latinoamericano de Estudiantes, que coincidiera, precisamente, con la Conferencia de la Organización de Estados Americanos en Bogotá.
Pero tenía la impresión de que se reunían allí los representantes de los gobiernos corrompidos, saqueadores, politiqueros venales al estilo de los nuestros cuando no los emisarios de las satrapías sanguinarias; el propio repudio que sentíamos nosotros hacia el Gobierno de Grau San Martín, representante y exponente de la frustración de una increíble descomposición administrativa, nos daba una idea de quiénes se iban a reunir allí a nombre de los pueblos. Y por eso pensamos que debían los estudiantes reunirse también con mucho más legítimo derecho a nombre de los verdaderos pueblos.
La hostilidad que Estados Unidos manifestaba hacia el movimiento peronista hacía instintivamente mirar con cierta simpatía hacia Perón, hacia su movimiento. Por aquellos días circularon entre los estudiantes numerosos folletos con discursos de Perón dirigidos a los trabajadores, sus alegatos nacionalistas, sus apelaciones a las masas, su lucha contra los oligarcas. Esos discursos ejercían en nosotros alguna atracción, aunque con muchas reservas producto del carácter caudillista y militarista con que la inmensa mayoría de nuestros periódicos –copiando las consignas de Estados Unidos– habían estado inculcando durante años en nosotros, lo cual chocaba ciertamente, por otro lado, con el apasionado sentimiento constitucionalista y democrático de nosotros como estudiantes.
Aún todavía para nosotros la democracia era una mágica palabra. En su nombre se había derramado la sangre de millones de hombres en los campos de batalla en una guerra cuyas incidencias leíamos con el apasionante interés de los muchachos por la historia y por la época, con toda nuestra simpatía al lado de los que luchaban en nombre de esa democracia, horrorizados por las barbaries del nazismo. En su nombre se congregaban alrededor de nuestros Comités universitarios incontables exiliados de todos los confines del Continente.
De la democracia griega habíamos estado leyendo las mayores apologías en todos los libros de historia de las escuelas y de los institutos, sin que a nadie se le hubiese ocurrido indicarnos que aquella democracia se sustentaba sobre las espaldas de decenas de miles de esclavos y el trabajo de las masas de ciudadanos desprovistos de los derechos a participar en el ágora pública; de la misma manera que todavía no comprendíamos que esta llamada democracia contemporánea se asentaba también sobre las espaldas no de decenas de miles, sino de millones de hombres igualmente esclavizados en las ciudades y los campos, cuyos derechos de igualdad y de libertad solo figuraban en los textos manoseados de nuestras constituciones democráticoburguesas. Pero, en fin, estábamos dispuestos a dar la vida por esa democracia.
En marcha
Hicimos contacto con algunos delegados del Movimiento peronista que por aquellos días visitaban a Cuba, quienes se interesaron por el programa que nosotros queríamos plantear en la reunión estudiantil, en el que estaba la lucha contra la subsistencia del coloniaje de Estados Unidos, que incluía entre otras las Islas Malvinas, en las que estaba interesado el gobierno argentino. En consecuencia, en coordinación con ellos organizamos el Congreso. Ellos se comprometieron a movilizar los centros estudiantiles de las zonas donde tenían más relaciones, nosotros a su vez enviamos delegaciones a Centroamérica, y partimos hacia Colombia, pasando primero por Panamá y Venezuela.
En Panamá nos reunimos con los estudiantes universitarios, que por aquellos días estaban en plena efervescencia a consecuencia de las luchas en favor de los derechos de Panamá con relación al Canal, en las que habían resultado algunas víctimas, entre ellas un joven inválido de un balazo que fue convertido en bandera de los estudiantes panameños.
Me admiró el fuerte sentimiento antiimperialista de aquel centro universitario, mucho más desarrollado políticamente que nuestra propia Universidad de La Habana. Obtuvimos su apoyo para el Congreso. Durante nuestra estancia en ese país, la cosa que más me impresionó fue el espectáculo de las calles de la capital, contiguas a la Base Naval, que desembocaban en la zona del Canal, que eran un conjunto interminable de prostíbulos, cabarets, bares, night clubs, centros de diversión. Aquello causó en mí una impresión deprimente e inolvidable.
Hice un recorrido por aquellas calles; y en medio de aquello, que era para mí la estampa viva de lo que los canales, las bases y las instalaciones norteamericanas significan para los pueblos, y en medio de toda aquella impresión, una anécdota que venía a gravitar sobre nuestros ya apesadumbrados ánimos:Las mujeres cubanas eran tenidas por las más bellas de todas, de modo que muchas mujeres de distinta procedencia se hacían llamar cubanas; esto aparte de las cientos y tal vez miles de cubanas que allí ejercían la prostitución, arrastradas hacia aquella penosa profesión por traficantes internacionales de mujeres que llevaban de nuestra isla a Panamá barcazas cargadas de ellas. ¡Hasta la zona del famosísimo Canal de Panamá iban a parar las hijas de las familias humildes que los burgueses cubanos, con su sistema de corrupción, desempleo, desesperación y hambre, convertían en prostitutas!
¿Cuánto dolor sentí al pensar que solo por aquellas razones era muy estimada y conocida Cuba fuera de sus fronteras! ¡Y así eran conceptuadas en el exterior por lo general las mujeres de un país que en los días de la Revolución que estaba por venir dieran tan extraordinarias pruebas de entusiasmo, patriotismo y virtudes morales!
De Panamá nos trasladamos a Venezuela, conmovida todavía por el movimiento revolucionario que derrocó a la tiranía, donde obtuvimos también el apoyo de los estudiantes universitarios para la Conferencia estudiantil de Bogotá.
Con Gallegos
Recién había asumido la presidencia el destacado escritor Rómulo Gallegos. Nosotros tuvimos el propósito de conversar con él, de quien teníamos un magnífico concepto. A tal efecto le solicitamos una entrevista, la que se nos concedió para el otro día. Dicha entrevista fue solicitada directamente a su familia en una casa que poseían en La Guaira, y me impresionó muy favorablemente la ausencia de centinelas, formalismos y protocolo; fuimos recibidos de manera simple por sus familiares, que se comunicaron por teléfono con él desde allí, porque en realidad estaba en Caracas, concediéndonos la entrevista para el día siguiente, la que no pudo efectuarse porque temprano debíamos tomar el avión en el aeropuerto de Maiquetía hacia Colombia.
En Colombia nos reunimos inmediatamente con los estudiantes universitarios, el ochenta por ciento de los cuales militaba en las filas del Partido Liberal dirigido por Jorge Eliécer Gaitán. El ambiente era francamente progresista e igualmente antiimperialista. El Partido Comunista era una organización que tenía aproximadamente diez mil miembros, luchaba en condicione difíciles y no podía decidir mucho en los acontecimientos.
La idea del Congreso mientras se celebraba la Conferencia tuvo entusiasta acogida, y se dieron a la tarea inmediata de hacer todos los preparativos. Comenzaron a llegar los representantes de otras universidades; celebramos varias reuniones preliminares discutiendo el Programa, que incluía todos los puntos a que me refería anteriormente: la lucha contra las dictaduras militares, la independencia de Puerto Rico, internacionalización del Canal de Panamá (o nacionalización, no me acuerdo), cese de los territorios coloniales en la América Latina y la organización de una Federación Latinoamericana de Estudiantes.
Allí se suscitó una pequeña cuestión de jurisdicción. Aun cuando yo no era presidente de la Federación Estudiantil Universitaria de Cuba, sino solo de la Escuela de Derecho de la Universidad de La Habana, y aun cuando en nuestra Delegación iba también el presidente de nuestra Federación, los delegados reunidos en aquellas sesiones preliminares me habían designado presidente de aquellas reuniones.
Recuerdo haberles explicado a los distintos delegados reunidos allí que yo no tenía ningún interés por aquello, que solo me interesaba el éxito de lo que se estaba haciendo, que yo sabía bien la historia de América, cómo los hombres que más lucharon terminaron su vida en el olvido, con méritos infinitamente mayores que los que nosotros pudiéramos alcanzar, que no esperaba honores en el cargo, no luchaba por honores en el cargo. Al parecer por la forma realmente sincera con que me expresé, el resultado fue que unánimemente decidieron que yo prosiguiera presidiendo el Congreso.
Sigue ...
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Viene ....
Con Gaitán
Nuestro entusiasmo crecía de punto al expresarnos los representantes de los estudiantes colombianos, la posibilidad de que Gaitán inaugurara nuestro Congreso en la Plaza de Cundinamarca, con un acto multitudinario el mismo día que se inaugurara la Conferencia de Cancilleres.
Para conocer a Gaitán, y para hacerle la invitación formalmente, los estudiantes me invitaron a visitarlo en su despacho, a donde yo me trasladé –no recuerdo exactamente la calle–. Nos recibió en su oficina el día 7 de abril, nos entrevistamos con él; nos trató con gran amabilidad, nos habló con simpatía de lo que estábamos haciendo. Nos entregó distintos folletos contentivos de sus discursos, entre ellos una preciosa pieza oratoria: ‘Oración por la paz’, que pronunciara en semanas pasadas recientes, después de un gigantesco desfile de masas, en protesta contra los asesinatos que se venían cometiendo en todo el país contra sus partidarios.
Leí aquel discurso con sumo interés, lo cual junto a las noticias sobre la fuerza de su movimiento, el triunfo absolutamente mayoritario obtenido en elecciones parlamentarias recientes, la magnitud de sus actos de masas y la simpatía de lo que estábamos haciendo. Nos entregó distintos folletos contentivos de sus ideas. Lo que proponía aquel hombre, me convenció de que representaba en aquel entonces una fuerza realmente progresista en Colombia, y que su triunfo sobre la oligarquía estaba descontado.
Nos invitó a reunirnos otra vez dos días después a las dos de la tarde: tres horas, precisamente, después de su trágico e incalificable asesinato. Gaitán no solamente tenía un enorme arraigo entre las masas; tenía también grandes simpatías en el propio ejército de Colombia. Allí estaba surgiendo considerablemente un factor por aquellos días: era su defensa de un teniente del ejército, que al parecer en un acto de defensa propia había dado muerte a un policía (o algo por el estilo: un funcionario o a un policía, no recuerdo exactamente bien).
Como este oficial tenía antecedentes liberales, y al parecer la situación política estaba influyendo en el proceso, el juicio se convirtió en un acontecimiento de gran trascendencia. Gaitán era un abogado defensor; las audiencias eran transmitidas por radio y escuchadas virtualmente en todos los cuarteles de la República. Invitados por los estudiantes asistimos a una de las sesiones del juicio de Gaitán, con extraordinaria habilidad, defendía tanto desde el punto de vista penal como político al acusado, que se había convertido en algo así como un Dreyfus de los militares.
No es de extrañar, pues, que la oligarquía colombiana, en medio de una ola de sangre, fraguara el asesinato de aquel formidable adversario al que realmente temían.
El 9 de abril de 1948. El día 9 de abril salimos nosotros del hotel donde hoy nos hospedábamos a recorrer la ciudad ante de almorzar, y en espera de la entrevista que tendríamos por la tarde. Eran como las once de la mañana aproximadamente cuando gentes como enloquecidas comenzaron a correr por las calles repletas de público, gritando con ojos de indescriptible asombro: ‘¡Mataron a Gaitán¡ ¡Mataron a Gaitán!’ Y así la noticia se esparció como un reguero de pólvora por toda la ciudad.
Apenas en cuestión de minutos comenzó a producirse de una manera espontánea, porque aquello no lo podía ni fraguar ni organizar nadie, una extraordinaria agitación. Se creó un estado de cólera indescriptible. Yo me encaminé por una de las calles hacia la Plaza que está frente al Capitolio, donde precisamente se celebraba la Conferencia de Cancilleres, custodiado por un cordón de policías vestidos de azul, con la bayoneta calada. La muchedumbre concentrada en el parque se aproximaba al cordón de policías que ante el impacto que le produjo aquel movimiento se deshizo en mil pedazos, penetrando el pueblo en el Capitolio sede de la Conferencia, en el que veían tal vez un símbolo que les recordaba un poder odiado.
En aquellos momentos yo, en el medio del parque, contemplaba lo que estaba sucediendo. Pero muy pronto también la gente comenzó a destruir las farolas eléctricas: piedras y cristales saltaban por doquier. Alguien desde un balcón trataba de hablar; nadie lo escuchaba ni habría podido escucharlo.
Pronto me di cuenta que aquello que estaba desarrollándose no conducía a nada. Las vidrieras de los establecimientos comenzaban a ser destruidas; no se sabía cómo se iba a encauzar todo aquello, pero era evidente que una insurrección popular estaba en marcha.
De insurrecciones populares de aquellas características, yo no conocía más que las impresiones que en mi imaginación habían dejado los relatos de la toma de la Bastilla, y los toques a rebato de los Comités revolucionarlos de París llamando al pueblo en los días más gloriosos de la Revolución. Pero allí en aquel instante nadie dirigía.
Decidí dirigirme a la casa donde residían dos compañeros más de la Delegación. Al atravesar una de las calles vi la primera manifestación de algo que parecía canalizado en alguna dirección: era una enorme muchedumbre, algo así como una interminable procesión, que no sé –y dudo que alguien sepa– cómo se formó, y que avanzaba hacia una estación de policía, que estaba a varias cuadras de allí. En aquella muchedumbre me enrolé; no sabía qué iba a ocurrir cuando alcanzara la estación de policía.
A las armas
Decenas de hombres con fusiles apostados en las azoteas, pero nadie disparaba. Llegamos a la entrada y las puertas se franquearon. Cientos de personas se lanzaron dentro buscando desesperadamente armas, y aunque yo estaba entre los primeros solo pude alcanzar una escopeta de gases lacrimógenos. Con ella y varias cananas de bala de ese tipo –que me imaginaba pudieran servir para algo– subí a la planta alta a tratar, si era posible, de encontrar más equipo, sobre todo algún equipo de campaña o algún arma mejor. Entré en una de las habitaciones; había allí un grupo, que después comprendí que eran oficiales completamente desmoralizados y acobardados.
Les pregunté si tenían armas o ropa de campaña, ropa militar; y, por cierto, no se me podrá olvidar que habiéndome sentado en una de las camas en disposición de ponerme unas botas militares, uno de aquellos oficiales, en medio de aquel caos, no se le ocurrió otra cosa que gritarme lleno de preocupación: ‘¡Mis boticas no! ¡Mis boticas no!’
Salí al fin con unas botas, un capote militar y una gorra sin visera. Mientras tanto, un tiroteo descomunal tenía lugar en el patio. Bajé, y eran los primeros hombres del pueblo, armados probando sus armas al aire. En medio del patio un oficial armado de un fusil trataba de formar una escuadra, en medio de un gran desorden. Yo me arrimé allí y también formé en la escuadra.
Cuando aquel oficial me vio con tantas cananas y la escopeta de gases lacrimógenos, se dirigió a mí, y al parecer en realidad porque tenía muchos deseos de marcharse más que otra cosa, me dijo: ‘¿Qué vas a hacer con todo esto? Mira, mejor dámelo y yo te entrego el fusil este’. Para recibirlo, en medio de mucha gente que quería armas, tuve que forcejear duramente. Y así tuve al fin un fusil con 16 balas. Salí del edificio y ya estaba en marcha de nuevo la multitud, armada de mil maneras distintas: unos con fusiles, otros con machetes, otros con hierros. Y aparentemente se dirigía hacia el Palacio presidencial. Varias esquinas más adelante, se entabla un tiroteo; la muchedumbre, instintivamente, retrocede, pero a los pocos segundos como un resorte vuelve de nuevo a avanzar.
En estas circunstancias ocurren las cosas más inverosímiles. Llego a la esquina donde se había producido el tiroteo, me encuentro a dos hombres armados de fusiles en una de las esquinas, parando a la gente, desviándolas hacia otra dirección, diciendo que solo pasaran los militares. Creyendo que eran dos revolucionarios, yo me puse a ayudarlos también. Después llegué casi a la convicción de que en realidad no eran revolucionarios sino dos soldados que allí estaban –algo inconcebible e inexplicable– en un intento de poner un poco de orden dentro de aquella confusión. Aún hoy no estoy seguro si realmente eran revolucionarios o eran soldados.
Desorden
Al tratar de indagar qué ocurría, me informaron que desde un colegio, una universidad católica, habían disparado sobre la multitud y se había originado un tiroteo. Debo confesar que en aquellos tiempos yo –habiéndome educado durante muchos años en un colegio religioso– me mostraba incrédulo, no podía imaginarme a los sacerdotes disparando desde aquel edificio contra la gente. Y aún no puedo afirmar a ciencia cierta lo que ocurrió, si efectivamente se disparó o no se disparó, o si algunos militares o civiles de la oligarquía dispararon desde allí. Es lo cierto que mientras yo observaba en medio de la esquina alguien bruscamente me apartó hacia una pared. Días más tarde, sin embargo, llegue a la conclusión –vistas todas las cosas que pude observar– de que en Colombia hay sectores del clero lo suficientemente reaccionarios como para disparar sin vacilación contra el pueblo.
Grupos de estudiantes en carros altoparlantes, con los cadáveres de sus primeros compañeros muertos colocados en el techo, arengaban a la muchedumbre.
Después que yo salí, que se produce el tiroteo, estoy en la esquina, salto para una pared, voy a la otra esquina, allí veo los primeros carros altoparlantes. Grupos de estudiantes aparecieron: pude identificar entre aquella gente a algunos estudiantes, me reuní con ellos y comenzaron a llegar noticias de que una estación de radio, que estaba en manos de los estudiantes, estaba siendo atacada por el ejército y necesitaban refuerzos. Alguien propuso que nos dirigiéramos hacia allá, y allí nos dirigimos.
Cruzamos por varias calles y acertamos a pasar, entre otros, frente al edificio del Ministerio de Guerra; por la calle contraria a la que íbamos nosotros, marchaba un tanque y una compañía de soldados con cascos; no disparaban y qué actitud tenían. Llegaron a una gran plaza que está en las cercanías del edificio del Ministerio de Guerra; venían en dirección opuesta.
En ese momento éramos un grupo de seis o siete. Como medida de precaución nos situamos a la expectativa detrás de unos bancos del parque; mas el tanque y los soldados pasaron, haciéndonos caso omiso. Cruzamos la calle y nos paramos frente al Ministerio de Guerra. En aquel momento, aparentemente, el ejército vacilaba, en una actitud expectante ante los acontecimientos. Recuerdo que dejándome llevar por el entusiasmo me paré en un banco, les dirigí la palabra y les hice una arenga a los soldados que estaban enfrente. Y después continuamos hacia el sitio donde se decía que estaban siendo atacados los estudiantes. Todo esto en medio de una gran confusión.
Deambulando. Cuando estábamos llegando al final de la cuadra se escucharon algunos disparos, y era que desde el Ministerio de Guerra habían salido algunos soldados a perseguirnos a nosotros. Casi no nos dimos cuenta. Ocupamos un ómnibus y nos dirigimos hacia la zona donde estaba la estación. Éramos como siete, pero con tres fusiles nada más.
Llegamos a una ancha avenida, se paró la guagua en una esquina, y los tres que teníamos fusiles avanzamos hacia la avenida. Y a unas dos manzanas de nosotros estaba todo un grupo de caballería, que era quien estaba atacando la estación. Prácticamente barrieron la avenida aquella a tiros. Nosotros nos defendimos detrás de unos bancos de aquella avenida; y cuando tuvimos una oportunidad nos retiramos otra vez hacia la calle, donde estaba la guagua. Entonces, decidimos ir la Universidad para ver si había algo organizado, para tratar de informarnos si había algo en la Universidad.
Llegamos a la Ciudad Universitaria e igualmente nos encontramos un gran caos allí: nada organizado en ninguna dirección, aunque muchos estudiantes desarmados, agitados, y allí surgió la idea de salir hacia una estación de policía. Salimos hacia la estación de policía, aquella fuerza seguía contando únicamente con tres fusiles. Cuando llegamos a la estación de policía que íbamos supuestamente a tomar, estaba afortunadamente tomada ya.
Y entonces allí hice el primer contacto con lo que parecía ser embrión de organización y de dirección en gestación, porque a la estación llegó un comandante de Policía, que estaba tratando de agrupar a las fuerzas revolucionarias que habían ocupado todas las estaciones de policía y estaban integradas por gente del pueblo y muchos policías. Hablé con él rápidamente, le expuse algunas ideas acerca de la necesidad de organizar, que si quería estaba dispuesto a ayudarlo; el hombre aceptó muy gustoso. Me invitó a ir en el jeep de él a visitar la jefatura del Partido Liberal en el centro de la ciudad.
Atravesamos la ciudad en medio de aquel caos, donde no se sabía quién era el enemigo y quién no lo era, y llegamos a la jefatura del Partido Liberal. En la jefatura del Partido Liberal, por lo que hoy recuerdo, había algunos hombres tratando de vertebrar la organización, pero me alentaba la idea de que al fin toda aquella fuerza que surgió de manera espontánea se pudiera organizar, tuve esperanza de que eso llegara a cristalizar, se veían ya los primeros síntomas. No puedo hacerme un juicio de aquellos hombres que vi allí. Entró en un despacho el comandante, salió otra vez, y volvió a la estación de policía donde habíamos partido. De allí se decidió a ir nuevamente a la jefatura del Partido Liberal; ya yo lo estaba acompañando; prácticamente me había convertido en un ayudante del jefe de la policía sublevado.
Entonces, ocurrió un incidente que me hace perder el contacto con él. Para ir de nuevo a la ciudad, ya casi oscureciendo, salimos en dos jeeps: el comandante iba en el de adelante y yo en el de atrás; el de adelante se para, se queda el comandante –que era jefe de aquello– sin carro, y del carro donde voy yo no se baja nadie, y yo, en un gesto de indignación, me bajé y le di mi asiento al comandante, que siguió. Conmigo se quedaron dos estudiantes; tratamos de arrancar un automóvil para trasladarnos después de allí. De una puertecita pequeña en una pared larga se abrió la puerta, se vio una gorra y varios fusiles, e intuí en el acto de que eran enemigos. Y al amparo de la oscuridad que dejó un automóvil que pasó rápidamente cruzamos la calle y nos alejamos de aquel sitio sin que nos dispararan. Y después pude saber que el automóvil que se había parado, precisamente, junto a la puerta lateral del Ministerio de Guerra y que el automóvil que estábamos tratando de arrancar pertenecía al Ministro. Dos esquinas más adelante nos encontramos con hombre con fusil ametralladora; era un policía. Nos indicó dónde estaba una estación sublevada también –que resultó ser la Once Estación– y hacía allí nos dirigimos para incorporarnos a aquella fuerza. (No voy a contar que me habían robado la cartera y no tenía ni un centavo).
Era ya de noche; cientos de hombres, la mayor parte militares armados estaban allí en aquella estación, situada en las inmediaciones de la colina que está junto a la ciudad de Bogotá. Allí se hicieron los primeros esfuerzos de organización. Allí me incorporé también a una compañía que se organizó en el patio central y que simplemente lo único que se hizo fue darle una organización formal, sin asignarle ninguna tarea, y situarla en distintas zonas del edificio.
Táctica suicida
Transcurría el tiempo y comenzaron a circular rumores constantes de que el edificio iba a ser atacado por el ejército. Entonces, yo comprendía la inutilidad, lo suicida de aquella táctica, de aquella actitud pasiva y estrictamente defensiva. Pedí una entrevista con el jefe de la estación aquella, le dije que yo era cubano y que por la experiencia nuestra en Cuba siempre que una fuerza cualquiera se había situado en una fortaleza, en circunstancias como esa, había perecido. Recordaba los casos de nuestra experiencia, hechos que habían ocurrido aquí en Atarés y en el Nacional, distintos hechos de armas que había ocurrido aquí. Que con el ambiente que había en el pueblo, que con la fuerza de 500 hombres que había allí por qué no formaba dos columnas, las sacaba a la calle, las dirigía al Palacio presidencial o algún punto estratégico; que por qué no tomaba la ofensiva y sacaba en columnas aquellos hombres a la calle, a tomar posiciones estratégicas; tomar la ofensiva.
Mis consejos, o mis intentos de persuadir a aquel hombre fueron inútiles; recibió con aparente simpatía y agradecimiento lo que decíamos, mas no tomaba ninguna resolución. Volví a tomar mi posición en una de las alas del edificio, en un dormitorio. Recuerdo distintas escenas de aquella noche, que fue una noche desagradable y llena de incertidumbre.
Se repetían incesantes voces de que venían a atacar, se posesionaban las gentes de las ventanas, había un gran nerviosismo, cruzaron varias veces tanques por allí, precisamente frente a la calle, se les hicieron disparos de fusil, más no ocurría nada.
Otra escena que recuerdo era que cerca de una las literas donde yo estaba descansando sentí a un hombre gritando de que estaba siendo golpeado, y era un policía al que le habían descubierto la ropa nueva que les daban precisamente a los adictos al régimen. Intervine, porque me produjo una desagradable impresión que golpearan a aquel hombre que estaba totalmente acobardado. Y así esperé pacientemente toda la noche..
Cuba y Colombia
Hubo un minuto, cuando ya en horas de la madrugada tuve tiempo de detenerme a recapacitar y pensar en la situación, en que estaba convencido de que aquella tropa estaba perdida, que si la atacaban iban a perecer todos, que estaba dirigida de una manera estúpida. Y entonces me planteé un problema de conciencia: si yo debía seguir allí. Pensé en Cuba, en mi familia, en muchas cosas, y me pregunté si yo debía permanecer allí en aquella cosa inútil. Y realmente tuve dudas. Estaba absolutamente desconectado, absolutamente solo en ese momento, ningún cubano conmigo. No me unían más vínculos con el pueblo de Colombia y con aquellos estudiantes que un simple vínculo conceptual, cuestión de conceptos, de ideas. Y, sin embargo, la decisión que tomé fue quedarme, porque me dije: ‘bueno, el pueblo es igual aquí que en Cuba, que en todas partes; aquí como en todas partes el pueblo es víctima de los crímenes, de los atropellos, de las injusticias; aquí como en todas partes la gente sufre, y aquí la gente tiene la razón más absoluta, y por lo tanto me quedo’. Había sido fácil entregarle el fusil a cualquiera de los que estaban desarmados y marcharme. Y me quedé.
Amaneció el día diez. Detrás de nosotros quedaban unas alturas, posiciones muy estratégicas; se seguía esperando el ataque. De nuevo me reuní con el jefe de la estación y lo convencí: era absurdo que aquellas lomas, aquellas posiciones estuvieran completamente abandonadas, que había que defenderlas, porque cualquier ataque realizado desde arriba tenía una ventaja extraordinaria. Y lo persuadí de que me diera una patrulla para defender las posiciones aquellas.
Ya desde la noche anterior miles de gentes de los barrios más pobres de los alrededores de Bogotá se habían dedicado a saquear. Y en medio de aquel caos, de la destrucción y de la muerte, filas interminables de hombres y de mujeres cargaban como hormigas toda clase de objetos, desde armarios, radios, bultos, paquetes de todas las clases, porque es lo cierto, desgraciadamente, y eso fue para mi una gran lección que me ayudó mucho, me orientó mucho cuando la Revolución cubana, a predicar incesantemente, contra eso, aunque sin embargo yo tenía la seguridad de que nuestro pueblo, en circunstancias distintas, con mayor desarrollo político, esas cosas no ocurrirían así.
Y aquella mañana, cuando me dirigí con la patrulla, ocupé posiciones, distribuí a la gente; la ciudad virtualmente estaba ardiendo: humo y fuego por todas partes. Visité algunos bohíos, nos recibieron muy bien, nos dieron vinos y comida que habían conseguido en la ciudad donde se había abastecido todo el mundo. Me dirigí hacia uno de los extremos de aquella franja de colinas para observar los puntos de donde podían proceder las fuerzas que hoy atacaran. Un automóvil se marchaba rápidamente, recuerdo bien que le di el alto; no se detuvo, no quise disparar, pero al hacer un recodo, sentí como que había chocado el carro; corrí, me situé en el recodo, vi la gente que corría; les di el alto, siguieron corriendo y no les quise disparar, aunque pensaba que pudieran ser algunos espías. Después pude informarme con los campesinos de allí que era un individuo que andaba con dos prostitutas. Y así, mientras la ciudad ardía virtualmente y una tragedia increíble se estaba produciendo, ¡un individuo en un automóvil estaba por las afueras de Bogotá divirtiéndose con dos prostitutas!
Aviones. Allí estuve toda la mañana; hacia el mediodía comenzaron a aparecer algunos aviones volando sobre la ciudad. No se sabía todavía cuál era en definitiva la posición del ejército: incluso tuvimos la esperanza de que aquellos aviones estuvieran con la revolución. Después, distintos grupos de militares vestidos con uniformes del ejército, procedentes de la estación de donde nosotros habíamos salido, salían de allí; al preguntarles qué hacían nos dijeron que estaba perdido todo, que ellos se iban. Nosotros tratamos de persuadirlos de que no lo hicieran. Algunos incluso se resistieron, amenazaron con sus fusiles; incluso estuvieron en disposición de disparar contra nosotros. Los dejamos marchar.
Nos acercamos entonces a la estación; mientras nos aproximábamos de nuevo a la estación nos informaron que estaba siendo atacada. Decidimos ir a ayudarlos, al decirnos que estaba siendo atacada desde la ciudad; llegamos: no era cierto, y por el contrario algunas patrullas estaban saliendo de la estación a tomar algunos sitios. Llegó la noche sin que la situación se definiera. Volvimos a concentrarnos allí en la estación, a buscar noticias, a pedir instrucciones.
Empezaron a circular los primeros rumores de que se estaba discutiendo una tregua. En esa situación transcurrió toda la noche, y a la mañana siguiente comunicaron que se había llegado a una solución, que se depusieran las armas. Realmente yo no comprendía lo que estaba pasando; no estaba muy clara aquella situación. Entonces, se anunció por radio el cese del fuego y toda una serie de proclamas radiales. Y ante esa situación, decidí dirigirme al hotel donde había estado parado, en espera de los acontecimientos.
Mientras transitaba hacia el hotel pude presenciar espectáculos verdaderamente dolorosos. Ya cuando regresaba desarmado, vimos a unidades del ejército persiguiendo a los francotiradores en distintas azoteas, cazándolos; grupos de gentes presenciando aquello.
Regresé al hotel. En el hotel habían elementos oligarcas, conservadores; creí que era difícil aquella situación. Me trasladé hacia la casa donde estaban los otros compañeros; allí pensé pasar la noche. Ya eran cerca de las seis de la tarde, hora del toque de queda: faltaban unos veinticinco minutos. El dueño de la casa de huéspedes era un conservador; comenzó a decir horrores de los revolucionarios. Me indigné, le contesté resueltamente, le dije que no tenía ninguna razón. Y en consecuencia el hombre me pidió que no me quedara en la casa, y en una situación muy difícil, faltaban quince minutos para las seis de la tarde, cuando se disparaba contra toda la gente que estuviera en la calle. Disponiendo escasamente de cinco o diez minutos me dirigí hacia el hotel donde estaban algunos de los delegados.
Allí nos encontramos con un delegado argentino que estaba muy asustado. Ya para ese momento habían empezado a circular una serie de falsos infundios de que los cubanos habían organizado aquello, que habían sido vistos cubanos dirigiendo aquella cosa, que era obra de comunistas y de agentes extranjeros, y todas las demás cosas. Cuando aquel delegado argentino, que había ido al Congreso, nos vio, se asustó tremendamente, estaba lleno de pánico, y sin que me explique por qué comenzó a decirme: “¡En qué líos me habéis metido!” Entonces yo le dije: “Bueno, pues, mire: usted ahora nos lleva en el carro” –tenía un carro diplomático–, le exigí que me llevara a la sede de la embajada cubana en un carro diplomático.
Balazos y escape. Por supuesto, ya era después del toque de queda, y gracias al hecho de ir en un carro diplomático pudimos llegar a la sede de la embajada de Cuba. Allí explicamos la situación y fuimos perfectamente atendidos. Recuerdo muy bien: estaba el presidente de la delegación de Cuba, que tuvo una buena actitud y se interesó mucho por nosotros. Después le comuniqué dónde estaban los otros compañeros, dónde había que recogerlos, de lo que a su vez la embajada se encargó.
Otra cosa curiosa: era cónsul de Cuba un señor muy bondadoso y la señora, en cuya casa dormimos, y era de apellido Tabernilla. Nada menos que hermano del Tabernilla que después fue jefe del Ejército de Batista, y del cual –independientemente de la historia bochornosa de los Tabernilla– siempre dejó en mí aquel hombre la impresión de que era una persona bondadosa.
La representación diplomática de Cuba gestionó los medios para que nosotros saliéramos del país. Y en un avión que había ido por aquellos días a recoger unos toros para una lid de toros en La Habana en un viaje de cinco horas. Puedo decir que de las 16 balas, que era todo el parque que yo tuve en aquellos días, que tenía un fusil Mauser, emplee cuatro cuando estaba de patrulla en aquella zona, disparando contra el Ministerio de Guerra que se veía hacia abajo unos ochocientos metros de distancia. Hicimos cuatro disparos la tarde aquella que estuvimos allí. En realidad, es increíble que no nos mataran, verdaderamente increíble que no nos mataran.
Cuando me dijeron que la estación estaba siendo atacada y fui para allá con los pocos hombres que tenía para defenderla, y que en realidad no estaba siendo atacada; habían varias patrullas que entonces se dirigieron a atacar un edificio donde había una serie de “godos” –cómo les decían ellos– atrincherados, y era un edificio de religiosos. Y yo entonces los acompañé de verdad, fui a atacar aquel lugar. No se llegó a atacar, porque ya lo habían tomado, yo no llegué a disparar contra aquel edificio, pero ya la actitud que yo tenía el segundo día era distinta. Sí recuerdo que cuando íbamos avanzando aquellas columnas por las calles hacia aquel edificio donde se habían refugiado elementos reaccionarios de la oligarquía y que estaban atacando, atravesamos la calle, y allí ocurrió una escena que difícilmente no se me olvidará también.
Al atravesar una calle, un niño desgarrado en llanto se acercó a mí y me dijo: “¡Han matado a mí papá!”. Era una súplica que a mí me produjo mucho dolor, posiblemente alguna bala perdida lo había matado, pero fue una de esas cosas de las que dejan una impresión tan dolorosa de la guerra y del sufrimiento del pueblo.
De insurrecciones populares de aquellas características, yo no conocía más que las impresiones que en mi imaginación habían dejado los relatos de la toma de la Bastilla y los toques a rebato de los comités revolucionarios de París, llamando al pueblo en los días más gloriosos de la revolución. Pero en Bogotá, en aquel instante, nadie dirigía.
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Martes 9 de Abril de 2013, 09:33 am
Millones de colombianos marchan juntos por la paz y la esperanza en su país
Millones de colombianos pertenecientes a movimientos políticos, sociales, estudiantiles, obreros, campesinos e indígenas, marchan este martes por las principales avenidas de la ciudad de Bogotá en respaldo a los Diálogos de Paz que actualmente sostienen el Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP).
El corresponsal de teleSUR en Colombia, Paul Bacarés informó que "ya arrancó la marcha y son miles los colombianos que marchan y que quieren decirle al mundo que ya están cansados del conflicto armado" que afecta a Colombia desde hace casi cinco décadas.
"Esta marea blanca va hacia la plaza Bolívar para escuchar los diversos discursos", agregó.
Señaló que en esta movilización participan "estudiantes de la educación pública y privada, sindicatos, indígenas, y demás colombianos que se han acercado a Bogotá (capital) a marchar por la paz".
"Todos los colombianos han dicho hoy sí a los acuerdos de paz en La Habana, Cuba", donde desde octubre pasado las FARC y el Gobierno colombiano dialogan para buscar una solución al fin del conflicto armado.
Bacarés comentó que "son cinco puntos distribuidos en la ciudad donde se han concentrado los colombianos para encontrarse en horas del medio día en la plaza principal de Bogotá".
Por su parte, el corresponsal de teleSUR en Colombia, Miltón Henao informó que "han llegado miles de colombianos a la plaza Bolívar (Bogotá) para participar en la movilización y así respaldar el proceso de paz entre las FARC y el Gobierno colombiano".
Ahora sí la paz
La denominada Marcha por la Paz y la Esperanza reúne por primera vez en la historia de este país suramericano a diferentes movimientos y actores políticos, además de niños, jóvenes, afrodescedientes y la sociedad en general, en virtud de pedir el fin del conflicto armado que data desde hace más de medio siglo.
La actividad fue convocada por movimientos de izquierda que hacen vida en esta nación, aunque cuenta con el apoyo y la participación del Ejecutivo Nacional y de las comisiones que desarrollan en las negociaciones de paz en La Habana, tanto la gubernamental como la del movimiento insurgente.
El presidente Juan Manuel Santos y el jefe negociador del Gobierno en los diálogos, el exvicepresidente Humberto de la Calle, han invitado a participar en la marcha, en una fecha que además conmemora el Día Nacional de la Memoria y Solidaridad de las Víctimas.
Cientos de miles de colombianos se han desplazado hasta la capital desde regiones del interior del país -como pro ejemplo Magdalena, Arauca, Valle del Cauca, Antioquia entre otras- para rendir tributo al líder popular Jorge Eliecer Gaitán, en el aniversario número 65 de su asesinato.
Adicionalmente, la Iglesia católica, la coalición mayoritaria de partidos de la "Unión Nacional" que apoya al Gobierno, el movimiento izquierdista de la Marcha Patriótica y la Alcaldía de Bogotá manifestaron por adelantado su compromiso con esta movilización, cuyo objetivo común es uno solo: la paz.
En vista de la gran convocatoria, las autoridades nacionales y locales habilitaron cuatro puntos en la ciudad desde donde se desplazarán los marchantes hasta la Plaza Bolívar, en el centro histórico de Bogotá, punto de llegada.
“Seremos más, ahora sí la paz”, es el lema de esta movilización que , incluso, ha recibido mensajes de apoyo de importantes personalidades internacionales, como por ejemplo el expresidente brasileño Luiz Inácio Lula Da Silva (2003-2011) quien expresó mediante un mensaje por internet: "La victoria de la paz de Colombia será de todo el continente".
La paz no puede ni debe dividirnos
Por su parte, el propio Santos hizo un llamado a la unidad. "La paz no puede ni debe dividirnos, buscarla es un imperativo, es tiempo de creer que nuestro país no esta condenado a otro medio siglo de violencia, busquemos la unidad, no la división, los consensos, no los enfrentamientos", dijo.
En tanto, la exsenadora Córdoba aseguró que “este 9 de abril la sociedad y el pueblo expresarán la importancia de la paz y la necesidad de que seamos escuchados y tenidos en cuenta sobre cómo es el país que queremos construir".
Solamente un sector de la ultraderecha se mantiene al margen de la iniciativa por considerar que “rinde homenaje a la guerrilla”. Este grupo está liderado por el Puro Centro Democrático, movimiento político que encabeza el expresidente Álvaro Uribe (2002-2010), quien públicamente y en reiteradas ocasiones ha manifestado su deseo de continuar la guerra que ha dejado decenas de miles de fallecidos en su país.
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¡¡¡Marcha la esperanza!!!
Delegaciones de todo el país listas para su llega a Bogotá
Desde tempranas horas delegaciones provenientes de los rincones más apartados de nuestra geografía nacional, han tomado rumbo para la movilización de mañana 9 de abril. Algunos delegaciones han llegado ya a Bogotá, y otros esperan hacerlo en horas de la tarde y entrada la noche. El arribo de marchantes será hasta la madrugada del 9 de abril.
Desde la madrugada de este martes las diferentes delegaciones se irán concentrando en los puntos definidos previamente en el centro, sur y norte de la capital desde donde se marchara a la Plaza de Bolívar.
Todo Listo
Esta mañana voceros de la Marcha Patriótica se reunieron con Monseñor Fabio Henao, director de Pastoral Social quien expresó su apoyo a la marcha por la paz.
Desde horas de la mañana se realiza la sesión del Foro de Sao Pablo en el hotel Tequendama, con la presencia de los partidos políticos democráticos y de izquierda de todo América Latina y el Caribe, en claro respaldo al proceso de paz y a la marcha por la paz.
En este momento las comisiones de logística, comunicaciones, DDHH y organización de la Marcha Patriótica se encuentran ultimando detalles.
Nidia Díaz (Exguerrillera, parte del grupo del FMLN que firmó la paz en el Salvador), Willy Meyer (Eurodiputado de Izquierda Unida) y el sacerdote católico y sociólogo marxista belga François Houtart se encuentran en Bogotá como parte de la delegación internacional que acompañará la movilización de mañana.
La paz, la democracia y la defensa de lo público toman la palabra. Todo está listo.
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Antecedentes:
En las elecciones presidenciales de 1946, las fuerzas populares y progresistas del Partido Liberal colombiano, cometieron un gravísimo error cuyas consecuencias terribles todavía está pagando el país. Era candidato oficial del liberalismo el médico Gabriel Turbay (1901-1947), de firmes y probadas ideas de izquierda y democráticas. Sin embargo, el gran caudillo popular Jorge Eliécer Gaitán brillante parlamentario y agitador formidable que electrizaba a las multitudes, insistió en presentar su candidatura como liberal disidente, pese a los reiterados consejos de sus amigos y seguidores, que consideraban la división de las fuerzas del pueblo como un suicidio. Los resultados electorales mostraron el error de cálculo de Gaitán y le dieron el triunfo al Partido Conservador, que en esta ocasión se presentaba unido a pesar de los graves conflictos existentes entre sus dos grandes dirigentes, Mariano Ospina Pérez y Laureano Gómez. He aquí los resultados oficiales:
Mariano Ospina Pérez (conservador), 565.939
Gabriel Turbay (liberal, candidato oficial), 441.199
Jorge Eliécer Gaitán (liberal disidente) 358.957
Apenas instalado en el poder el Partido Conservador, se inició en todo el país, instigada por Laureano Gómez y los elementos más reaccionarios de dicho partido, una feroz campaña de exterminio tendiente a aniquilar físicamente al pueblo liberal. Masacres horripilantes, asesinatos de líderes campesinos y sindicales, persecuciones implacables contra los políticos locales y regionales de centro y de izquierda, se cometieron sin cesar por parte de grupos paramilitares (los pájaros y chulavitas), al amparo de la impunidad que les garantizaba el gobierno.
La Guerra Fría se había iniciado en Colombia en toda su intensidad y se trataba de impedir a toda costa que las fuerzas progresistas pudieran disputar el poder en las elecciones de 1950. En el marco de esta política de confrontación global se produjo la misteriosa muerte, jamás investigada, jamás cuestionada, del jefe único del liberalismo, Gabriel Turbay, en París (17 de noviembre de 1947).
Elevado por la Convención Liberal a la dignidad de jefe único del partido, Jorge Eliécer Gaitán concentró sus esfuerzos en la reorganización del movimiento popular y en el restablecimiento de la paz y de las reglas democráticas. Bajo el acoso de la creciente violencia oficial y oficiosa, convocó para el día 7 de febrero de 1948 a una gigantesca Marcha del Silencio en la capital de la República, con el objeto de conmover la opinión nacional e internacional ante la oleada de masacres y atrocidades que se cometían diariamente contra el pueblo colombiano.
La Marcha del Silencio fue la más grande manifestación que hasta ese momento se había realizado en la historia del país. Centenares de miles de personas, portando crespones negros y en impresionante silencio, colmaron la Plaza de Bolívar y calles adyacentes. La única voz que resonó entonces, fue la del caudillo popular Jorge Eliécer Gaitán. No fue un discurso de guerra, ni de desafío, ni de venganza. Fue una Oración por la Paz.
Este es el texto íntegro de la Oración por la Paz:
Señor Presidente Mariano Ospina Pérez:
Bajo el peso de una honda emoción me dirijo a vuestra Excelencia, interpretando el querer y la voluntad de esta inmensa multitud que esconde su ardiente corazón, lacerado por tanta injusticia, bajo un silencio clamoroso, para pedir que haya paz y piedad para la patria.
En todo el día de hoy, Excelentísimo señor, la capital de Colombia ha presenciado un espectáculo que no tiene precedentes en su historia. Gentes que vinieron de todo el país, de todas las latitudes —de los llanos ardientes y de las frías altiplanicies— han llegado a congregarse en esta plaza, cuna de nuestras libertades, para expresar la irrevocable decisión de defender sus derechos. Dos horas hace que la inmensa multitud desemboca en esta plaza y no se ha escuchado sin embargo un solo grito, porque en el fondo de los corazones sólo se escucha el golpe de la emoción. Durante las grandes tempestades la fuerza subterránea es mucho más poderosa, y esta tiene el poder de imponer la paz cuando quienes están obligados a imponerla no la imponen.
Señor Presidente: Aquí no se oyen aplausos: ¡Solo se ven banderas negras que se agitan!
Señor Presidente: Vos que sois un hombre de universidad debéis comprender de lo que es capaz la disciplina de un partido, que logra contrariar las leyes de la psicología colectiva para recatar la emoción en un silencio, como el de esta inmensa muchedumbre. Bien comprendéis que un partido que logra esto, muy fácilmente podría reaccionar bajo el estímulo de la legítima defensa.
Ninguna colectividad en el mundo ha dado una demostración superior a la presente. Pero si esta manifestación sucede, es porque hay algo grave, y no por triviales razones. Hay un partido de orden capaz de realizar este acto para evitar que la sangre siga derramándose y para que las leyes se cumplan, porque ellas son la expresión de la conciencia general. No me he engañado cuando he dicho que creo en la conciencia del pueblo, porque ese concepto ha sido ratificado ampliamente en esta demostración, donde los vítores y los aplausos desaparecen para que solo se escuche el rumor emocionado de los millares de banderas negras, que aquí se han traído para recordar a nuestros hombres villanamente asesinados.
Señor Presidente: Serenamente, tranquilamente, con la emoción que atraviesa el espíritu de los ciudadanos que llenan esta plaza, os pedimos que ejerzáis vuestro mandato, el mismo que os ha dado el pueblo, para devolver al país la tranquilidad pública. ¡Todo depende ahora de vos! Quienes anegan en sangre el territorio de la patria, cesarían en su ciega perfidia.
Esos espíritus de mala intención callarían al simple imperio de vuestra voluntad.Amamos hondamente a esta nación y no queremos que nuestra barca victoriosa tenga que navegar sobre ríos de sangre hacia el puerto de su destino inexorable.
Señor Presidente: En esta ocasión no os reclamamos tesis económicas o políticas. Apenas os pedimos que nuestra patria no transite por caminos que nos avergüencen ante propios y extraños. ¡Os pedimos hechos de paz y de civilización!
Nosotros, señor Presidente, no somos cobardes. Somos descendientes de los bravos que aniquilaron las tiranías en este suelo sagrado. ¡Somos capaces de sacrificar nuestras vidas para salvar la paz y la libertad de Colombia!
Impedid, señor, la violencia. Queremos la defensa de la vida humana, que es lo menos que puede pedir un pueblo. En vez de esta fuerza ciega desatada, debemos aprovechar la capacidad de trabajo del pueblo para beneficio del progreso de Colombia.
Señor Presidente: Nuestra bandera está enlutada y esta silenciosa muchedumbre y este grito mudo de nuestros corazones solo os reclama: ¡que nos tratéis a nosotros, a nuestras madres, a nuestras esposas, a nuestros hijos y a nuestros bienes, como queráis que os traten a vos, a vuestra madre, a vuestra esposa, a vuestros hijos y a vuestros bienes!
Os decimos finalmente, Excelentísimo señor: Bienaventurados los que entienden que las palabras de concordia y de paz no deben servir para ocultar sentimientos de rencor y exterminio. ¡Malaventurados los que en el gobierno ocultan tras la bondad de las palabras la impiedad para los hombres de su pueblo, porque ellos serán señalados con el dedo de la ignominia en las páginas de la historia!
Esta fue la invocación de Jorge Eliécer Gaitán, el 7 de febrero de 1948. Dos meses más tarde, el 9 de abril, el líder popular cayó asesinado en las calles de Bogotá. Esta fue la respuesta de los verdugos y agentes de la violencia, y con ella se inició el terrible ciclo de horrores, masacres, odios y tragedias que hoy cubre de sangre y de dolor a la Rapública de Colombia.
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El detective detrás de la mano asesina de Roa Sierra
Por: PLINIO APULEYO MENDOZA |
10:31 p.m. | 08 de Abril del 2013
Moribundo el detective Potes le dijo al coronel Mera: 'Yo maté a Gaitán'.
Plinio Apuleyo Mendoza aporta un dato inédito: el hombre a quien el político Plinio Mendoza Neira, su padre, consideró cómplice de Juan Roa Sierra (acusado de dispararle el 9 de abril de 1948), confesó su crimen antes de morir.
¿Quién estaba detrás de Roa Sierra, el asesino de Jorge Eliécer Gaitán? Desde hace más de 60 años a esta pregunta se le han dado dos distintas respuestas, igualmente falsas.
La primera de ellas, sustentada desde siempre por la extrema izquierda, afirma que este crimen fue urdido por la oligarquía y el gobierno de Mariano Ospina Pérez. La segunda, refrendada incluso por cercanos amigos a quienes suele ubicárseles en la derecha, acusa al comunismo internacional, cuyo propósito esencial habría sido el de sabotear la Novena Conferencia Panamericana, reunida en aquel momento en Bogotá. Fidel Castro, entonces presente en la ciudad, habría sido uno de los agentes comprometidos en este siniestro complot.
Pues bien, siempre fui depositario de una explicación totalmente ajena a estas dos versiones y digna de ser tomada en cuenta. Se la escuché muchas veces a mi padre, Plinio Mendoza Neira, el testigo más cercano del crimen que segó la vida de Gaitán. Siempre la guardé en mi mente como una confidencia familiar. Pero sólo ahora un hecho todavía desconocido por el país parece confirmarla.
Recordemos lo sucedido aquel 9 de abril a la 1 y 5 de la tarde. Mi padre salía con Gaitán del edificio donde este tenía sus oficinas. Se proponía llevarlo a almorzar en un restaurante cercano, junto con otros amigos que se encontraban con él. A Gaitán y mi padre, cercanos amigos desde muy jóvenes, la política los había vuelto a reunir; gracias a este último, Gaitán había sido reconocido como jefe único del partido liberal. Mi padre fue designado miembro de su junta asesora. Como tal, se veían casi todos los días. Sus oficinas estaban situadas a media cuadra de distancia. Yo, que era entonces un muchacho de apenas 16 años, por cierto fervoroso partidario de Gaitán, junto con mis condiscípulos del Liceo de Cervantes Camilo Torres y Luis Villar Borda, le solía llevar textos y transcripciones de sus discursos que registrábamos en nuestra oficina.
Aparece el asesino
Apenas habían traspuesto la puerta del edificio Agustín Nieto, seguidos por otros amigos, mi padre tomó del brazo a Gaitán y antes de pisar la carrera séptima alcanzó a decirle: "Tengo que hablarte de un proyecto que nos conviene poner en marcha". Se refería a la creación de un instituto llamado Benjamín Herrera, destinado a formar líderes sindicales para el partido liberal. Pero no pudo decir más, porque en aquel momento, viniendo de la acera de enfrente, vieron avanzar hacía ellos a un hombre con un revólver en la mano. Pequeño, mal trajeado, con una barba de tres días ensombreciéndole el rostro y una mirada llena de odio, alzó el arma e hizo tres disparos.
Gaitán, al verlo, había dado una brusca media vuelta intentando regresar al edificio, de ahí que los disparos lo alcanzaran en la cabeza y la espalda. Cayó sobre el andén. El asesino, posteriormente identificado como Juan Roa Sierra, había bajado el arma como si quisiera disparar un tiro de gracia. Mi padre, entonces, alargó su brazo como buscando arrebatarle el arma. Roa Sierra la levantó velozmente hacía él e hizo un cuarto disparo que por milagro no lo mató. La bala perforó su sombrero y se clavó en una pared del edificio. Ese sombrero, con la huella del impacto, se guardó en casa por muchos años.
Roa Sierra retrocedía lentamente, siempre con el arma en la mano, cuando ocurrió algo inesperado. Del café Gato Negro, que estaba a sus espaldas, salió un hombre corpulento, con sombrero y abrigo negros, que se acercó sin prisa a él y tranquilamente le quitó el revólver. Luego le hizo señas a dos policías que estaban en la esquina y les entregó a Roa, quien parecía obedecerle con docilidad.
Aquel enigmático personaje dejó a mi padre muy sorprendido. No sabía si en su acción había un frío coraje o más bien complicidad con el asesino. Le extrañó mucho que no se diera a conocer en la prensa como el hombre que lo había desarmado.
Los dos policías que tenían a Roa, rodeados de pronto por enfurecidos testigos del crimen, decidieron empujarlo al interior de la farmacia Nueva Granada, que estaba detrás suyo. El farmaceuta cerró rápidamente la reja para evitar que la multitud penetrara en su establecimiento. Empleado o propietario de la farmacia, a este hombre lo entrevisté dos días después. Fue mi primer trabajo como precoz jefe de redacción de la revista Reconquista, editada por mi padre. "Era un hombre muy pequeño y estaba muerto de miedo -me contó el boticario refiriéndose a Roa-. Como la multitud se había agolpado al otro lado de la reja, buscaba escaparse corriendo hasta el fondo del establecimiento sin hallar salida alguna. Temiendo por mi farmacia, yo abrí la reja justo para darle cabida solo a él y lo lancé fuera. Allí lo mataron a golpes".
El misterio del hombre que logró desarmar a Roa Sierra con suma tranquilidad lo despejaría mi padre pocos meses después. Miembro de la dirección liberal, se encontraba una mañana en la sede del partido, en la calle 16 con carrera 9a., cuando se empezaron a escuchar afuera los gritos de protesta de una inesperada muchedumbre. Llamaban traidores a los dirigentes liberales, encabezados por Carlos Lleras Restrepo, por haber aceptado, en aras de la paz, participar desde la madrugada del 10 de abril en el gobierno de Ospina Pérez. El ministro de Gobierno era el propio Darío Echandía. Pese a ello, en muchas regiones del país seguían produciéndose actos de violencia contra los liberales a cargo de policías conocidos como chulavitas y de conservadores rasos interesados en conservar el poder en las elecciones presidenciales previstas para el año 50.
Con sumo valor, mi padre decidió salir al balcón para hablarles a los manifestantes. Al lado suyo, apareció de pronto su amigo y miembro de la dirección liberal José Francisco Chaux, quien sin abrir diálogo alguno le gritó a la multitud: "¡No se dejen engañar! El hombre que está allí abajo, azuzándolos contra nosotros, es un detective cuya placa de identificación aquí tengo. Se llama Pablo Emilio Potes y ha organizado a los pájaros del Valle". Diciendo esto, señalaba a un hombre grande y corpulento con sombrero y traje oscuro que al oírlo intentaba escabullirse. Mi padre lo reconoció de inmediato. Era el mismo personaje que había desarmado a Roa Sierra.
'Yo maté a Gaitán'
A partir de aquel momento, y hasta el final de su vida, mi padre siempre tuvo la convicción de que Gaitán había sido asesinado con la complicidad de aquel Potes y de otros miembros del bajo mundo del detectivismo de la época que buscaban, valiéndose de pájaros y chulavitas, impedir el triunfo de los liberales. No hay que olvidar que desde 1947 se había desatado contra el liberalismo en todas las regiones del país (mi padre lo había verificado en Boyacá, su departamento) una feroz ola de violencia. Gaitán la había visto muy de cerca. De ahí su famosa Manifestación del Silencio del 7 de febrero -2 meses antes de su muerte-, poblada de féretros vacíos y banderas negras. Yo la contemplé desde un balcón de la plaza de Bolívar, al lado de mi padre.
Por cierto, nunca creyó él que el presidente Ospina Pérez y su alto gobierno estuviesen implicados en el asesinato de Gaitán. Tampoco que fuese obra del comunismo internacional, con participación de Fidel Castro. A propósito de este, siempre nos contó que dos días después del 9 de abril había tenido que ir a la Quinta División de la Policía, en la Perseverancia, para calmar y desarmar a un grupo de insurrectos que aún permanecían allí. "En vez de emborracharse, ustedes se han debido organizar como un grupo armado y colocarse al frente de una insurrección popular -les dijo-. Ahora es demasiado tarde, están rodeados por el ejército. He conseguido que los dejen salir sin que nada les ocurra". También nos dijo: "dos muchachos cubanos, que allí se encontraban, se acercaron a mí y me dieron la razón. -Quisimos ayudarlos pero no fue posible -me dijeron-. Uno de esos muchachos tenía puesta una chaqueta de cuero".
Años después, hallándonos con Gabo en Caracas, entrevistamos a Emma Castro, hermana de Fidel. Había llegado para solicitar apoyo a los revolucionarios que se hallaban en la Sierra Maestra. Cuando supo que éramos colombianos, nos regaló una foto que Fidel y Rafael del Pino, un compañero suyo, se habían tomado en el parque Santander. Llevaba la fecha del 3 de abril de 1948. Apenas se la enseñamos a mi padre, reconoció en ella a los dos muchachos cubanos que había encontrado en el cuartel de la Policía, en la Perseverancia.
Nunca llegué a imaginar que 65 años después de aquel 9 de abril de 1948, surgiera de manera casi milagrosa, un testimonio capaz de darle vigencia a lo que mi padre se llevó a la tumba como convicción suya.
En efecto, revisando en días pasados viejos mensajes electrónicos no abiertos, encontré uno que me estremeció. En un texto titulado "¿Quién mató a Gaitán?", escrito por el coronel Luis Arturo Mera Castro, se mencionaba por primera vez a Potes, al famoso Pablo Emilio Potes, el mismo personaje tantas veces citado por mi padre. En dicho artículo, el coronel Mera revelaba que el tío de un amigo suyo había sido llamado de urgencia por Potes quien, moribundo, abandonado en una pocilga de la calle 63 de Bogotá, había sentido la necesidad de hacerle una extraña confesión. Textualmente le había dicho: "Por el aprecio que le tengo y para descanso de mi alma lo mandé llamar. Yo estoy pudriéndome en vida y estoy pagando mi pecado por el mal tan grande que le hice al país: yo maté a Gaitán".
Nada de esto ha tenido difusión en la prensa. Pero, para mí, fue un informe estremecedor que no me deja en paz. Confirma lo que mi padre siempre me aseguró.
Plinio Apuleyo Mendoza Especial para EL TIEMPO
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La Plaza Bolívar se quedó pequeña: marcharon más de un millón de personas
Bogotá se desbordó este 9 de abril en un clamor por la paz
Marcha Patriótica / Partido Comunista Colombiano / Agencias
VIDEO: Comisión de Comunicaciones de Marcha Patriótica. Testimonios de los participantes en la Marcha del 9 de abril de 2013 en Bogotá. Para ver el reportaje fotográfico de Marcha Patriótica ir al enlace: http://www.flickr.com//photos/marcha-patriotica/sets/72157633206742748/show/
Llegados desde todas las regiones del país, cientos de miles de colombianos convirtieron las calles de Bogotá en ríos de camisetas blancas que intentaban fluir hacia la Plaza de Bolívar, donde se desarrollaron los actos centrales de la Marcha por la Paz, la Democracia y en defensa de lo público, convocada por los movimientos sociales que respaldan la paz, y después también por la alcaldía de Bogotá y la misma presidencia de Juan Manuel Santos, que tuvo una activa presencia en la marcha.
FOTO: La Marcha desbordó la Plaza Bolívar. Miles de personas repletaron las vías adyacentes en un río humano
Los únicos ausentes en esta marcha, apoyada también por las FARC, fueron los sectores más ultraconservadores, encabezados por el ex presidente Álvaro Uribe, que han arreciado en el discurso guerrerista y están desarrollando una intensa campaña de sabotaje contra el proceso de paz.
Ríos de camisetas blancas recorrieron las calles con pancartas que claman por la paz y respaldan las negociaciones que el Gobierno y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) iniciaron en noviembre pasado en La Habana.
En la jornada se han registrado escenas sin precedentes que juntaron en tiempo, espacio y propósitos a sectores dispares de la vida política colombiana.
En un tramo de la Avenida de El Dorado, poco antes de llegar al Centro de Memoria Histórica, el presidente Santos, su esposa, María Clemencia Rodríguez, y miembros del oficialista Partido de la U coreaban: «Uh ah, por la paz, Santos es capaz».
A unos metros, jóvenes de Marcha Patriótica, liderada por la exsenadora liberal Piedad Córdoba, invocaban al Libertador Simón Bolívar y clamaban por la paz, con justicia social e igualdad.
«Aquí hay un gentío, un río de gente», ha descrito a su paso por el centro de la capital colombiana la exsenadora Córdoba, una de las organizadoras desde la Junta de Marcha Patriótica, junto con el Gobierno colombiano y la Alcaldía de Bogotá.
Miles de indígenas, afrocolombianos y campesinos viajaron en cientos de autobuses desde distintas regiones con recursos de organizaciones humanitarias y partidos, y, tras pasar la noche en el estadio de fútbol El Campín, salieron a la marcha.
El jefe negociador del Gobierno colombiano con las FARC, Humberto de la Calle, también lanzó un mensaje de unidad. «Tenemos que resolver las diferencias, los que estamos sentados en un proyecto democrático, y para eso está la refrendación», ha dicho De la Calle. Más rotundo fue el presidente Santos, quien afirmó en una entrevista con Efe que Colombia tiene hoy «la oportunidad de cambiar» su historia. SIn embargo, Santos insistió en un acto ante militares y policías en que "no habrá cese al fuego bilateral", algo que ha solicitado la insurgencia y que es un clamor entre la población civil, que es la que pone la inmensa mayoría de las víctimas de un conflicto armado que continúa mientras los equipos negociadores de las FARC y el Gobierno conversan en La Habana.
Reportaje fotográfico realizado por Hernán Durango, del Partido Comunista Colombiano:
FOTO: HERNÁN DURANGO / LA PLAZA CON LLENO TOTAL
FOTO: HERNÁN DURANGO / RODEAR EL PROCESO DE PAZ pide el Partido Comunista Colombiano.
FOTO: HERNÁN DURANGO / CHAVEZ EN EL CORAZON
FOTO: HERNÁN DURANGO / ALEGRÍA, MUCHA ALEGRIA JUVENIL
FOTO: HERNÁN DURANGO / FARC EMITIÓ SALUDO.
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Segunda Oración por la Paz
Marcha Patriótica
La primera Oración por la Paz fue pronunciada por Jorge Eliécer Gaitán, dirigente del Partido Liberal Colombiano el 7 de febrero de 1948 durante la Marcha del Silencio en Bogotá, contra la persecución y represión desatada por el gobierno conservador de Mariano Ospina Pérez . Esta segunda "Oración por la Paz" escrita por el poeta, novelista y ensayista colombiano, William Ospina, fue leída en la Plaza de Bolívar, en el acto central de la Movilización por la Paz y la Democracia, por la ex senadora Piedad Córdoba, este 9 de abril de 2013. |
Hace 65 años se alza desde esta tribuna un clamor por la paz de Colombia.
65 años es el tiempo de una vida humana. Eso quiere decir que toda la vida hemos esperado la paz. Y la paz no ha llegado, y no conocemos su rostro.
Es un pueblo muy paciente un pueblo que espera 65, 70, 100 años por la paz. Cien años de soledad. Un pueblo que trabaja, que confía en Dios, que sueña con un futuro digno y feliz, porque, a pesar de lo que digan los sondeos frívolos, no vive un presente digno y no vive un presente feliz.
Aquí no nos dan realidades, aquí se especializaron en darnos cifras. El pueblo tiene hambre pero las cifras dicen que hay abundancia, el pueblo padece más violencia pero las cifras dicen que todo mejora. El pueblo es desdichado pero las cifras dicen que es feliz.
Ahora comprendemos que un pueblo no puede sentarse a esperar a que llegue la paz, que es necesario sembrar paz para que la paz florezca, que la paz es mucho más que una palabra.
El verdadero nombre de la paz es la dignidad de los ciudadanos, la confianza entre los ciudadanos, el afecto entre los ciudadanos. Y donde hay tanta desigualdad, y tanta discriminación, y tanto desprecio por el pueblo, no puede haber paz. Allí donde no hay empleo difícilmente puede haber paz. Allí donde no hay educación verdadera, respetuosa y generosa, qué difícil que haya paz. Allí donde la salud es un negocio, ¿cómo puede haber paz? Donde se talan sin conciencia los bosques, no puede haber paz, porque los árboles, que todo lo dan y casi nada piden, que nos dan el agua y el aire, son los seres más pacíficos que existen.
Donde los indígenas son acallados, donde son borradas sus culturas, donde es negada su memoria y su grandeza, ¿cómo puede haber paz? Donde los nietos de los esclavos todavía llevan cadenas invisibles, todavía no son vistos como parte sagrada de la nación, ¿a qué podemos llamar paz?
La paz parece una palabra pero en realidad es un mundo. Un mundo de respeto, de generosidad, de oportunidades para todos.
Y hay que saber que lo que rompe primero la paz es el egoísmo.
El egoísmo que se apodera de la tierra de todos para beneficio de unos cuantos, que se apodera de la ley de todos para hacer la riqueza de unos cuantos, que se apodera del futuro de todos para hacer la felicidad de unos cuantos. De ahí nacen las rebeliones violentas, y de ahí nacen los delitos y los crímenes.
Hemos ido aprendiendo a saber qué es la paz… haciendo la suma de lo que nos falta.
La paz es agua potable en todos los pueblos y agua pura en todos los manantiales. No hay paz con los ríos envenenados, con los bosques talados y con los niños enfermos por el agua que beben.
La paz es trabajo digno para tantos brazos que quieren trabajar y a los que sólo se les ofrecen los salarios de sangre de la violencia y del crimen.
La paz son pueblos bellos y ciudades armoniosas, que se parezcan a esta naturaleza. Porque las montañas, los ríos, las llanuras, las selvas y los mares de Colombia son la maravilla del mundo, y no hemos aprendido a habitarlas con respeto, a aprovecharlas con prudencia, a compartirlas con generosidad.
Porque la idea de generosidad que tienen muchos grandes dueños de la tierra tiene un solo nombre: alambre de púas. Esa idea medieval de tener mucha tierra, mientras las muchedumbres se hacinan en barriadas de miseria.
Pero es que la paz verdadera exige no sólo un pueblo respetado y grande y digno sino una dirigencia verdadera. Y no es una gran dirigencia la que se esfuerza veinte años por que le aprueben un Tratado de Libre Comercio, y cuando le aprueban el Tratado la sorprenden con un país sin carreteras y sin puertos, con una agricultura empobrecida, con una industria en crisis, confiando sólo en vender la tierra desnuda con sus metales y sus minerales para que la exploten a su antojo las grandes multinacionales. Ahí no sólo falta generosidad sino inteligencia, ahí faltan grandeza y orgullo.
En cualquier país del mundo un tratado de libre comercio se negocia poniendo como primera prioridad qué necesitan y qué consumen los propios nacionales. ¿Por qué tiene que ser la prioridad poner oro en las mesas de otros antes que poner alimentos en nuestras propias mesas?
Hoy el mundo se ha lanzado a un obsceno carnaval del consumo. Pero esos países que divinizan el consumo, como los Estados Unidos y Europa, por lo menos han tenido la prudencia de garantizarles primero a sus pueblos agua limpia, vivienda digna, educación seria y gratuita, salud para todos, trabajo y salarios decentes, una economía que se esfuerza por ofrecer empleo de calidad, que no llama trabajo como aquí al rebusque desesperado, ni a la mendicidad, ni al tráfico violento de todas las cosas.
Si por lo menos cumpliéramos con brindar a los ciudadanos las prioridades básicas de una vida digna, no sería tan absurdo que nos predicaran ese evangelio loco del consumo, pero aún así tenemos que pensar con responsabilidad en el planeta, para el que ese consumo indiscriminado es una amenaza. Tenemos climas frágiles porque tenemos ecosistemas ricos y preciosos, que producen agua y oxígeno para el mundo entero.
Colombia es un país de tierras bellísimas y de climas benévolos, esto no es Europa ni los Estados Unidos, donde el clima exige millones de cosas, aquí podemos vivir una vida sencilla en un paisaje maravilloso, aquí no habría que refugiarse en ciudades malsanas y estridentes, el país es de verdad La Casa Grande. ¿Qué nos impide esa felicidad? La desigualdad y la violencia. La codicia que pasa por encima de todo.
La naturaleza no es una mera bodega de recursos sino un templo de la vida. Pero una lectura equivocada del país y una manera mezquina de administrarlo han convertido este templo de la vida en una casa de la muerte.
Hace 65 años Gaitán clamaba aquí por la paz. Sus enemigos no sólo lo mataron sino que llevaron al país a una guerra, a una violencia que acabó con 300.000 personas. El país entero entró en una orgía de sangre. Y perdimos el sentido de humanidad, y casi nos acostumbramos al horror, y dejamos de estremecernos con la muerte. El tabú de matar se perdió, Colombia se volvió tolerante con el crimen, y en el último medio siglo es posible que por falta de paz y de solidaridad haya muerto en Colombia otro medio millón de personas.
Y cada día que tardan en firmar un acuerdo el gobierno y las guerrillas, más muertos de todos los bandos, más víctimas, se suman a esa lista. Porque no es sólo el conflicto en los campos: bajo la sombra de ese conflicto prosperan las guerras de supervivencia en las ciudades, la violencia de las mafias, el delito, el crimen, la violencia intrafamiliar, el desamparo, la ignorancia.
Pero es que lo único que detiene a la mano homicida es sentir que lo que le hace a su víctima se lo está haciendo a sí mismo. Lo único que detiene esa mano es la compasión, y para que haya compasión hay que sentir al otro como a un hermano, como a un milagro de la vida, efímero, precioso, irrepetible. Si no sentimos eso no sentimos nada. Sin ese respeto profundo por los otros nadie siente verdadero amor por sí mismo.
Pero para que haya ese afecto profundo por los conciudadanos hay que haber sido educados en la generosidad, bajo unas instituciones generosas, hay que haber sido querido. Al que no es valorado en su infancia, respetado, apreciado, ¿cómo pedirle que quiera, que respete, que valore a los otros?
Por eso es tan ciega una sociedad que no da nada y en cambio pide todo. Que da adversidad, obstáculos, discriminación, pero pide a los ciudadanos que se comporten como si hubieran sido educados por Sócrates o por Francisco de Asís. El estado se volvió irresponsable, los ciudadanos le perdieron el respeto al estado, y el estado les perdió el respeto a los ciudadanos. En ningún país se exigen tantos trámites para cualquier cosa. Y el que está en desventaja es el que no tiene recursos para sobornar, para abreviar los trámites, para correr con éxito de oficina en oficina. Con mucha frecuencia el estado no facilita la vida sino que es un estorbo para las cosas más elementales.
Las cárceles están llenas de seres que no recibieron nada, que fueron educados en la dureza y en la precariedad, y a los que la sociedad les exige lo que nunca les dio. Porque aquí sólo les exigimos respeto a los que nunca fueron respetados.
Es necesario gritar que nuestro pueblo no es un pueblo malo sino un pueblo maltratado. Y todavía a ese pueblo maltratado y admirable vamos a pedirle, aunque no tenemos derecho a hacerlo, vamos a pedirle que nos dé un ejemplo de su espíritu superior; vamos a pedirle que, a cambio de un acuerdo esperanzador entre los guerreros, sea capaz de perdonar.
No hay ceremonia más difícil y más necesaria que la ceremonia del perdón. Pero es el pueblo el que tiene que perdonar: no la dirigencia mezquina ni la guerrilla violenta que tomó las armas contra ella. Y sin embargo todos tendremos que participar, humilde y fraternalmente, en la ceremonia del perdón, si con ello abrimos las puertas a un país distinto, más generoso, que deponga las armas fratricidas, que abandone los odios y que construya un futuro digno para todos, pero sobre todo un futuro de dignidad para los que siempre fueron postergados.
Desde hace 65 años pedimos la paz, suplicamos la paz, esperamos la paz. Hoy ya no podemos pedirla ni suplicarla ni esperarla. Si se logra un acuerdo entre el gobierno y las guerrillas, tenemos que construir la paz entre todos, la paz con una ley justa, la paz con una democracia sin trampas, la paz con un afecto real en los corazones, la paz con verdadera generosidad. Y la única condición para que esa paz se construya es que no maten la protesta, que no aniquilen la rebeldía pacífica, que dejen florecer las ideas, que permitan a este país grande y paciente ser dueño de sí mismo y de su futuro.
Esa paz que construiremos será un bálsamo sobre esos miles de muertos que se fueron del mundo sin amor, a veces sin dolientes, a veces sin un nombre siquiera sobre su tumba.
Entonces sabremos que la paz no es sólo una palabra, que la paz es convivencia respetuosa, prosperidad general, justicia verdadera, campos cultivados, empresas provechosas, bosques y selvas protegidos, ríos que tenemos que limpiar y manantiales a los que tenemos que devolver su pureza.
Y que otra vez haya venados en la Sabana y bagres sanos en el río, que salvemos la mayor variedad de aves del mundo, que vuelen las mariposas de Mauricio Babilonia, y que los caballos de Aurelio Arturo vuelvan a estremecer la tierra con su casco de bronce, y que haya hombres y mujeres pescando de noche en la piragua de Guillermo Cubillos, y que el viajero que encontremos por los campos a la luz de la luna no nos produzca terror sino alegría.
Que haya cantos indios por las sabanas de Colombia, y arrullos negros en los litorales, y que las armas se fundan o se oxiden, y que haya carreteras y puertos, y barcos y trenes que nos lleven a México y a Buenos Aires, y que nuestros jóvenes tengan amigos en todo el continente, y que sólo una industria se haga innecesaria y necesite ayuda para cambiar su producción: la industria de las chapas y los cerrojos y los candados y las rejas de seguridad, porque habremos logrado que cada quien tenga lo necesario y pueda confiar en los otros.
Porque la paz se funda en la confianza y en la sencillez, y en cambio la discordia necesita mil rejas y mil trampas y mil códigos. Aquí, por todas partes, están los brazos que van a construir ese país nuevo, los pies que van a recorrerlo, los cerebros que van a pensarlo, y los labios del pueblo que lo van a cantar sin descanso.
Que hasta los que hoy son enemigos de la paz se alegren cuando vean su rostro.
Que llegue la hora de la paz, y que todos sepamos merecerla.
Fuente: http://www.marchapatriotica.org/noticias-2/1356-oracion-por-la-paz
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Amplio respaldo en Colombia a un proceso de paz negociado con las FARC
El presidente Santos encabeza la manifestación de Bogotá en apoyo del proceso de paz entre el Gobierno y las FARC
Si este fuera el primer round para medir el apoyo a un posible acuerdo de paz entre el Gobierno de Juan Manuel Santos y la guerrilla de las FARC, las marchas de este 9 de abril darían una victoria a favor de la salida negociada al conflicto armado emprendida por el presidente colombiano. Miles de ciudadanos salieron a respaldar el proceso de diferentes ciudades del país, aunque con cierta timidez con excepción de Bogotá, donde la multitudinaria concentración reunió a cerca de 900.000 personas, según cálculos del Fondo de Prevención y Atención de Emergencias (FOPAE).
El espaldarazo de la opinión pública es el que esperaba el gobierno Santos, que se hizo acompañar en el inicio de la jornada por el mando militar. Aun así, la marcha de este martes fue una suerte de exposición pública de quienes están a favor y en contra de los diálogos de paz que se celebran en La Habana.
Uno de los más entusiastas con la movilización que se vivió en Colombia fue el fiscal General, Eduardo Montealegre, quien ya había pedido salir a marchar por las víctimas de la violencia y por la paz y terminó sumándose en compañía de cerca de mil funcionarios de la institución que dirige. Para el fiscal, la paz está por encima de las “mezquindades y los pequeños intereses políticos”, dijo a medios locales refiriéndose a los ataques al proceso negociador por parte del expresidente Álvaro Uribe y a su llamado a no participar de esta jornada, que fue seguido por sus partidarios.
El partido Liberal también acompañó al presidente Juan Manuel Santos. Juan Fernando Cristo, parlamentario de esta formación y uno de los abanderados de la Ley de Víctimas que viene aplicando el actual gobierno, dijo a Caracol Radio que con esta marcha, el proceso de paz es irreversible. “Lo que ha sucedido hoy es un mandato muy amplio al gobierno del presidente Santos para que profundice y acelere el proceso”, añadió. El partido Verde también apoyó la movilización y para su presidente, Alfonso Prada, no quedó duda de que la marcha es la mejor representación del apoyo total de los colombianos a la negociación.
De igual forma, organizaciones como la OEA manifestaron su respaldo a la movilización. José Miguel Insulza afirmó desde Washington que esta marcha es “una valiosa oportunidad para que los colombianos manifiesten su deseo de vivir en un país reconciliado y en paz”.
Por el contrario, uno de los ausentes fue el procurador General, Alejandro Ordóñez, que aunque se encontraba fuera del país había advertido que no respaldaría la iniciativa, ya que considera que estas marchas no tienen verdadero efecto sobre grupos ilegales como las FARC. Tampoco participó el Polo Democrático, otro sector de la izquierda.
Sin duda, como ha sucedido con otras marchas en el pasado, el mayor entusiasmo se vivió en Bogotá. Para el alcalde de la capital, Gustavo Petro, la “Marcha por la paz es la más grande en la historia de la ciudad”, dijo al final de la jornada en la Plaza de Bolívar, frente al Congreso y adonde llegaron decenas de buses con ciudadanos de todo el país.
En Medellín, el gobernador Sergio Fajardo, más pedagógico, exhibió una gran valla con la pregunta “¿Cómo te estás preparando para la paz?”, para que los que quisieran la firmaran y escribieran sus opiniones sobre el proceso y lo que vendría si se firma un acuerdo con las FARC. La capital de Antioquia, la tierra de Álvaro Uribe y una de las regiones con más víctimas, congregó a unas dos mil personas, según medios en la región.
Pero tal vez la satisfacción más grande por lo que sucedió durante el llamado a marchar por la paz la expresó Carmen Palencia, líder de la organización Tierra y Vida, reconocida líder de víctimas y defensora de la restitución de tierras. “Monumental. La respuesta de las víctimas fue rotunda y evidente no solo por lo que pasó en Bogotá sino por lo que ocurrió en otras ciudades. La gente quiere y está a favor de la paz, por eso salió a marchar”, dijo.
Sin embargo, ella misma denunció que temprano en la mañana, en Valencia, un municipio de Córdoba al norte del país, fue asesinado a Éver Cordero, líder de víctimas que reclamaba tierras y pertenecía a su asociación, el cual había salido de su casa para promover la marcha en la región.
"Colombia tiene la oportunidad de cambiar su historia"
EFE
El presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, ha afirmado este martes que su país tiene hoy "la oportunidad de cambiar" su historia de violencia, en una entrevista con Efe mientras encabezaba en Bogotá la multitudinaria marcha por la paz..
El presidente ha insistido en su compromiso de iniciar "más temprano que tarde" un diálogo con la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN) como el que su Gobierno mantiene desde el pasado noviembre con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en Cuba.
El presidente ha definido la marcha que hoy congrega en las calles de Bogotá y otras ciudades a decenas de miles de colombianos como "una manifestación por la paz, por la no violencia, una violencia que hemos sufrido durante 65 años".
"Hoy tenemos la oportunidad de cambiar eso porque las condiciones están dadas", ha remarcado el mandatario. "Lo único que nos falta es estar aliados y si el pueblo colombiano, todos, nos unimos al frente de este propósito hace que lo podamos lograr".
"Hay gente que opina diametralmente opuesto", ha reconocido Santos, en referencia a los sectores ultraconservadores, entre ellos el expresidente Álvaro Uribe, que han criticado esta manifestación pacífica.
"Los que no marchan están en su derecho, pero estar en contra de la paz es estar en contra de la belleza, de la democracia, de la libertad", ha agregado el presidente.
"Hoy es el día de las víctimas y el mejor homenaje que se le puede hacer es que en el futuro no haya más víctimas, que haya paz", ha destacado el mandatario.
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