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General: Los poemas eróticos de Juan Ramon Jiménez
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De: Ruben1919 (Mensaje original) |
Enviado: 13/06/2013 03:19 |
Juan Ramón Jiménez, Madrid, 1900. Fundación Juan Ramón Jiménez, Moguer
Los poemas eróticos de Juan Ramon Jiménez
Aparece Libros de amor. Conoce los poemas del JRJ más lujurioso
Un Juan Ramón nuevo, sorprendente, erótico, sensual, humano, siempre lírico. Un Juan Ramón distinto, enamoradizo e incluso lujurioso, que nos habla de la “impetuosa voluntad de mi deseo”. Un Juan Ramón inédito. Así se nos presenta el poeta en Libros de amor, el poemario que dentro de unos días publica la editorial gallega Linteo con un centón de poemas desconocidos de Juan Ramón Jiménez adolescente y veinteañero, muchos de los cuales -hasta 25- son absolutamente inéditos. La edición ha estado a cargo de José Antonio Expósito, que lleva buceando en los archivos y marcando la huella del poeta desde hace más de veinte años. A él debemos también el anterior libro inédito de Juan Ramón Jiménez, Ellos, y los que vendrán, porque el editor continúa su búsqueda y sus hallazgos.
Los poemas de Libros de amor los escribió Juan Ramón entre los años 11 y 12 del siglo pasado. Tenía entonces el poeta treinta años. Son alejandrinos perfectos, de verso largo, que JRJ escribía desde el recuerdo de su adolescencia en Moguer y de su juventud en Sevilla, Francia y Madrid, de sus primeras experiencias eróticas y amorosas, a los que puso nombre y apellido. Así, el libro nos descubre a mujeres que nunca habían aparecido antes en la vida de Juan Ramón, pero sobre todo nos descubre a un poeta más idealista y alegre que meláncolico, más apasionado y carnal, aunque siempre espiritual; tan espiritual que sus versos más eróticos y explícitos los reunió bajo la rúbrica de Lo Feo.
JRJ, que ya entonces lo diseñaba y programaba todo, entregó el libro a la imprenta en junio de 1913. Lo iba a publicar la editorial Renacimiento, que ya había editado meses antes Laberinto. El boceto de la portada dibujado por él permanece guardado en el Archivo Histórico Nacional, y el libro lo dividió el poeta en tres partes: Pasión primera, Lo Feo y Memoria del corazón. El breve y bello prólogo que escribió para entonces también lo acabamos de conocer: “No es el amor de una mujer, en tres tiempos distintos; son tres tiempos del amor, a través de varias mujeres. Por eso hay ojos azules, ojos negros, ojos de oro... porque los ojos del amor no son de un color preciso”....
Zenobia le disuadió ¿Y qué pasó, por qué no se publicó, como estaba previsto, en ese 1913 en Renacimiento? Al parecer, fue cosa de Zenobia. El gran amor de Juan Ramón, Zenobia Camprubí, había aparecido ya en la vida del poeta, y a ella no le gustó nada la sensualidad y el erotismo que destilaba el poemario Laberinto que acababa de publicar Juan Ramón. Así se lo expresó Zenobia al poeta en una carta: “Anoche leí Laberinto. Lo leí porque lo había escrito Ud., conste, que si no estoy segura de que no hubiera aguantado hasta el final. Y cuando lo concluí tenía una rabia contra Ud....” ¿Resultado? Juan Ramón retiró de la imprenta el libro de sus poemas de amor y postergó para siempre su publicación para asegurarse el amor de Zenobia. En ese momento se cierra un ciclo importante, no sólo en la vida personal del poeta, también en su obra. A partir de ahora Juan Ramon Jimenez firmaría sus poemas con el nombre completo, no J. Ramon como hasta entonces; su influencia poética vendría más del mundo anglosajón que del francés, como había ocurrido hasta entonces, y emprendería el camino de una poesía más intelectual.
Los años -explica José Antonio Expósito- los han ido dispersando. Algunos se publicaron en revistas de poesía del momento, y nunca más. Otros se perdieron, o fueron robados, en el asalto que sufrió su casa de la calle Padilla en Madrid y otros más fueron felizmente recuperados y enviados a Puerto Rico, donde Juan Ramón ya estaba instalado allí para siempre con Zenobia, o al Archivo Histórico Nacional”.
Las novicias del sanatorio Las mujeres que enamoraron a Juan Ramón vivían en Moguer, Madrid, Sevilla, Francia y en el sanatorio del Rosario de Madrid. Unas eran adolescentes como él, otras señoras casadas y otras novicias. Blanca Hernandez-Pinzón, Susana Almonte y Carmen Rasco eran las moguereñas; llegaron luego las francesas Jeanne Roussié, mujer del doctor Lalanne, y “Francina”, a las que Juan Ramón dedicó los versos más encendidos: “Tu sexo negro, suave como un pulmón de pájaro”, o, “cuando te levantaba las faldas perfumadas”. Tras su estancia en Francia, Juan Ramón ingresó, a los 19 años, en el Sanatorio del Rosario, “el sanatorio del retraído” lo llamaba el poeta, y muy pronto se sintió atraído por las tres novicias más jóvenes del convento: Pilar Ruberte, Filomena y Amalia Murillo. De la hermana Pilar escribe Juan Ramón: “Desde el primer día me pareció un mármol de museo, ablandado y calentado por mi”. A ella se dirigía en el poema “Deshojábamos nuestros cuerpos ardientes...” Después de unos meses de escándalo, la hermana Amalia fue trasladada a otro convento y JRJ expulsado del sanatorio por la madre superiora. El último amor conocido de Juan Ramón antes de Zenobia fue la norteamericana Louise Grimm, una de esas mujeres “altas, finas, un poco mustias” del poema. |
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Como joya de carne (un poema erótico de Juan Ramón Jiménez)
Como joya de carne, como rosa de vida, desnuda te sentabas encima de mis piernas. Eras como una rosa abierta en un ciprés, como una mariposa en una calavera. Dios creaba de nuevo el paraíso si tu risa de oro y plata bordaba mi tristeza. Yo venía del mundo de los muertos, tan sólo por tenerte en mis manos temblorosas y ciegas. Después la brisa que eras tú se fue cantando… Se apagó el sol. Ya nunca volvió el alba a la tierra.Y en la sombra constante te perseguí, llorando como un niño, de cima en cima, en las estrellas.
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LA POESÍA ERÓTICA DE JUAN RAMÓN
¿Un Juan Ramón erótico? Así nos lo confirma la publicación de Libros de amor por la editorial gallega Linteo. En el siguiente artículo de Blanca Berasategui se estudia la génesis y el carácter de estos poemas tan alejados de la imagen oficial del poeta moguereño.
"Un Juan Ramón nuevo, sorprendente, erótico, sensual, humano, siempre lírico. Un Juan Ramón distinto, enamoradizo e incluso lujurioso, que nos habla de la “impetuosa voluntad de mi deseo”. Un Juan Ramón inédito. Así se nos presenta el poeta en Libros de amor, el poemario que dentro de unos días publica la editorial gallega Linteo con un centón de poemas desconocidos de Juan Ramón Jiménez adolescente y veinteañero, muchos de los cuales –hasta 25– son absolutamente inéditos. La edición ha estado a cargo de José Antonio Expósito, que lleva buceando en los archivos y marcando la huella del poeta desde hace más de veinte años. A él debemos también el anterior libro inédito de Juan Ramón Jiménez, Ellos, y los que vendrán, porque el editor continúa su búsqueda y sus hallazgos.
Los poemas de Libros de amor los escribió Juan Ramón entre los años 11 y 12 del siglo pasado. Tenía entonces el poeta treinta años. Son alejandrinos perfectos, de verso largo, que JRJ escribía desde el recuerdo de su adolescencia en Moguer y de su juventud en Sevilla, Francia y Madrid, de sus primeras experiencias eróticas y amorosas, a los que puso nombre y apellido. Así, el libro nos descubre a mujeres que nunca habían aparecido antes en la vida de Juan Ramón, pero sobre todo nos descubre a un poeta más idealista y alegre que meláncolico, más apasionado y carnal, aunque siempre espiritual; tan espiritual que sus versos más eróticos y explícitos los reunió bajo la rúbrica de Lo Feo.
JRJ, que ya entonces lo diseñaba y programaba todo, entregó el libro a la imprenta en junio de 1913. Lo iba a publicar la editorial Renacimiento, que ya había editado meses antes Laberinto. El boceto de la portada dibujado por él permanece guardado en el Archivo Histórico Nacional, y el libro lo dividió el poeta en tres partes: Pasión primera, Lo Feo y Memoria del corazón. El breve y bello prólogo que escribió para entonces también lo acabamos de conocer: “No es el amor de una mujer, en tres tiempos distintos; son tres tiempos del amor, a través de varias mujeres. Por eso hay ojos azules, ojos negros, ojos de oro… porque los ojos del amor no son de un color preciso”….
Zenobia le disuadió
¿Y qué pasó, por qué no se publicó, como estaba previsto, en ese 1913 en Renacimiento? Al parecer, fue cosa de Zenobia. El gran amor de Juan Ramón, Zenobia Camprubí, había aparecido ya en la vida del poeta, y a ella no le gustó nada la sensualidad y el erotismo que destilaba el poemario Laberinto que acababa de publicar Juan Ramón. Así se lo expresó Zenobia al poeta en una carta: “Anoche leí Laberinto. Lo leí porque lo había escrito Ud., conste, que si no estoy segura de que no hubiera aguantado hasta el final. Y cuando lo concluí tenía una rabia contra Ud….” ¿Resultado? Juan Ramón retiró de la imprenta el libro de sus poemas de amor y postergó para siempre su publicación para asegurarse el amor de Zenobia. En ese momento se cierra un ciclo importante, no sólo en la vida personal del poeta, también en su obra. A partir de ahora Juan Ramon Jimenez firmaría sus poemas con el nombre completo, no J. Ramon como hasta entonces; su influencia poética vendría más del mundo anglosajón que del francés, como había ocurrido hasta entonces, y emprendería el camino de una poesía más intelectual.
Los años –explica José Antonio Expósito– los han ido dispersando. Algunos se publicaron en revistas de poesía del momento, y nunca más. Otros se perdieron, o fueron robados, en el asalto que sufrió su casa de la calle Padilla en Madrid y otros más fueron felizmente recuperados y enviados a Puerto Rico, donde Juan Ramón ya estaba instalado allí para siempre con Zenobia, o al Archivo Histórico Nacional”.
Las novicias del sanatorio
Las mujeres que enamoraron a Juan Ramón vivían en Moguer, Madrid, Sevilla, Francia y en el sanatorio del Rosario de Madrid. Unas eran adolescentes como él, otras señoras casadas y otras novicias. Blanca Hernandez-Pinzón, Susana Almonte y Carmen Rasco eran las moguereñas; llegaron luego las francesas Jeanne Roussié, mujer del doctor Lalanne, y “Francina”, a las que Juan Ramón dedicó los versos más encendidos: “Tu sexo negro, suave como un pulmón de pájaro”, o, “cuando te levantaba las faldas perfumadas”. Tras su estancia en Francia, Juan Ramón ingresó, a los 19 años, en el Sanatorio del Rosario, “el sanatorio del retraído” lo llamaba el poeta, y muy pronto se sintió atraído por las tres novicias más jóvenes del convento: Pilar Ruberte, Filomena y Amalia Murillo. De la hermana Pilar escribe Juan Ramón: “Desde el primer día me pareció un mármol de museo, ablandado y calentado por mi”. A ella se dirigía en el poema “Deshojábamos nuestros cuerpos ardientes…” Después de unos meses de escándalo, la hermana Amalia fue trasladada a otro convento y JRJ expulsado del sanatorio por la madre superiora. El último amor conocido de Juan Ramón antes de Zenobia fue la norteamericana Louise Grimm, una de esas mujeres “altas, finas, un poco mustias” del poema."
LAS ROSAS PALPITABAN ENCIMA DE TUS SENOS
Las rosas palpitaban encima de tus senos duros. Como una flora de las blancas batistas que tus brazos rosaban cálidamente llenos, los encajes tentaban con carnes entrevistas
¡Qué cándida lujuria en tus bucles con lazos rojos! ¡Oh, tus mejillas, mates como jazmines, bajo la llama negra de los hondos ojazos sobre la pasión cálida de las rosas carmines!
Ibas hacia la vida con todo tu tesoro intacto… Me mandaste tus pájaros de amores… ¡y te besé, temblando, tu alegría de oro con un miedo doliente de poner tristes tus flores!
CUANDO TE LEVANTABA LAS FALDAS PERFUMADAS
Cuando te levantaba las faldas perfumadas roja, como una rosa, tu cara era una risa; tus ojos negros eran más negros y más blandos, todo el aroma de tu cuerpo se encendía.
Y sobre la locura del instante del estío te cegaba los ojos tu cabellera tibia. Un mohín de fastidio replegaba tu labio y mostrabas tus dientes de luminosa china…
Nunca el reproche tuvo tibieza ni amargura, te dabas toda porque sí, porque querías, y las rosas quemadas de tu jardín con sol ornaban con fragancia de oro tu fatiga.
CUANDO, DESPUÉS DE AMARNOS
Cuando, después de amarnos, te coges el cabello desordenado, ¡cómo son de hermosos tus brazos! cual en un libro abierto, surge la letra negra de tus axilas, fina, dulce sobre lo blanco.
Y en el gesto violento, se te abren los pechos, y los pezones, tantas veces acariciados, parecen, desde lejos, más oscuros, más grandes… el sexo se te esconde, más pequeño y más blando…
¡Oh, qué desdoblamiento de cosas! Luego, el traje lo torna todo al paisaje cotidiano, como una madriguera en donde se ocultaran, lo mismo que culebras, pechos, muslos y brazos.
EN LA ARDENTÍA DEL PLACER ME HAS DESNUDADO
En la ardentía del placer me has desnudado todo: tus senos tibios, dulces como la muerte, tus brazos imprevistos con sus hierbas de luto, la misteriosa pesadilla de tu vientre…
El placer ha sentido todo, bajo sus manos, bajo sus labios, bajo sus fantasías, entre la locura sin nombre de todos los ardores un fuego de colores en un fuego de fiebres.
Luego, un pudor que torna de tu inocencia antigua te hace, si te sonrío, rojecer levemente y te arreglas tus faldas y te guardas tus pechos confusa, con un aire dulce y adolescente
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Marga Gil Roësset en la memoria.
Fui buscando a J.Ramón (como firmaba en sus comienzos) y me encontré con Marga Gil Roësset, y después con sus otras mujeres: Blanca Hernandez-Pinzón, Susana Almonte y Carmen Rasco, "las moguereñas", las francesas: Jeanne Roussié y Francina a las que el poeta dedicó sus versos más encendidos: ": "Tu sexo negro, suave como un pulmón de pájaro", o " cuando te levantaba las faldas perfumadas", después vendría el sanatorio del Rosario y allí las tres novicias: Pilar Ruberte, Filomena y Amalia Murillo, de todas ellas sería Pilar la que más pasión convocó en su pluma, así dice evocándola: " Desde el primer día me pareció un mármol de museo, ablandado y calentado por mi", o " Deshojábamos nuestros cuerpos ardientes", sin embargo, la Hermana Amalia sería trasladada ciertos escándalos y él, expulsado del sanatorio, la seguiría Louise Grimm, una de esas mujeres "altas,finas, un poco mustias" y finalmente Zenobia, su amor definitivo. Fui buscando al hombre y allí estaba, entrelineas, en sobres cerrados. Pero Marga Gil Roësset quedó postergada, oculta, tapada del anecdotario humano, casi mundano del Juan Ramón, casi silenciada. Marga llego a Juan Ramón a través de Tagore, es decir de la mano de Zenobia, por entonces la traductora al castellano de su obra.Implacable al desanimo y en silencio, emerge, y reivindica desde la pasión que la contuvo y que la hizo naufragar, su amor y su desdicha por el poeta, por quien terminó suicidándose la mañana del 28 de Julio de 1932, de un tiro.En su diario escribiría: "Y es que, ya no quiero vivir sin ti, no... ya no puedo vivir sin ti, tú, como sí puedes vivir sin mí, debes vivir sin mí.... como sobro, lo mejor es irme, y como sin ti, es que ni quiero, ni me importa nada, lo mejor es morirme".Marga, escultora de gran proyección, de bellísima porte y elegancia, estaba por aquellos días trabajando en un busto de Zenobia, una obra inacabada. La misma mañana, destruyó en su estudio casi toda su obra.El periódico LA LIBERTAD se haría eco de la noticia en la edición del día 30 de Julio.Marga contaba 24 años y Juan Ramón 50.Tal vez, esta y esas otras pasiones que hablan de un Juan Ramón apasionado, libertino, enamoradizo, no hacen más que amparar al hombre que escribe. ¿Acaso un genio puede dejar de ser hombre?.En un sobre cerrado, encontrado en su casa de Puerto Rico, con el epígrafe "Lo de Marga", el poeta tras su muerte, en agosto de 1932 escribiría diversos poemas y versos sueltos: "Tu sufrimiento, muerta tú, se ha quedado expandido sobre mi, como el rojo del sol, después de puesto, por la tarde. Sentimiento sordo, profundo, concentrado, inmenso...." y esta extensa descripción: MARGA (GIL ROËSSET) Yo me había imaginado que Marga era rubia, como Consuelo su hermana mayor; y creí entreverla así en la penumbra carminienta de un palco, una mañana de concierto. Aquella tarde Marga era, y era morena pálida, de verdoso alabastro, con ojos hermosos grises, y pelo liso castaño. Sentada tenía una actitud de enerjía, brazos musculosos, morenos, heridos siempre de su oficio duro. Y al mismo tiempo ¡tan frágil! Llevaba el alma fuera, el cuerpo dentro. Le dije al momento: "Amarga. Persa. Fuerte, viril". En su arte, escultura, pintura, también estaba siendo oriental. Una desvelada imajinación una fantasía sinuosa y delicada, enfondada en ritmo redondo, misticismo sensual. Con una gran personalidad enmedio, centro, médula, eje. A los 24 años se libraba ya de los fatales de la escultura máxima actual: Mestrovic, Einstein, Rosandich, Fiori. Iba a ella, se atraía a sí misma como un imán. Al momento quiso hacer las cabezas de mi mujer y mía. Empezó la de mi mujer. Un hallazgo desde el primer instante, una primera distribución maestra, después un sentimiento natural y sobrenatural a la vez, sacado del fondo, sin otra estilización que la necesaria. Mi mujer le dijo que parecía que la estaba haciendo brotar, como una fuente, de la tierra. Soltada la piel anterior. Evolucionaba, estaba en la naturaleza penúltima. Iba sin duda a lo perene. Nuestras cabezas (no hizo más que una, tenía prisa), estaban siendo ¡quién lo hubiera sabido! el ensayo para su estraordinaria escultura yacente, resucitada. * Venía contenta, nueva, salida de sus nubes. Nos traía jenerosa el regalo de cada día, de cada mediodía, de cada hora: rosas, libros, frutas, papeles, cintas de colores, Sin duda se encontraba a gusto trabajando con nosotros, trabajadores como ella. Era un ejemplo de vitalidad exaltada, de voluntad constante, de capricho enérjico. Trabajaba hora tras hora sin descanso, de pié, con dolor físico, cabeza, hígado, muelas. Se deshacía las manos, se caía, se hería. Manchada de yeso, punteados, los ojos de piedra cobraban una belleza ácida, una expresión injente. Se iba ya de noche, corriendo. Siempre corriendo, entrando, saliendo, cargada de cosas, subiendo, bajando. Dormía poco, abandonaba el comer. Café, té, vida abreviada. No le importaba seguramente vivir. Una estoica. *
Habíamos llegado a las Rozas a las 9 y 1/2, después de buscarla en vano por Madrid. Estaba en la mesa de operaciones de la Clínica de Urjencia Omnia. Un tiro en la cabeza, con la belleza no destrozada, descompuesta. Su mano estaba caliente, latía su pulso. Sangre a borbotones por la boca, la frente vendada de gasa. Una mirada ancha dilatada, salida, pero ¿sin ver? Está enterrada en la Rozas. Un corralillo cuadrado con algunos cipreses. Fue llevada en hombros en su caja blanca llena de rosas. El forense le hizo una autopsia de hora y media y cuando salió llevaba el zapato de lona con sangre de Marga. Pasaban trenes por un lado, coches por otro. La fosa tenía tres metros de honda. A las 8 le echaron la primera tierra, con un ocaso amarillo miel tras el Guadarrama morado. Si pensaste al morir que ibas a ser bien recordada, no te equivocaste, Marga. Acaso te recordaremos pocos, pero nuestro recuerdo te será fiel y firme. No te olvidaremos, no te olvidaré nunca. Que hayas encontrado bajo la tierra el descanso y el sueño, el gusto que no encontraste sobre la tierra. Descansa en paz, en la paz que no supimos darte, Marga bien querida.
Juan Ramón Jiménez
De: Españoles de tres mundos y A B C literario de 14 de noviembre de 1997, más completa que la primera ya que, Francisco Hernández Pinzón, suprimió de dicha edición los tres últimos párrafos, para no herir a la familia de Marga y, posteriormente, su hija Carmen, los entregó al Diario ABC. Las referencias:http://www.emboscados.com/foro/viewtopic.php?TopicID=2574http://perso.wanadoo.es/margaroesset/jramon.htmhttp://www.elcultural.es/version_papel/LETRAS/20841/Los_poemas_eroticos_de_Juan_Ramon_Jimenez
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Los años prodigiosos
Antonio Colinas analiza los poemas inéditos de Juan Ramón Jiménez que van a salir a la luz
Las composiciones están incluidas en el libro 'Idilios', que se publicará entre enero y febrero
El poeta y escritor subraya la importancia de la "decisiva" etapa entre 1908 y 1917
Hemos venido afirmando que, quizá, Juan Ramón Jiménez sea el poeta español del siglo XX que mejor resiste la prueba del paso del tiempo. Ello es así, sobre todo, porque la amplitud de su obra sigue deparando sorpresas, tanto a sus estudiosos como a sus lectores; pero también porque poseyó el don de una voz propia que lo distingue –condición primordial para valorar la autenticidad de un creador– y porque su obra responde a un sentido universalista. El desenlace de este afán –extremado y bello como una música– serían sus últimos libros, en los cuales su sentir y su pensar se decantan con extremada pureza expresiva, quedando la palabra en los límites del silencio.
También constatamos que son varios los registros de esa voz suya y que, en consecuencia, son igualmente varios sus libros emblemáticos. Por ejemplo, se coincide en ver como decisivo el cambio estético que supuso el Diario de un poeta recién casado. Otros señalarían, y con razón, la última etapa, con cumbres como Espacio y Tiempo, en reciente y preciosa edición (Linteo, 2012); o, como raíz primera de su mundo, el sentimentalismo desbordado de Arias tristes o Jardines lejanos.
También es clave, al referirnos a Idilios, hablar de una etapa para mí central y decisiva –Rocío Fernández Berrocal la llama “encrucijada clave”–, que es la que va de 1908 a 1917. Década que tiene sus orígenes en los días de retiro en Moguer y que se cierra con el cambio radical que supuso el Diario de un poeta recién casado. Ahora –a la espera de la cuidada edición de Idilios– podríamos pensar que éste es el libro que resume esa década prodigiosa. Primero, porque al haber sido escrito entre 1912 y 1913 (entre esos dos polos decisivos en su vida que fueron Moguer y Madrid: el tercero fue América), es decir en el centro de esa década; luego, porque Idilios podría ser el fruto decantado, esencial, de esa etapa que ha sido reconocida con fulgurantes calificativos: la de los “libros amarillos”, los “borradores silvestres” o los “fastuosos tesoros”.
¿Por qué fue así? ¿Por qué esa intensidad en la emoción y esa emoción hacia lo puro? Porque el poeta dejó fluir en aquellos años (y en este libro concreto) su voz con naturalidad. Porque ni deja desbordar sus sentimientos, como en sus primeras entregas, ni “construye” los textos como en sus últimos libros. En esta etapa el poema fluye al utilizar, en grado sumo, medios que son muy de él: la emoción, la intensidad, la ternura, un lirismo finísimo, la conmoción en el sentir y los hallazgos en el pensar (poético), la sorpresa, la palabra ajustada, el fulgor de la concisión…
Reunido ahora el libro y estudiado gracias a la sensibilidad y a la laboriosidad de Rocío Fernández Berrocal, vemos que esta obra –hasta ahora dispersa como otras suyas–, se funde en una unidad preciosa que, a su vez, proviene de una dualidad: la de las dos partes que componen el libro: “Idilios clásicos” e “Idilios románticos”. Dualidad que, en principio señala una engañosa significación meramente “literaria”, cuando el significado último está en lo hondo de cada palabra, verso y poema.
La relación, ahora probada contundentemente, de esta obra con la esposa del poeta, Zenobia, enriquece enormemente el sentido de la misma (“el idilio eras tú”). Con dedicatorias, además, expresas, como la perturbadora que abre el libro: “In Memoriam/ Z. C. A/ muerta para el amor”. Mujer y amor –temas esenciales a lo largo de la obra de Juan Ramón–, adquieren en Idilios una significación muy especial. Pero lo importante se halla en ese afán de unidad que reúne todos esos medios y recursos de la palabra inspirada a que atrás hemos hecho referencia y del que puede ser bellísima y arriesgada muestra este poema:
"¡Dame tu carne! ¡Quiero
ir en ella, loco jinete,
al norte, al sur,
al este y al oeste!
¡Quiero cruzar el mundo
con tu cuerpo luciente,
derramarlo, un instante, más allá
de la vida y la muerte!"
Antonio Colinas es poeta, ensayista, novelista y traductor. Es autor del prólogo del libro Idilios, que incluye los poemas inéditos de Juan Ramón Jiménez y que se publicará entre enero y febrero. Ganó el Premio Nacional de Literatura en 1982 y su último libro es Obra poética completa (2011).
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Testamento definitivo de un poeta inacabado
Las ediciones enriquecidas de ‘Espacio’ y ‘Tiempo’, de Juan Ramón Jiménez, arrojan nueva luz sobre su obra de exilio
Cada día de los que pasó en el exilio, Juan Ramón Jiménez pudo al menos tocar piedrecitas de Moguer. A todas horas, donde quiera que fuera, le acompañaban en un bolsillo. Otro de tantos aleteos de su nostalgia, que le paralizó durante los dos primeros años de forzoso destierro. El poeta dejó de hacer poesía. Solo cuando el paisaje cambió y le hizo sentirse en casa volvió al verso. Ocurrió en La Florida (Estados Unidos), donde se instaló junto a Zenobia Camprubí en “una casita andaluza” y donde todo le recordaba a su tierra. “En La Florida empecé a escribir otra vez en verso. Una madrugada me encontré escribiendo unos romances y unas canciones que era un retorno a mi primera juventud, una inocencia última, un final lójico (sic) de mi última escritura sucesiva en España”, escribió en una carta en 1943.
Esos versos que pertenecen a la obra del exilio apuntaban en muchas direcciones. Una de ellas fueron los Romances de Coral Gables. Otra, un poema que arranca con un desafío —“Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo”— que comenzó en verso libre mayor titulado Espacio. Muchos especialistas lo consideran el testamento poético del Nobel andaluz. No así Joaquín Llansó, que reserva esa simbólica corona para Dios deseado y deseante. “A través de los manuscritos se puede demostrar que Espacio está escrito antes de 1945. A partir de los cincuenta comenzó a prosificar su obra entera. Cambió y corrigió cosas, pero todo estaba escrito antes de ese año”, sostiene.
La editorial Linteo acaba de publicar una edición especial de Espacio y Tiempo, donde Joaquín Llansó y Rocío Bejarano desmenuzan el contexto en el que surgieron ambas obras, la historia de su escritura y la controversia suscitada por las dos copias de Espacio. “Había divergencias sobre la fijación del texto, nosotros hemos establecido cuál es el texto definitivo”, comenta Llansó, que también destaca el carácter abierto de la edición. “Mostramos todos sus manuscritos para que los especialistas puedan tener sus propias conclusiones”. El volumen, de cuidadísima edición, incluye acuarelas y reproducciones facsimilares, que permiten seguir las correcciones manuales del autor de Diario de un poeta recién casado.
Juan Ramón nunca daba por acabados sus textos: “No pretendo, ni quiero, ni debo ni puedo acabar nunca mi obra. Mi verdadera obra es ‘obra en marcha’, ‘imajinación en movimiento’, ‘sucesión poética’. Poetizar es abrir siempre y no cerrar nunca”. En 1943, en una carta escrita en Washington a Luis Cernuda, le anunciaba que había escrito 115 páginas de un poema nuevo que no tenía asunto. “Creo que en la escritura poética, como en la pintura o en la música, el asunto es la retórica, ‘lo que queda’, la poesía. Mi ilusión ha sido ser más cada vez el poeta de ‘lo que queda’, hasta llegar un día a no escribir”, reflexionaba en la carta. Todavía pasarían unos años hasta que aquel poema sin asunto se culminó y se publicó en la revista Poesía española en 1954. Era la versión íntegra, no la definitiva, de Espacio.
Con Tiempo, escrita en prosa poética desde el principio y solo publicada en dos ocasiones, ocurrió algo distinto. “Por razones que desconocemos, abandonó su escritura apenas iniciada y ya no volvió nunca más a trabajar sobre ella”, escriben Llansó y Bejarano. “Su inacabamiento es absoluto, como si en algún momento Juan Ramón se hubiera olvidado de él y lo hubiera abandonado definitivamente”.
Con las creaciones del exilio, adonde llegó tras volcarse en la atención de niños huérfanos en el Madrid en guerra, Juan Ramón Jiménez alcanzó la cima, en opinión de los estudiosos. Espacio fue una de las obras que contribuyó a su afianzamiento. “Poesía humanísima, que se traiciona en su ternura, que nos transparenta el espectro de un alma española que sufre, recuerda, espera y canta”, escribe Gerardo Diego, cuyos elogios entusiasmaron tanto al autor que le dedicó el poema. “Juan Ramón es un poeta muy especial, su poesía es esencial, algo que vemos solo en pocos poetas como Rilke o Baudelaire”, afirma Llansó.
Manuel Ramos, editor de Linteo, que ha publicado numerosas obras juanramonianas, le considera un genio: “Era un creador compulsivo, que tenía siempre varios proyectos en marcha e iba por delante del editor”. Tras su muerte en San Juan de Puerto Rico en 1958, dejó miles de textos inéditos. Unos años antes había dejado de escribir, asediado de nuevo por sus fantasmas y sin la tutela de su esposa, Zenobia, fallecida a los tres días de que se le comunicase el Nobel de Literatura en 1956. Pero ya no necesitaba más. Había dejado montañas de textos, muchos inéditos, que le habían izado hasta el olimpo de la literatura: “Los dioses no tuvieron más sustancia que la que tengo yo”.
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Salen a la luz los poemas inéditos de amor de Juan Ramón Jiménez
Se publica 'Idilios', escrito por el poeta en 1912
El libro contiene 38 composiciones dedicadas a Zenobia Camprubí que no habían visto la luz
El poeta titánico que fue Juan Ramón Jiménez no para de dar sorpresas. Este año llegará, por fin, Vida, uno de los libros más esperados de 2013: se trata de un inédito autobiográfico, en el que el autor mezcla la narración de su vida con su poesía y que fue durante décadas su gran proyecto inacabado. Pero antes, a finales de este mes, aparecerá otro material inédito de Juan Ramón Jiménez: Idilios, un libro escrito en 1912 con más de una treintena de poemas de amor dedicados a Zenobia Camprubí que nunca habían visto la luz.
Publicado por la editorial La Isla de Siltolá, con prólogo de Antonio Colinas y con la introducción, edición y estudio de la profesora y experta juanramoniana Rocío Fernández Berrocal, Idilios incluye 98 poemas, de los cuales 38 son totalmente inéditos.
El resto había aparecido de forma fragmentaria y dispersa en diferentes publicaciones con transcripciones dispares.
Se trata, según explica a Efe Fernández Berrocal, de la última obra que Juan Ramón Jiménez escribió en 1912, al final de su etapa de retiro en Moguer (la localidad onubense en la que nació) entre 1905-1912 y que después continuó al conocer a la que sería su esposa, Zenobia Camprubí, en Madrid en 1913.
El poeta y premio Nobel de 1956 dejó iniciada la preparación de esta obra en las carpetas que se encuentran en la Sala Zenobia-Juan Ramón Jiménez de Puerto Rico con instrucciones muy claras para su publicación, como había diseñado toda su monumental obra.
En la carpeta se encontraban los manuscritos y mecanuscritos de los textos, portadas y portadillas, la dedicatoria y la división de la obra en Idilios clásicos e Idilios románticos. Los primeros eran poemas dedicados a los amores pasados y los segundos iban dirigidos a su esposa Zenobia. Todo ello con un claro deseo de que el libro se viera publicado, precisa la experta juanramoniana.
En su conjunto, la obra está dedicada a Zenobia. Juan Ramón dejó escrito que estos poemas de Idilios, junto con el simbólico libro Diario de un poeta recién casado y Monumento de amor, eran por y para Zenobia. "Forman parte de mi conocimiento de Zenobia hasta mi casamiento con ella", dijo.
"In Memoriam/Z.C.A,/ muerta para el amor". Así reza la dedicatoria de Juan Ramón a Zenobia en Idilios. "El idilio eras tú", dice el poeta en referencia a Zenobia Camprubí. Un volumen que para Antonio Colinas, según escribe en el prólogo, podría resumir esa década prodigiosa del poeta que Rocío Fernández Berrocal denomina la "encrucijada clave", que es la que va de 1908 a 1917.
Una década que tiene su origen en los días de retiro del autor de Platero y yo en Moguer, y que se cierra con Diario de un poeta recién casado, escrito durante su viaje a América para casarse con Zenobia y que supuso un punto de inflexión en su poesía.
"Precisamente ahora -ante esta hermosa y cuidada edición de Idilios- podríamos pensar que éste es precisamente el libro que resume esta década prodigiosa", escribe Colinas, quien señala que "nos hallamos ante otro de los más grandes libros emblemáticos del poeta de Moguer".
"Primero, por estar escrito entre 1912 y 1913 y entre esos dos polos decisivos en su vida que fueron Moguer y Madrid; luego porque Idilios podría ser como el fruto decantado, esencial, de esa etapa que ha sido reconocida con fulgurantes calificativos: la de los 'libros amarillos', 'borradores silvestres' o 'fastuosos tesoros'".
"¡Dame tu carne!¡Quiero ir en ella loco jinete/al norte, al sur, al este y al oeste!/Quiero cruzar el mundo/con tu cuerpo luciente, derramarlo, un instante, más allá/en la vida y la muerte", escribe el poeta.
Juan Ramón Jiménez señala que los textos de Idilios se caracterizan por tener "brevedad, gracia y espiritualidad". La primera parte del libro tiene un carácter más carnal y sensual y en la segunda el amor se hace idílico tras conocer a Zenobia.
"Al encontrarte, Amor, hallé el Idilio" escribe Juan Ramón en estas páginas. "El idilio en mayúsculas, el verdadero, y, a partir de ahí, su vida y su obra, Obra de vida, se transformó", precisa Fernández Berrocal.
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