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General: Madres de Plaza de Mayo ... homenaje a la vida ( Un día de la madre )
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Respuesta  Mensaje 1 de 4 en el tema 
De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 02/05/2013 00:04

Madres de Plaza de Mayo
Homenaje a la vida (En el Día de la Madre)

Julio Cortázar - Osvaldo Bayer - Roberto Fernández Retamar - Hamlet
Lima Quintana - David Viñas - Vicente Zito Lema - Inés Vázquez -
Alfredo Grande - Gregorio Kazi - Claudia Korol

En tiempos de una violencia de crueldad creciente, que tiende a
naturalizarse y afecta a toda la humanidad, sin excepción, y reconoce
raíces en un orden social mundial de constitución perversa y violatorio de
la más elemental justicia, situación agravada con la guerra desatada por
el Imperio contra Afganistán, provocando nuevas víctimas a doquier que se
unen con las muertes ocurridas en Nueva York, en Palestina o en Irak, por
citar, tristemente, sólo algunas de las muertes que a todos nos duelen,
agobian, e instan a bregar por la paz (pero también a sustituir las
estructuras económicas y políticas que dañan la propia condición humana, y
cuyo rostro más conmovedor es el de esos miles y miles de niños condenados
a morir diariamente de hambre), desde la Universidad Popular nos
pronunciamos con un Homenaje a la Vida, cuya lectura cobra nitidez en
tanto habla de las Madres de Plaza de Mayo como protagonistas de la
Justicia –nunca de la venganza–, y remite al cercano Día de la Madre, allí
donde el símbolo se hace carnadura que honra la existencia humana. V.Z.L.

Nuevo Elogio de la locura
Julio Cortázar

El primero fue escrito hace siglos por Erasmo de Roterdam. No recuerdo
bien de qué se trataba, pero su título me conmovió siempre, y hoy sé por
qué: la locura merece ser elogiada cuando la razón, esa razón que tanto
enorgullece al Occidente, se rompe los dientes contra una realidad que no
se deja ni se dejará atrapar jamás por las frías armas de la lógica, la
ciencia pura y la tecnología.
De Jean Cocteau es esta profunda intuición que muchos prefieren atribuir a
su supuesta frivolidad: Victor Hugo era un loco que se creía Victor Hugo.
Nada más cierto: hay un ser genial –epíteto que siempre me pareció un
eufemismo razonable para explicar el grado supremo de la locura, es decir,
de la ruptura de todos los lazos razonables– para escribir Los
trabajadores del mar y Nuestra Señora de París. Y el día en que los
plumíferos y los sicarios de la junta militar argentina echaron a rodar la
calificación de "Locas" para neutralizar y poner en ridículo a las Madres
de Plaza de Mayo, más les hubiera valido pensar en lo que precede,
suponiendo que hubieran sido capaces, cosa harto improbable. Estúpidos
como corresponde a su fauna y a sus tendencias, no se dieron cuenta de que
echaban a volar una inmensa bandada de palomas que habría de cubrir los
cielos del mundo con su mensaje que cada día es más escuchado y más
comprendido por las mujeres y los hombres libres de todos los pueblos.
Como no tengo nada de politólogo y mucho de poeta, veo el discurso de la
historia como los calígrafos japoneses sus dibujos: hay una hoja de papel,
que es el espacio y también el tiempo, hay un pincel que una mano deja
correr brevemente para trazar signos que se enlazan, juegan consigo mismo,
buscan su propia armonía y se interrumpen en el punto exacto en que ellos
mismos determinan. Sé muy bien que hay una dialéctica de la historia (no
sería socialista si no lo creyera), pero también sé que esa dialéctica de
las sociedades humanas no es un frío producto lógico como lo quisieran
tantos teóricos de la historia y la política. Lo irracional, lo
inesperado, la bandada de palomas, las Madres de la Plaza de Mayo,
irrumpen en cualquier momento para desbaratar y trastocar los cálculos más
científicos de nuestras escuelas de guerra y de seguridad nacional. Por
eso no tengo miedo de sumarme a los locos cuando digo que, de una manera
que hará crujir los dientes de muchos bien pensantes, la sucesión del
general Viola por el general Galtieri es hoy obra evidente y triunfo
significativo de ese montón de madres y de abuelas que desde hace tiempo
se obstinan en visitar la Plaza de Mayo por razones que nada tienen que
ver con sus bellezas edilicias o la majestad más bien cenicienta de su
celebrada Pirámide.
En los últimos meses, la actitud más definida de una parte del pueblo
argentino se ha apoyado consciente o inconscientemente en la demencial
obstinación de un puñado de mujeres que reclaman explicaciones por la
desaparición de sus seres queridos. La vergüenza es una fuerza que puede
disimularse mucho tiempo, pero que al final estalla de las maneras más
inesperadas, y ese factor no ha sido tenido jamás en cuenta por la
soberbia de los militares en el poder. Que bajo la férula menos violenta
de Viola esa explosión haya asumido la magnitud de una manifestación de
miles y miles de argentinos en las calles céntricas de Buenos Aires, y una
serie creciente de declaraciones, denuncias y peticiones en los
periódicos, es una prueba de debilidad castrense que la estirpe de
losGaltieri y otros halcones no podían tolerar. Ellos, por supuesto, no lo
saben de manera demasiado lúcida, pero la lógica de la locura no es menos
implacable que la que se estudia en el colegio militar: el corolario del
teorema es que el general Galtieri debería estar reconocido a las Madres
de la Plaza de Mayo, pues es sobre todo gracias a ellas que ha podido dar
el zarpazo que acaba de encaramarlo en el sillón de los mandamás.
Por su parte, las madres y las abuelas que sin saberlo han facilitado su
entronización, no tienen la menor idea de lo que han hecho. Muy al
contrario, pues en el plano de la realidad inmediata esa sustitución de
jefatura significa una profunda agravación del panorama político y social
de la Argentina. Pero esa agravación es al mismo tiempo la prueba de que
la copa está cada vez más colmada, y que el proceso llega a su punto de
máxima tensión. Es entonces que la respuesta de esa parte de nuestro
pueblo capaz de seguir teniendo vergüenza deberá entrar en acción por
todas las vías posibles, y que las fuerzas del interior y del exterior del
país tendrán que responder a algo que las está invitando a salir de una
etapa harto explicable pero que no puede continuar sin darle la razón a
quienes pretenden tenerla.
Sigamos siendo locos, madres y abuelitas de Plaza de Mayo, gentes de pluma
y de palabra, exiliados de dentro y de fuera. Sigamos siendo locos,
argentinos: no hay otra manera de acabar con esa razón que vocifera sus
slogans de orden, disciplina y patriotismo. Sigamos lanzando las palomas
de la verdadera patria a los cielos de nuestra tierra y de todo el mundo.



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Respuesta  Mensaje 2 de 4 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 02/05/2013 00:08

Invencibles Maestras
Osvaldo Bayer

No hay otra palabra: Invencibles. Cuando los políticos que hoy nos
representan se escondían en la laguna de Chascomús o iban a visitar a su
amigo el general o eran directamente alcahuetes de Camps, ellas
conquistaban la Plaza de Mayo a pesar de tanto esbirro disfrazado con
uniforme, a pesar de tanto sable y caballo que caracoleaba, y del
secuestro y la desaparición. Ellas estaban allí conquistando la Plaza de
Mayo a la que nunca más abandonaron. Y después fueron capaces de instalar
una casa, la Casa de las Madres, y una Universidad, la Universidad Popular
de Las Madres de Plaza de Mayo. Sí, las Madres. Y ahora las ve uno en
piqueteras. Una época que desborda en heroísmo, en desprendimiento, en
solidaridad, en amor al país y a los que sufren y en un repudio vital a
toda la burocracia delincuente que nos rodea. Ellas son las únicas que son
capaces de decirles a estas figuritas tristes y aprovechadas que ocupan
presidencias, ministerios y bancas: cobardes, ladrones, aprovechados
insaciables.
Las Madres nos enseñaron democracia: mujeres del pueblo, surgidas casi
todas de barrios de trabajadores. Nos enseñaron democracia demostrando que
sólo hay democracia cuando el pueblo ha ganado la calle y habla. No les
han tenido miedo ni a los presidentes de la Nación ni a los generales
semiarrepentidos que esconden su cobardía sempiterna en sus breeches y sus
botas.
Las Madres sin armas de fuego y sin embargo tiembla la Casa Rosada,
tiembla el Congreso, tiemblan todos los milicos estén disfrazados de
marrón terroso, de azul o de lo que sea.
Un pueblo estafado, un fascismo que prepara una vez más sus armas de
sometimiento y la persecución: el presidente de la República, Fernando de
la Rúa –el que dio el espectáculo sucio y deprimente de defender en el
Senado con un pathos exagerado de quien defiende a cobardes verdugos, las
leyes de Punto Final y Obediencia Debida– acaba de hacerles la venia a los
pobres chicos de las villas miseria a quienes militares
trasnochados de puro fascismo les han dado uniformes y los "disciplinan
para el futuro". Sí, se preparan cuando ya todo se desmorone y se le haya
quitado todo al pueblo, para reprimir. Hay que preparar los represores del
futuro y como los gendarmes actuales –que por trescientos pesos fusilan a
los huelguistas y muelen a palos a la gente de la tierra– hay que meterles
en la cabeza que es un deber defender al Fondo Monetario Internacional y
no a la gente de trabajo explotada y noblemente rebelde. Las Madres nos
enseñan cómo dejar al desnudo a la mentira de estos inmorales de comité
que nos quieren hacer creer que por ser elegidos en los tortuosos comités
y con el apoyo millonario del dinero de los consorcios en sus propagandas,
son los hombres de la democracia y la Constitución y que por eso debemos
respetarlos.
No. Esa es nuestra lucha, la que nos enseñaron las Madres: decir a voz en
cuello que esto no es democracia ni los que gobiernan son demócratas. Son
apenas hijos del oportunismo y la avidez. Y actuar. Desde el piquete que
corta los caminos de la infamia hasta el piquete de la moral y laconducta
que existirá eternamente en los que creen que la única democracia existe
cuando todos pueden vivir en dignidad.

 

En homenaje a hijas de sus hijos
Roberto Fernández Retamar

La Habana, setiembre de 2000
La grandeza histórica de José Martí estuvo acompañada, o incluso iluminada
por las relaciones entrañables que mantuvo con sus padres, sus hermanas y
su hijo. Don Ezequiel Martínez Estrada, que tan profundamente comprendió a
Martí, escribió un penetrante estudio sobre lo que llamó La familia de
Martí. En esta ocasión, debo detenerme sólo en un aspecto del singular
vínculo de Martí con su hijo. La vida errante del cubano lo mantuvo en
ocasiones lejos de él. En una de esas ocasiones, estando Martí en Caracas,
en 1881, le consagró al niño un breve e intenso poemario que aparecería
publicado al año siguiente en Nueva York con el título Ismaelillo. Al
frente de la dedicatoria escribió: "¡Hijo: Espantado de todo, me refugio
en ti./ Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la
utilidad de la virtud y en ti". En el centro de uno de los más nobles
poemas que siguieron a dicha dedicatoria, arden estos versos: "¡Hijo soy
de mi hijo!/ ¡El me rehace!". Pocas veces la historia ha tenido ocasión de
ver encarnar no ya en una persona, sino en un conjunto de ellas, un
sentimiento similar como en las extraordinarias Madres de Plaza de Mayo.
Ellas, con arrasadora autenticidad, han mostrado ser hijas de sus hijos e
hijas, haber sido rehechas por ellos y ellas, con valor supremo han tenido
y tienen fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad
de la virtud, y en sus vástagos, desaparecidos espantosamente, y
reaparecidos en sus corazones ejemplares. Sólo quiero dejar aquí estas
palabras, tan sencillas como verdaderas, para ratificar mi gratitud por el
ejemplo imperecedero de quienes son la conciencia de su patria y el
orgullo de tantos y tantas en el planeta.

 

Las alas de los pañuelos
Hamlet Lima Quintana

Y parece que volaran", escribí y terminé el poema.
Tiempo después, pensé que eso podía aplicarse a las Madres de Plaza de
Mayo. Porque ellas aparecieron un día, en pleno genocidio de la dictadura
militar y se pusieron a dar vueltas por el centro de la plaza, como si no
dejaran huellas en el suelo. Soportaron insultos, agresiones, golpes, toda
la gama de humillaciones que son capaces de ejercer los dueños de la
muerte.
Y siguieron caminando hasta que las palomas de Plaza de Mayo comenzaron a
caminar en la ronda mientras las Madres volaban.
Todo parecía seguir igual, pero ellas habían llegado a generar el hecho
político más formidable de los últimos 40 años, una verdadera clase de
democracia y ética que la dirigencia política de los distintos gobiernos
todavía no ha llegado a comprender. Una suerte de dirigentes que de tanto
mirarse el ombligo y pelear por los cargos ha descendido a la mayor
corrupción que se conoce en la historia del país. Claro, ellos no podían
ver, pues al mirar así miraban hacia abajo y no sabían que las Madres de
Plaza de Mayo volaban en lo alto, que es el lugar donde vuelan las utopías
populares.
Después tuvieron su Casa y en ella un importante archivo de la memoria que
destrozaba a los genocidas, los que ya caminaban por las calles. Y como es
natural en estos casos, los servicios de los gobiernos "democráticos"
entraron varias veces a destrozar y robar los documentos. Con eso creían
que mataban la tarea y los sueños de las Madres. Pero no sabían que esos
archivos ya estaban junto a las –para ellos– utopías populares, fuera de
su alcance. También fundaron el Diario de las Madres, a duro sacrificio, a
duro golpe de maza, a dura insistencia de la voluntad. Pero allí estaba. Y
también como es lógico, llegaron los sirvientes de turno de los
"democráticos" de turno a destruir lo indestructible: la terca voluntad de
las Madres. Y el diario continuó saliendo. Porque las Madres parece que
volaran.
Así, en esa forma tan natural, soportaron –otra vez– amenazas, golpes,
ataques a sus domicilios y a ellas en esos lugares privados por parte de
los ¿desconocidos? de siempre. Pero golpeaban en el aire porque la carne
se olvida de los golpes con otros golpes, mucho más potentes, de la
voluntad. Y golpeaban en el aire porque, ¿cómo iban a saber ellos?, las
Madres parecen que volaran.
Luego llegó la Universidad en su nueva Casa. Cosa que parece un milagro en
este país donde los gobiernos destruyen, en forma sistemática, la cultura,
la educación y la salud. Las Madres levantaron una Universidad donde los
Derechos Humanos y la Etica, son alimento cotidiano para formar nuevas
generaciones sanas, alejadas de la corrupción de cada día. Una Universidad
a la que tendrían que asistir todos los integrantes de las dirigencias
políticas del poder.
Pero ellos no aprendieron nunca del ejemplo de las Madres y continúan con
los genocidios que generan entre los jubilados, la desnutrición infantil,
los desocupados y el pueblo en general. Así, las Madres de Plaza de Mayo
son lo más parecido a nuestra Madre Tierra, la Pachamama, la Madre de
Madres, la que custodia celosamente a las futuras generaciones en el útero
caliente de esta tierra latinoamericana.
Y porque no es que parece que volaran, sino que vuelan con las alas que
conforman sus pañuelos blancos de la lucha.
Feliz día Madres de Madres. Feliz y merecido día Madres de Plaza de Mayo.

 

Entre Gorki y Bertolt Brecht
David Viñas

La Rusa se paró en medio del camino de aromos. Y cuando ese perro lanudo
empezó a lamerle las botas, recién me di cuenta de que eran las de mi
padre: unos borceguíes hasta las rodillas, a los que la Rusa no había
tenido tiempo de atarles los cordones.
"–¡Luisa!" Llamó la Rusa. Mi madre, mi Esther con las trenzas sueltas
sobre la espalda, mi nuca acanalada que yo solía oler como un ternero.
"¡Luisa!", repitió ahí parada sacudiendo los dedos para apurar ese
trámite. "¡Luisa: tráigame la carabina!" Y Luisa, frotándose las manos en
el delantal (esas manos con un espeso olor a acaroína que yo también solía
oler hasta que ella me sacaba de un manotazo), iba trotando hacia el
galpón de la peonada.
"¡Ahí está la carabina, Luisa; detrás de los arados!" La boca de mi madre,
sus labios de sandía, su brazo estirado, con un manchón en la axila, mi
Esther, mi Rusa nacida en el hotel de inmigrantes. "Apure, Luisa; mueva
ese culo gordo!" Y mi madre avanzó hacia el fondo del camino de tierra: mi
Rusa, mi durazno de Odesa, mis breeches de corderoy, mis nalgas de
muchachito. "Aquí tiene, señora Esther." Por delante del palenque del
alazán siguió avanzando por un costado del tanque australiano y de las
cuchas vacías de los perros y por debajo de la sombra violeta de los
aromos, mi Rusa sosteniendo esa carabina de dos caños: "¿Qué quieren
ustedes?" Ya muy cerca de ese Ford que se estremecía soltando una columna
de vapor. "Ustedes han entrado a mi campo sin..." "Las armas, señora",
medio saludó ese sargento. "¡Aquí no hay armas!" "¿Y ésa?", señaló el
sargento bajando del auto. "Para matar comadrejas", mi Rusa sacudió su
carabina en el aire. "Para elefantes será, señora" "¡Y para cornudos!"
"-Señora, señora", el sargento se quitó el quepis agarrándolo de la punta
prusiana, "hay denuncia, señora; y tenemos orden de hacer una requisa y
de..." "¿Cómo dice?" "...y de llevarnos todas las armas del doctor". "¡Mi
marido no está!", la carabina era belga. "Pero nosotros tenemos orden.
Firmada, señora", ese hombre exhibía un papel. "¿Firmada? ¿Por quién?"
"Por el comisario, señora, y por..." Mi madre se lo arrancó: "¡A ver!", y
fue leyendo, despacio, moviendo apenas sus labios anchos; el alazán
relinchó tironeando de su palenque. "Tenemos que entrar, señora."
"¿Adónde?" "A su casa." "Ni se le ocurra", mi Rusa fue estrujando ese
papel cubierto de sellos y de un par de firmas. "¡Suba!" "Es una orden,
señora." "¡Suba al auto le estoy diciendo!" "Señora...", reculó el
sargento acomodándose el quepis en punta. "Y se me van yendo ya mismo."
"Doña Esther..." "¡Ya mismo!", mi madre me hizo a un lado y lo apuntó con
la carabina. "¡Yaaaaaaa!"
Mi madre bajó su carabina recién cuando el Ford polvoriento dobló allá al
fondo más allá de la tranquera. "¿Tuviste miedo?" Acarició los dos caños
oxidados. Contempló el cielo untado de mostaza. Respiró hondo como si
saliera de una pileta y se secó el sudor que le brillaba por encima de los
labios. Abrió el cerrojo y palpó la recámara vacía.
"¿Leíste a Gorki?"
Yo dije que no en silencio.
"A ése también le entusiasmaban las campesinas que tiraban de un carro
cruzando por el centro de las plazas."

 

 


Respuesta  Mensaje 3 de 4 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 02/05/2013 00:08

La pasión según las Madres
Vicente Zito Lema

I (En el exilio)
No conocía en persona a las Madres cuando escribí por primera vez sobre
ellas.
Yo vivía mi exilio en Holanda, entre canales helados donde bregan los
patos y esa soledad difícil de contar que quema el alma hasta volverla un
piélago negro.
Fui escuchando sus voces, que escurrían las distancias como agua entre los
dedos. Me puse a marchar con ellas, desde el deseo de ser parte de esas
sombras convertidas en luz durante las ceremonias del coraje, todos los
jueves.
Poco a poco, allí, en el norte de Europa, tan lejos, el extravío del dolor
tuvo calma, la derrota conoció la esperanza y nuestras vidas a la deriva
en los océanos infaustos del destino encontraron su anclaje y su sentido.
Otra vez el mañana era un puerto.
Fue desde la piel de las Madres que mi angustia pudo denunciar a una
sociedad que se dejó llevar a sus hijos vivos y no enterró a sus muertos.
Fue por la épica de las Madres que alcancé a decir: un país de labios
enfermos se animaba a quebrar el silencio con un grito.
Gracias a ellas más que a nadie pusimos los pies como en el principio
sobre el largo camino de nuestra tierra. Gracias a ellas –y a los cuerpos
sacrificados de nuestros soldaditos en Malvinas– nos animamos a mirar aún
con lágrimas otra vez aquel cielo. (Hablo del cielo donde los caballos se
alzan y relinchan como en los grandes sueños. Esos sueños donde la muerte
no existe y mis compañeros siguen siendo jóvenes y hermosos para siempre.)
II (En el país)
¿Con cuál esencia breve se teje la ilusión?
De nuevo la dura realidad y su mazazo en la nuca.
El tibio viento de la democracia sopló muy poco. Allí donde se necesitó
justicia reinó urgente la impunidad. Los miles de desaparecidos del ayer
transformados en los millones de excluidos del hoy. Un poder que sólo
cambió en sus apariencias se obstina en relatar nuestros días como una
pesadilla perversa.
Un escenario de crueldad convertido en desafío histórico que recogieron
las Madres.
Así las vemos, como antes alzadas contra una racionalidad enferma; locas
en una poética que no acepta el vasallaje de la muerte, ni sus usuras.
Con la misma pasión con que rechazaron los despojos de los cuerpos de sus
hijos si no se acompañaba con el castigo real y no simbólico de los
asesinos. (No se olvide que la materia de esos cuerpos amados era un sueño
renacido como fuego de las cenizas para alumbrarlas.)
Capaces de transgredir la cultura de la resignación; no hay llanto al pie
del yacente; no hay una escultura de la piedad con la belleza que mitiga
el martirio. Hay una desbocada ira, unos aullidos del alma y unos insultos
a boca abierta que rompen los ritos bien cuidados de la tradición. Hay
bacantes de la lucha en el mismísimo estruendo de la épica.
III (Haceres) Las Madres se han engendrado a sí mismas al engendrarse por
necesidad de sus hijos. Aceptaron así, sin inventario, la herencia de
ellos: La militancia como altísima aventura que se renueva; la conciencia
crítica para abrir los ojos ante el mundo, y el amor al compañero que no
se renuncia en el peligro.
De allí que el hijo propio como individuo del pasado adviene para ellas en
todos los hijos mi hijo, como sujeto amoroso colectivo del hoy histórico.
Todas y cada una de las víctimas son en el dolor y la pasión tan absolutas
que por su exceso se tornan naturalmente públicas.
Todos y cada uno de quienes construyen el presente en la brega son para
las Madres los nuevos hijos que llenan de contenido los no dichos de los
cuerpos de los desaparecidos, que al aparecer en la conciencia y en los
sueños que se transmiten hacen desaparecer por inutilidad de materia y de
fines a los criminales desaparecedores.
Reproducción primigenia de la vida que crece en su plasticidad estética y
se legitima allí donde las actuales formas de represión ponen a prueba la
carnadura ética del discurso.
Consecuentes con su siembra terminan provocando un conflicto político y
moral; ¡No a la reparación económica del dolor más dolor! ¡No a la troca
de la vida! Dicen, honrando a sus hijos.
Se niegan a consentir un principio que está en la base de nuestras
actuales sociedades: todo tiene un precio. Todo lo humano puede
convertirse en mercancía, también las pasiones y sentimientos.
Rescatan así de las miserias del mercado los cuerpos desechados, para que
sigan siendo la casa donde habita el alma.
IV (Lo que vendrá)
Una sociedad de iguales, donde el dolor del otro se sienta como propio y
los bellos fuegos de la fraternidad ahuyenten el helado respiro de la
muerte. Una muerte que el sistema de producción económica y sus
legalidades políticas han convertido en el horrible rostro de nuestros
días.
El eterno combate entre la luz y las tinieblas. O, en otros decires, esa
lucha de clases que el poder quiere enterrar –enterrando a los que sufren
y se rebelan– pero que resurge en todas sus antiguas formas y en otras
nuevas, porque los hombres han nacido para la vida. (La locura y el
suicidio son apenas el último consuelo.)
Hablo de una armonía y un sentido final, que como las hojas vuelven. Hablo
de un proyecto y de la pura naturalidad de un gran deseo.
En el final del camino está el reencuentro con los compañeros.
En el tránsito de ese camino cobramos aliento en la amorosa corporeidad de
sus madres. Veinticinco años, la celebración no es de un día, tiene la
plenitud lograda en cada uno de sus infinitos instantes colmados de ardor
hasta el milagro.
Vuelvo a decirlo: si en la oscuridad sin mengua de un horror que pareció
eterno supieron ser luz, ¿qué historia escribiremos mañana para que ellas
sonrían junto al árbol de las pasiones felices?


Respuesta  Mensaje 4 de 4 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 02/05/2013 00:11
 

Las madres nuevas:

 deseo, alumbramiento y socialización
Inés Vázquez

 
 
Unos quince años atrás, cuando las Madres de Plaza de Mayo ya habían sido
señaladas como "locas" y "madres de terroristas" por el poder dictatorial
y como "desestabilizadoras" y "antinacionales" por el agresivo registro
del gobierno radical, la filósofa Laura Rossi, en un texto que conserva
una notable agudeza en el análisis de la irrupción histórica de este
movimiento, se preguntaba si esa irrupción había provocado cambios en
nuestra concepción cultural de la figura materna. Proponía allí que las
Madres de Plaza de Mayo, al llevar a los hechos el mito de la leona, capaz
de garra y audacia inusitadas en defensa de sus cachorros, operaban como
"traidoras" del sistema patriarcal-burgués que las había sustentado en la
constitución de su rol materno, previo a la desaparición de sus hijos. La
puesta en práctica de ese rol, alentado hasta entonces como defensa
egoísta del núcleo familiar, liberaba una serie de fuerzas contenidas e
impredecibles en cuanto al nivel de transformación que podían ejercer
desde la armadura de la intransigencia materna. "La madre, para defender
bajo el Estado terrorista su rol de madre, se ha visto obligada a dejar de
ser `madre’. Se ha visto obligada a dejar el reposo del hogar, la rutina
de los platos y las sábanas, la cálida ignorancia de la vida barrial." (1)
Estas mujeres, formadas en los valores de la entrega incondicional a los
hijos propios y la postergación de otros deseos y placeres que no fueran
los vinculados a la maternidad, de un golpe, frente a la experiencia del
terror de Estado, toman su fuerza y ubican su mayor legitimidad en el rol
de madres que la cultura dominante no podía negarles ni reprocharles,
salvo como declives provocados por una supuesta mala praxis: "¿Sus hijos?
Se hubieran ocupado antes", "son terroristas, no los educaron bien",
"ustedes son las culpables". Pero es en esa compleja interacción con la
trama política de fines de los años ‘70 –que les da terror en los cuerpos
de sus hijos y en los suyos propios, que les da mentira, en los poderes
constituidos y subsistentes del Estado, que intenta contenerlas en el
corset de la acción legalista o, incluso, clandestina, por parte de los
sectores de oposición a la dictadura– donde ellas se construyen como
madres en lucha, llevando al límite la máxima identificación con el rol
aprendido, pero colocándolo en otro registro material y simbólico: la
Plaza de Mayo y la colectivización. Así, las madres devienen una categoría
política –no sólo sentimental o social–, que marca, jaquea, azuza, desde
entonces y hasta hoy, la crisis del sistema político-económico burgués,
responsable del genocidio obrado por la dictadura y de su concomitante
impunidad, sancionada por los poderes civiles en la pretendida democracia
que la sucedió.
Más allá de las formalidades calendarias, que por lo común homenajean una
imagen materna que las Madres de Plaza de Mayo hace tiempo han dejado
atrás, un cuarto de siglo después de su nacimiento, ellas relanzan la
nueva maternidad social construida al seguir reuniendo ética y política en
la Plaza de la Revolución, transformándose sin olvidar los valores
innegociables, llevando al límite su maternidad provocadora y, por eso, en
país tan saturado de crímenes, abriendo la posibilidad de nuestras propias
y otras vidas.
(1) L. Rossi: Las Madres de Plaza de Mayo o cómo quitarle la careta a la
hipocresía burguesa, en Alternativa Feminista, año I, Nº 1, 08/03/1985,
pág. 17.

Territorios fundadores
Alfredo Grande

Debemos endurecernos, sin perder la ternura jamás", nos enseñaba el Che.
Aunque a lo mejor cada vez se fue haciendo más duro y algo de la ternura
se le extravió en los caminos del eterno sueño revolucionario. Los que
caminan, no solamente hacen camino al andar. También hacen su destino,
porque se construyen caminando, luchando, peleando, sufriendo, modelando
cuerpos y almas en la desigual batalla por mejores tiempos y mejores
lugares. Una madre abre el territorio fundante de la vida. Lo abre y si es
una madre "suficientemente buena" al decir de un autor, lo abre, lo
sostiene y lo prolonga. Una madre es paridora de un cuerpo y de un
vínculo, la única alianza por la vida, que podrá sostener el despliegue
del poder vital del recién nacido y llegado. A un valle de lágrimas, a
mesetas de dolor, a montañas de alegría, a mares y playas de esperanza...
Los afectos, las emociones también se organizan en una geografía pulsional
y deseante que marcará para siempre el nomadismo de nuestras pasiones.
Caminando se hace destino, se hace sujeto, se hace otro de nosotros
mismos. Hebe es "la otra mujer". Las Madres de Plaza de Mayo son "las
otras formas de ser madres". Otra capacidad de prolongar la vida, otra
forma de construcción de la alteridad donde se ratifica que la libertad de
los demás prolonga la mía hasta el infinito. Estas Madres han abierto
multiplicidad de territorios fundadores, porque no han sido solamente
garantes de la vida, sino de seguir sosteniendo "honrar la vida".
Las Madres prolongan la vida del compromiso militante, la coherencia,
consistencia y credibilidad que solamente puede brindar una entrega sin
claudicaciones. No tener claudicaciones, para el sistema de las diversas
formas de gerenciamiento político cuya base son las claudicaciones
permanentes, es una muestra de rigidez. Las Madres han abierto otros
territorios desde los cuales la vida pasa a ser una geografía deseante que
merece ser vivida. La ética, la justicia, la dignidad, el coraje, la
alegría, la lucha, el conocimiento, el compromiso, son otras formas de
territorializar la vida. Las Madres son enamoradas de la vida, por eso su
reclamo fundacional es "aparición con vida". "Con vida los llevaron, con
vida los queremos." Pero la vida no es solamente la prolongación corporal
de una determinación biológica. La vida es el compromiso político que en
su nivel fundante siempre es transgeneracional. Y como el sistema represor
en su permanente y sostenida crueldad decretó la no aparición, decretó la
burocratización del desaparecido, decretó que para que no haya recuerdos
tiene que haber memoria, entonces las Madres, que tienen y sostienen otra
forma de pensar y vivir la vida, sin claudicaciones, sin vacilaciones, nos
dicen: "con vida, con toda la vida, con la honrada vida de los militantes
comprometidos con la lucha de los pueblos". Y esa vida aparece. Esa vida
que era la que en realidad quería sustraerse. Se invisibilizaron los
cuerpos para opacar las ideas. Pero esa otra forma de vida no dejará de
aparecer.
 

Celebración
Gregorio Kazi

Celebración de la Maternidad. Día en que procuramos evocar amorosamente
aquel momento pasado en el que fuimos albergados en el cuerpo materno, las
vicisitudes complejas que permitieron una separación paulatina, la
conquista de la autonomía real y simbólica, la construcción de vínculos en
y con el mundo en las que se apuntalan y resignifican nuestras relaciones
primarias. Rememoración imposible en los territorios de la ternura si no
se fundamenta en la poesía libertaria del presente que fluye en nuestro
desafiante encuentro cotidiano con lo Maravilloso. Recordar para no
repetir desde la espontaneidad lúdica que nos invita a crear/recrear la
historicidad social que nos define, nos remite la cuestión del nacimiento
de lo inédito, lo novedoso. Ello puede ser así si es que tal labor no ha
sido definida como tal desde el imperativo categórico de preservar la
Memoria en tanto cementerio de representaciones determinadas en sus
significaciones por otro portador del saber/poder. Lejos de memorizar
racionalmente los gestos amables de la maternidad y realizar un compendio
estéril con ellos, me propongo compartir ciertas vivencias, impresiones,
sensaciones y pequeñas reflexiones sobre la maternidad y las Madres.
Punto de entrecruzamiento de múltiples líneas de sentido que habilita a
recorrer un acontecimiento estremecedor: si los seres humanos, en nuestra
existencia particular, habitamos inicialmente los mitos de origen, el
cuerpo imaginado, el nombre propio/impropio que circulan en la
singularidad de instancias que construyen quienes nos anteceden no menos
intensa es la vivencia parental de coexistencia en tales lugares
reales/simbólicos/imaginarios. Ello es una experiencia compartida por
quienes pertenecemos al género humano. Sin embargo, tal operatoria que va
enhebrando las continuidades/discontinuidades generacionales, siendo uno
de los pilares de la posibilidad de legar/heredar referencias no
estereotipadas ni coaguladas, establece distintas dimensiones de
transmisión. Ello en los planos generales de existencia, en las bases del
ser social, ha sido abolido en nuestro país con la institucionalización
del Terror emanado desde el propio Estado y su posterior legitimación a
través de las "leyes de impunidad". Los actos, palabras, pensamientos,
sueños de las Madres relanzan, reincorporan, de manera revulsiva para
algunos, todo aquello que remite a la condición socializada de la
maternidad: en cada escenario por el que marchan están reinscribiendo la
natalidad del deseo de sus hijos y del de ellas como Madres referidas a la
figura de un padre humano que limite la amenaza continua de la reaparición
del Padre Omnipresente que aniquila a su progenie.
Día de la Madre que evoca las letras primigenias de la maternidad: Cuerpo
historizante que se ofrece como lugar de transmisión de la historicidad de
la cultura de la vida. Cuerpo/Mirada materna en las que vivimos en nuestra
indefensión inicial, bocapezón que se incluyen recíprocamente para que se
pueda ir trazando la propia boca en la que cobijarse habitándola. Rostro
materno espejo en el que sumergirse para embadurnarse de los significantes
primordiales que lanzan la promesa del advenir y el porvenir de otro
sujeto sujetado a lo humano. Fundirse en la Madre/función materna que nos
protege de forma indecible en aquella inermidad inenarrable para ir
diferenciándose, poco a poco, en la hermosa aventura de
descubrir-crear-transformar el mundo. Jornada de Celebración de
operaciones constitucionales del ser histórico social, engendrado
enentretejidos vinculares de los cuales la Madre es interlocutora inicial.
Vocera del sostén de la criatura humana, establece un diálogo con el
padre/función paterna para que la falla del desear deseo nos atraviese
enhebrada a la ley a la que reconocen en tanto sustrato inmanente de lo
humano y médula esencial de su propia condición humana.

 

30.000 rosas rojas para las Madres
Claudia Korol

Madres de la Plaza de Mayo. Hijas de sus hijos e hijas. Habitantes de la
intemperie, del desamparo, de la tormenta sin techo, del calor sin sombra,
de la Plaza de Mayo.
Madres de la Plaza de Mayo. Madres que son lo que son y lo que serán, por
lo que fueron los que ya no son y que también serán, mientras haya cuerpos
como los de sus madres y los de sus hijos e hijas que les permitan seguir
siendo.
Me pregunto, cuando se acerca el Día de la Madre... ¿quién las abrazará
por la mañana? ¿Quién les dará un beso en la frente? ¿Quién les regalará
un territorio de ternura liberado para que puedan descansar su cansancio?
Me imagino, Madres, que sus hijos e hijas llegarán temprano en sus sueños,
para pedirles que no aflojen. Para pedirles que los lleven una y otra vez
a la plaza. Para pedirles que los acerquen a los piqueteros y a las
piqueteras, que los acompañen a aquellos lugares donde vuelve a florecer
la rebeldía. Que los lleven a los campamentos de los sin tierra en el
Brasil, a la Selva Lacandona en Chiapas, a la Plaza de la Revolución en La
Habana... Me imagino, Madres, que sus hijas e hijos vendrán pronto, en sus
despertares, a agradecerles que hayan mantenido encendido el fuego que
inventaron en alguna otra madrugada. Me imagino que les dirán al oído
cuánto las quieren por el milagro de aparecerlas y aparecerlos con sus
cuerpos, en el amoroso acto de cubrirse con sus pañales-pañuelos las
cabezas.
A los compañeros y compañeras les pido: miren la Plaza de Mayo, miren su
tierra caminada. Miren las huellas de las Madres sobre las piedras, sus
miles y miles de pisadas. Miren sus piernas cansadas caminando la plaza.
En cada una de esas piedras hechas polvo por su paso, encuentren a las
Madres, su auténtica y única dimensión, la dignidad verdadera, la memoria
encendida, la rebeldía que no transa.
30.000 rosas rojas para las Madres, en su día.

Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo
Rectora: Hebe de Bonafini
Director Académico: Vicente Zito Lema



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