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De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 10/06/2013 11:37
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La brecha de madurez física y emocional se resolverá en pocos años. Foto: Roberto Morejón

¿Duele crecer?

Experimentación, locura, seguir impulsos, pasar sustos… La mayoría de una muestra sondeada por este diario y la literatura especializada ve la adolescencia como una etapa para cometer errores, pero no tienen claros los límites dentro de los que se puede errar sin poner en riesgo la vida o su calidad futura

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Mileyda Menéndez Dávila
mileyda@juventudrebelde.cu
1 de Junio del 2013 18:49:56 CDT

«Ser adolescente en el siglo XXI puede ser más fácil de lo que se ve, pero más difícil de lo que se imagina», escribió un forista hace unas semanas en el sitio web de JR, cuando colgamos una pregunta para saber cómo se veía a sí misma la generación cubana de los tin.*

Antes habíamos asistido a charlas en escuelas pedagógicas de Las Tunas, La Habana y Artemisa, y contactado con decenas de jóvenes de Santiago de Cuba, Matanzas, Santa Clara y Ciego de Ávila a través del correo electrónico y en encuentros con lectores.

Al contrastar los resultados de este sondeo con la opinión de profesionales de la psicología y la sociología que investigan el tema en Cuba y en otras latitudes, obtuvimos una especie de retrato hablado de la adolescencia criolla actual, una generación que decrece numéricamente de manera significativa con respecto al pasado siglo como consecuencia de las bajas tasas de natalidad.

Según un artículo publicado por Infomed, a mediados de 1980 cerca del 23 por ciento de la población cubana tenía entre 10 y 19 años. Hoy apenas llega al 14 por ciento, lo cual equivale a poco más de un millón y medio de adolescentes, con mayor presencia en provincias como La Habana, Santiago de Cuba, Granma y Holguín, según publicó recientemente la revista Somos Jóvenes.

R con R…

«Esto parece un trabalenguas», bromeaba un estudiante capitalino de preuniversitario mientras nos ayudaba a procesar los papelitos entregados anónimamente: «Rebeldía. Riesgos extremos. Resultados inmediatos. Respetar para que te respeten. Resistencia al entorno. Rol de adultos sin dejar de ser niños…».

Así se autodefinían estudiantes de la especialidad de Educación Primaria y Especial en las escuelas pedagógicas visitadas. Algunas descripciones partían de la propia experiencia, otras repetían de forma estereotipada lo escuchado en casa sobre el «deber ser» de la etapa por la que transitan.

En un primer boceto, la mayoría veía la adolescencia como un momento de desacuerdos, una oportunidad de hacer sentir su voz y actuar sin medir consecuencias; de creerse dueños de la razón y hacer valer su curiosidad y su afán de independencia.

Las emociones más comunes las describían con términos como susceptibilidad extrema; euforia y vergüenza al mismo tiempo; poderío y temor, violencia a veces... y crueldad en ciertos episodios, sobre todo a la hora de relacionarse con sus iguales.

Esa actitud confirma la vocación de desmarcarse de patrones adultos anclados en otros tiempos, de lograr una autoafirmación y una proyección social auténtica e inclusiva, necesidades identificadas por el Doctor Ovidio D´Angelo, especialista del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS).

Un matancero de 17 años confesó: «Cuando vamos a salir pasamos horas probándonos ropa y acabamos con el champú en una lavada… pero luego podemos estar una semana con el mismo pantalón y hacer ver que nos bañamos en tres minutos, aunque las toallas griten lo contrario».

«Es como si tuviera doble personalidad», escribió una tunera de 18. Con ella coincidió Lilien, estudiante de 8vo. grado del Cerro, quien preguntaba si esa ambivalencia es parte de su proceso de maduración biopsicosocial, un fenómeno del que escuchó hablar en la radio.

«Mi papá dice que se desarrollan a la vez mi cuerpo y mi psiquis, mis hormonas están disparadas y por eso a veces no puedo controlar las ganas de reír o de llorar por gusto», explicaba. «A mis amigas les pasa lo mismo, y también a los varones del grupo, aunque se ven más infantiles… pero no entiendo cómo influyen en mi forma de ser el lugar donde vivo, o las cosas que mi familia me puede dar o comprar».

Para la investigadora Caridad Chaney Govín, la adolescencia es el período de mayor intensidad en la interacción entre tendencias individuales (como gustos, necesidades, desarrollo corporal), adquisiciones psicosociales (cultura, estereotipos, prejuicios), metas socialmente disponibles (proyectos de vida, opciones recreativas y de trabajo) y las fortalezas y desventajas del entorno.

El sujeto adolescente está expuesto a fuerzas que desbordan su comprensión, y tratará de adaptarse a las exigencias de su época según su historia personal, tradiciones y nuevos conocimientos que adquiere día a día, aunque resulten transgresores para los demás.

En ese proceso la influencia familiar es altísima, pero funciona mejor desde el acompañamiento y no desde el autoritarismo: «No se empuja a un adolescente para que asuma su vida, ni se puede vivir por él», advierte la experta en familia Patricia Ares, profesora de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana.

Un avileño estudiante de Informática decía: «Por momentos me siento responsable y logro ubicarme en lo que se me asignó como tarea en la casa o la escuela, ¡hasta lo disfruto! Pero a los pocos minutos ya quiero volver a mi locura, mi pereza habitual, y eso irrita mucho a los mayores».

«Ahora resulta que me traen a la consulta a “adolescentes” que ya pasaron los 20 años de edad y se niegan a crecer, buscar un empleo, tener una vida propia…», cuenta la Doctora Arés. «Me dicen: ¡¿Qué hago con “esto”?! Pero ese es el resultado de una realidad que a veces los desborda como familia y genera un déficit en su función socializadora».

Cigarro y barril

Cuando preguntamos por los retos que enfrentan en esta etapa salen a relucir con mucha fuerza las relaciones sexuales y las prácticas que pueden crear adicción, como el tabaco, el alcohol, las drogas, la música y los juegos electrónicos.

Tanto el momento de inicio como el patrón de conducta en esos asuntos están muy marcados por la presión del grupo, confiesan, y aunque dicen tener suficiente conocimiento sobre los riesgos, no suelen reflexionar sobre estos.

Sus principales «fuentes de información» tienen la misma edad. Con la familia les da «vergüenza o miedo hablar de esas cosas». Las campañas de prevención les «asustan o aburren, a menos que sea algún artista joven quien las presente». Sin embargo admiten que captan buenos mensajes a través de anuncios televisivos, series y novelas cuando logran analizar los casos y establecer comparaciones útiles para sus vidas.

Una santiaguera de 19 años cree que ella podría salir airosa de todo… siempre que su mamá no se entere, porque entonces sí «no me lo dejaría olvidar nunca».

En cuanto al sexo, la mayoría reconoce que llevar condones ya no es un tabú. En los estudios sistemáticos que aplica la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI), más del 70 por ciento de la muestra adolescente reportaba haber usado protección en su última relación.

Sin embargo, cada año se detectan cientos de adolescentes con alguna ITS en Cuba, quienes por lo general muestran sorpresa ante «su mala suerte», pero luego admiten no haber tomado todas las precauciones. En el mundo ese dato alcanza cifras millonarias, y más de la mitad de los nuevos casos de VIH son jóvenes menores de 25 años.

Los grupos con que hablamos reconocen que su familia piensa en su futuro por encima de todo, pero a su edad no pueden evitar concentrarse en el presente para «vivirlo plenamente y adquirir cosas útiles», como apuntaba un artemiseño aprendiz de pedagogo, o para «sufrirlo y esperar que pase rápido», según una avileña de 14 años.

No son pocos los que confiesan su «desesperación» por salir de una etapa en la que casi todo les irrita: el acné, las prohibiciones, el crecimiento disparejo, la virginidad, los estudios, la somnolencia y «ese aire de superioridad» de quienes tienen unos años más y ya trabajan o van a la Universidad.

Rápido corren los carros…

Algunos de los términos aportados por el sondeo y la literatura revisada resultan alarmantes: experimentación, locura, seguir impulsos, pasar sustos… La mayoría ve la adolescencia como una etapa para cometer errores, pero no tienen claros los límites dentro de los que se puede errar sin poner en riesgo la vida o su calidad futura.

La forista «Tu Musa» lo describe así: «Confiamos en quien no debemos y corremos el riesgo de ser traicionados». Pero asegura que a esa edad no importa, porque es la etapa «de adquirir nuevas experiencias, correr riesgos y vivir cada día como si fuera una aventura, como si fuera el último».

Lamentablemente las estadísticas prueban que para un porciento significativo sí se convierten en los últimos días o meses de vida, y otros logran sobrevivir, pero con secuelas físicas o psicológicas que marcan su adultez y cambian la dinámica familiar para siempre.

Los accidentes están entre las principales causas de muerte y discapacidad en este grupo etario: desde los de tránsito, asociados al alcohol o a actitudes imprudentes en la vía, hasta ahogos en presas y ríos crecidos, caídas desde sitios elevados, juegos cerca de redes eléctricas, peleas callejeras… Se conocen como lesiones no intencionales.

«Día a día cometemos media docena de disparates de los que libramos de puro milagro», admite un estudiante capitalino de noveno grado. «Con esos sustos deberíamos saber que no somos invulnerables, pero al poco rato nos enredamos en otras imprudencias y la gente nos grita: “¡Muchachos, pero qué tienen en el cerebro; cómo hacen algo así!”».

La respuesta no está en lo que tienen, sino en lo que aún no tienen: eficiencia en el uso de la materia gris de su corteza frontal, una estructura encargada de regular las conductas y expresiones verbales, planificar acciones y sopesar riesgos a partir de las emociones y conocimientos «almacenados» en la amígdala y los lóbulos temporales.

El proceso de maduración del cerebro empieza en su parte posterior y no llega a la corteza hasta pasados los 30 o 40 años. También las redes neuronales que apoyan la toma de decisiones maduran de manera lenta, por lo que no es muy racional exigir a alguien menor de 20 años que sea racional y controle sus arranques como lo haría una persona mayor.

Numerosos estudios internacionales confirman que en esas edades sí se conocen los riesgos, y hasta se sobreestiman con respecto a las cifras reales de muerte o enfermedad. Para «sobrevivir» con una adecuada percepción no debe haber miedos patológicos ni temeridad insana, pero aprender el justo medio es un proceso que no debe dejarse a la espontaneidad ni minimizar su alcance en esta etapa.

El forista Otelo compara las familias con un ambiente de afecto, confianza y respeto hacia sus menores con aquellas que actúan en forma ortodoxa, conservadora y hasta represiva, donde se generan rebeldía y distanciamiento en lugar de un empoderamiento adecuado del mundo adulto y participación real en las decisiones que les atañen.

Una joven capitalina cuenta que desde pequeña su abuelo le explicaba los peligros que podría enfrentar en cada salida y por qué ella misma se expondría a estos: para satisfacer su curiosidad, por un placer inmediato, tal vez para probar a otros que sí podía hacerlo…

«Luego me detallaba lo malo que ocurriría en cada caso y cómo evitarlo sin renunciar del todo a mis planes, en quién confiar para tomar el riesgo y dónde buscar ayuda… Al principio me parecía muy complejo y solo lo escuchaba para evitar peleas, pero luego mi mamá me contó que durante sus peripecias de adolescente fue bueno hacerle caso al viejo, ¡y la verdad es que a mí también me ha dado resultado!».

Lo curioso es que la mayoría de los adolescentes suele analizar y predecir el peligro, pero su prudencia se anula a la hora de poner en la balanza los aparentes beneficios de su actuar. ¿Contraer una ITS o tener sexo despreocupado? ¿Sufrir un coma alcohólico o perder el desenfado al bailar? ¿Romperse una pierna o lucirse con los patines delante del grupo? Aún haciendo cálculos, la mejor opción no es tan obvia si el centinela del cerebro no está listo para frenar.

Un grupo menos numeroso ni siquiera lo piensa unos segundos: les basta tener el desafío ante sí para que actúen según sus impulsos y luego «que suene lo que vaya a sonar».

Las nuevas sugerencias de intervención educativa se basan en tales evidencias científicas: a los adolescentes predictivos no hay que «meterles» miedo con acciones que tarde o temprano emprenderán, sino enseñarles a evaluar sus opciones de modo más seguro. A los reactivos o impulsivos es mejor tenerlos bajo supervisión adulta el mayor tiempo posible para evitarles tentaciones hasta tanto maduren.

Por la línea…

Para un santiaguero de 16 años, la timidez es la «epidemia» de su escuela: «Sobre todo en varones. Andamos aislados, nos sentimos inferiores… Sé que no se puede ser bueno en todo, pero nos cuesta encajar. Mi familia vive reprochando por todo y yo no me siento cómodo con mi cuerpo, mi voz, mis notas… ¡con nada!».

Un forista asegura que en esa edad «necesitan más espacio personal y mucha más privacidad». Pero esa burbuja virtual en la que quisieran encerrarse es a veces tan estrecha, que no siempre caben placeres y obligaciones al mismo tiempo.

Con la llegada de la pubertad y las nuevas experiencias cambia la psiquis de forma abrumadora. Hasta los 10 o 12 años de edad el pensamiento humano es sobre todo concreto. Al desarrollar un pensamiento más abstracto se pueden emitir juicios sólidos, no por repetición, sino por análisis propio, y se adquiere una mirada novedosa de la vida y otros fenómenos que antes ni se cuestionaban.

Por eso pasan más tiempo cavilando a solas, se atreven a discutir decisiones adultas, opinan con desfachatez y hasta disienten en temas reservados para la «gente grande». Sin embargo, no quieren contar lo que de verdad les inquieta y guardan mucha reserva sobre sus experiencias cotidianas.

Bella, una chica de las que visita el foro, ve la adolescencia como una etapa muy bonita, «pero hay que saber transitar por esta para no caer en la presión del grupo y evitar desilusiones. Es esencial tener un guía, alguien que nos apoye y comprenda, y que sin importar la situación nos tienda la mano, porque en esta etapa muchas veces nos sentimos solos e inseguros».

La familia «muere» por penetrar sus interioridades e intentan ahorrarles dolor y devolverles la inocencia, pero esa transparencia no es posible cuando se vive el duelo por la infancia que parte, al «descubrir» que papá y mamá no son perfectos, por las burlas o frenos que reciben de sus coetáneos, por las pasiones que despuntan…

Una chica tunera escribía en su nota: «Adolescencia es tristezas y alegrías, tropiezos, caminos. Es un laberinto sin fin, con mil preguntas y algunas respuestas. Es amor, es deseos de vivir y a veces de morir. Es gritar a todo pulmón y desahogar todas las angustias. Es crecer… y crecer a veces duele».

*El vocablo teenage, o edad de los tin, hace referencia a la terminación en inglés de los números entre 13 y 19 (thirteen, fourteen…).

Fuentes bibliográficas empleadas:

 

-Revistas Estudio, Centro de Estudios de la Juventud (CESJ). La Habana.

 

-Revista Scientific American Mind, número diciembre 2006- enero 2007. Nueva York.

 

-Niñez, adolescencia y juventud en Cuba. Aportes para una comprensión social de su diversidad. Compilado por María Isabel Domínguez, CIPS-Unicef.

 

-Notas de la autora en el Diplomado sobre Adolescencia y juventud, organizado por el Centro de Estudio sobre Juventud (CESJ).



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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: Ruben1919 Enviado: 10/06/2013 11:40

Las generaciones son marcos temporales para identificarse y establecer puntos de referencia, pero los grupos de adolescentes no son uniformes. Para lograr compromiso y participación es preciso «enamorarlos» de su realidad

¿Duele crecer? (II y final)

Las generaciones son marcos temporales para identificarse y establecer puntos de referencia, pero los grupos de adolescentes no son uniformes. Para lograr compromiso y participación es preciso «enamorarlos» de su realidad

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Mileyda Menéndez Dávila
mileyda@juventudrebelde.cu
8 de Junio del 2013 22:57:21 CDT

A propósito del tema que iniciamos la pasada semana, la habanera Lía escribió en el foro de JR: «La adolescencia del siglo XXI no es igual a la del XX, y no será la misma que la del siglo XXII, pues cada día el desarrollo de la sociedad, las nuevas tecnologías e incluso la forma de vida, hacen que al paso de los años no se persigan los mismos intereses y no se camine por la misma senda que nuestros padres, abuelos y bisabuelos».

Nos guste o no, las generaciones se decantan en un proceso natural en el que los hijos se alejan de sus padres y se identifican con otras personas, más próximas por su edad a determinados eventos históricos, desarrollando una fisonomía social propia, según describe la Doctora María Isabel Domínguez, del Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas (CIPS).

Pero aunque se identifiquen entre sí, el grupo de adolescentes de la Cuba actual no es homogéneo, advierte su colega el Doctor Ovidio D’Angelo, quien ve a las generaciones como espacio de coincidencias y desencuentros, donde se construyen marcos propios de referencia a partir de diversos posicionamientos, compromisos y desentendimientos con los procesos sociales.

Tecnodependientes

El dominio de la tecnología digital es una herramienta tácita para indicar quién está «dentro o fuera» de la generación, porque marca el desarrollo de sus mentes y sus puntos de vista respecto a muchas cosas, afirmaron varios foristas.

La habanera Aldeyde siente que a su edad «dependen más psicológicamente de los objetos con electricidad», y admite que a veces se burlan de quienes tienen más años y menos habilidades para lidiar con mandos o pantallas.

Es la generación de los llamados nativos digitales, y aunque a veces se crea que esa tecnodependencia es banal y deba combatirse, la Máster Silvia Padrón prefiere estudiarla como manifestación del consumo cultural, fenómeno útil para pensar el complejo proceso de apropiación de derechos y oportunidades, y descubrir cómo funcionan la distinción, las diferencias y las desventajas sociales en el grupo.

Lo preocupante no es que les guste lo nuevo (siempre es así entre adolescentes y jóvenes), sino que al esforzarse por estar en conexión con la tecnología virtual se desconecten de su realidad cotidiana y frenen su propia evolución, apunta la Doctora Patricia Ares, de la Facultad de Psicología de la Universidad de La Habana.

La forista santaclareña ABP comenta: «En el siglo XX no necesitábamos celulares ni computadores para ser felices… Podíamos disfrutar más de las amistades y hasta del aire fresco. Eso sí: teníamos los mismos miedos y rebeldías, las mismas malcriadeces, complejos, dudas y deseos de ser aceptados».

Imagen y contenido

También resulta controversial la dependencia de la moda, definida por la psicóloga Daybel Pañellas como uso o aceptación de determinados aspectos de la cultura en un período efímero de tiempo, casi siempre adoptados por imitación hasta que se convierten en modelos sociales.

Entre adolescentes el hábito no hace al monje, pero da pistas sobre su grupo de pertenencia... o de referencia si se trata de patrones fuera de su alcance geográfico, con los que establecen un vínculo emocional a través de la música, el vestuario, el peinado o el lenguaje.

«Mi mamá dice que no se adapta a mi “luc” (look significa apariencia, en inglés), pero en sus fotos de juventud hay muchas cosas de ahora que se usaban entonces, así que no veo cuál es el problema», dice la matancera Karina, de 18 años.

Adultez no implica derecho a escandalizarse o cuestionar gustos ajenos sin tratar de entender los nuevos tiempos. Establecer prohibiciones arbitrarias sabotea el diálogo intergeneracional, un recurso importante para validar las conductas respetuosas y la adaptación a cada contexto sin dar pie a la doble moral, tan dañina e ineficiente.

La falta de comunicación genera resistencia, por ejemplo, al uso correcto del uniforme, tema de desgaste en el ámbito estudiantil que resta energía al debate sobre fenómenos más urgentes y profundos, sobre todo si en la interpretación de los reglamentos se obvian las diferencias en el desarrollo corporal que enfrentan, no sin dolor, y la necesidad de consolidar su personalidad y hallar un sitio propio dentro de un mundo que se les muestra cada vez más amplio.

Encrucijada escolar

Para estudiantes de octavo y noveno grados de la secundaria Capitán Nené López, del muncipio granmense de Niquero, elegir es una de las palabra más temidas a esa edad: amistades y noviazgos, peinados, estilos de ropa, música, posturas filosóficas, ¡la próxima escuela!

Apenas «salen del cascarón» y ya se les exige tomar un rumbo que puede ser para toda la vida, una angustia que crece si sus decisiones son cuestionadas o ignoradas a cada momento.

«Eso me funde», ilustró Ariel, un espirituano de 17 años: «Acabó el Pre y se supone que yo elija lo que voy a estudiar. ¡¿En serio?! Mi papá quería Medicina, mi mamá Turismo, mis primos Informática… Al final pedí Biología, pero ¿cómo les digo que me becaré en otra provincia?».

Su caso confirma los hallazgos de la Doctora Ana Isabel Peñate, investigadora del Centro de Estudios sobre Juventud (CESJ). En una muestra de 625 adolescentes, la continuidad de estudios resultaba la principal fuente de preocupación.

Así fluye también en las encuestas aplicadas por la Doctora Domínguez a adolescentes y jóvenes en La Habana, cuya primera aspiración era adquirir un capital educativo y cultural: terminar estudios, crecer culturalmente y ser profesional.

Otro período crítico resulta la entrada en el ámbito de trabajo, en ocasiones condicionada por falta de motivación o inseguridad en el puesto. Una mala tutoría puede convertir ese paso en un suplicio, sobre todo cuando esa inserción formal o informal no fue elegida a  voluntad, sino que responde a las condiciones socioeconómicas de la familia y el territorio.

Un pionero avileño comentaba: «Es verdad que somos inmaduros, pero es difícil tomarse en serio la boleta de solicitud cuando la formación vocacional es pobre y la distribución de plazas por municipios muy rígida. Mis notas me permiten ir a preuniversitario y mi familia decidió apoyarme... Ya veré qué pasa dentro de tres años».

En el imaginario social las ofertas más tentadoras siguen siendo los institutos vocacionales, tanto de ciencias exactas como militares, donde un magnífico claustro propicia, mediante una preparación académica y cultural intensiva, el mejor bagaje para ingresar a la Universidad.

Pero no basta con tener buenas notas. En reuniones con familiares de quienes optan este año por el capitalino IPCV Vladimir Ilich Lenin, su directora Maydelis Dupuydejó bien claro que el funcionamiento de ese tipo de escuelas demanda estudiantes autorregulados, a quienes no haya que estar requiriendo por problemas de indisciplina, poco cuidado personal o malos hábitos de estudio y convivencia.

¿Acaso todos los adolescentes en Cuba se forman con esta filosofía? «La mía no», reconoce una joven del municipio de Guanabacoa, quien desistió de presentarse a los exámenes de ingreso luego de la charla.

«Mi abuela no me deja ni lavar mis uniformes y me hace las trenzas por las mañanas», cuenta con fastidio. «Dice que ya tendré tiempo de crecer, pero hoy descubro que no estoy lista para una beca… ni para casi nada en esta vida».

Cosecha inadecuada

Además de la educación, los grupos investigados por las doctoras Peñate y Domínguez otorgaron prioridad a la buena salud, las relaciones con parejas y amistades, las opciones recreativas y el cumplimiento de otros sueños.

En esta etapa sale a flote lo recibido antes en materia de afecto, cuidado nutricional y atención de salud. La Doctora Francisca Cruz, presidenta de la Sección de Adolescencia de la Sociedad Cubana de Pediatría, insiste en que la educación no debe ser solo para la protección del cuerpo y la independencia de criterios, sino también para la ternura, la responsabilidad y el cariño.

Si en la infancia faltó consideración, es difícil hallar en la adolescencia solidaridad y empatía. En el estudio de Peñate, que abordó el ejercicio de los derechos y deberes, emergen como preocupación las actitudes discriminatorias de los padres, por diversas razones, por los cambios psicológicos y biológicos de la etapa, factores que condicionan las oportunidades de superación.

En Santa Clara una muchacha de 19 años contó que había dejado las clases de baile porque se burlaban de su nariz. Su coterráneo Yanier, de 15 años, se declara tímido a la fuerza: es tan bajito que la gente se ríe o lo golpea «porque sí», y ya rehúsa andar en grupo.

Esa violencia verbal o física entre grupos de adolescentes es foco de alarma sobre el que escriben a JR personas adultas de todo el país. «No son malintencionados, pero han naturalizado esa manera de tratarse a empujones, con ofensas y malas palabras, lo mismo niñas que muchachos. Cuando crezcan, las consecuencias pueden ser peores», opina Reynaldo Aranda, economista de Mayabeque.

Mucha de esa violencia nace en los hogares disfuncionales: alcoholismo, padres ausentes, hacinamiento, poca calidad del tiempo compartido en familia: «El respeto se gana respetando, pero me gritaron y aprendí a gritar», afirma una estudiante avileña de Comunicación Social. «Para hablar del rescate de buenos modales deberían empezar por el ejemplo, no por el reproche», concluye.

Más del 90 por ciento de la muestra analizada por la Doctora Peñate se sentía capaz de reconocer sus derechos como adolescentes, pero opinaban que el tema es poco frecuente en las conversaciones de familia.

Aún donde se habla, las relaciones siguen siendo desde la imposición y la verticalidad, y lo peor es esa ambivalencia de que unas veces se les trata como iguales y otras no se tienen en cuenta sus opiniones ni su mundo interior.

La educación desarrolladora de la personalidad no nace del adultocentrismo, advierte la Doctora Natividad Guerrero, experta en temas de adolescencia y juventud: «Hay que partir de la experiencia y los saberes de las generaciones más jóvenes, y aprovechar sus actividades lúdicas para transmitir valores».

S.O.S. rebeldes

La infancia es también el momento para suministrar herramientas éticas y lógicas que ayuden a la toma de decisiones más adelante; de modelar con el juego las diversas circunstancias que enfrentarán en la pubertad y cultivarles una personalidad segura, rica en intereses y recursos para enfrentar la vida con optimismo.

Pero si solo les dimos casa, comida y cariño, como decían las abuelas; si no supimos tratarles como ciudadanos del presente y no tomamos en cuenta sus opiniones, difícilmente acepten de buena fe nuestros consejos, sobre todo en una etapa de dar oído a las nuevas amistades, aunque no siempre ofrezcan los mejores criterios.

El Doctor Gerardo Machado, del CESJ, asegura: «Los jóvenes tienen sed de acercarse a otras generaciones, pero escogen adultos de su preferencia, alguien que les sea atractivo y les infunda admiración y respeto».

«Un adolescente la mayoría del tiempo no sabe lo que quiere, y si lo sabe, no sabe cómo exigirlo», escribió la forista Tu Musa, y las investigaciones del CESJ confirman su apreciación, pues entre los derechos más demandados está el de hablar con libertad y ser escuchados con atención.

Dudar del valor de sus juicios es dudar de la formación que les dimos desde el nacimiento, pero si intuimos que pueden salirse del cauce saludable es bueno tener un plan de contingencias que involucre a personas cuya autoridad valoren: profesores, entrenadores deportivos, profesionales de la Medicina, la Psicología o el Derecho, otras familias de la comunidad…

Eso funciona a nivel personal y con el grupo: cuanto más se les involucre en el diseño de políticas públicas y espacios destinados a su beneficio, más participación real lograrán, más rápido aprenderán a integrarse socialmente y a distinguir conductas desintegradoras o excluyentes.

A veces una conducta descarriada esconde un reclamo mal expresado y peor comprendido. Pero como la adolescencia es un invento de la sociedad moderna, esta tiene la obligación de velar por ella, recuerda la Doctora Elsa Gutiérrez, experta cubana en estos asuntos.

Todos los municipios cuentan con recursos para proteger a sus generaciones más nuevas: las circunscripciones tienen grupos de prevención social, existen casas de orientación a la familia en la FMC, comités municipales de la UJC, consejos de atención a menores en el Minint, centros de salud mental, casas del adolescente en algunas provincias…

Son estructuras preparadas para ofrecer consejería, esclarecer derechos y deberes, propiciar opciones de superación, diseñar propuestas recreativas o proponer medidas legales si corre peligro la integridad física o mental del menor.

Una estudiante tunera llamaba a la reflexión: «Comuníquense con sus adolescentes, cuéntenles sus propias experiencias y errores, den consejos, pero sobre todo confianza».

Tal es la filosofía de muchos proyectos comunitarios o institucionales, como el programa educativo Conserva tus sueños, desarrollado en el Centro Escolar Interno Bungo 4, del municipio santiaguero de Contramaestre, y los talleres temáticos que organiza la Oficina del Historiador de La Habana con apoyo de la Unicef en Cuba.

Continuidad y ruptura

«¿Cómo les explico a mis padres que mi vida no es una prolongación de las suyas, una “segunda oportunidad” para realizar esos sueños que quedaron pendientes?», pregunta un estudiante santiaguero de Gastronomía.

Cada adolescente debe descubrir y sopesar sus opciones de manera individual: talentos, virtudes, orientación sexual, pasatiempos, afiliaciones… Un futuro maestro tunero escribía: «Los padres aprietan un poco más la tuerca y no se dan cuenta de que estamos cambiando, que queremos escoger por nosotros mismos, estar más sueltos».

Otra estudiante de su escuela propone: «Es de vital importancia que nuestros padres nos den libertad y depositen su confianza en nosotros. La gran mayoría no los vamos a defraudar».

La supuesta decepción es una espada de Damocles que pende sobre esta generación. Cada día se les recuerda su deber de continuar el proyecto de país y hacerlo prosperar en las nuevas condiciones mundiales, pero a veces no logran identificarse con las organizaciones comunitarias o estudiantiles porque las sienten lejos cognitiva y emocionalmente.

Si encontramos adolescentes en espacios de dominio tradicionalmente adulto (asambleas, trabajos voluntarios, jornadas culturales) es posible que asistan por lo que el Doctor D’Angelo llama «efecto de arrastre»: No van por interés propio, sino apoyando a un miembro de la familia con cargos en esa organización o por no quedarse solos en casa.

Para motivar su participación activa hay que escuchar qué piensan de su realidad y «enamorarlos» con el reto que les plantea, además de ganar en complicidad con la actitud épica de quienes antes sacrificaron su momento de crecer por un ideal que los trascendía, tema que aborda con mucho acierto la obra Brazos caídos, creada y representada por el grupo de teatro El Arca, uno de los frutos palpables de la labor con adolecentes de la capitalina Oficina del Historiador, paradigma de lo que puede hacerse en el resto del país.

No es lo mismo...

Aunque la pubertad es una etapa biológica natural, los conceptos de adolescencia y juventud responden a criterios económicos y sociales.

Hasta hace poco más de un siglo, ser púber implicaba la entrada inmediata a la adultez, sobre todo en el sentido práctico de asumir tareas como la producción de bienes y la reproducción de la especie. Los ritos para celebrar ese momento eran muchas veces violentos y escalofriantes.

A raíz de la moderna revolución industrial, cuando la sociedad entendió que necesitaba proteger y preparar su futura mano de obra, se introdujo el concepto de jóvenes y luego el de adolescentes.

Curiosamente —apunta la Doctora Elsa Gutiérrez, experta en el tema—, este nuevo siglo ha traído una brecha mayor entre la madurez biológica, que tiende a adelantarse, y la psicosocial, retardada por diversas causas socioculturales como la protección del Estado para que estudien, la dependencia económica filial y la convivencia multigeneracional



 
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