
De Agripina Montes del Valle
AL TEQUENDAMA
A MI NOBILÍSIMO AMIGO EL DOCTOR CARMELO ARANGO M.
Tequendama grandioso:
Deslumbrada ante el séquito asombroso
De tu prismal riquísimo atavío,
La atropellada fuga persiguiendo
De tu flotante mole en el vacío,
El alma presa de febril mareo
En tus orillas trémula paseo.
Raudas apocalípticas visiones
De un antiguo soñar al estro vuelven,
Resurgen del olvido sus embriones
Y en tus iris sus formas desenvuelven
¡Y quién no soñará, de tu caída
Al formidable estruendo,
Que mira á Dios crear omnipotente,
Entrevisto al fulgor de tu arco horrendo…!
¡ A morir !…AI abismo te provoca
Algo á la mente del mortal extraño;
Y del estribo de la ingente roca
Tajada en babilónico peldaño,
Sobrecogido de infernal locura,
Perseguido dragón de la llanura,
Cabalgas iracundo
Con tu rugido estremeciendo el mundo.
¿ Qué buscas en lo ignoto?
¿ Cómo, á dónde, por quién vas empujado ?…
Envuelto en los profusos torbellinos
De la hervidora tromba de tu espuma
E irisado en fantástico espejismo,
Con frenesí de ciego terremoto
Entre tu aérea clámide de bruma
Te lanzas despeñado
Gigante volador sobre el abismo.
Se irgue á tu paso murallón inmoble
Cual vigilante esfinge del Leteo,
Mas de tu ritmo bárbaro al redoble
Vacila con medroso bamboleo.
Y en tanto al pie del pavoroso salto,
Que desgarra sus senos al basalto,
Con tórrida opulencia
En el sonriente y pintoresco valle
Abren las palmas florecida calle.
Por verte allí pasar, la platanera
Sus abanicos de esmeralda agita,
La onduladora elástica palmera
Riega su gargantilla de corales,
Y al rumor del titán cosmopolita,
Con sus galas y aromas estivales,
La indiana piña de la ardiente vega,
Adorada del sol, de ámbar y de oro,
Sus amarillos búcaros despliega.
Sus ánforas de jugo nectarino
Te ofrece hospitalaria
La guanábana en traje campesino,
A la par que su rica vainillera
El tamarindo tropical desgrana
Y la silvestre higuera
Reviste al alba su lujosa grana.
Bate del aura al caprichoso giro
Sus granadillas de oro mejicano
Con su plumaje de ópalo y zafiro
La pasionaria en el palmar del llano;
Y el cámbulo deshoja reverente
Sus cálices de fuego en tu corriente…
Miro á lo alto. En la sien de la montaña
Su penacho imperial gozosa baña
La noble águila fiera
Y espejándose en tu arco de topacio
Que adereza la luz de cien colores,
Se eleva majestuosa en el espacio
Llevándose un girón de tus vapores.
Y las mil ignoradas resonancias
Del antro y la floresta
Y místicas estancias
Do urden alados silfos blanda orquesta,
Como final tributo de reposo
¡Oh Emulo del Destino!
Ofrece á tu suicidio de coloso
La tierra engalanada en tu camino.
Mas i ah! que tu hermosura,
Desquiciada sublime catarata,
El insondable abismo desbarata,
La inmensidad se lleva,
Sin que mi osado espíritu se atreva
A perseguirte en la fragosa hondura.
Átomo por tus ondas arrastrado,
Por retocar mis desteñidos sueños
Y reponer mi espíritu cansado
En tu excelsa visión de poesía,
He venido en penosa romería;
No á investigar la huella de los años
De tu drama en la página perdida,
Hoy que la fe de la ilusión ya es ida
Y abatido y helado el pensamiento
Con el adiós postrer de la esperanza
En tu horrible vorágine se lanza
Desplomado al más hondo desaliento.
En vano ya tras el cristal enfriado
De la vieja retina
El arpa moribunda se alucina,
Y en el triste derrumbe del pasado,
Cual soñador minero,
Se vuelve hacia el filón abandonado
De nuevo á rebuscar algún venero.
Adiós! adiós! Ya á reflejar no alcanza
Del alma la centella fugitiva
Ni tu ideal fastuosa perspectiva
Ni el prodigioso ritmo de tu danza;
Y así como se pierden á lo lejos,
Blancos al alba, y al morir bermejos,
En nívea blonda de la errante nube
O en chal de la colina
Los primorosos impalpables velos
De tu sutil neblina,
Va en tus ondas mi cántico arrollado
Bajo tu insigne mole confundido,
E, inermes ante el hado,
Canto y cantor sepultará el olvido.