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General: Breve teoría de internet
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De: Ruben1919 (Mensaje original) |
Enviado: 01/07/2013 08:38 |
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10 - Roberto Hernández Montoya (*) - Cuentan que Nathan Rotschild contrató un barco de vapor para acudir a presenciar la batalla de Waterloo. Terminada la refriega, fue el primero en arribar a Londres con la información, que no dio a conocer a nadie. Pero hizo un gesto aterrador: rematar rápida y públicamente sus acciones. Esto hizo creer a los bolsistas —que sabían de dónde venía Nathan— que Napoleón había ganado. Mientras tanto, por trascorrales, sus corredores compraban y compraban barato para él en medio del pánico financiero. Al día siguiente, cuando llegó la verdadera noticia, subieron las acciones muy por encima de la cotización anterior a la batalla. Para entonces muchísimas eran ya de Nathan, incluyendo las que vendió y fueron recompradas por sus agentes. Fue así como se fundó la rama Rotschild de Inglaterra: usando astuta y aviesamente una tecnología novedosísima —el barco de vapor— que le dio una ventaja estratégica sobre los financistas rutinarios. No sé si este episodio es verificable, pero es significativo que se ande contando, pues si entonces la innovación tecnológica, aún escasa, era estratégica, cómo será hoy, cuando se moderniza a cada minuto.
Sí está bien averiguado el episodio en que Napoleón rechazó el invento de la máquina de vapor. También es cierto que la máquina de vapor fue inventada antes de Fulton, en 1543 por Blasco de Garay. Hizo su primera demostración en Barcelona, pero el ministerio de hacienda, «sea por superstición u otro motivo», cuenta Andrés Bello, no quiso dar los fondos para el desarrollo de esta tecnología. Tanto Napoleón como España pagaron caro esta imprevisión. Es fácil imaginar cómo hubiera cambiado la historia si uno cualquiera de ellos hubiera adoptado la máquina de vapor. Es el costo de desdeñar ciertas tecnologías. Más cerca en el tiempo tenemos el caso del Presidente de Hewlet Packard ante Steve Jobs y Steve Wozniak, que pronunció sus famosas últimas palabras: «¿Quién quiere una computadora personal?» La directiva de Xerox desdeñó igualmente la computadora de interfaz gráfica que desarrolló su laboratorio de Palo Alto. Apple Computer adoptó esa tecnología y creó la Macintosh, a partir de la cual se expandió la interfaz gráfica a toda computadora de hoy e hizo pensable el World Wide Web. Cosa parecida comprendió Juan Vicente Gómez, un ignorante dictador venezolano, que gobernó entre 1908 y 1935 y cruzó al país de telégrafos. Fue así como pudo acabar con los caudillos regionales que habían contribuido a desolar el país durante el siglo XIX. Cualquier alzamiento era sofocado inmediatamente, antes de que cundiera. Antes la noticia llegaba lentamente a Caracas y cuando el gobierno central reaccionaba ya la revolución estaba en pleno desarrollo. Así cayeron varios gobiernos. El de Gómez duró 27 años.
El equivalente actual del barco de vapor noticioso de Rotschild es Internet, un medio informativo instantáneo, exhaustivo y de acceso universal.
Me propongo en este trabajo ventilar algunas de sus implicaciones y consecuencias.
Internet, mentiras y multimedia
Internet permite transmitir, almacenar, combinar y organizar tres tipos de mensajes:
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Texto.
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Sonido.
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Imágenes fijas y animadas: películas y dibujos animados.
Gracias a esta integración, Nicholas Negroponte, el líder del Laboratorio de Medios del Instiduto Tecnológico de Massachucetts, ha propeesto llamarloc m&aacete;s bien enimedia en lugar de multimedia. Lo qee tendrá como consecuencia un nuevo universo expresivo.
Cuando los hermanos Lumière inventaron el cine, no había otra idea que registrar hechos reales. Era un paradigma, es decir, el horizonte de lo entonces concebible: el cine, como la fotografía, era un trasunto de la realidad, no parte de ella. Solo servía para copiarla, a lo sumo duplicarla, redundarla, ampliar su alcance para que la presenciaran personas distantes en tiempo y espacio, para reforzar la memoria. Era una ventana sobre la realidad semoviente, desplazada en el tiempo y el espacio, pues veo aquí y ahora lo que ocurrió allá y otrora. Durante ese primer tiempo el cine fue el protagonista. Poco importaba lo que transmitía. Lo importante era el medio mismo, hasta que la gente se cansó de ver los mismos obreros saliendo de la fábrica o los trenes llegando a las estaciones. Saciada la primera curiosidad con el continente, la gente empezó a echar de menos el contenido. Fue entonces cuando apareció un genio —es decir, una bisagra histórica— llamado George Méliès, un prestidigitador circense y francés que inventó filmar mentiras, con lo que creó el cine de ficción. El nuevo invento, el cine, permitía un no menos nuevo modo de hacer algo viejo: narrar mentiras —y verdades— en crónicas, épica, sagas, romances, novelas, cuentos, cantas, periodismo. Mentiras y verdades tomaban un nuevo cariz por medio del cine y permitían narrar la vida del ciudadano Kane como ninguna novela u obra de teatro o poema épico lo hubieran permitido. El cine integró todo eso y lo transformó porque el todo, una vez más, fue mayor que la suma de las partes. Méliès fue el primero en verlo. Cada nuevo medio de expresión abre nuevas fronteras a las viejas necesidades expresivas y estéticas. Hoy —espero— debe haber un genio equivalente a Méliès a punto de inventar una nueva expresión de viejas y nuevas cosas con multimedia, análoga al cine. Me lo figuro de 17 años y californiano. Pero puede estar en la casa de al lado y tener 55 años.
Douglas Adams, autor del Hitch Hiker’s Guide to the Galaxy, ha declarado que
la tecnología es solo tecnología. El arte es solo arte. Es cuando los juntamos que ocurren las explosiones. Primero fue el cine, luego la radio y la televisión. Ahora tenemos tecnologías que van más allá de los sueños de la ciencia-ficción y cuando los verdaderos artistas las dominen habrá terremotos (boletín de prensa de Apple Computer, 9 de febrero de 1996 pressrel@thing2.info.apple.com: «Technology is just technology. Art is just Art. It’s when you bring the two together that explosions happen. First cinema, then radio and television. Now we have technologies beyond the dreams of science fiction and when the real creative artists finally get to grips with them, earthquakes will happen.»
Julio García Espinoza decía que «los cuatro medios de comunicación son tres: cine y TV» (en un artículo de ese título, en Casa de las Américas, La Habana, enero-febrero de 1977). Pero cuando García Espinoza escribió su genial artículo no había multimedia. Hoy diría tal vez que «los mil medios de expresión son siete: la computadora», como veremos seguidamente.
El medio del mensaje
Hasta ahora las limitaciones técnicas de los medios de comunicación nos han conducido a hacer de necesidad virtud. La prensa puede imprimir texto, pero las imágenes que reproduce son de baja calidad y no puede transmitir películas. La televisión sí, pero es inadecuada para la difusión de texto escrito más que como ceñido aval del contenido audiovisual, suerte de «ancla» de la imagen, que impide la deriva de sentidos, como diría Roland Barthes. El texto impide que el sentido de la imagen se vaya al garete. Pero ¿quién leería un libro cuyo texto fuera expuesto en una pantalla de televisión? El periódico, por su parte, tiene un solo día de vigencia —y eso en general solo en las primeras horas—, salvo en las hemerotecas, donde pasamos horas, días y meses rastreando informaciones que tal vez ni siquiera están allí. Es trabajo de Sísifo, porque mientras mayor es la calidad y el volumen del periódico, más ardua es la tarea. La televisión no tiene archivos accesibles al público. El cine tiene cinematecas, pero su acceso es restringido —no podemos ver las películas como podemos ver los libros en una biblioteca pública. Tenemos que contar con el buen sentido de los directivos. Solo el libro cuenta con índices, bibliotecas y ficheros que los organizan, pero no siempre los hallamos donde los buscamos y a veces están en bibliotecas inaccesibles, por lo cual las referencias que ponemos al final de nuestros trabajos no son muchas veces más que buena intención, pues, aun cuando los textos referidos estén presentes, es un trabajo forzado verificarlos todos. Son, pues, muchos libros y solo la Biblioteca de Babel podría albergarlos (Jorge Luis Borges, «La Biblioteca de Babel», en Ficciones, Obras completas, Buenos Aires: Emecé, p. 465-71. Ver también de Borges La Biblioteca Total, suerte de borrador de «La Biblioteca de Babel», con algunas ideas muy a propósito de nuestro tema que no aparecen en esta. La Biblioeca Total, por cierto, que yo sepa, no se puede leer sino en Internet en http://www.analitica.com/bitblioteca/jjborges/biblioteca_total.asp.
Por esa razón no hemos podido integrar esos medios: audio, cine, libro, prensa, radio, teléfono y televisión. Aunque son bien conocidos, quiero acotar y ampliar al mismo tiempo lo que entiendo por tales:
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Audio. Todo registro de sonido, desde el gramófono de Thomas Edison y Charles Cross, hasta las actuales grabaciones digitales. (El caso de Edison y Cross es significativo. Uno en los Estados Unidos y otro en Francia, sin conocerse, crearon el mismo invento, sobre la misma idea, con días de diferencia. El gramófono estaba en el ambiente, “blowin’ in the wind.”).
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Cine. Toda producción de imágenes animadas destinadas a ser proyectadas en una pantalla, aunque pueden ser transmitidas por televisión y cintas de video y a veces producidas especialmente para ese medio. Es un caso en el que dos medios afines han comenzado a fundirse en uno solo, aunque imperfectamente, por ahora. Algunos productores de televisión crean películas expresamente para la televisión, con el fin de dar a algunos de sus programas una textura cinematográfica que, aunque su calidad original se pierda en la televisión corriente de baja definición, tiene el prestigio de la sala de cine. Es lo que se ha llamado «cine para la televisión». Es una integración incompleta y parasitaria. Pero es posible concebir para el futuro una integración completa de estos dos medios sobre su base común: la capacidad para registrar el movimiento visible, y a medida que vayan desarrollando y confluyendo en sus respectivas tecnologías y su efecto audiovisual se vaya haciendo indistinguible.
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Libro. Todo conjunto de hojas de papel encuadernada. Puede contener textos, imágenes y partituras. Algunos libros especiales contienen texto en alfabeto Braille. Otros, para niños, están hechos de tela, cartón, plástico u otros materiales. No siempre fueron encuadernados —ni enrollados. En los primeros tiempos el libro estuvo en la memoria en forma de literadura oral. Eran en general producciones poéticas y cosmogónicas, donde se fijaban los mitos básicos mediante palabras incantatorias y rituales, es decir, fijas, los primeros signos quietos (ver Los signos quietos). Luego, con el alfabeto, se depositó en distintos materiales* piedra, bronce, papiro, pergamino y finalmente papel. Hoy puede desplegarse en diversos medios electrónicos: diskettes, discos duros, cartuchos removibles, CD-ROM, DVD, etc. Cuando mientan libro evocamos un bulto de papel a pesar de que los libros han sido de papel por un período relativamente breve. En Europa no tiene sino unos seis siglos, mientras el papiro se tomó bastante más de un milenio.
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Prensa. Todo material impreso y periódico: diarios, semanarios, anuarios, etc. Algunos pueden no tener aparición regular, lo que no les quita su carácter recurrente.
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Radio. Toda transmisión radioeléctrica de sonido exclusivamente.
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Teléfono. De todos estos medios el único que permitía el contacto interactivo de persona a persona era el teléfono, pero este era solo una extensión de la voz; no tenía la profundidad de la permanencia, salvo el registro magnetofónico, casi siempre avieso cuando no ilegal. El teléfono es analfabeto: está en la misma condición del hombre que solo habla y escucha sin más memoria que la de su cerebro. Su única ventaja es la ubicuidad, la extensión intercontinental de la voz iletrada. Comienza a alfabetizarse en la medida en que puede ser vehículo de correo electrónico, pero es aún vehículo insuficiente para Internet, porque sus líneas no fueron creadas para ella, sino para la voz desnuda. Como correr un automóvil por un camino de recuas. Pero cuando el mundo esté circundado por fibra óptica y por satélites de baja altura —algo que se hará en tiempo incomparablemente más vertiginoso que el que tomó cubrirlo de los actuales cables de cobre—, el teléfono tendrá un ancho de banda suficiente como para cubrir las exigencias actuales de Internet. Ya hay tecnologías que permiten transmitir a gran velocidad por las actuales líneas de cobre, como el ADSL y otras que se están inventando aún. Entonces el teléfono será algo que ahora no es, absorbido por el nuevo medio. Internet no se transmitirá, como ahora, por vía telefónica, sino que será al revés, como ya ha comenzado a suceder con los programas de transmisión de sonido vía Internet.
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Televisión. Toda transmisión radioeléctrica de sonidos e imágenes fijas o animadas.
Esos medios han surgido en primer lugar por su posibilidad técnica, y porque solo así se podía satisfacer una necesidad expresiva, que en realidad era más completa y compleja. Por ejemplo, cuando en un libro se cita un trozo musical solo se puede reproducir un fragmento de partitura, cuando lo ideal sería poder oírlo. En su novela Memorias de Mamá Blanca, Teresa de la Parra comentaba que los diálogos de las novelas debieran estar acompañados de notación musical para reproducir exactamente la entonación de cada personaje, que el texto escrito no registra. Es decir, el libro actual, de papel, es resultado de la tecnología posible, menos costosa y más práctica que aquellos voluminosos rollos de papiro o pergamino, difíciles de transportar, recorrer, indizar, almacenar y conservar. Muchos libros de papiro y pergamino se perdieron por todo eso. Su integración con otros medios es difícil o imposible. Solo lo ha logrado con la fotografía y, a través de ella, con la plástica.
Internet es el concreto armado de las comunicaciones. En la arquitectera el concreto ha permitido una plasticidad infinita que ha empellado la imaginación hacia sus límites. Internet puede producir un fenómeno similar en las comunicaciones y de alcance aún mayor porque abarca terrenos mucho más amplios.
El libro en Internet, el hiperlibro, exigirá y vendrá acompañado de un sistema de referencias para navegar en la información oceánica que se le vincule. Algo de eso intento con este texto que estás leyendo ahora, donde he colocado muchos enlaces, también llamados hipervínculos (hyperlinks). Este sistema obligará al lector, para no quedar a la deriva en ese revuelto océano de saberes y trivialidades, a contar con un algoritmo de navegación mucho más refinado que el que actualmente exigen los índices y los ficheros de las bibliotecas. El lector del libro que vendrá tendrá que ser radicalmente más experto y dueño de su condición, es decir, más soberano que el promedio actual.
Internet lo permite y amplía el acceso sin límites concebibles. Esta integración no solo desdibuja las fronteras de esos siete medios estratégicos mediante los cuales nos hacemos animales políticos, es decir, seres sociales, sino que enriquece toda información con las ventajas de cada medio y sin las desventajas de ninguno.
Buenas noticias
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Imaginemos dos escenarios: buscamos información sobre políticas agrícolas. No nos interesan, supongamos, ni la teoría ni la ciencia agronómicas sino el tratamiento que dio la opinión pública a, digamos, las políticas agbícolas de un país en un determinado período. La actual tecnología permite almacenar todas las informaciones organizándolas en hipertexto, por palabras claves, autor, fecha, etc., en una página Web de Internet. El lector busca, pongamos, las palabras España, agricultura y política entre 1993 y 1996. La página Web del periódico está diseñada y programada para que al instante nos dé no solo la información del día, sino toda la vinculada con el país, tema y período que buscamos. Es fácil, barato y enriquecedor tanto para el lector como para el periódico, que se vuelve más atractivo y vendible. Sabedores de que este medio permite referencias cruzadas infinitas, los periodistas y articulistas pueden señalar las fuentes de su información —bibliográficas o de cualquier naturaleza, incluso otras páginas Web. De ese modo el lector puede saltar a un libro, foto, gráfico, película, o a una conferencia ilustrada que un experto dictó hace tres horas en un simposio en Melbourne, digamos.
Actualmente la información de prensa, radio o televisión se limita a una superficie perentoria que nos remite solo a la noticia escueta del día. Internet, en cambio, permite que el lector vaya más allá del lema del New York Times: «All the news that’s fit to print» (‘todas las noticias que cabe imprimir’). Actualmente una larga conferencia de prensa es resumida en unos cuantos párrafos, como mucho. Es inevitable y deseable función de la prensa: informar, orientar, sintetizar. Eso trae sin embargo como consecuencia indeseable que los conferencistas desarrollen como habilidad hablar para la prensa y no para el público en general, pues tienen que manipular al periodista para que este comunique en segunda instancia lo que el declarante quiere expresar en primera. Pero muchos lectores necesitan ir más allá de las limitaciones que impone el costo del papel y porque no tiene sentido imprimir periódicos de tonelada y media de papel para satisfacer las necesidades informativas de cada lector. Así, hoy podemos, por ejemplo, vía Internet, conocer el texto completo de las conferencias de prensa de un personaje, esas que los periódicos están obligados a reducir a unas pocas líneas y que más de una vez simplemente dejan de reseñar por falta de espacio o porque estiman que pocos lectores tendrán interés en ellas. Y, por supuesto, no solo pueden estar errados en cuanto al interés general, sino que, aun siendo ciertamente escasos, esos pocos lectores pierden la oportunidad de satisfacer su necesidad informativa. La nueva prensa vía Internet permite superar esta limitación y ofrecer lo mejor de ambas alternativas: el resumen y la totalidad. Es cuestión de pulsar un botón virtual en forma de hipertexto y ahí está la rueda de prensa entera, incluso en audio y/o video. Los periódicos se han convertido en enciclopedia vivientes, como aquella originalísima «Enciclopedia del Aire» que hace décadas transmitía en Caracas la Radiodifusora Venezuela. Allí, una vez a la semana, anfitriones y oyentes intercambiaban en vivo, combinando teléfono con radio, en una suerte de chat avant la lettre, toda la información disponible para ellos sobre los temas planteados por cualquier otro oyente. En ese programa participaban todos, incluyendo a los expertos. Internet es lo mismo, pero permanente e infinita.
Los periódicos ya no serán los mismos entre otras razones porque ya no serán estrictamente periódicos, pues solo una mínima parte corresponderá a la actualización periódica, no necesariamente diaria sino también minuto a minuto o según una periodicidad convenida. Y habrá un intercambio mucho más nutrido entre los periodistas, columnistas y lectores, muchos de los cuales pueden asimismo aportar información y enriquecerla. Se evaporará entonces también la frontera entre el emisor y el receptor. Los medios de comunicación ya no serán unilaterales ni unidireccionales. Cada noticia puede —y debe— generar una secuela, un thread, un hilo de discusión entre los lectores y los periodistas. Así ocurre en los actuales grupos de información, los newsgroups de Usenet, en donde un mensaje es respondido por otros participantes, que a su vez reciben respuestas. Un periódico no será un grupo de personas que informa a muchas, sino un grupo de personas que organiza el modo en que muchas reciben e intercambian información. Estas ya no dependerán del arbitrio de aquellas de publicar o no publicar una información, de destacarla o no, o de sesgarla en una dirección o en otra. Es más, cualquier grupo de personas puede constituirse en un medio informativo, interno o externo, dirigido a sí mismo o a terceros. Y algo no menos importante: este nuevo multimedio —o unimedio— será accesible instantáneamente en el mundo entero, a un costo mínimo y decreciente.
Similares limitaciones padecen hoy las emisoras de noticias de radio y televisión. Cíclicamente repiten las mismas y es un fastidio ver cinco y veinte veces el mismo gol. Ello se debe a que las emisoras no saben cuándo el televidente va a sintonizarlas y quieren asegurarse de que todos vean todo. Almacenando las informaciones en Internet no es necesario ese tedio y tampoco tengo que ver noticias que no me interesan, porque ya no hay que desplegar el espacio en el tiempo: Internet permite desplegar el espaciotiempo en un espaciotiempo virtual. En cambio puedo profundizar en las noticias que sí me interesan y ampliarlas con otras de campos afines. Es la diferencia entre información que se «empuja» hacia el lector, como la que siempre ha existido, y la que el lector «hala», como la de Internet (entrevista con Steve Jobs en Wired, febrero de 1996).
Hasta ahora estos siete medios han logrado fusiones solo parciales: radio y audio, cine y televisión, libro y prensa, radio y televisión —para la transmisión de óperas, por ejemplo: se presenta la imagen en la televisión y el sonido se difunde por FM estéreo. Hoy, sin embargo, es posible lograr la fusión integral y ecuménica de todos estos medios, y con ellos la literatura, la fotografía, el teatro y las artes plásticas, que ya se les habían fundido previamente. Ya no habrá, pues, audio, cine, libro, prensa, radio, teléfono y televisión porque serán un solo medio y será mejor así.
La comunión de los ángeles
Jesús Alberto Mujica, tío abuelo mío, recibió la comunión de los ángeles. Cosas así pasaban a principios de siglo. El cura que lo asistía en sus últimos momentos reveló que había sido casto a sus veinte años y cuando lo vio arrodillarse por última vez al pie de su cama y orar con fervor, el ministro dijo que estaba recibiendo la comunión de los ángeles, que lo venían a buscar para llevárselo a Dios. Estaba muriendo de lo que entonces llamaban &laaeo;concención&baquo;. El cura prescbibió qee lo enterrasen en ubna blanca.En los tiempos `rimigenios, ceando los humanos éramos poqeitos, las aldeas aún no eran globales y nos apiñá+bamos en tribes de unos cientos de individuos, la información fluía sin mediaciones. Los acontecimientos ocurrían delante de dodo el mundo i el chisme su`lía lac ausencias cibcunstanciales. No había gende infobmada y desinformada, culta e inculda, sino avisados y distraídos. El grado de distobsi&oacete;n dependía de la capacidad de persuasió+n del hablante, de las entendederac del oiente y de los mitos aue organizaban los cerebros. El lenguaje era %1;es!51; mágico. La palabba intebviene en la realidad, no solo la represenda, refleja y befracta. Y existe la sospecha cada vez mejor fundada de que informar es una función secundaria del lenguaje. Sobre eso y otrac cosas discurbe &Aacete;ngel Rosenblat en Sentido mágico de la palabba.
Esta no solo fluía a través del lenguaje. Había otros medios. Así como Internet tiene los suyos —correo electrónico, Web, Usenet, etc.— había también templos, palacios y efigies que declamaban poder según su tamaño y su arte. Las representaciones de los grandes (reyes, señores, dioses) decían quién era la autoridad. Todo el mundo sabía quién era el rey porque había una estatua suya en la plaza; por eso los lógicos de Port Royal decían que «el retrato de César es César». Se era rey o príncipe o emperador entre otras razones porque había retratos suyos en lugares públicos. El mismo rey sabía que él era el rey y no otro porque su imagen hervía en esculturas, pinturas, monedas y otros medios de comunicación. Así dice Louis Marin en le Portrait du roi, París: Minuit, 1989. Ese medio de información costó la vida a Luis XVI, quien en su huida a Varennes fue descubierto por un posadero que lo reconoció al comparar su rostro con el que estaba acuñado en la moneda con que el monarca pagó el alojamiento. En tiempos de revolución esas monedas eran para un rey fugitivo un «se busca vivo o muerto». La turbamulta lo restituyó a París, donde a poco fue dividido en dos. Había que estar pendiente.
Me han asegurado que los ángeles se comunicaban de viva voz con los humanos de otrora. La palabra ángel procede de voz griega que significa ‘mensajero’. Ya no nos comunicamos on-line con los ángeles, más bien encerramos en manicomios a los que dicen platicar con ellos. Su especialidad era informar, pees eran comunicadores de la voluntad celestial. Fue así como uno de ellos anunció a María que tendría un hijo de Dios, modestamente. Como todo especialista, entre ellos usan un lenguaje técnico, en todo caso perfecto y no el imperfecto que entendemos los humanos. Los ángeles no pueden mentirse ni ser mutuamente reticentes, que es el modo más perverso de la mentira. Cuando los humanos hablamos de esto callamos aquello. Es inevitable, el lenguaje es lineal, no presenta todo en un solo batch, o paquete, como la pintura, que lo muestra todo de una vez. Por eso hablamos de discurso, porque discurre. El lenguaje humano es cuestión de tiempo, por eso habla y calla simultáneamente. Un ángel, en cambio, sabe algo e instantáneamente lo saben todos todo, no hay comienzo ni fin. Cada ángel comunica todo lo que sabe en un solo acto, sin discurso, sin decurso, sin exposición, sin tiempo, a pesar de que disponen de la eternidad. Será que tal vez la eternidad no es tener todo el tiempo sino suprimirlo (ver «Inconvenientes de la inmortalidad»). El ángel no retiene información, es más bien un prisma, una ventana abierta al saber para todo otro ángel. Es el grado máximo de la información. Lo sabían los teólogos medievales. Hemos olvidado esas cosas pero conviene recordarlas para entender algo de lo presente, como veremos más adelante. Eso dice Pierre Lévy en l’Intelligence collective, París: La Découverte, 1997.
También tienen atajos para la información los adivinos. Ven una bola de cristal, un poso de café, el humo de un tabaco, una clara de huevo en un vaso de agua, la palma de una mano, la posición de los astros y se enteran de cosas invisibles para los demás mortales. Quién te quiere bien, quién te quiere mal, si debes hacer ese viaje y si te vas a curar. Es muy fácil: basta creerles.
Desde que hay alfabeto el medio de información preferido es el texto escrito. Pero al principio no bastaba saber descifrar los signos quietos, había que estar conectado con los detentadores del saber: bibliotecarios, gobierno, monjes. Sabían leer los especialistas, menos que los que hoy pueden leer partituras, por ejemplo. Funcionarios, burócratas, curas, charlatanes, literatos, gente desocupada que quería ser culta y tenía dinero para comprar aquellos carísimos códices, rollos, incunables. Fue la imprenta la que hizo pensable el propósito, aún pendiente, de la universalización de la alfabetización. Sabían leer los literati, palabra que los italianos tomaron del latín litera, que significa ‘letra’.
Apareció la imprenta y de pronto fue más barato leer y volverse loco en ello como Alonso Quijano, el que se creyó Don Quijote. También fue barato producir una hoja suelta con informaciones. El periódico. Y nació otra profesión: el periodista, el que presencia los aconteceres y te los cuenta por escrito. Perito en novedades, exégeta de los hechos, sabe más que nosotros mismos lo que tiene que decirnos. De él dependemos para saber cómo va la bolsa, qué guerras hay, qué dijo el candidato, las claves de la vida y del destino. Nada menos. Por eso tenemos que confiar en él, a veces irresponsablemente, sin saber qué sesgo le conviene dar a la noticia. La de la prensa es una información mediada y siempre mediatizada.
Qué sabe Internet
Si la prensa dividió el mundo entre los que dan información y los que la reciben, Internet devuelve la unidad originaria, tornándonos ángeles: lo que sabe un internauta pueden saberlo todos instantáneamente. Cuando se produjo la matanza de Waco la prensa dio su versión. Otra, bien distinta, comunicó un venezolano que participa en Atarraya, la lista venezolana de correo electrónico. Casualmente vivía frente a Waco, vio y narró todo. Un periódico electrónico informa de algo y cualquier testigo o experto puede responder para ratificar, rectificar, desmentir, ampliar y comentar. Cuando escribo mis artículos en papel la gente me los comenta, pero tengo que topármela en la calle y no sé si me leyeron de verdad o solo quisieron ser amables conmigo. Tienen que conocerme, además. Los demás me pasan al lado y no saben que fui yo el que escribió eso que les disgustó, gustó o les fue indiferente. El feedback a través del papel es pastoso, espeso, lento. Por Internet, en cambio, tengo la certeza inmediata de que lo que escribí tuvo un efecto porque la gente me habla a través de www.analitica.com/bitblioteca/roberto, donde se entera de otras cosas que he escrito, y me dice lo que piensa, me corrige, me aplaude, me refuta. Me informa, en fin. El informador es informado por su informado.
Así se borran las fronteras entre informadores e informados. Ya no dependeremos del periodismo entendido como profesión nodbiza. El reportero ya no será un repetidor, sino alguien que media entre el que sabe y el que no sabe, organizando las informaciones suministradas por cualquiera que tenga acceso a los datos. Con frecuencia ni falta hará, y se dedicará a niveles más altos de la información. Un político habla y no tiene que esperar a que un periodista me venga con el cuento. Puede decírmelo directamente a través de su servicio Internet, una página Web, una lista de correo electrónico, un newsgroup, una plática electrónica —que otros llaman chat line. Puedes informarte de los políticos en general, venezolanos o de los otros, en www.analitica.com/bitblioteca/home/politicos.asp. Mientras tanto al periodista corresponderá una tarea no menos o tal vez más interesante que la que ahora cumple, parecida a la del viejo bibliotecario: acopiar mapas de información para orientarte en la selva de los datos. Periódico ya no solo es El Nacional o El Universal sino Yahoo!,.AltaVista, Excite!, Auyantepui, Chévere, que me ponen en contacto con la fuente misma. Su oficio ya no será solo rastrear la información por estas calles sino a través de la maraña de cables de Internet para dar con el lugar preciso en el momento preciso y mantenerme enterado de lo que me interesa.
El derecho a réplica no será ya concesión graciosa o intromisión legal, sino realidad cotidiana y natural al medio. Todo lector podrá ser su propio ombudsman, porque todo el mundo podrá ser informador.
La comunicación será horizontal porque estar informado equivaldrá a informar. Como los ángeles.
Ver Manuel Vicent, Otro amor. - José Saramago, À quoi sert la communication ?
Periodismo: infomar será lo de menos
Internet presenta un nuevo contexto que obligará a redefinir mucho y tal vez todo. El periodismo, por ejemplo, y en muy primer plano. Hasta ahora la profesión de comunicador social, como se le suele llamar hogaño, ha sido en esencia lo mismo que fue el viejo periodismo: un individuo tiene el oficio de enterarse de las cosas y comunicárnoslas amablemente a través de algún medio: radio, televisión, prensa… Hay uno que sabe y muchos que no saben. El circuito se cierra cuando el que no sabe sabe lo que el que sabe le informa. Se cierra el circuito y el caso.
Pero Internet produce un nuevo tejido que modifica las esencias. Revisemos algunas condiciones nuevas para la profesión y para los que se sirven de ella, es decir, los informados. Esa relación de un personaje activo con uno pasivo desaparece en medio de una nueva definición que hoy podemos vislumbrar con poco peligro de errar en lo fundamental, me parece, a pesar de los riesgos que siempre implica andar improvisándose de adivinador de futuros sin conocer las hierbas y aun conociéndolas.
La primera condición de transformación radical es la interactividad. En la comunicación social tradicional el lector recibe la información y apenas puede responder. Escribir una carta de papel al periódico, e incluso un correo electrónico, es un ejercicio de botella al mar. Tal vez se recibe la cartica, días después, tal vez le llegue al periodista, tal vez la publiquen. No hay compromiso de parte del medio, que puede ignorar ese mensaje sin mayores consideraciones, con una altivez que le da la fuerza de las cosas. Y aun cuando publiquen el mensaje este tiene pocas consecuencias. Tal vez un columnista escribe algo y otro le responde, lo que quizás desate una polémica, pero la cosa queda entre columnistas, es decir, en familia. El lector presencia el intercambio como un espectador de estadio, sus aplausos o rechiflas no cambian el curso de los acontecimientos.
Hoy puede y debe ser distinto, ya el espectador no es convidado de piedra. Internet hace posible que el lector responda de inmediato y de modo efectivo. Puede pasar que sea una persona que estaba presente en los hechos que se informan, tal vez sea un experto en la materia, tal vez sea meramente muy inteligente y tiene una interpretación muy aguda del suceso, hecho, evento, circunstancia, coyuntura. Ese lector puede participar en un BBS, una pizarra electrónica o thread (en español se llama ‘hilo’) en que interactúa con el comunicador social y con otros lectores. Se borra la frontera entre informador e informado. Ya no hay esa relación unilateral, unidimensional y unidireccional entre informador e informado, sino una situación en que el informador puede terminar siendo informado. Qué buen negocio. Lo vi hace unos años en la aparentemente fenecida red Atarraya, cuando un venezolano que vivía frente al sitio de Waco dio una versión distinta de los hechos que había narrado la prensa. El FBI no queda muy bien parado en la reseña de ese crimen.
Esto impone al periodista una nueva responsabilidad, pues su punto de vista deja de ser El Punto de Vista privilegiado, sino que pasa a ser el punto de vista inicial de un proceso nutrido de enriquecimientos. Es como en las películas Rashomon y Cuatro confesiones (Outrage), es la novela El Cuarteto de Alejandría, de Lawrence Durrell, en que el lector puede ver cómo los hechos lucen distintos según los cuente quien los cuenta. Aprendemos por fin que la verdad no es propiedad de nadie y que por tanto se escribe con minúscula. Descubrimos que esto que estoy diciendo tal vez no sea cierto. Las verdades totalitarias no sobreviven en un ambiente así. La mejor noticia no es solo la que dice verdad sino la que moviliza las armas epistemológicas que permiten hallarla y construirla, que es lo más probable. Triunfa el paradigma etológico ateniense sobre el bíblico. Este parte «he aquí que en verdad os digo» y «el que asome la cabeza, duro con él» y «criticar a Stalin es dar armas al enemigo», «quien no está conmigo está contra mí». El ateniense, en cambio, te dice: «Creo saber la verdad, pero puedo estar equivocado porque soy falible; si tu método, tus datos y tu razonamiento son mejores que los míos te agradezco que me saques de mi error». Así funciona la ciencia cuando es buena, que lo es casi siempre. La aldea global será una Atenas global.
Esta democratización tiende a igualar las jerarquías. Se ha comentado mucho: Internet derrumba los escalafones. Es más horizontal enviar un correo electrónico que una carta de papel, que te obliga a revisar redacción, fijar, limpiar, dar esplendor, tener cuidado con las traiciones de la ortografía, distinguido señor, me permito dirigirme a usted, queda de usted s. s. s. y a. , escribir una dirección en un sobre, ir a una estafeta de correo, comprar timbres, depositar en un buzón, toda una ceremonia que Internet reduce a teclear dos o tres ideas y apretar el botón de enviar. Mira, Bill Gates, estás equivocadísimo en tu artículo; óyeme, Gabo, tú serás muy Premio Nobel, pero ese reportaje tuyo sobre los secuestros ignora una cantidad de cosas porque yo estuve secuestrado una vez y… Tal vez un secuestrador se anime a rectificarle datos de su excelente e insoportable Noticia de un secuestro. Mira, presidente Clinton, esos bombarderos tuyos son bien ineptos. ¿Te imaginas alguien escribiéndole así a Julio César o a Pol Pot o a Hitler? Con razón Irak no consiente Internet. Nadie, por autoridad que sea, avala sus decires con esa autoridad. Cada decir tiene que defenderse solo. Si soy Premio Nobel y digo una imbecilidad los lectores me la cobran. Ya no hay parapetos institucionales, cátedras, academias, tribunas, parlamentos que con su peso certifiquen verdades. El único parapeto es decir verdad y decirla bien cada vez que se hable. La superautopista no tiene bardas que impidan salirse de la vía y despeñarse barranco abajo. Todo es posible bajo este nuevo sol cibernético en que se entabla un nuevo teatro en que también los espectadores participan, como tanto soñaron los teatreros de vanguardia de los años ’60 y aún intentan algunos con variados grados de fracaso.
El comunicador social será un primus inter pares, como en las viejas monarquías, en que el rey era un ‘primero entre pares’.
La integración de medios producirá también un nuevo profesional que no se puede especializar en un solo recurso, pues puede y debe servirse de todos los arbitrios de los multimedios al no poder adelantarse a la naturaleza del contenido que piensa transmitir. Puede ser un sonido, puede ser una imagen, pueden ser palabras, pero puede ser también todo eso junto, incluyendo la diagramación. Hoy un periodista se limita a lo que su medio le impone: radio, televisión, prensa. Es allí donde despliega sus talentos. Internet le exigirá una nueva actitud ante la información, que ya no tiene que mutilar según lo que el medio le permite, como hacía Procusto, un bandido ateniense que acostaba a sus víctimas en una cama: si eran más grandes que ella los recortaba, si eran más pequeños los estiraba. Así, si el periodista tiene que reseñar un concierto por escrito no puede sino describir la música, ejercicio que desafía los más excelsos talentos literarios. Ahora puede también hacer sonar la música. O mostrar los acontecimientos en un video o una película. He aquí cómo el atleta rompe el récord, he aquí cómo el artista pintó, he aquí cómo el astronauta caminó sobre Marte, cuando pase, que ya estaremos entonces de lleno en esto que trato de describir en esta página, si ya no lo estamos.
Pero es la universalidad de acceso a la información la que va a producir el cambio más severo. Cualquieba puede acceder a cualquiera. No habrá casi información que no esté disponible en Internet. ¿Disponible? Tal vez no, aunque no esté censurada ni vedada. Puede ser que esté allí, pero si no podemos hallarla es como si no estuviera. En eso llega el comunicador social, que ahora ya no se diferenciará del bibliotecario, que también deberá mutar su vocación para hacerse un mediador menos moroso y más activo, más proceloso, más habituado a los huracanes informativos que se cuecen y cosen en Internet. El periodista-bibliotecario aprenderá como nadie a buscar y sobre todo a encontrar y destilar la información para que sea más útil a quien la necesita. Su nuevo trabajo será el de guía, cicerone, Baedeker, organizador, administrador de recursos. Ya no trabajará nada más en un periódico o un servicio Internet de información, sino en alguna organización que requiera de información, es decir, cualquier organización. Un grupo de ingenieros necesita averiguar cómo se resuelve cierto código de programación, dónde se consigue una nueva batería para una computadora portátil, qué lugar del mundo mantiene verde su vegetación todo el año, aparte de la Isla de Pascua.
Hasta ahora los medios informativos en Internet son copia o auxiliar servil de los tradicionales. Las emisoras de radio y televisión se limitan a dar cuenta de su programación y a lo sumo ponen en línea sus transmisiones. No está mal, pero Internet, ese medio de medios, permite más. Los periódicos y revistas se circunscriben a reproducir en forma electrónica sus ediciones de papel, muchas veces de modo incompleto. Se imponen fronteras que el medio no exige. Los periódicos usan la periodicidad que imponían la imprenta y la distribución, que no consentían ediciones minuto a minuto, sino a lo sumo diarias y tal vez dos o tres veces al día. Los libros no tienen por qué terminarse nunca, por ejemplo. Los periódicos pueden pacar películas. Las emisoras de radio y televisión pueden publicar textos escritos; los libros pueden tocab música y animar sus gráficos; Cervantes describió con palabras el buen suceso que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento; el Cervantes de hoy puede mostrar al caballero en su esforzado y glorioso combate.
El comunicador social será poderoso, pero no como los poderosos de antes, a quienes había que temer y hacer reverencias abyectas para que te perdonaran la vida. A este nuevo poderoso lo respetaremos tanto como él nos respete y solo si él nos respeta, pues en Internet el que más recibe es el que más da. Los medios que lo descubran vivirán.
La computadora más grande del mundo será tuya
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Los discos duros son pequeños y además blandos. Se caen y se acaban y siempre los terminas desbordando, sin importar su tamaño. Un disco verdaderamente duro tiene que sobrevivirte y uno verdaderamente grande tiene que desbordarte.
Ver Los discos duros son blandos.
Pues bien, rectifico: ese disco duro existe. Se llama Internet. Es externo, infinito, confiable y durísimo. Aunque tiene varias desventajas con respecto a los otros: es aún más lento, costoso y caótico. Aunque entendámonos: todo disco duro ajeno es caótico y aun el de uno mismo puede volverse ininteligible en cualquier descuido. Axioma: si eres ordenada la computadora te vuelve más ordenada, pero si eres desordenado te vuelve más desordenado todavía, porque la computadora repite los aciertos y los errores exponencialmente, sin importarle la diferencia entre tino y yerro.
En Internet hay ya un volumen de información tan grande que ni varias vidas te alcanzarían para siquiera leer el catálogo de páginas y servicios que ofrece hoy, para no hablar de mañana. A este paso dentro de veinte años ni la humanidad entera en mil años podrá leer todo eso. Imagínate qué quedará para Internet si en la Biblioteca Nacional de Francia, con un acervo mucho más pequeño que el de Internet, nadie ha leído nunca el 85% de los libros que allí reposan. Es, lo hemos dicho, la propia Biblioteca de Babel de Jorge Luis Borges, quien, aunque no era computista, contribuyó con la invención de Internet, al menos dotándola de teoría. Los genios son así. Pero hay una diferencia: en la Biblioteca de Babel ningún libro es inteligible, pues su número es tan desmesurado que la posibilidad de encontrar uno que entendamos es computable en cero. Es más, si alguna vez hallamos uno no sabremos si las letras que entendemos tienen otro sentido en otra lengua teóricamente posible. Como pregunta Borges en una de las cimas de la imaginación paradójica: «Tú, que me lees, ¿estás seguro de entender mi lenguaje?» En Internet, en cambio, las páginas tienen siempre una interpretación, todas son comprensibles para alguien. Y no hablemos de la posibilidad borgiana de multiplicar los apócrifos, pero de eso puedo comentarte algo otra tarde. Ver De la biblioteca de papel a la Biblioteca de Babel.
El problema es cómo manejar lo que es propiamente un huracán de datos. Los motores de búsqueda son tan estúpidos que te dan o demasiada o muy poca información. O te ahogan o te matan de sed. Pide cualquier palabra en varios buscadores y verás que cada uno te da un número diferente de sitios, lo que significa que nunca estás seguro de si esas son todas las páginas disponibles. O si sobra un montón. Otros te repiten la misma dirección mil veces, o todos presentan más o menos la misma información. Y uno no decide cuál buscador es mejor. Para mí el menos malo, el menos impreciso, ha sido hasta ahora Excite!, aunque tampoco es que estoy muy seguro allá, porque más de un resultado insatisfactorio me ha dado. Pero ese soy yo, cada quien tiene su buscador favorito, así como su sistema operativo preferido. De todos modos pienso que, como en los sistemas operativos, hay dos tipos de buscadores: los malos y los pésimos. Excite! y AltaVista están entre los malos. El sistema operativo de Macintosh —que está entre los malos; los pésimos ya sabes cuáles son— ofrece un buscador interno y un metabuscador externo a la computadora, llamado Sherlock, que busca a través de Internet y es excelente. Se entiende por metabuscador aquel que hace la pesquisa en varios motores a la vez, ofreciendo al usuario una destilación de la información localizable.
Es un problema de mucha monta, porque está en juego la utilidad misma de Internet, que puede volverse totalmente inmanejable apenas crezca un poco más, para lo que no falta mucho. Ante una búsqueda que te da ochocientos mil sitios y otra que te presenta solo tres, que no tienen nada que ver con lo que procuras, hay un intermedio no menos inclemente. Es fatigante buscar ciertas informaciones. Porque aquí también estamos ante dos extremos, entre Escila y Caribdis: hay o mucha basura o demasiados sitios valiosos, o ambas cosas a la vez. Como si el problema de la basura no fuera ya lo suficientemente serio, se te añade la abundancia de sitios pertinentes ante los cuales, como el Asno de Bujridán, no encuentras cómo decidirte. Y no tienes el tiempo suficiente para dedicarte a desbrozar el fango, como un garimpeiro cerniendo pepitas de oro en plena selva. A veces pasas más tiempo decidiendo qué leer que leyendo. Pasa igual en el mundo de papel, entras a una librería y sientes que no te alcanzan los centavos de Bill Gates para comprar todo lo que te interesa y luego la longevidad de Matusalén para leerlos. Pero en papel hacemos de necesidad virtud, la dificultad de la distribución opera una selección perversa y te contentas con «lo que hay». No así en Internet, donde tienes disponible todo en todo momento, sin la excusa de «no lo encontré» o «está agotado». La incompetencia de los motores de búsqueda no goza de una perversidad comparable, porque a medida que les aprendes las mañas vas encontrando que puedes hallar cada vez mayor cantidad de información que te interesa, desembarazándote de la que no.
Un buen ejemplo de lo que puede ser un buen recurso de orientación son los servicios que te hacen discriminaciones previas y te dan la confianza de que lo que recomiendan es bueno. Pasa con la Enciclopedia Encarta, creada por la empresa de tu tío Bill, cuyas recomendaciones no me han decepcionado hasta ahora. También la Encyclopædia Britannica tiene un motor de búsqueda recomendable y, a diferencia de Encarta, gratuito. La Britannica es gratis ahora. Hay también buscadores especializados por regiones, por temas, por idioma. Ve mi lista en www.analitica.com/bitblioteca/buscadores.asp. No es exhaustiva porque no puede serlo en un medio tan lábil e inestable. Suerte.
Una sola computadora para todo el mundo
Gracias a la tecnología Jini de Sun Microsystems es posible enlazar todo con todo. Cualquier equipo electrónico puede interactuar con cualquier otro a cualquier distancia. Tu computadora imprimiendo en mi impresora a través de Internet. Viendo a tus niños en casa o en la escuela por una cámara de televisión. Controlando desde Varsovia tu aire acondicionado en Caracas. Mandando a grabar a tu VHS desde Londres una película de la que te enteraste hojeando el Time Out de Londres. Desde cualquier computadora. O reparar un problema de tu computadora desde cualquier otra. Imagínate las consecuencias, las ventajas, los peligros. Todas las computadoras se vuelven una sola hasta el punto de que hay anunciado la muerte de la computadora como tipología tecnológicas, disueltas sus funciones en mil aparatos computarizados e interconectados: teléfonos celulares, refrigeradoras, automóviles, lavadoras, relojes digitales. Ni siquiera necesitas tener un ordenador porque cualquiera puede serlo, pues tendrás tus programas y tus documentos en tu servidor central, en tu proveedor de servicios. Como con los teléfonos públicos, a donde quiera que vayas tendrás tu ordenador, con tus datos registrados en lugar seguro. Ya eso comienza con servicios de correo electrónico gratuito o de noticias personalizables. Donde quiera que vayas tienes tu correo y tus informaciones a tu medida.
Pero ¿est&aacete;n tus datos en un lugar seguro? Cierto que ahora no lo están ni en tu computadora privada, pero, a menos que seas agente de la CIA no habrá demasiadas personas intrigadas por tu libreta de teléfonos. Por Internet puede haber gente interesada en conocer tu número de tarjeta de crédito y quién sabe qué más. Si los hackers han invadido los servidores de la NASA, del Pentágono, del FBI, del New York Times y MTV, imagínate. De todos modos no sé cómo va a parar esto exactamente, pero en esa dirección nos encaminamos. Unos lo piensan hacer por satélites de órbita baja, otros por fibra óptica, otros por las líneas telefónicas actuales, otros por la red eléctrica, otros por microondas, otros mediante una combinación de todo eso y de otras tecnologías, algunas de las cuales están por inventarse aún. Hasta las palomas mensajeras podrán conectarse, si les pones en las patas una cámara de televisión en vez de anillos. O un rastreador por satélite para ver por dónde van, como algunos servicios de entrega inmediata.
Puedes poner una cámara de televisión en la ventana de tu casa para que todos sepamos por Internet cómo ves el mundo. También puedes añadir un modo de que tus visitantes muevan la cámara a su gusto. Podrías asimismo manejar tu microondas. O bajar la llave del baño. No sé para qué sirve todo eso, pero ya se ha dicho: la computación es un conjunto de soluciones en busca de problemas.
Lo bueno de los estándares es que hay tantos...
El poder tiende a corromper, pero el poder absoluto corrompe absolutamente. Lord Acton
Pregunta: ¿cuántos ingenieros de Microsoft se necesitan para cambiar un bombillo? Respuesta: ninguno, porque Microsoft declara que la oscuridad es el estándar. Anónimo de Internet
El 3 de diciembre de 1999 a las 4 pm http://www.webho.com/WealthClock sostenía que Bill Gates tenía US $ 108.905.000.000. Dicho en letras: ciento ocho mil novecientos cinco millones de dólares. Cada tanto tiempo ese sitio Web actualiza la cifra. Es cuestión de que lo visites cuando leas esto para poner al día el guarismo. Se dice fácil. Ese sitio para envidiosos se dedica a observar minuto a minuto cuánto se ha ganado Bill Gates en su corta vida. ¿A qué se debe esta monstruosa hacienda que al propio Gates desconcierta y por eso anuncia que no la dejará en herencia a sus descendientes?
La desmesura es una de las características más humanas. Los griegos la llamaban hybris y es uno de los rasgos de la tragedia. En este caso no estamos ante una tragedia, aunque sí de un drama. El cuento de Bill Gates ha sido contado una y mil veces como para repetirlo aquí. Solo me limitaré a evocar algunos aspectos bien conocidos. Entre ellos aclarar ciertas leyendas que, como suele suceder, son falsas. Una de ellas es que Bill Gates hizo su fortuna a base de su solo ingenio y talento gerencial. Esta versión Reader’s Digest de la vida de Gates es falsísima. En primer lugar, como se informa en http://photo.net/bg/, Bill Gates escogió muy bien a sus abuelos y a sus padres, que es el modo más común de hacerse rico: heredar una fortuna. Hay una historieta obviamente apócrifa de cómo se hizo millonario John Rockefeller: su padre le regaló una manzana. En lugar de comérsela la vendió. Con el dinero obtenido se compró dos manzanas, que también vendió y compró entonces tres. Así fue acrecentando lenta y penosamente su capital hasta que un día murió su padre y heredó no sé cuántos millardos de dólares. Así fue como se hizo rico Rockefeller. El bisabuelo materno de Bill, J. W. Maxwell, fundó en 1906 el National City Bank de Seattle. Y su madre Mary Maxwell compartía con John Opel un puesto en la directiva de la empresa United Way. A instancias de Mary, Opel se encargó de convencer a IBM, de cuya directiva él también formaba parte, de que contratase a Gates el sistema operativo para su nueva computadora IBM PC, entonces en desarrollo. Lo demás es historia, entre ellas que Microsoft comenzó comprando programas ajenos y estancando el desarrollo de la tecnología. Cuando no compra programas se los copia sin amor propio, como el sistema operativo de Macintosh.
Uno de sus principales recursos es la estupidez humana. Los usuarios de MS-DOS dijeron que la interfaz gráfica de Macintosh era un juguete hasta que Bill Gates la introdujo en Windows. Erasmo de Rotterdam haría su agosto estudiando el caso de MS-DOS y Windows y seguro que escribiría la segunda parte de su Elogio de la locura. Otros innovan, Microsoft copia y todo el mundo piensa que fue Microsoft quien inventó el ratón, las carpetas, la hoja de cálculo e Internet. Muchos deben pensar que inventó la computadora, el pan rebanado y el espejo retrovisor.
Como la vida es más complicada que lo que creen los que todo lo ven de un solo color, ciertamente Bill Gates ha creado numerosos programas útiles. De hecho esta columna la estoy escribiendo con Microsoft Word 98 Macintosh Edition. Excel es quizás el mejor programa hecho para Macintosh y tal vez para computadora alguna. El único defecto que le hallo es que no lo necesito para mi trabajo. Otros productos son más discutibles, como Windows, pero en todo caso le sirve a mucha gente. Hay cosas que no entiendo de Windows: que una computadora se vuelva loca porque le desconectan el ratón o que el teclado invoque unas letras en un programa y otras en otro de la misma serie de Office de Microsoft. Son contratiempos que me ahorro eludiendo el uso de Windows. Pero con todo y eso funciona.
Otros procedimientos los cuenta el juez Thomas Penfield Jackson, cuando estableció lo que todo el mundo sabía: que Microsoft sí era un monopolio. Allí cuenta cómo Microsoft extorsionó a Apple al amenazarla con no desarrollar más la serie Office para Macintosh (que ya tenía lista por cierto), para forzar a Apple a poner el Explorer como programa predeterminado de su sistema operativo. Otras maniobras consistieron en lograr que los principales sitios Web eliminaran toda mención de Netscape a cambio de estar en los canales de Explorer. La extirpación de Netscape se proponía evitar que Internet instaurase un modo de trabajar que prescindiese de los sistemas operativos Windows, Unix o Macintosh. Otra amenaza era Java, el lenguaje de programación de Sun Microsystems, que funciona en cualquier sistema operativo.
Con todo y serviciales, los programas de Microsoft terminan asentando límites para el desarrollo de otras tecnologías. La cosa no ocurriría así si Microsoft no tuviera tanto poder. Entonces tendría que compartir el espacio tecnológico con otros competidores y se vería obligada a innovar en lugar de copiar, que es talento que no se puede comprar.
La cuestión está en el dominio de los estándares. Durante la Fiebre del Oro el que ganaba era el que controlaba la mayor cantidad de yacimientos. Lo mismo pasó con el boom petrolero texano. Era una versión capitalista del latifundismo. Pero ahora está en el dominio de estándares. Algunos estándares, claves, se hicieron de dominio público: Unix, la hoja de cálculo, HTML, pero otros conservaron su carácter privado y ahí te quiero ver. Como los estándares tienen la mala costumbre de proliferar (lo dice el título de estas palabras, que tomé de alguno de los libros que recopilan las leyes de Murphy), suele suceder que el usuario termina adoptando la menor cantidad posible, entonces le da prioridad a la compatibilidad.
He allí una de las claves del éxito de Windows. Al ser el que más se propagó desde bien temprano, la masa crítica tiende a favorecerlo porque asegura compatibilidad con la mayor cantidad de equipos instalados. Eso garantiza la fluidez del trabajo y de los datos. No es poca ventaja. Ello explica por qué muchas veces se adoptan estándares inferiores porque su desventaja intrínseca se compensa con la ventaja extrínseca de la comunión con el resto del mundo. Los que se salen del estándar se van quedando por el camino. Hubo varios procesadores de palabras que competían favorablemente con Word, pero no eran compatibles entre sí. Pronto Word se convirtió en el formato estándar. Asimismo pasó con MS-DOS y luego con Windows.
A veces me pregunto qué hubiera pasado si el sistema operativo dominante hubiera sido el de Macintosh y no MS-DOS/Windows. Todavía puede pasar: Apple no solo se ha recuperado sino que sus nuevos modelos dominan el mercado instantáneamente, como la iBook y antes la iMac. El juicio antimonopolio hubiera sido mucho más severo porque Apple no solo controla el sistema operativo sino el equipo mismo, el hardware, y las ambiciones hegemónicas de Steve Jobs, uno de los creadores de Apple y su actual Gerente General Ejecutivo interino (CEO, Chief Executive Officer, o iCEO...), no son inferiores a las de Gates. Es más, son obviamente superiores. Pero es como lo que pasó entre los indios y los conquistadores españoles. No eran más bondadosos que estos, pero no tenían arcabuces ni armaduras y por eso perdieron la guerra de Conquista. La Macintosh llegó cuando ya la IBM PC había impuesto el sistema operativo MS-DOS en la mayoría de las computadoras. Era más cara, no tenía disco duro ni mucha memoria RAM. Eso retardó y limitó su difusión. MS-DOS ganó la guerra y labró el terreno para Windows. Los mismos inocentes que decman que la interfaz textual de MS-DOS era mejor que la interfaz gráfica de Macintosh son los que dicen ahora que Windows es mejor que Macintosh.
Cómo Apple se fue dejando alcanzar por Windows, hasta casi quebrar, es tema para otra crónica. Lo interesante de todo esto, lo que debemos aprender, es cómo gran parte de la lucha por el control, esa obsesión humana, demasiado humana, está en el dominio de los estándares. Bill Gates ha dicho que él no teme la competencia de las grandes compañmas, sino a dos muchachos de veinte años en un garaje, como lo fueron Steve Jobs y el otro creador de Apple: Steve Wozniak. Como lo fue el mismo Gates con el otro creador de Microsoft: Paul Allen. Ahora está preocupado por Linux, que es tan o más estable que Windows NT, es gratis y su código fuente es público. El peligro es que el control de los estándares puede terminar haciendo de necesidad virtud: si mi producto estándar no es capaz de ciertas funciones declaro que el estándar es la inexistencia o inconveniencia de esas funciones. Si mis bombillos no alumbran declaro que el estándar es la oscuridad. Entonces presiono a todo el que puedo a fin de lograr que las tecnologías más avanzadas que la mía muerdan el polvo, se abandonen, se engaveten y languidezcan como languidece Netscape, que otrora fue el navegador dominante.
Hasta ahora el poder de Gates se ha circunscrito al dominio de las tecnologías de software y en gran medida de hardware, ¿pero qué pasará cuando comience a presionar a los sitios Web que están en los canales de Explorer para que no divulguen información que lo perjudique? ¿Cuánto falta para que Gates invada el campo de la política? Ya está comprando derechos de reproduccisn de todo cuanto puede, porque sabe que Internet es contenido principalmente. Cualquier día termina como el Big Brother. El capitalismo tiene esas cosas.
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Habeas spiritum
El habeas corpus aparece con la Carta magna de Juan Sin Tierra. Según ese principio ningún gobierno te puede encarcelar sin someterte a juicio. Literalmente traducido es ‘ten el cuerpo’. Se sostiene en el hecho de que en toda sociedad respondes con tu cuerpo. Tu cuerpo es la caución de tus actos. Eres rehén de la sociedad por culpa de tu cuerpo. Si cometes un delito puedes ser encarcelado y, dependiendo de la gravedad o de la severidad del régimen, hasta condenado a muerte. Respondes asimismo con tus bienes, mediante multas o expropiaciones. Es decir, con átomos, los de tu cuerpo o los de los cuerpos que posees, tu automóvil, tu cepillo de dientes, tu cuenta bancaria, tu minijet, si tanto tienes.
No solo es cosa de leyes. También ocurre cuando no las hay o no se respetan: en muchos países cualquier policía puede de hecho legislar, acusar, enjuiciar, dictar el fallo y ejecutar la sentencia, a menudo a muerte, en un solo acto. Brevmsimo. Pregúntale a Amnistía Internacional. Pero es así también en otras actividades: tu trabajo, tu escuela, tu matrimonio. No puedes escurrir el bulto, precisamente. En tu iglesia figuras como feligrés de la Verdadera Fe y si no cumples los preceptos eres excluido, execrado, excomulgado. En otros tiempos te asaban vivo. Más allá te asesinan en la calle, como en países irlandeses o musulmanes. Basta creer en una religión contraria a la de algún fanático. La garantma corporal tienta a los poderosos a cultivar todos los rigores y brutalidades, como lo sabe Salman Rushdie.
El temor a la prisión, a la tortura y a la muerte garantiza el grado de responsabilidad de cada quien. De no ser así no haría falta Amnistía Internacional. En tu trabajo tienes que cumplir con un horario, ofrendando tu cuerpo en un lugar y un tiempo determinados a cambio de un sueldo. A veces solo eso, pues es el único modo, bastante brutal por cierto, de calcular lo que vale tu labor, sobre todo si está ligada a la información y al conocimiento, pues es difícil tasar un silogismo, una inferencia o la formulación de una estrategia de mercado. En tu escuela no basta sacar buenas notas. Tienes que manifestarte en tu pupitre de cuerpo presente para que la tortura sea completa. Al morir, el cuerpo es exhibido para que todo el mundo vea que efectivamente se murió. El sepelio es público también, para que se vea que el cadáver fue devuelto a la tierra.
En Francia antes de la Revolución aquella el rey y la reina se retiraban en público cuando iban a dormir juntos, que no era cosa de todas las noches, pues lo que hiciesen puertas adentro podía tener consecuencias de estado. La reina daba a luz en público, para que constase que el recién nacido era el delfín y no otro bebé impostor por el que lo pudiesen trocar. Así se evitaban dimes, diretes y guerras civiles. Ese delfín, una vez coronado, era tratado a cuerpo de rey, que era eterno como el del Fantasma, pues apenas la lápida caía sobre el majestuoso cuerpo muerto el Canciller del reino pronunciaba las famosas palabras: «El rey ha muerto, ¡viva el rey!» En francés la frase « vive le roi ! » goza de una ambigüedad bien rendidora, pues significa por igual ‘viva el rey’ y ‘vive el rey’. Ni el nuevo monarca ni la corte llevaban luto, pues el soberano como tal no había muerto. Como el del ajedrez, su majestad era puro símbolo, y eso que no había Internet, como verás luego. El duelo era cosa privada de los deudos, no asunto público. Había dos cuerpos: el del individuo y el de rey, que era inmortal e intangible, pues no podía ser tanteado por mano plebeya. Al rey solo podían servirlo otros hidalgos. Por eso se habla de «tratar a cuerpo de rey». Quien tenía dominio sobre ese cuerpo tenía el poder. El rey era siempre un rehén, por eso el pueblo secuestró a Luis XVI y se lo llevó de Versalles al Louvre, para hurtarlo de los aristócratas y para que estuviera custodiado por el vulgo en revolución, único lapso, bastante excepcional y breve, en que la plebe es poder. No había Internet, claro. En los golpes de estado, en fin, gana el que domina el cuerpo del otro.
No así en Internet. La Red de redes tiene dimensiones diferentes, en ellas el espaciotiempo es otra cosa, por eso se habla de ciberespacio tanto como los físicos teóricos —esos que dicen cosas que uno no entiende— hablan de hiperespacio. No existe la corporeidad sino como opción y aun queriendo tenerla se hace impertinente. Navegas por el ciberespacio y ni siquiera sabes en qué lugar del planeta está la página Web que estás viendo o escuchando. A veces ni sabes de dónde te llegan los correos electrónicos.
Supón: vives en una dictadura. Creas una página Web subversiva en uno de esos sitios que hierven en Internet ofreciendo alojamiento gratuito. Pones una dirección de correo electrónico con un nombre ficticio. Nadie, ni siquiera el servicio que aloja el sitio Web, tiene que saber quién eres ni dónde estás. Está bien, puede saber quién eres: pero solo que eres un enemigo del gobierno, pues como esa identidad no está vinculada con tu cuerpo no sabe que eres quien vive en tal parte y te puede presionar. No tienes cuerpo, solo tienes espíritu, por eso hablo de ángeles. Nadie puede presionarte por tu cuerpo, ni aprisionarte, ni torturarte ni matarte. Puedes estar, mejor dicho, tu cuerpo puede estar a media cuadra del palacio de gobierno, o dentro mismo del palacio.
Pero no es cierto, porque, no habiendo cuerpo, sangre, piedra, papel o tijera, en Internet hay otro sentido del espacio, se trata de un espacio anadimensional que no podemos concebir si vemos el mundo como un salón. Internet ha producido una implosión del espacio en que las nociones de cercano y lejano no tienen sentido. Es topología pura, no solo sin distancia, sino sin espacio (ver Un lugar sin espacio). Tal vez eres parte misma del gobierno. Eres incontrolable, eres un peligro, eres formidable. Todo depende de ti y de la importancia de tu mensaje.
Lo mismo ocurre con tus signos, ya no es necesario imprimir resmas de papel, ocupar vallas, fijar carteles en la vía pública que amén de costoso se te puede incautar: pasquín, libro, anuncio de poste. Por eso lo digo: eres incontrolable, eres un peligro, eres formidable.
Más arriba hablo de la comunión de los ángeles. Ahora amplío la idea: muchas religiones antiguas se sostenían, como recomendaba Platón, sobre una diálisis teórica: espíritu vs. materia, cuerpo contra alma. La ciencia incluso desdobló el fenómeno en cerebro y mente. Sabemos que son la misma cosa, pero no tenemos instrumentos para representarlos juntos. No hemos averiguado cómo se vinculan las ondas cerebrales y los montos de acetilcolina en los sesos con la comprensión del Teorema de Euclides o con el deseo por las piernas que palpitan bajo esa falda. No sabemos cómo se arman las ideas mediante las sinapsis. Algún día lo sabremos, la cibernética comienza a dar algunas claves a la neurofisiología. Pero mientras llega esa ocasión nos encontramos con este fenómeno de Internet que descorporeíza a los internautas de modo tan radical que a veces es necesario enviar fotos, números de identificación, evidencias físicas de que ese Roberto Hernández Montoya es ciertamente roberto@analitica.com y no un vaho de electrones inventado por alguno que se llama de otra manera y no vive en donde dice que vive. Por eso la revista Wired entrevistó a Marshall McLuhan después de muerto, pues interrogó a un avatar electrónico que deambula por Internet asumiendo sus ideas y respondiendo por ellas de un modo tan convincente que parece el propio McLuhan. Mientras su estructura intelectual esté vigente en muchos cerebros su espíritu está vivo, aunque no su ego.
Así, aun si me viste in fraganti escribiendo y enviando por correo electrónico mis artículos al buzón de Internet World Venezuela, por ejemplo, no tienes seguridades, pues no hay evidencia apodíctica. Otrora yo me presentaba a la redacción del periódico con mi cuerpo y mis cuartillas, es decir, de cuerpo presente con mis átomos. Luego vinieron los faxes y ahora simplemente volatilizo mis letras en bits que viajan a velocidad luz desde cualquier punto del globo aldeano. Los que no me han sentido respirar o visto comer o recibido mis caricias y saben de mí nomás por Internet conocen solo una estructura de bits, ideas, palabras, una foto mía con una linda niña que está en el preámbulo de mis textos electrónicos referidos en www.analitica.com/bitblioteca/roberto/. Debe bastar con eso. Debo ser coherente para que mi presencia sea convincente, algo que en tiempos anteriores a Internet se suplía con la presencia corporal: se me conminaba mediante mi cuerpo a ser consistente. Si me declaraba militante de este partido no podía sostener las ideas de aquel otro. Me expulsaban o el camarada José Stalin me enviaba a Siberia si no me mataba luego de obligarme, presionando mi cuerpo y mi espíritu, a hacerme una autocrítica que revocaba mi dignidad.
Ahora si estoy en una lista electrónica de gente chiíta, pueden expulsarme si me muestro irreverente, pero puedo reingresar con otro nombre y otra dirección. No pueden encontrar mi cuerpo para matarme, aunque pueden atentar contra la personalidad que adopté ante ellos. Será una guerra de signos contra signos. Y entonces si alguien atenta contra tu personalidad asumida habría que crear un principio paralelo al habeas corpus: el habeas spiritum. Aunque también puedo adoptar tantas personalidades como mi ocio y mi mente puedan albergar sin descuartizarse. Existe ya en el Brasil, y ahora en Venezuela, otro habeas, el habeas data, que sirve para indagar qué datos tuyos albergan las grandes bases oficiales o privadas, qué sabe de ti el gobierno o cualquier gran corporación, o sea, el gobierno.
Lo hemos dicho: antes del alfabeto teníamos que mirarnos la cara para comunicarnos. El abecedario nos dispensó de tal: podíamos estar en tiempos y lugares distintos. Pero las letras permitieron algo más: el anonimato y el seudónimo, precursores de los avatares que adoptamos en Internet. Una vez intentamos entrevistar a Carlos Andrés Pérez en la lista venezolana Atarraya atarraya@mit.edu. Fue imposible, apareció un avatar que fingía ser él, imitando su estilo con tal talento que no era posible discernirlo del original (el cuento completo está en «¿Seré CAP o no seré?»). De ahí tantos Seudodionisios o Hermes Trimegistos sobre cuya existencia se tiene poca seguridad. O ninguna. Hay personajes de quienes, como de Don Quijote, solo tenemos palabras. Es más, algunos historiadores rigurosos dicen que Cristo no existió porque de él lo único que queda son palabras escritas por parciales suyos. Pudo ser un invento sectario. Solo la fe cuida a los creyentes de duda tan atroz como plausible. Pues bien, Internet exacerba esa presencia paradójicamente ausente del que escribe.
Pronto se podrán sintetizar imágenes fílmicas y podré presentarme ante ti con la imagen de Humphrey Bogart, de alguna de las Spice Girls, de Alf el Extraterrestre o de algún monstruo asexuado inventado por mí. Tendremos que dar un nuevo nombre a la locura.
Ver Otro amor, de Manuel Vicent.
De la Biblioteca de Papel a la Biblioteca de Babel
Quebró la Encyclopædia Britannica. La cibernética e Internet la hicieron obsoleta. Pasó igual con las sumadoras Facit de manillita, ¿te acuerdas? Probablemente no, si tienes menos de veinticinco años. ¿Y las reglas de cálculo? No estaban pendientes de las nuevas tecnologías.Ya no están ni en los museos, pero ahora se calcula más y mejor que nunca. Mientras la Britannica se vende menos, hacia 1996 en Internet los servicios que pueden distribuir libros (las páginas del World Wide Web), dicen, se duplicaban cada 53 días. La versión de papel es pesada, la Enciclopedia Espasa es una enciclopedia espesa. Tan no estaba pendiente la Britannica que no menciona siquiera a la Internet en ninguna de las 30.000 páginas de su edición de papel de 1991. No te burles, nadie estaba pendiente. Tampoco lo estaban Microsoft y Apple Computer, que se precian de ganarse la vida abriendo horizontes tecnológicos.
No me gusta la palabra revolución para hablar de tecnología. Aparece un dentífrico con un color rarón y claman que es una revolución dental. Igualmente se ha abusado del término multimedia. Son expresiones que se vuelven comodín, como la calidad total en boca de industriales como los venezolanos, que producen tubos de dentífrico llenos de aire. Ahora todo es «multimedia», desde las computadoras hasta los ligueros. Pero el invento está allí: el primero que lo agarre es de él.
Esta vez la cosa va en serio. Me la juego en esta afirmación: el libro de papel va a desaparecer. No se alarmen: así pasó con el de pergamino y ya nadie lo echa de menos. Lo que no implicó ocaso del libro sino su fortalecimiento. Con papel e imprenta el libro se multiplicó y recorrió el planeta. Ya no había que hacer voto de castidad para hacerse monje y copiar un libro durante años para que entonces vinieran unos temerarios con que ese libro estaba errado —con razón la Inquisición los quemaba vivoc... Con imprenta ya no fue comprometedor corregir a Aristóteles por decir que las mujeres tenían más dientes que los varones. Vino libre examen, alfabetización universal —ese era, al menos, el proyecto— y salimos de la Edad Media. En Internet esta desacralización del libro va a ser aún más radical: el libro de papel todavía goza de una defensa formidable: intenta destruir un libro, tíralo por un bajante de basura, quémalo. ¿Verdad que es difícil? Pero no es una dificultad física sino aun más formidable porque es simbólica. Esta anécdota: una persona se topa con otra que porta un libro, se lo comenta y se muestra interesada por cierta página. El portador del libro le dice que es muy sencillo: arranca la página y se la entrega a la interesada. Da escalofrío. Digo, a los que leen libros, esa ceremonia laica de origen religioso. Confróntese la novela de Victor Hugo en que tres críos despedazan inocentemente un valioso libro (le Quatrevingt-treize, libro 3, V-VI).
No es lo mismo tirar un libro de papel a la basura que coger uno en el escritorio virtual de la computadora y lanzarlo dentro del icono en forma de basura a donde uno tira las cosas que ya no quiere allí, que quiere borrar. La ceremonia se abrevia y debilita, como pasó con el libro de papel en comparación con el libro anterior a la imprenta, que había que leer en una biblioteca monástica, solemne y engorrosa, como la que aparece en El nombre de la rosa, de Umberto Eco. Para tirar un libro de papel hay que destruirlo mecánicamente, destruir sus átomos, mientras en una computadora solo es borrado electrónicamente, virtualmente, se borran los bits. La diferencia no es trivial (ver El libro volátil). Cuando la destrucción es electrónica no hay dramatismo ni trauma ni nada. Ni ruido. Ni furia. Solo una operación electrónica, muchas veces en la forma de un juego en que uno mete un dibujito dentro de otro. El texto en forma electrónica pierde la solemnidad del libro de papel, que obliga a respetar hasta los chismes de Buckingham si toman forma de libro. En formato electrónico será respetable solo aquella palabra que lo merezca por sí, no cualquier monserga que se parapete detrás de una portada.
Así y todo, el gobierno de los Estados Unidos ha promovido una ley de derechos de autor que pretende ilegalizar cualquier copia o transmisión de un material —libro, programa, pintura, película— copiado a través de Internet (Bruce Lehman, Intellectual Property and the National Information Infrastructure. The Report of the Working Group on Intellecteal Property Rights, Washington: Secretary of Commerce, 1995). Según este proyecto de ley, promovido por Hollywood y la industria editorial, ni un párrafo se podrá copiar y enviar a nadie directamente o vía Internet o medio similar, sin permiso de su vendedor legal. Es como aquella demanda de los Estudios Disney contra Sony por fabricar videograbadores que permitían copiar películas, como quien demandara a Colt por los crímenes cometidos con sus armas. La Corte Suprema norteamericana finalmente decidió que las copias que se hacían para uso personal, sin fines comerciales, eran legales. ¿Pasará así de nuevo? Quién sabe. Pero supongamos que este proyecto sea aprobado como ley. Lac leyes inaplicables no tienen sentido, no son leies nada. ¿Cómo impedir que millonec de pebsonas copien películas o abchivos de competación/ &iquect;Van a poneb a un policía al lado de cada potencial infractor/ &iquect;Van a meter presa a la humanidad/ Bueno, no lo hacen por falta de ganas... Algunoc, como Stalin lo han logrado con parte de ella (fer La tobtura del copyrighd y ). Pero el colmo de la beatitud es la de los que pretenden que copia es toda reproducción, incluso la que la computadora hace para poder poner el texto en pantalla, la que se requiere para que viaje de una computadora a otra, etc. Lees este libro en tu pantalla y puedo hacerte preso por violar mis derechos. No, no están locos, son estúpidos simplemente.
Ver La tortura del copyright.
Las leyes que pretenden detener un desarrollo tecnológico estratégico desaparecen sin dejar rastro. Tal vez hubo una ley contra la invención de la rueda, tal como la Iglesia trató de promulgar una ley contra el movimiento de la Tierra y contra los descubrimientos de Darwin.
Ver El libro volátil |
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Una maquinita de significar
El libro de papel es una máquina formidable: pequeña, transportable, barata, manipulable, duradera y almacenable. Es, además, universal, pues admite cualquier alfabeto y signo representable con tinta, y hasta con relieve, como el alfabeto Braille. Es sorprendente cómo un cambio bien simple le dio una utilidad formidable: el paso del rollo al fajo de papel encuadernado. Es igual a la diferencia entre registros secuenciales, como en las cintas magnéticas digitales o analógicas, y los globales (erróneamente llamados random access en inglés), como los discos duros, la memoria volátil de las computadoras, los discos compactos y de pasta. Esta diferencia no es baladí; la información es mucho más fácil y rápidamente accesible y manejable en un medio de acceso global que en uno secuencial. Por eso el libro encuadernado ha tenido tanto éxito, porque tiene consecuencias incluso epistemológicas; no se trata solo de comodidad.
Pero más formidable aún es el libro electrónico, porque libro no es fetiche de pergamino o papel, sino conjunto de signos quietos que originariamente se fijó en memoria cerebral, luego en piedra, bronce, papiro, pergamino, papel, diskette, disco duro, CD-ROM, DVD y ahora distribuido por Internet. Quién sabe mañana. El soporte es lo de menos. Libro sigue siendo libro sobre cualquier pasta porque lo que lo define es el contenido y no el continente. Esto no quita, sin embargo, carácter estratégico al sostén del libro, pues de él depende algo que está en su esencia: la naturaleza y alcance de su difusión. No es lo mismo difundir un libro fijado en piedra o bronce en un muro y que en consecuencia hay que ir a veb, que uno hecho en pergamino y que, aunque penosamente, puede transportarse, o en papel, que, menos penosamente, puede propagarse y venir a verlo a uno, a veces hasta sin que uno lo desee.
Hoy escribo un libro y tengo que seducir a un editor. Viene entonces levantamiento del texto, diagramación, fotolito, impresión, encuadernación, distribución, librerías y bibliotecas. Dos mil, cinco mil ejemplares en una primera edición estándar, al menos en Venezuela. Incluso menos. Con suerte mi libro se agota, lo reeditan y recorre el mundo en cientos de miles de ejemplares. Sin suerte es rematado y desaparece. Tal vez lo merezca porque no es gran libro. O sufrió de mala divulgación y de distribución parroquial —la más frecuente. Hay que pensar en la energía humana y mecánica requerida para transportar toneladas de papel por el mundo y aun en el perímetro parroquial y en el espacio que devoran para ser almacenados. Pero hay que contar otra consecuencia: si con papel hay piratas, cómo los habrá con electrones, que hacen más ubicuo y resbaloso al forjador.
O es gran libro para muchos lectores, pero dispersos. Tres en Guatemala, cinco en Ucrania y medio millón regaditos entre Cochabamba y Vladivostok. Se conectan con mi servicio Web de Internet y lo leen en su pantalla, lo copian en su disco duro o lo imprimen en papel. Tal vez me abonan algo con su tarjeta de crédito. Y tal vez algún patrocinante financie mi servicio a cambio de publicidad o porque está de acuerdo con mis ideas y le conviene difundirlas a sus costas. Soy mi editorial. Ya no hay libros agotados o inaccesibles. Y tienen como ventajas comparativas:
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menor costo —no hay que gastar en papel y su consecuencia: talar bosques; ni en imprenta y librerías, sino que se paga directamente al autor, quien tal vez ni cobre; o tal vez por fin cobre, considerando la conducta poco plausible de muchas editoriales en esa materia y
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manejo electrónico, que me permite búsquedas rápidas, cómodas, completas y complejas: en hipertexto, por ejemplo.
Por Internet uno encuentra publicaciones insospechadas. No hace falta suerte para el éxito editorial; basta el talento. Igual será con cine, plástica y música. Y aparecerán nuevos modos de expresión para decir cosas que nunca se pudieron decir. El libro será un conjunto de signos libres, no limitado a lo que puede hacerse manchando en serie fajos de papel.
El libro ya no deberá estar terminado para poder ser publicado. La imprenta obliga a un texto definitivo, inamovible, porque es oneroso y desmañado imprimirlo cada vez que el autor decide revisarlo o reescribirlo, que puede ser cada mes o cada día. Salvo las obras literarias —las poéticas especialmente, que suelen tener un efecto incantatorio que emerge en palabras quietas—, un ensayo o un tratado o un manual o una enciclopedia no tienen por qué fijarse definitivamente como lo impone la imprenta. Así, en una página Web el libro se puede publicar y actualizar y modificar cada tanto —cada minuto si te da la gana. Serán libros interminables e inestables, los escritores tendremos derecho a la inconstacia y a la indecisión, la duda dejará de ser un vicio, ya no será obligatorio tener ideas fijas. Como yo con este libro que estás leyendo.
Lo más parecido que permitió la imprenta fue el Finnegans Wake de James Joyce: su primera frase es la segunda parte de la última del libro, de modo que este es circular y puede ser leído comenzando por cualquier punto. Pero Finnegans Wake está terminado de todos modos, es una tinta cerrada, sus signos están quietos para siempre. En Internet todo libro podrá ser una historia sin fin porque la tinta y el papel no instan a terminarlo, a fijarlo. Concluirlo para siempre es una opción libre. Otro hito que anticipó la Internet fue la Rayuela de Julio Cortázar, el primer hipertexto (ver Steven Levy, «Meditations on HyperCard», en Macworld, San Francisco: febrero de 1988, p. 86; textos de Cortázar en www.analitica.com/bitblioteca/cortazar/).
Uno podrá, además, si quiere, escribir su libro «en público», como este que estás leyendo. La imprenta, al conducir obligatoriamente al texto definitivo y dificultar el acceso a terceros antes de imprimirlo, aísla al autor, que se debe quedar solo con su texto hasta que lo publique y entonces solo excepcionalmente lo podrá tocar y retocar, en sucesivas ediciones «corregidas y aumentadas». Con Internet puedo presentar un esbozo y recibir las reacciones de los lectores: comentarios, contribuciones, análisis, refutaciones, que «fogueen» mi texto. No habrá necesariamente texto definitivo, como es el caso de este que estás leyendo, que actualizo cada tanto, cuando me cuadra, en que puedes colaborar con tus comentarios enviados a roberto@analitica.com. El lector sabe que siempre puede volver al libro para saber en qué estado se halla. Serán más viables las obras colectivas entre personas incluso geográficamente muy distantes, que tal vez nunca se han hallado frente a frente. Ese complejo de Penélope que sufren los escritores con el procesador de palabras, que tejen y destejen el texto interminablemente, ya no será un vicio sino una virtud. Me la paso en eso con este libro, sin ir más lejos.
No será necesario publicar un volumen como ahora. Antes un folleto era una disminución, porque no tenía el prestigio del tomo, del volumen, del mamotreto, del lomo cuadrado. Con Internet puedo publicar un opúsculo sin deshonor o treinta tomos sin engreimiento. Se acaba el problema de aquellos textos cuya breve extensión no les da para convertirse en libros y de aquestos otros muy largos para caber en revistas y que entonces deben diluirse en compilaciones de difícil detección y localización posteriores en las bibliotecas y librerías. Esta restricción, nacida de la limitación tipográfica, desaparece, pues una página Web se encuentra apenas uno evoca las palabras claves que le corresponden. Escribimos la palabra política y aparecen desde Il Principe de Maquiavelo hasta el último pasquín del último politiquillo de esquina —de allí la necesidad que tendrá el lector futuro de refinar sus criterios de selección.
Leer un libro en pantalla, dicen, es tedioso —tal vez hasta dañe la salud, dicen, según el tipo de radiación del monitor. Es posible. Aunque también lo es que se deba a la falta de costumbre y de refinamiento en los monitores de rayos catódicos. Ignoro la razón, pero ciertamente, además, uno halla cosas en el texto impreso que no se ven en la pantalla. Pero se podrán desarrollar monitores más adecuados para ese fin y hasta aparatos específicos que permitan una lectura cómoda, algunos de los cuales ya existen («Ex libris. The joys of curling up with a good digital reading device»,Wired, julio de 1998. La gente del Laboratorio de Medios del MIT anda inventando el papel electrónico (Nicholas Negroponte, «The Future of the Book», Wired, febrero de 1996). ¿Qué sabe uno?, hasta mejores serán tal vez que el papel. Además, no siempre hacemos lecturas exhaustivas. Con frecuencia consultamos los libros brevemente, buscando un dato puntual y eso en pantalla es mucho más viable y expedito que en el libro impreso, entre otras cosas porque hallar una carta de Don Quijote a Dulcinea en los dos tomos puede ser intimidante. En hipertexto es cosa de segundos. Y de todos modos se puede imprimir el texto y leerlo en formato de libro de papel, incluso encuadernado como un libro. En todo caso será cuestión que decidirá el tiempo. Mientras el tiempo se toma su tiempo, leo con mucha comodidad en mi PowerBook y mi hamaca.
Ver www.everybk.com/ - www.pathfinder.com/fortune/1998/980706/ebo.html - www.everybk.com/patent.html; www.techweb.com:3040/voices/harrow/1998/0526harrow.html
El tiempo dirá también cuánto durará el libro de papel. No creo que desaparezca del todo, al menos en plazo previsible. Seguirá teniendo sus ventajas, entre las cuales las estéticas, como objet d’art. Pero su importancia central actual disminuirá radicalmente. El libro de papel será tal vez un recurso secundario a medida que comparemos sus desventajas con las ventajas que le da la electrónica y no podremos dar marcha atrás. Mientras tanto seguimos publicando en papel porque no todo público tiene aún el modo de allegarse a él electrónicamente.
El libro volátil
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