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General: Teología litúrgica .... SAN PIO V ( Algo en él conmueve a Francisco )
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From: Ruben1919  (Original message) Sent: 17/06/2013 00:18
Traigo estas notas sobre el Papa Pio V ....  por la importancia dada a él por Francisco .... visitando su tumba de manera privilegiada ...como si fuera el presagio de algo ..... para mí  :
 

Teología litúrgica

Publicado por Adolfo | Última actualización: 10 de octubre de 2012

 

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San Pío V

SAN PÍO V
(1504- 1572)

 

            Pío V es el primer papa reformador del siglo XVI, el gran papa de la Contrarreforma católica.

Nacimiento y formación

            Antonio Ghislieri nació el 17 de enero de 1504 en Bosco Maregno (Alessandria-Italia) e inmediatamente fue bautizado con el nombre del santo del día. Sus padres Pablo Ghislieri, descendiente de una antigua familia boloñesa venida a menos, y Dominica Angeleri eran humildes campesinos que cultivaban viñas.
A los 12 años ejercía el oficio de pastor. Un día se encuentra con dos frailes dominicos que pasaban cerca de donde estaba con su rebaño y conversa con ellos. Sorprendidos los religiosos por su agudeza de ingenio y sólida piedad le invitaron a iniciar estudios en el cercano convento de Voghera. Allí fue con la aprobación de sus padres y dos años después, a los catorce años, fue admitido al noviciado. Como debía cambiar de nombre propuso que le llamaran fray Miguel del Bosco, en honor de su lugar de nacimiento, pero el prior le sugirió que adoptase el nombre de la ciudad vecina Alejandría, más indicador de su procedencia. Desde entonces se llamó fray Miguel de Alejandría, también denominado Alejandrino. Un año después, a los 15 años, profesó en la orden dominicana e inició sus estudios de filosofía y teología en Vigevano, concluyéndolos en la universidad de Bolonia, donde se doctoró y fue ordenado sacerdote en 1528.
Obtenidos los grados académicos se dedicó durante 16 años a la docencia. Su sólida formación y claridad de ideas despertaron la admiración y aprecio de numerosas personas que encontraban en él un magisterio seguro avalado por una vida ejemplar. A los pocos años de su ordenación presbiteral fue elegido prior de Vigevano y después de Alba.

Servidor de la Iglesia

Siendo prior de Alba recibió la misión de ser inquisidor en Como. La cercanía del norte de Italia con Alemania propiciaba la aceptación de las nuevas doctrinas de la Reforma. Este servicio le va a granjear oposiciones muy desagradables. Fray Miguel actúa con decisión hasta enfrentarse en 1549 al vicario general y al cabildo de Como, quienes fomentan una campaña de desprestigio y amenazas contra su persona, hasta el punto de tener que intervenir el gobernador de Milán. El asunto llega hasta el Santo Oficio de Roma, que da la razón al inquisidor. Y poco después tiene que enfrentarse también al obispo de Bérgamo, protector de los protestantes.
Sin embargo, la fidelidad doctrinal, la tenacidad para sobrellevar las calumnias y despreciar los sobornos, la prudencia y la valentía con las que asume la defensa de la fe católica llevan al Cardenal Caraffa, presidente del Santo Oficio, a proponerlo en 1551 como comisario general del Santo Oficio; cargo que aprueba sin problemas el papa Julio III.
Durante su estancia en Roma visitaba frecuentemente las cárceles inquisitoriales, tratando de dialogar con los prisioneros. Allí se encontró con Sixto de Siena, famoso predicador temerario, que tras la conversión con el dominico se convirtió y entró en la orden de predicadores.
El 3 de mayo de 1555, el cardenal Caraffa fue elegido papa con el nombre de Pablo IV. En seguida nombró a Fray Miguel obispo de Sutri y Nepi, y el 5 de mayo de 1557 le promovió a cardenal titular de la iglesia dominicana de Santa María sopra Minerva. Desde entonces es denominado también el cardenal Alexandrino; y un año después asume el cargo de Inquisidor General de toda la cristiandad.
En 1559 muere Pablo IV y fue elegido su sucesor Pío IV. Aunque el cardenal Alejandrino fue confirmado en su cargo de Inquisidor General, sin embargo le encomendó la administración pastoral de la diócesis de Mondovi en el Piamonte. Algunos quisieron ver en este nombramiento un modo de alejarle de Roma y de la confianza del nuevo Papa. Sin dilación, se dirigió a su diócesis para realizar su misión episcopal, llevando a cabo las reformas tridentinas, hasta que fue requerido de nuevo por el papa para atender desde Roma los asuntos del Santo Oficio y encargarse de la atención constante de los tribunales, que retenían de tal modo al Papa que no podía concluir el Concilio de Trento.
Diez días después de la muerte de Pío IV, los cardenales se reunieron con carácter de urgencia en el palacio del Quirinal y el 7 de enero de 1566, guiados por San Carlos Borromeo,  eligieron por unanimidad al cardenal Miguel Ghisleri, a pesar de su oposición. Adoptó el nombre de Pío V, en homenaje a su predecesor y para deshacer las suspicacias que querían ver un enfrentamiento entre ellos. Pero esta elección tan inesperada no fue bien acogida por el pueblo romano.

Reformador de la Iglesia

            Fue coronado en la basílica de San Pedro el mismo día que cumplía setenta y dos años. Desde este momento introdujo innovaciones en las costumbres pontificias y en las costumbres de la ciudad de Roma. Por ejemplo, la cantidad de dinero que se tiraban a la multitud el día de la coronación, provocando altercados entre la multitud, se repartió entre pobres e instituciones benéficas de Roma.
Su gran objetivo fue la reforma de la Iglesia, según las directrices del Concilio de Trento, que quiso restaurar las auténticas virtudes cristianas. Y esta reforma fue estimulada por el ejemplo de austeridad, fe y piedad del propio Papa. Él fue el primero en vivir la reforma en su propia vida, y desde él quiso que abarcara a todos los campos de la Iglesia.
En cuanto a los obispos, prescribe la residencia en sus diócesis y las visitas pastorales, amenazándoles con la pérdida de su nombramiento y la excomunión. Y trató de alentar con energía la obra de los grandes obispos de su tiempo, por ejemplo, a san Carlos Borromeo en Milán; al arzobispo de Toledo, fray Bartolomé de Carranza, a quien intentó librarlo por todos los medios de la inquisición española; y  rehabilitó al arzobispo de Braga, Bartolomé de los Mártires.
Se propuso activar la instrucción de los fieles y del clero. No sólo urgió la construcción de seminarios (algunos los costeó él mismo), sino que renovó los estudios eclesiásticos promoviendo el estudio y admiración de Santo Tomas de Aquino, a quién nombró doctor de la Iglesia y costeó una edición crítica de sus obras y de las de San Buenaventura para que sirvieran de texto en las universidades eclesiásticas. Publicó también el Catecismo Romano del Concilio de Trento (1566) para proporcionar un instrumento práctico que estimulara a los párrocos a la doctrina cristiana. Procuró renovar las malas costumbres de los clérigos y estimular su vida espiritual y moral. Luchó contra la simonía y el nepotismo, afianza el celibato y la castidad de vida entre el clero y valora la clausura de los religiosos.

 
Reforma litúrgica

             El Concilio de Trento había determinado lo que se debía reformar en el ámbito de la liturgia, pero delegó en el Papa para que fuera ejecutara lo prescrito. Pío V emprendió la reforma litúrgica con la revisión de los libros litúrgicos.
Según el derecho eclesiástico de la época, las diócesis y provincias eclesiásticas podían reformar la liturgia siempre que no alterasen la tradición del Misal Romano y, sobre todo, el Canon de la misa. Esta práctica había generado una gran diversidad litúrgica en la Iglesia. A partir del Concilio de Trento, surge un movimiento en Italia, España y Portugal que pide la unificación del misal, dejando a las diócesis únicamente incorporar los santos particulares. Otros países, como Francia, no compartían la misma idea.
En 1546, comienza el trabajo de revisión de los libros litúrgicos por encargo del Concilio de Trento y Pío V publica las ediciones revisadas del Misal Romano en 1570 y del Breviario Romano en 1568. La idea fundamental de esta reforma es volver a las fuentes antiguas y originales de la liturgia: Dd pristinam sanctórum Patrum normam ac ritum. Sin embargo, al no haberse publicado todavía las grandes colecciones literarias de fuentes antiguas, la reforma litúrgica de Trento se redujo a retocar el rito romano medieval de tiempos de Gregorio VII.
En cuanto al Misal, se retoma una edición medieval a la que se hacen unos leves retoques; por ejemplo, se suprimieron algunas misas votivas. Además, por la bula Quo primum tempore que acompaña la edición de Misal dispone que el misal es la única norma para toda la Iglesia y que, en adelante, no puede cambiarse nada de su contenido. En la reforma del Breviario se suprimen los oficios añadidos de la Virgen y de los difuntos, y se corrigen también las leyendas hagiográficas más discutibles.
Sin embargo, tanto el misal como el breviario llevan en el título la denominación “romanum” para distinguir la nueva situación litúrgica. A partir de este momento toda la Iglesia quedaba obligada a usar ambos libros litúrgicos, a excepción de aquellas diócesis que podían justificar que mantenían una tradición litúrgica propia de al menos dos siglos.
En cuanto al calendario romano, la reforma de Pío V reduce el número de los santos incorporados en el Medievo, liberó el tiempo de cuaresma de muchas fiestas de santos e incorporó la fiesta de san José.

Defensor de Europa

            Potenció la actividad misionera en las nuevas tierras descubiertas, particularmente de América; y condenó los abusos de los colonizadores, exhortando al respeto de los indígenas.
Como gobernante chocó con algunos de los soberanos de su tiempo, incluso católico: con el emperador Maximiliano II de Alemania, por combatir el luteranismo; con Carlos IX de Francia por la cuestión de los hugonotes; con Isabel I de Inglaterra por su apoyo a María Estuardo, co n la consiguiente excomunión. Fue inflexible frente a las herejías, pero muy delicado con las personas.
Pero la gran proeza histórica de su pontificado fue la gestión de las fuerzas cristianas frente al avance turco en Europa. Logró unificar a las potencias cristianas, especialmente la Santa Sede, España y Venecia que vencieron en la batalla de Lepanto el 7 de octubre de 1571. El papa había organizado rogativas y procesiones penitenciales en Roma y atribuyó el triunfo a la intervención de Nuestra Señora; por eso instituyó ese día la fiesta de Nuestra Señora de la Victoria (posteriormente Nuestra Señora del Rosario) y desde entonces es invocada como “auxilio de los cristianos”.
Es difícil interpretar desde la mentalidad actual lo que supuso aquel acontecimiento europeo. Estaba en juego la libertad de la fe de gran parte de Europa y Pío V sentía la responsabilidad ante Dios y ante sus contemporáneos de defender la fe católica frente a cualquier obstáculo.

Últimos años

            A comienzos de 1572 se siente muy enfermo, pero soporta con entereza los sufrimientos. No dejó la abstinencia cuaresmal de aquel año, aunque no pudo asistir a las celebraciones de la Semana Santa. Con mucho esfuerzo se levanta el día de Pascua para impartir la bendición a los miles de fieles congregados preocupados por su salud. Pero poco tiempo después se mejora y emprende una visita a pie por las siete basílicas  de Roma. Sin embargo, el 30 de abril recibe el Viático y llama a los cardenales más cercanos y al Maestro General de los dominicos, ante ellos se despide diciendo: “No estéis tristes. Si habéis amado mi vida mortal y, por tanto, miserable, cuánto más debéis apreciar la vida imperecedera y bienaventurada que espero me conceda la misericordia divina… Os encomiendo la santa Iglesia a la que tanto he amado. Procurad elegir un sucesor celoso, que nos busque otra cosa que la gloria del Salvador y que no tenga más interés aquí abajo que el honor de la Sede apostólica y el bien de la cristiandad”.  
Murió el 1 de mayo de 1572. Fue sepultado en la basílica de San Pedro, pero el 9 de enero de 1588 fue trasladado a la capilla de Santísimo Sacramento de la Basílica de Santa María la Mayor, donde descansa en un hermoso sepulcro obsequio de su sucesor Sixto V. El 1 de mayo de 1672 fue beatificado por Clemente X, y el 22 de mayo de 1712 Clemente XI lo canonizó, encomendando la sede apostólica a su patrocinio. Su memoria litúrgica se celebra el día 30 de abril según el Martirologio Romano.
Es el primer papa, antes de Pío X, venerado como santo por la Iglesia en la era moderna. El pueblo cristiano vio en él un ejemplo de vida consagrada a proteger y amar a la Iglesia con austeridad de costumbres y profunda piedad.

Aurelio García Macías

 
 


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From: Ruben1919 Sent: 17/06/2013 00:35
 

Dos visiones de la contrarreforma (I)

Posted on 08/06/2011 by Patrick Vidal

Tomando como objeto los libros de Martin D. W. Jones y Teófanes Egido, se va a proceder a explicar grosso modo las dos posturas y las dos formas de hacer historia tanto de uno como de otro autor, por contener diferencias más que claras entre uno y otro.

La obra de Teófanes Egido Las claves de la reforma y la contrarreforma está escrita con un estilo narrativo clásico, donde describe de forma factual lo que ocurrió en el Concilio de Trento, así como cuales fueron los instrumentos de la contrarreforma. Todo ello desde una perspectiva un tanto conservadora, ya que no encontramos en su explicación ninguna hipótesis que haga diferente su obra de otras muchas sobre este tema. De hecho, se podría decir que el libro de Teófanes Egido posee un tono literario, descriptivo y narrativo casi de enciclopedia, por lo que estamos, como se acaba de decir unas líneas más arriba, ante una obra de historia clásica y un tanto conservadora.

La de Martin D. W. Jones destaca por encontrarse en el polo opuesto a la de Teófanes Egido. La Contrarreforma. Religión y sociedad en la Europa moderna, esa es la obra en cuestión, y bajo un título que en él ya se esconde cierta preocupación por la sociedad, es decir, por ‘lo social’. Una de las primeras advertencias que hace el autor es que “si la historia de la contrarreforma parecía esencialmente aburrida. Carente de ‘glamour’, de héroes y de virtudes, cuarenta años de investigación han cambiado por completo dicha impresión y han alterado substancialmente nuestra comprensión sobre algunos de los elementos claves de la Europa moderna. Aunque todavía queda mucho por aclarar, este libro tiene como objetivo mostrar algunos de los frutos más revolucionarios del trabajo realizado y presentar la nueva tesis que se desprende del mismo”. Esta afirmación ya es algo que le desmarca del anterior autor, que termina su introducción con las siguientes palabras: “por ello, y aunque haya su dosis de convencionalismo, como en todo intento de periodización del pasado, creemos que no es del todo desajustado relacionar el amplio y variado movimiento protestante surgido de Lutero con la Reforma, así como la Contrarreforma con la característica que identifica menos incorrectamente la vida, la acción y la reacción del otro frente, el de la Iglesia católica.” Como se puede observar en esta cita, el autor puede intuir que existe algo de riesgo en la comparación entre la reforma y la contrarreforma, algo que muestra la naturaleza de la síntesis de Teófanes Egido.

 

Repaso a los convencionalismos de la Contrarreforma

Teófanes Egido pone como base de la contrarreforma el Concilio de Trento, que divide temporalmente en tres fases, como está globalmente aceptado: 1545-1547 (Paulo III), 1551-1552 (Julio III) y 1562-1563 (Pío IV). Uno de los motivos principales por el cual se convocó este concilio era por la percepción entre los máximos representantes de la Iglesia Católica de que se estaba produciendo una rotura en la unidad de la Iglesia, y que la católica podía salir perjudicada. Dado el problema, la Iglesia católica toma decisiones que la hagan fuerte frente al protestantismo. Por lo tanto, ya no le interesaría tanto una reconciliación con el protestantismo, sino simplemente defenderse ante lo que le puede hacer daño. Por otro lado, el autor destaca que “no deja de ser curioso que a la segunda fase del concilio de Trento asistieran los protestantes, aunque como meros espectadores.” Hay que decir, que el lugar de Trento no convenció a muchos de los actores del concilio por ser zona imperial, por lo que se trasladaría posteriormente a Bolonia. Y es que, después de la lectura de la obra que se va a tratar posteriormente, se tiene la perfecta percepción de que existía competencia entre el papado y la monarquía española de Felipe II, temiendo el primero al segundo por la naturaleza del propio imperio, que pudiera acabar acaparando el poder del papado.

Las medidas más importantes y de carácter doctrinario contrarreformista que se tomaron finalmente del concilio fueron las siguientes: incluyeron como inspirados los libros deuterocanónicos (nombre que se da a aquellos libros, o parte de libros de la Sagrada Escritura, que desde su origen no fueron considerados como inspirados por todos, y que hoy son rechazados del canon de la Sagrada Escritura por los judíos y protestantes. La Iglesia Católica, empero, los considera como verdadera y auténtica palabra de Dios, y han sido declarados como libros inspirados por los concilios de Trento y del Vaticano.); las Sagradas Escrituras tenían que estar escritas en latín (latina Vulgata); y le dieron capital importancia a la misa y, además, debía ser en latín (estas últimas medidas, lógicamente se tomaron por el miedo que creó el protestantismo al traducir tanto el ritual cristiano como las sagradas escrituras al idioma vulgar, con lo que se corría el riesgo de que gran parte de la sociedad pueda interpretar y “malinterpretar” la Palabra a los ojos de la Iglesia más que a los ojos de Dios).

Por otra parte, el punto de mira de las reformas se puso en el clero, teniendo como objetivo principal extirpar el escándalo de la acumulación de bienes y dignificar la figura del obispo; en cuanto al clero secular, se resaltaría la importancia del seminario para el párroco; y, por último, al clero regular -como monjas, frailes y monjes- se les exigió un retorno a los orígenes, rigor y clausura. Además de todo ello, potenciaron el celibato y la virginidad, con lo que, aunque se oficializó, el matrimonio queda en un segundo plano para Trento. Y la mentalidad debía ser eminentemente clerical como réplica al sacerdocio universal y a la negación de los votos. El catolicismo acentuó las penitencias, las peregrinaciones, la heroicidad de las virtudes, los milagros, la importancia de las indulgencias, las innumerables misas de los difuntos, el culto a la virgen, a los santos, a las reliquias, a las procesiones solemnísimas del corpus… Todo lo dicho tuvo su consiguiente “explosión plástica y desbordante que cristaliza en el barroco” (Egido, 1991).

Por otro lado existen diferencias entre el proyecto contrarreformista y su ejecución. Llevarlo a la práctica dependía de los estados católicos: Italia, Portugal, Polonia y los príncipes de la Alemania católica no opusieron mayores resistencias. Felipe II lo promulgó pronto pero con condiciones y en la Francia cristiana no fue ni recibido ni publicado oficialmente, por lo que es observable la irregularidad de su ejecución en los diferentes estados.

Logros

Teófanes Egido nos hace una síntesis de los logros del proyecto tridentino poniendo el acento en los diferentes papas protagonistas. De esta forma nos dice que “Pío V (1566-1572) facilitó el instrumento de la Contrarreforma con su Catecismo romano (1566) para párrocos [y] logró la uniformidad litúrgica con el Breviario (1568).” Otro de los logros sería la reforma de la percepción del tiempo con el nuevo calendario (1582), más ajustado, y que, antes o después sería aceptado por los países de la antigua cristiandad. Nos habla de “Sixto V (1585-1590) [que] organizó la curia con la realidad ministerial de las quince Congregaciones duraderas; amplió el número de cardenales [y] reguló las visitas obligatorias de todos los obispos a Roma como manifestación centralista y contra posibles episcopalismos desmedidos. Por sus construcciones arquitectónicas, por la organización urbana renovada, por hacerla el centro de las miradas y peregrinaciones gigantescas, convirtió a la capital del catolicismo en la más brillante ciudad de Europa, hecho que debe valorarse como signo de la fortaleza del Papa.” De Clemente VIII (1592-1605), que “ofreció la versión autorizada de la Biblia, la Vulgata, convertida en referencia inevitable de textos, sermones, escritos y lecturas.” Y termina diciendo: “hasta el control de los modelos de santidad se centralizó en Roma cuando Urbano VIII (1623-1644) reguló minuciosamente los procesos de beatificación y canonización.”

En el siguiente capítulo se abordarán los instrumentos de la contrarreforma en base al libro de Teófanes Egido y se comenzará a analizar la obra de D. W. Jones.

Las dos obras utilizadas para la redacción del artículo: La Contrarreforma. Religión y sociedad en la Europa moderna. D. W. Jones. Primera edición: 1995. Ediciones Akal: 2003. Las claves de la reforma y la contrarreforma. Teófanes Egido. Primera edición: 1991. Editorial Planeta.

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