El 24 de julio de 1823 se libró la Batalla Naval del Lago de Maracaibo, que enfrentó a las escuadras del Almirante Colombiano José Prudencio Padilla y las del Comandante Español Laborde, quien tras un intenso combate y ante el ímpetu y valentía de los patriotas criollos, tuvo que capitular y emprender la retirada.
Terminada la sangrienta Batalla, se demostró que hubo valor y gallardía de parte y parte, así como hombres y buques gloriosos y humillados.
El valor, el arrojo y las acertadas providencias del Almirante Padilla en aquel día fueron admirables, hoy le dan lugar distinguido en las brillantes páginas de la historia que tratan sobre la guerra de nuestra independencia.
En homenaje a esta importante gesta libertadora, se celebra el 24 de julio el día de la Armada Colombiana.
Primer almirante de Colombia, nacido en Riohacha, Guajira, el 19 de marzo de 1778, muerto en Bogotá, el 22 de octubre de 1828. José Prudencio Padilla López era hijo de Andrés, conocido como maestro Andrés porque se dedicaba a la construcción de canoas, y de Lucía, hija única del matrimonio constituido por Casimiro López y Florentina Lúquez. Fue el mayor de cinco hermanos: Francisco Javier, José Antonio, María Ignacia y Magdalena. Francisco Javier, capitán de navío, acompañó a su hermano José Prudencio hasta el último momento de su vida en Bogotá; fue condecorado con la Estrella de los Libertadores de Venezuela, en febrero de 1824; participó en la guerra civil de 1841 a favor de los rebeldes. José Antonio, contraalmirante, se distinguió en el asedio de Cartagena en 1821; sufrió heridas en el asalto de la noche de San Juan; en 1828 tuvo que huir de la patria y refugiarse en Perú y Chile; en 1832 regresó y se alistó de nuevo al servicio de la República; participó en la rebelión federal de 1841 al lado del general José María Obando y murió en la batalla de Cispatá, el 15 de diciembre del mismo año. Magdalena asumió valientemente la defensa de su hermano cuando todos los amigos de éste trataban de eludir la responsabilidad en los sucesos acaecidos en Cartagena en 1828. El mulato Padilla, como lo llamaban, permaneció en su tierra natal hasta los 14 años, cuando, debido a un incidente familiar, huyó del hogar y se embarcó en un buque como muchacho de cámara, ocupación que mantuvo hasta la edad de 19 años, cuando regresó a Riohacha, en 1803. Su estadía en la localidad fue corta, pues poco después se enroló en la Real Marina Española, a bordo del navío de guerra Juan Nepomuceno. Inició así su carrera como oficial de marina al servicio del rey de España.
Por sus aptitudes náuticas se le dio el cargo de contramaestre de navío, plaza que no se concedía a los servidores americanos -anota el capitán de fragata Gregorio Cerra, su primer biógrafo y compañero de armas-, pero ni aun a los europeos, sino después de bien probadas sus aptitudes en el servicio. En la Marina Real permaneció hasta la batalla de Trafalgar, ocurrida el 21 de octubre de 1805, que terminó con la derrota franco-española y el triunfo de la Armada inglesa, al mando del almirante Horacio Nelson. En esta ocasión, Padilla fue hecho prisionero, confinado a un pontón y obligado a trabajar en la construcción de naves, fabricación y reparación de armas y el levantamiento de fuertes. Tres años después, en 1808, se celebró la paz y los prisioneros fueron canjeados. Padilla regresó a América en los albores de 1809 y fue designado contramaestre del apostadero de Cartagena de Indias. El 12 de febrero de 1809, Padilla contrajo matrimonio con la cartagenera Pabla Pérez Tapia, hija legítima de José de Jesús Pérez y Ercilia de Tapia. Este matrimonio no duró mucho, en opinión de los contemporáneos, por el temperamento fogoso y enamoradizo de Padilla, combinado con el adulterio de su esposa. Padilla sostuvo relaciones con Anita Romero, hija del teniente coronel patriota emigrado de Cuba, Pedro Romero y Porras, con quien vivió a partir de ese momento. Otras mujeres tuvieron importancia en la vida de Padilla, como la "Zamba Jarocha" (Juanita Rodríguez), una mulata traída de las Antillas por el general Mariano Montilla, que abandonó al general para irse con Padilla; este hecho le granjeó la enemistad de Montilla y, según el juicio de algunos historiadores, probablemente tuvo que ver en los sucesos que culminaron con el juicio y condena de Padilla. El 11 de noviembre de 1811 Padilla fue uno de los que, en el barrio de Getsemaní, contribuyó al pronunciamiento en el que se pidió la independencia absoluta de la metrópoli. Padilla entró a prestar sus servicios a la república en las fuerzas que combatieron en el Magdalena, bajo el mando del teniente Rafael Tono; en 1812 era contramaestre del bergantín Independiente, que pertenecía a la escuadrilla del comandante Pedro Duplin; en 1814 fue reducido a prisión por Mariano Montilla, por el solo hecho de ser partidario de Bolívar.
En julio de 1815, al mando de la cañonera Concepción, en las bocas del Atrato, venció a la fragata española Neptuno, en la cual navegaba el mariscal de campo Alejandro Hore con su familia, los que fueron capturados junto con 18 oficiales, 274 soldados, más de 2000 fusiles, equipo, vestuario y correspondencia de gran valor para las tropas patriotas. Esta acción le valió el ascenso a comandante de fragata, otorgado por el general Bolívar. Después del sitio de Cartagena Padilla emigró, junto con otros patriotas, a Haití, donde se alistó poco tiempo después en la expedición que organizó Bolívar sobre Venezuela. En julio de 1817, por su participación en la batalla de Angostura, alcanzó el grado de capitán de fragata. En esta misma época participó como segundo comandante de la escuadrilla de flecheras y cañoneras, al mando del capitán de navío Antonio Díaz, en la campaña del Orinoco. En noviembre de 1818 fue nombrado comandante de las Fuerzas Sutiles del Orinoco, por orden de Bolívar, en reemplazo de su antiguo comandante Díaz.
En diciembre de 1819, a bordo del bergantín Congreso de Venezuela, reconstruido en una semana por Padilla y tripulado por 125 infantes de marina, despejó el Bajo Orinoco de la piratería realista. En la expedición naval del Atlántico, al mando del almirante Luis Brion, Padilla participó como segundo jefe. El 20 de mayo de 1820 libró un combate donde salieron victoriosas las tropas patriotas. El 10 de noviembre del mismo año, libró el combate de San Juan de Ciénaga, que terminó con la ocupación de Santa Marta por los patriotas. El 4 de mayo de 1821, bajo su mando, se inició el sitio de Cartagena por las tropas patriotas, que duró 159 días, al cabo de los cuales, el 1 de octubre, se consiguió la rendición y ocupación de Cartagena, después de numerosos combates, entre los cuales merece especial mención el acaecido el 24 de junio, conocido como la Noche de San Juan. Como premio a su actuación durante el sitio de Cartagena, Padilla fue propuesto para el grado de general de brigada y nombrado comandante del Tercer Departamento de Marina (creado por ley del 14 de junio de 1821), que tenía jurisdicción sobre las costas de Riohacha, Santa Marta, Cartagena y costas del Atrato hasta el Escudo de Veraguas. A finales de este año empezaron a suscitarse serias diferencias entre Padilla y Montilla. El 5 de noviembre de 1822 inició la campaña de Maracaibo, que duró 242 días y culminó con la batalla naval de Maracaibo, el 24 de julio de 1823; esta acción, que afianzó definitivamente a independencia de Venezuela, llenó le honores a Padilla, quien, para esta echa, ya ostentaba los títulos de contraalmirante y general de brigada. Bolívar, entusiasmado, lo llamó "el Nelson" colombiano. En 1825 fue elegido miembro del Colegio Electoral de la provincia de Cartagena, que se reunió l 2 de octubre, y en tal calidad asistió las votaciones. El 3 de octubre del año siguiente llegó Padilla a Bogotá, ocupar su curul en el Senado, elegido por el departamento del Magdalena. En aquella época renunció a la pensión de tres mil pesos que le otorgó el gobierno colombiano como compensa a sus servicios en la campaña del Zulia y en la batalla naval e Maracaibo. En 1828 se le acusó de armar el Pronunciamiento de Cartagena para defender la Convención de Caña, y de participar en los tumultos e esta ciudad. Bajo el cargo de rebelión, fue apresado por el general Montilla, quien rápidamente lo envió Bogotá, a donde llegó el 26 de mayo. se encontraba en prisión cuando, en septiembre del mismo año, se fraguó el plan para asesinar al Libertador y los conspiradores lo pusieron en libertad. José Prudencio Padilla no tenía noticia de lo que estaba pasando, ni participó en el plan; sin embargo, fue apresado y juzgado junto con los conspiradores y condenado a pena de muerte. La sentencia se cumplió el 22 de octubre. La Convención Granadina de 1832 rehabilitó su memoria, eximiéndolo de los delitos de los que se le acusaba.
GILMA RÍOS PEÑALOZA
Bibliografía
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Esta biografía fue tomada de la Gran Enciclopedia de Colombia del Círculo de Lectores, tomo de biografías.
La existencia de Padilla parece arrancada de la leyenda. Hombre de honor y lealtad; de personalidad descollante, generosa y sociable. Esto nos hace ver un pasado glorioso, iniciando el despertar de una conciencia marítima nacional, al estudiar la vida y hechos del insigne fundador de la Armada Nacional.
El Almirante Padilla, nació el 19 de marzo de 1778 en Riohacha (Guajira), llevó una vida de Marino y en ella se formó hasta llegar a ser conocido en nuestra historia con el título de “Almirante”.
Desde los 14 años fue Mozo de Cámara en la Marina Española del Nuevo Reino; como tal combatió en Trafalgar el 22 de octubre de 1805; cayó prisionero de los Ingleses, hasta que celebrada la paz, volvió a España en 1808.
Con destino de Contramaestre del Arsenal del Apostadero de Cartagena, regresó por ese tiempo a su patria y fue uno de los que el 11 de noviembre de 1811 pidieron al Gobierno del Estado la independencia absoluta de la metrópoli. En 1814 apresó una Corbeta realista y cayeron en su poder 16 prisioneros; por esa acción el Gobierno de Cartagena lo nombró Alférez de Fragata.
En 1815 defendió a Cartagena; después emigró a Jamaica, se incorporó a la expedición de los Cayos en 1816 y luego se distinguió en Venezuela al lado de Brión. Combatió junto a Montilla en la campaña de Riohacha, por lo cual su anciano padre fue aprehendido y enviado por el Gobierno Español a Cartagena donde estuvo preso hasta 1820.
Contribuyó a que la República se apoderara de Sabanilla, y bajo las órdenes del mismo Montilla hizo tremolar por primera vez el pabellón tricolor en Santa Marta; en Loríca derrotó al realista José Candamo. También pacificó las provincias de Cartagena, Santa Marta y Riohacha.
Don Tomás Morales, Jefe realista de Venezuela era dueño de Maracaibo y de todo el lago; Padilla, ya con grado de Coronel, lo bloqueó con un escuadrilla compuesta de la Corbeta Constitucional y de los Bergantines Bolívar, Marte e Independencia, de las Goletas Espartana, Atrevida y de tres Flecheros.
De acuerdo con el Coronel Manuel Manique, determina dar un golpe de mano a la ciudad de Maracaibo y ambos se dirigen allá el 16 de junio, después de reñido combate, los Patriotas se apoderan de Maracaibo. El 24 de julio consiguió la victoria completa sobre la escuadrilla realista en la Punta de Palma.
Este triunfo causó gran júbilo en toda Colombia, pues anunciaba el próximo fin de la guerra de la independencia en Venezuela, el Congreso de la República decretó para la tropa Oficiales y Jefes un escudo de honor y ascensos para muchos de estos últimos, declarándolos “Beneméritos de la Patria”.
A él le tocó presenciar la ejecución del líder pardo Manuel Piar, en 1817, por orden de Bolívar, acusado de conspiración racista. En aquellos años de 1820, Bolívar tuvo dudas e incertidumbres con el poder pardo y había creído en la calumnia del aristócrata venezolano Mariano Montilla, acerca de la deslealtad de Padilla.
Doscientos años de la Independencia de Cartagena, se reivindica la grandeza humana y militar de Padilla, como uno de los líderes decisivos en la gesta independentista no sólo de Cartagena sino del Caribe colombiano y el país. La Expedición Padilla rindió honores a su legado. Hay que destacar el papel desarrollado por la alcaldesa Judith Pinedo Flórez en su propósito de hacer visible en la ciudadanía cartagenera a Padilla. Un esfuerzo interinstitucional en el que participó la Armada Nacional, la Universidad Tecnológica de Bolívar, el Instituto de Patrimonio y Cultura de Cartagena, el área cultural del Banco de la República, entre otros.
Hemos escuchado hipnotizados por tanta maravilla informativa y reveladora a la historiadora Aline Helg, de la Universidad de Ginebra (sin duda la que más conoce de manera abrumadora sobre la vida de Padilla), las hazañas y las pequeñeces humanas que perturbaron a este gigante y lo llevaron de manera atroz al sacrificio. Cartagena que puso el mayor número de muertos en la Independencia (los mártires fueron cerca o más de 6 mil cartageneros), no se pronunció sobre la ejecución de Padilla. La ciudad siempre ha estado dividida, fragmentada, batallando contra sus propias murallas morales e interiores y contra esa inquisición enquistada en el alma que amenaza la felicidad y el sentido vitalista. Mucha sangre ha corrido en el río tormentoso de la historia, pero aún en 2011 Cartagena no supera los estigmas y las taras de sus discriminaciones raciales, sociales, religiosas, culturales, políticas.
Padilla se tomó el poder durante tres días en Cartagena, entre el 6 y el 8 de marzo de 1828 y fue acusado de participar en la conspiración contra Bolívar, quien decidió fusilar al único general pardo de la Nueva Granada. Mientras que el supuesto jefe de la conspiración, el general Francisco de Paula Santander, le fue conmutada la pena por el exilio. Esa es una de las grandes preguntas que formula Helg: ¿Por qué Bolívar prefirió fusilar a Padilla y exiliar a Santander? La gloria militar de Padilla es una paradoja dolorosa porque terminó despojado de sus insignias militares y fusilado. Su cadáver, dice Aline, fue colgado de una horca, a la intemperie en Bogotá.
Durante los tres días de la toma del poder hubo sublevaciones populares, cruce de cartas malintencionadas de Montilla y algunos aristócratas cartageneros que veían con recelo a Padilla. Pero no hubo ningún muerto ni herido y ningún daño material en Cartagena. La amenaza estaba planeada contra Padilla. Todo se confabulaba contra él, hasta el préstamo que le había hecho a Santander para comprar su casa a la entrada de Getsemaní, en donde había abierto un café muy popular en la época donde la gente iba a beber, jugar y hablar de política. Un café mal visto por la élite cartagenera.
La historia de Padilla es excelsa pero dramática. El 1 de abril de 1828 la tragedia tocó a su puerta. Acusado de propiciar una guerra racial en Cartagena, fue detenido y encarcelado en Bogotá. Luego, en la noche del atentado a Simón Bolívar, el 25 de septiembre, algunos de los conspiradores irrumpieron armados a la celda de José Padilla, asesinaron a su guardia, le entregaron su espada y emprendieron la huida. Implicado en un crimen y en una conspiración de la que no participó, Padilla decidió entregarse a la justicia, pero la perversión y la intriga política que aún no cesan, lo señaló como el artífice de todo.
Fue juzgado de manera apresurada, sin comprobación de los hechos y sentenciado a muerte. El 2 de octubre perdió sus insignias militares y fusilado.
¿Por qué los cartageneros no levantaron su voz para defender a Padilla? ¿Por qué el Caribe colombiano se quedó enmudecido ante semejante injusticia que se estaba cometiendo con él? Allí está la gran pregunta que se formula y responde la historiadora Aline Helg, quien afirma que desde los inicios de la guerra contra España, Bolívar estaba obsesionado y prevenido de la repercusión que tendría el poder de los pardos y su impacto en las sociedades de Venezuela y en la Costa, hasta el punto de una repetición de Haití.
En 1817, Bolívar hizo ejecutar al líder pardo Manuel Piar “quien amenazaba su supremacía, pero neutralizó a otro líder, al llanero blanco José Antonio Páez”. Tenía dudas sobre la lealtad de Padilla, un hombre que gozaba de simpatía popular, entre pequeños empresarios, comerciantes, oficiales, pero era visto con desconfianza por cierta élite.
Prevalece en la memoria imprudente el modo de ser y de vivir de Padilla que el modo de pensar y aportar al proyecto de nación. Aún se sigue hablando de su espíritu contestario, de su concubinato con Ana María de la Concepción Romero, una de las hijas del héroe Pedro Romero, una bella mulata que se había casado con el teniente coronel Ignacio José de Iriarte y la Torre, y luego, se había separado para unirse con Padilla.
El general Mariano Montilla desde su casa de Turbaco, le escribió a Bolívar, el 7 de marzo de 1828, contando sus prevenciones y rumores sobre Padilla, quien había organizado un golpe pacífico de tres días en la ciudad, del 6 al 8 de marzo de ese año. Lo más grave de esa carta fue decirle que estaba repartiendo armas entre los vecinos de Getsemaní. Padilla, perplejo ante la indiferencia de los suyos en Cartagena, lanzó su sombrero al suelo y lo pisoteó imprecando contra el pueblo cartagenero que lo había abandonado. La peor acusación fue decir que él había participado en la conspiración contra Bolívar. Las tropas de Montilla capturaron a Padilla y lo entregaron a Bolívar. El general Bolívar no tuvo reparos en decidir su ejecución, pese a reconocer que había sido un héroe militar. ¿Había allí un trasfondo racial y un celo político de Bolívar?
La carta de Bolívar a Páez despejan esa duda: “Las cosas han llegado a un punto que me tiene en lucha conmigo mismo, con mis opiniones y con mi gloria... Ya estoy arrepentido de la muerte de Piar, de Padilla y de los demás que han perecido por la misma causa; en adelante no habrá justicia para castigar el más atroz asesino, porque la vida de Santander es el perdón de las impunidades más escandalosas”.
Hoy dos de Octubre se cumplen 180 años del fusilamiento de Padilla, quien llegara un 25 de mayo de 1.828 preso a Bogotá y que fuera conducido al cuartel de caballería situado en la Plaza de San Agustín, costado occidental, sobre la actual Cra. 8ª.
Naturalmente su presencia al llegar, causó el natural revuelo porque el era la segunda figura de la Nueva Granada, después del Vicepresidente Santander, toda vez que era el vencedor de la Batalla del Lago de Maracaibo.
El juicio que se le hizo a Padilla estaba viciado de nulidad, pero la envidia y el odio, que le profesaban Urdaneta y Montilla amañaban cual quier situación al respecto, quienes habían urdido una patraña, que a la postre les resultó positiva, para que los bolivarianos se salieran con la suya, que era el hecho de condenar a la horca a nuestro insigne almirante.
Padilla siempre manifestó, que nunca había participado en la conspiración septembrina.
Sus historiadores y biógrafos, como Gregorio Cerra, Pachón Padilla, Helión Pinedo, Enrique Otero D´Costa, siempre afirmaron que el Almirante Padilla fue ajeno a esta conspiración, en la que el Libertador Simón Bolívar, sería asesinado en la búsqueda de restituir la democracia.
Ya para la época la justicia colombiana tenía sus enredos, pues según Otero D´Costa la única defensa había sido promovida por la hermana del Almirante, Magdalena Padilla. Y en el sumario que reposa en el Archivo Nacional, se halló que fueron sustraídos 280 folios para acomodar la terrible sentencia, y eso que no existía ni el Das, ni el CTI, ni la fiscalía ni la procuraduría y demás entes coercitivos del estado que hoy hacen justicia.
Estaba la Nueva Granada en plena dictadura del general Bolívar, un coronel de apellido Luque incendió el periódico EL ZURRIAGO, semanario antidictatorial del Dr. Florentino González, la imprenta de Cualla, igual fue pasto de las llamas, en semejante estado de cosas, que nada difería de la antigua tiranía española, un grupo de jóvenes comenzó a tramar una conjuración para derrocar la dictadura de Bolívar, en tanto que Padilla continuaba en prisión a la expectativa del desenlace de su causa.
El 27 de Agosto de 1.828 un hecho transcendental exasperó aún más los ánimos de los opositores de la dictadura, ese día Bolívar dictó el “Decreto Orgánico del Gobierno Supremo” en 6 títulos y 26 artículos borrando de una plumada la Constitución de Cúcuta, en la cual se suprimía la Vice-presidencia.
Parece ser que el Almirante, a la hora de la conjura, se encontraba dormido, lo que da pie para imaginar que no tenía idea de lo que acontecía; existe controversia sobre la conducta de Padilla en la noche Septembrina.
El ilustre historiador guajiro Dr. Benjamín Ezpeleta Ariza, comenta: No se sabe a ciencia cierta que ocurrió en el ánimo y la voluntad del hombre, que otrora fuera el azote de los españoles en los mares.
No se explican algunos historiadores que le sucedió a Padilla esa noche septembrina, cuando teniendo la impostergable ocasión, si no, de encabezar la insurrección, al menos de fugarse y no lo hubiera hecho.
La insurrección había fracasado a eso de las dos de la mañana, cuando la amante de Bolívar, Manuelita Sáenz lo hizo saltar por una ventana que da a la calle 10ª. habiendo alcanzado a refugiarse debajo del puente del riachuelo del Carmen.
Por que Padilla no huyó? por que no se hizo al frente de la conspiración?, ¿sería que creía todavía en la amistad que le profesaba Bolívar?
Se decía que si triunfaba la revolución, Santander asumiría el gobierno.
Sin embargo Bolívar aparentemente magnánimo, aparece el 26 de septiembre demacrado y desconcertado, y su primer impulso fue indultar a los comprometidos, de haberlo hecho, se hubiera evitado una cadena de imprevisibles consecuencias, como fue la insurrección del Sur, dirigidas por los coroneles José Hilario López, y José Ma. Obando así como la posterior del héroe de Ayacucho, José Ma. Córdova, en busca de restablecer las garantías constitucionales.
El Gral. Urdaneta se opuso al indulto, concitando al Libertador a un baño de sangre, que haría recordar la época de terror de Morillo y Sámano. Para el Gral. Venezolano, había llegado el ansiado momento de deshacerse de Santander y de Padilla y más tarde de Córdova, la trilogía eminente de la Nueva Granada.
Dos banquillos levantados en la Plaza Mayor de Bogotá frente al Capitolio Nacional sirvieron para la ejecución del primer grupo sentenciado a muerte, Galindo, Silva, López, Horment, y Zulaibar quienes murieron con una sola descarga y allí permanecieron hasta el atardecer; en esos mismos banquillos debían ser fusilados el almirante Padilla y el coronel Guerra.
A eso de las diez y media de la mañana de aquel funesto día 2 de Octubre el comandante de la plaza, Mayor José Arce, apareció con el pelotón de fusilamiento en la prisión de Padilla y Guerra para llevarlos al patíbulo..
Los sacerdotes Francisco Margallo y Francisco Mogollón le asistían con preces fúnebres seguidos de los hermanos de la Veracruz.
Dice el Cronista de la época, José Ma. Cordovez Moure; que el general Padilla era un mulato esbelto, de constitución de atleta, usaba patillas, el pelo cortado al rape, bizco, de mirada inteligente, de andar cadencioso como es de costumbre en los hombres de mar, Padilla no desmintió su carácter en el cadalso.
Cuando un sargento le quitó al General Padilla las charreteras de los hombros, este exclamó con sarcasmo:
Esa no me las dio Bolívar, si no la Republica.
Y cuando intentó quitarle la casaca le dijo: Torpe, afloja las ligaduras y entonces podrás quitármelas.
Padilla no permitió que lo vendasen y mientras lo ataban al infame poste, exclamó con voz de trueno, que aun retumba en Colombia ¡VIVA LA REPUBLICA! ¡VIVA LA LIBERTAD!
Padilla no murió enseguida por lo que hubo que rematarle, a balazos y entonces fueron colgados en la horca. Y expuestos hasta el anochecer para amedrentar a los conspiradores.
Los hermanos de la Veracruz descolgaron los despojos mortales de aquellos dos próceres y les dieron sepultura en la Iglesia de San Agustín al frente del altar de santa Rita.
Así terminó la existencia física del “Nelson Colombiano” por su amor a las instituciones democráticas. Aquel que tantas veces desafió la muerte en el tronar de los cañones y el tintineo de los sables de abordaje, en medio de la vorágine de los elementos, en Trafalgar, en el Atlántico, el Magdalena en el Orinoco en el Apure y en Maracaibo.
Se ha dicho que el Almirante en un arranque de ira le había mandado decir a Bolívar, cuando este le dijo, “no soy yo quien te fusila, son las leyes”, Padilla había repostado. “A la mierda tú y las leyes”, pero no hemos podido encontrar en sus historiadores la frase que antecede.
A horas poco, un nuevo historiador, decía que Padilla había sido enterrado en una fosa común, y que los restos que reposan en la Catedral Nuestra Señora de los Remedios de Riohacha, no son los de él.
Les dejo esta tarea de historia, a quienes se interesan por el pasado y que está muy presente en el devenir de nuestra hermana, república de Venezuela.
Vamos a pedirle a Dios que los odios fraticidas no afloren en estas republicas ávidas de paz.
Del vate riohachero: Padilla taita mío, vengo a cantarte toiticas las flores de la Habana.
Nacio en Concepción, Antioquia, Colombia, el 8 de septiembre de 1799, una población ubicada en el Oriente antioqueño, hijo lejítimo de Crisanto Cordiva Mesa y Pacuala Muñoz Castrillón.
Fue bautizado el 13 de Septiebre del mismo año. El siguiente es el texto de la Partida de Bautismo:"En la Iglesia de Nuestra Señora de la Cocepción el 13 de Deptiembre del año de 1997 yo Don Francisco José Gonzáles Cura Párroco de este sitio, bauticé solemnemente según dispone nuestra Santa Madre la Iglesia a un niño que nació el 8 de Septiembre, hijo legítimo y de legítimo matrimonio de Don Crisanto de Córdova y Doña Pascuala Muñoz, vecinos de esta parroquia, y a dicho niño le fue puesto el nombre de Jóe María siendo Padrino el Pbro. Don José Cosme Echeverri, y para que conste lo firmo Padre Francico José González".
En Cepción vivió sus primeros años, de allí pasaron a San Vicente donde estuvo hata los 9 años.
En 1808, Don Crisanto, su esposa y sus Hijos pasaron a vivir a la Ciudad de Ronegro para que los hiños pudieran estudiar.
En 1812 José María viajó a Popayan con su Padre en un viaje de Negocios, tenía 13 años de edad.
En Junio de 1814 ingresa a la vida Militar aún sin cumplir los 15 años de edad. De 15 años recibió el gardo de Subteniente, a los 16 años fue ascendio a Teniente Efectivo.
Fue un militar colombiano de la época de la Independencia de Colombia. Córdova fue, pese a su corta vida, el militar antioqueño más destacado durante la gesta independentista de Suramérica. Antes de sus 30 años ya era General en el ejército libertador de Simón Bolívar.
En 1814, el adolescente Córdova cursó estudios en la Escuela de Ingenieros Militares de Medellín, bajo la tutela del coronel Francisco José de Caldas, del abogado José Félix de Restrepo y del militar francés Emmanuel Roergas de Serviez. Participó en la batalla del río Palo en 1815. Se replegó luego a Casanare con los restos de las fuerzas patriotas. Luchó en Venezuela a órdenes de José Antonio Páez, y posteriormente, del Libertador Simón Bolívar, con cuyos llaneros cruzó el páramo de Pisba y libró las batallas del Pantano de Vargas y Boyacá (7 de agosto de 1819). Nombrado por Bolívar Gobernador de su provincia natal, comandó el batallón de Cazadores de Antioquia y el 12 de febrero de 1820 derrotó en la Batalla de Chorros Blancos un arroyo en jurisdicción del Municipio de Yarumal, Antioquia al coronel español Francisco Warleta, quien pretendía apoderarse de Bogotá y abrir un corredor estratégico desde Cartagena hasta Quito y Lima.
También en 1820, Córdova barrió de realistas las sabanas de Corozal y comandó el sitio de Cartagena hasta la capitulación de dicha plaza. En 1822 se le encargó unirse a las tropas del General Antonio José de Sucre, acantonadas en Ecuador. Sellaron la independencia de esta nación con la célebre batalla de Pichincha. El General José María Córdova tomó parte en la Batalla de Ayacucho, en Perú, batallando en el ejército patriota de Antonio José de Sucre, más tarde gran Mariscal de Ayacucho. La acción de Córdova fue decisiva para vencer al virrey José de la Serna, a la sazón comandante del ejército realista español. Esta contundente victoria condujo de inmediato a la independencia del Perú y a la creación de Bolivia. El «Héroe de Ayacucho», como lo llamarían en adelante, pronunció durante la decisiva batalla una famosa arenga que es recordada cuando se piensa en dicha batalla: ¡Soldados, armas a discreción; paso de vencedores! Tras insurreccionarse posteriormente contra la dictadura de Bolívar, Córdova fue asesinado por el comandante irlandés Rupert Hand, al servicio de las tropas oficiales, en la localidad de El Santuario, Antioquia, el sábado 17 de octubre de 1829. Como homenaje a sus ejecutorias y en su memoria, uno de los departamentos de Colombia lleva su nombre, el Departamento de Córdoba, escrito erróneamente con b, ya que el prócer siempre escribió su nombre con v.
También en El Santuario Antioqui, se tiene el museo Histórico en homenaje y eterna Memoria al General José María Cordoba.
(José María Córdova o Córdoba Muñoz; La Concepción, 1799 - El Santuario, 1829) Militar colombiano. Conocido como El héroe de Ayacucho por su importante papel en esa decisiva batalla, fue uno de los militares más destacados de las Guerras de Emancipación de la América latina (1810-1826), durante las cuales sirvió en las tropas de José Antonio Páez, Simón Bolívar y Antonio José de Sucre. Por su activa participación en las sucesivos combates de la Guerra de Independencia de Colombia (1810-1819) se le considera uno de los próceres de la independencia del país.
José María Córdoba nació en La Concepción, Antioquia, el 8 de septiembre de 1799, en el hogar formado por el alcalde del lugar, Crisanto de Córdova y Mesa, y por Pascuala Muñoz Castrillón. En 1802, la familia se trasladó a la población minera de San Vicente, donde José María recibió por toda instrucción la doctrina o catecismo de los sábados. En 1808, el padre decidió por el bien de sus negocios y de sus hijos radicarse en Rionegro; allí aprendió José María a leer y escribir. Al igual que otros destacados patriotas, su educación fue, sobre todo, autodidacta. Tres años después, en 1811, acompañó a su padre en viaje de negocios a Cartagena, cuando ya se había decretado la independencia absoluta de España.
José María Córdoba
En 1814, el sabio Francisco José de Caldas organizó en Medellín el Cuerpo de Ingenieros de la República de Antioquia, al cual ingresó José María. Era el inicio de su carrera militar, que continuó con el general Emmanuel Serviez cuando éste marchó hacia el sur para apoyar al ejército patriótico que luchaba en el Cauca. El primer combate en que participó fue el de Río Palo, en un batallón comandado por José María Cabal; cumplió un brillante desempeño y el hasta entonces subteniente fue ascendido en el mismo campo de batalla a teniente efectivo. Luego de la derrota de la Cuchilla del Tambo, en 1816, un reducido número de hombres encabezados por Serviez y Francisco de Paula Santander se refugió en los llanos orientales; José María Córdoba se incorporó a ese contingente.
En el Casanare, el joven teniente mostró un comportamiento ejemplar y dominaba el caballo como cualquier llanero, cosa que llamó la atención, pues casi ninguno de los miembros del vencido ejército sabía montar bien. Córdoba participó en la batalla del Bajo Apure, planeada por José Antonio Páez para apoderarse de la caballada de los ejércitos realistas. Allí el León de Apure obtuvo la primera victoria patriota después de la reconquista española. Tras la batalla, Serviez fue asesinado en noviembre de 1816, en un bohío frente a la villa de Achaguas, presuntamente por órdenes de Páez. Córdoba, que estimaba a Serviez (había sido su maestro de armas y de él había aprendido todo lo que sabía), intentó fugarse del campamento, pero fue arrestado y acusado de deserción. Cuando un consejo lo condenó a muerte, un grupo de oficiales encabezados por el caudillo casanareño Juan Nepomuceno Moreno intercedió por él. Córdoba fue perdonado y obligado a incorporarse de nuevo al escuadrón primero.
Córdoba marchó a Guayana en 1817 y el Libertador Simón Bolívar lo incorporó a su Estado Mayor en junio de ese año. Participó en la toma de Angostura y presenció, el 16 de octubre, el fusilamiento del general rebelde Manuel Carlos Piar. El 14 de noviembre fue ascendido a capitán de caballería y pasó a ser ayudante de campo de Carlos Soublette, jefe de Estado Mayor General. El 31 de diciembre de 1817 el general Bolívar viajó por el Orinoco con el propósito de reunirse con Páez, encuentro que tuvo lugar en Cañafístula el 30 de enero de 1818. En dicha reunión se acordó que el León de Apure debía apoderarse del importantísimo punto de Calabozo, acción que se cumplió el 12 de febrero; allí el Libertador pudo aniquilar las fuerzas de Morillo, pero no lo hizo y los realistas se parapetaron en El Sombrero. Hubo combate en El Semen y los patriotas fueron derrotados; tras reagrupar las tropas diseminadas, volvieron a enfrentarse a los españoles en el campo de Ortiz, sin que resultara un claro vencedor. En todas esas acciones el capitán Córdoba mostró gran valentía y grandes dotes como estratega y guerrero.
Una vez que Bolívar fue elegido en Angostura, el 15 de febrero de 1819, como presidente de la República, decidió libertar primero a la Nueva Granada; se reunió con Páez y Santander en Mantecal e inició, el 15 de junio, el cruce de los Andes, con la intención de tomar Santafé de Bogotá. El 25 de julio de 1819, en la batalla del Pantano de Vargas, luego de la famosa carga de los catorce lanceros encabezados por el coronel Juan José Rondón y de seis horas de duro combate, las tropas patriotas derrotaron a los españoles y prácticamente sellaron la independencia. Córdoba formó parte del batallón que comandaba el general José Antonio Anzoátegui. El triunfo definitivo de las huestes republicanas se dio, el 7 de agosto, en el Puente de Boyacá.
El batallón del general Anzoátegui, del que formaba parte Córdoba, fue comisionado el 10 de agosto de 1819 para perseguir al virrey Juan Sámano. Llegado el destacamento a Honda, Córdoba se separó el 20 de agosto con una pequeña tropa de cien hombres y marchó a Antioquia, donde Bolívar le había encomendado desalojar definitivamente los últimos reductos del ejército realista en la provincia y en la Costa Atlántica. Una vez que llegó a territorio antioqueño, el joven capitán lo organizó militar y políticamente: llamó a filas a los oficiales y soldados que hubieran colaborado con la República anteriormente, y con la ayuda del capitán Carlos Robledo tomó Medellín, nombró a José Manuel Restrepo, el 31 de agosto, como gobernador político y despachó, el 9 de septiembre, a Juan María Gómez al Chocó, con orden de desalojar de la región a los españoles.
La presión que los españoles ejercieron sobre Antioquia fue grande. Sin embargo, Córdoba supo enfrentarse a la situación; no vaciló en fusilar a quienes se opusieron a la República, incautó bienes y expulsó por orden del Libertador a los realistas sospechosos. En el campo administrativo también se mostró muy activo: reorganizó la imprenta y la fábrica de pólvora y fortaleció el fisco mediante la regulación de la renta de los estancos de tabaco y aguardiente. La victoria definitiva de los patriotas sobre los realistas en territorio antioqueño la lideró Córdoba cuando, el 12 de febrero de 1820, se enfrentó en el sitio de Chorros-Blancos a los coroneles españoles Francisco Warleta y Carlos Tolrá, a quienes derrotó en una batalla de apenas una hora de duración.
Después del triunfo, Bolívar le pidió que recuperara Mompós y el río Magdalena, arteria fluvial de capital importancia para la economía del país. Lo nombró comandante general de las columnas de operaciones del Cauca y Magdalena. Córdoba marchó presto a cumplir la orden del Libertador y el 3 de junio de 1820 ocupó Magangué, el 20 de junio recuperó Mompós y a finales del mes el teniente coronel Hermógenes Maza, lugarteniente de Córdoba, tomó Tenerife: así el río Magdalena quedó limpio de chapetones.
Sin embargo, quedaba por liberar la ciudad de Cartagena y las sabanas de Corozal; para cumplir con tal objetivo se planeó una acción conjunta en que participarían el coronel Mariano Montilla, el almirante Luis Brión, el comandante José Prudencio Padilla y el capitán Córdoba. En agosto de 1821, Padilla y José María Carreño lograron apoderarse de Santa Marta. Una vez tomada la principal plaza de los españoles en la Costa Atlántica, los patriotas, comandados por José María Córdoba, procedieron a tomar Cartagena, lo que se cumplió el 10 de octubre de 1821, expulsando así a los realistas del territorio de la Nueva Granada. Después de la rendición de la ciudad, Córdoba ingresó a la logia masónica Beneficencia.
Una vez confirmado como presidente de la Gran Colombia, Bolívar inició la campaña del Sur y ordenó a José María Córdoba que, junto con Hermógenes Maza y el batallón del Alto Magdalena, se desplazara, vía Panamá, a Guayaquil, donde debía reunirse con el general Antonio José de Sucre. Después de muchas penalidades, Córdoba y sus hombres lograron unirse a las fuerzas de Sucre. Éste lo confirmó como jefe del batallón del Alto Magdalena, y Maza fue comisionado para perseguir la guerrilla que actuaba en esa zona.
En la batalla de Pichincha, Sucre y sus huestes derrotaron al comandante español Pastor de Aymerich. Córdoba tuvo un papel muy destacado en esa batalla. Seis meses después del triunfo, fue ascendido a general de brigada. También contribuyó al debilitamiento de las fuerzas realistas pastusas, comandadas por el líder indígena Agustín Agualongo; siguiendo una orden de Sucre, efectuó un movimiento envolvente mientras el batallón Rifles atacaba de frente, en una maniobra que llevó a cabo a la perfección y logró dispersar al ejército enemigo.
Córdoba pidió permiso para visitar a su familia y, de paso para Antioquia, se entrevistó en Bogotá con el vicepresidente Santander, quien le nombró interinamente en la comandancia de armas de Cundinamarca, en reemplazo de Nariño, con quien Santander mantenía un duro enfrentamiento. Además, Córdoba fue nombrado presidente de la Comisión de Reparto de Bienes, jugada política que ideó el vicepresidente para tener a su lado al brillante general; pero Córdoba no se dejó envolver en las astucias de Santander y las relaciones entre ambos se deterioraron. Córdoba prefirió volver al sur, a emprender la guerra del Perú.
En Popayán, de paso para el Perú, el comandante general de la provincia, José María Ortega, le ordenó ponerse al frente del ejército que debía enfrentarse al otra vez insurrecto Agustín Agualongo, secundado por Estanislao Mecharcano. Córdoba obedeció el mandato pero tuvo dificultades, pues los rebeldes habían logrado apoderarse de Pasto, y Popayán corría el peligro de caer en manos enemigas. Además, fue acusado de la muerte del sargento José del Carmen Valdés. Marchó de Popayán (sin haber logrado sujetar al anacrónico rebelde) el 10 de enero de 1824, rumbo a Pasto, ciudad a la que llegó el día 22 y de la que partió inmediatamente hacia el Perú, donde Bolívar requirió con urgencia sus servicios.
A propósito de la vida sentimental de Córdoba hay que subrayar que, durante su vida en los campamentos militares, su figura y su valentía le habían hecho muy atractivo para el sexo opuesto. Conquistaba a las mujeres con la misma facilidad con que luego se alejaba de ellas, y parecía que nunca colmaba sus ansias de amar. Por su escenario sentimental pasaron muchas damas de todas las alcurnias. En tiempos de la liberación de Antioquia, cuando ejercía el cargo de comandante general de la provincia, tuvo como amante a Manuela Morales y Leiva.
Al llegar al Perú fue nombrado jefe de Estado Mayor. En Junín triunfaron el 6 de agosto de 1824 las tropas patriotas sobre las del comandante español José de Canteras. En Ayacucho, o "rincón de los muertos", el 9 de diciembre de 1824, la participación de Córdoba en la batalla fue definitiva. Con el famoso grito "¡División, de frente. Armas a discreción. Paso de vencedores!", emprendió una endiablada arremetida que destruyó por completo las fuerzas realistas, comandadas por el virrey del Perú, José de la Serna. Con esa contundente victoria se resolvió la independencia del Perú y se liquidó definitivamente el imperio colonial español en la América del Sur. El Alto Perú se convirtió en Bolivia, y las potencias europeas, Francia e Inglaterra, al igual que los Estados Unidos, reconocieron a las nuevas naciones.
Córdoba llegó a Cochabamba en octubre de 1825, donde permaneció por espacio de un año como comandante de la segunda división. El 12 de marzo de 1827 renunció al cargo y llegó a Lima el día 27. En abril se embarcó para Bogotá, en un barco en el que también viajaba Manuelita Sáenz; no se sabe si por líos amorosos o por rechazo de Córdoba hacia la amante del Libertador, el caso es que entre ambos nació un odio profundo que perjudicaría al general. El 11 de septiembre arribó a Bogotá y fue juzgado por la muerte de Valdés, acusación de la que salió absuelto.
Cuando se produjo la conspiración del 25 de septiembre de 1828, Córdoba apoyó irrestrictamente a Bolívar, pero un hecho fortuito (el abrazo de uno de los conspiradores, Pedro Carujo) hizo que Manuela Sáenz emponzoñara las relaciones entre el Libertador y el héroe de Ayacucho. Sin embargo, Bolívar siguió apoyándolo y lo nombró para que fuera al Cauca y luego a Neiva a combatir la rebelión de los generales José Hilario López y José María Obando, quienes habían derrotado a Tomás Cipriano de Mosquera y obstaculizaban los planes del Libertador para hacer frente a las tropas peruanas del general Lamar, que habían tomado Ecuador.
Córdoba y Bolívar sostuvieron una reunión en Popayán, el 29 de enero de 1829; allí el general le aconsejó al Libertador que dejara la dictadura y perdonara a los rebeldes López y Obando. Bolívar se molestó con las sugerencias de Córdoba, pero aceptó negociar con los rebeldes y pudo continuar hacia el Ecuador. Córdoba quedó de comandante general de la provincia de Pasto, cargo muy inferior al que ocupó el general Tomás Cipriano de Mosquera, lo cual le dolió mucho: tenía mayores méritos que el payanés, aunque no era tan intrigante como aquél.
Decepcionado, Córdoba renunció a sus cargos el 21 de junio de 1829. Bolívar no quiso aceptarle la dimisión y lo nombró ministro secretario de Estado en el Departamento de Marina, un cargo importante en el que, sin embargo, no tenía mucho que hacer. Ante una supuesta monarquía de Bolívar, Córdoba se rebeló definitivamente, dejó sus cargos y llegó a Rionegro el 8 de septiembre de 1829. Organizó un "Ejército de la Libertad" y lanzó varias proclamas favorables a la Constitución de Cúcuta, que se difundieron en Nueva Granada, Venezuela y Quito en medio de la indiferencia general. Sin embargo, a pesar de no haber encontrado muchos adeptos a sus ideas, se lanzó a la insurrección.
Para aplastar la rebelión de Córdoba, en Bogotá se organizó un ejército de ochocientos hombres, con varios oficiales extranjeros, al mando del general de brigada Daniel Florencio O'Leary. De Cartagena salió otro contingente al mando del general Montilla y del teniente coronel Gregorio Urueta. El general Córdoba organizó la defensa, pero la vil delación de uno de sus subalternos, Miguel Ramírez, permitió a las tropas de O'Leary avanzar sobre seguro.
El enfrentamiento definitivo tuvo lugar el 17 de octubre de 1829 en la planicie de El Santuario; el equilibrio de fuerzas era totalmente desfavorable al héroe de Ayacucho, pues sólo contaba con trescientos hombres y quince jinetes. Luego de un sangriento combate, Córdoba se encontró herido e indefenso. O'Leary ordenó al teniente coronel de origen irlandés Rupert Hand que ultimara a Córdoba, y el subalterno cumplió con la criminal orden, asesinando vilmente a sablazos al héroe de Ayacucho.
Es sentenciado a muerte el general Manuel Piar, intrépido y brillante conductor del ejército. Su victoria en San Félix abrió Angostura a los patriotas y cambió el curso de la guerra. Sus faltas a la unidad y disciplina lo llevaron al Consejo de Guerra
Tal día como hoy, el 15 de octubre de 1817, fue condenado a muerte por un consejo de guerra el intrépido y brillante prócer de la Independencia, general Manuel Piar.
Carlos Manuel Piar nació hacia 1780. No hay acuerdo en cuanto al lugar de nacimiento. Algunos historiadores señalan a Curazao; otros, a Caracas; unos pocos a Ciudad Bolívar (Bolívar), entonces Angostura. Al enterarse de los sucesos del 19 de abril se trasladó inmediatamente a Caracas y se incorporó al ejército enviado por el Gobierno para someter la sedición realista en Valencia (Carabobo). Ya en el grado de teniente coronel, sirvió bajo las órdenes del generalísimo Francisco de Miranda hasta la capitulación de 1812. Piar no aceptó la rendición y se fue a Oriente para incorporarse al ejército de Santiago Mariño, en cuyas filas da ejemplo de inagotable valor en la campaña por salvar la República.
Después de las derrotas de 1814, participa en el motín de Carúpano (Sucre), desconoce al Libertador Simón Bolívar y a Mariño, y asume el mando supremo de los restos del ejército. Presenta batalla a José Tomás Boves en El Salado (Sucre), es derrotado y obligado a replegarse. Superadas las heridas dejadas por los agraviados en 1814, Piar es aceptado en la expedición de Los Cayos (Haití) bajo el mando de Bolívar, y vota a favor de designar al Libertador como jefe supremo en asamblea efectuada en 1816, en la Villa del Norte, Margarita (Nueva Esparta). Designado jefe del Ejército del Norte, Piar llevó a cabo una victoriosa campaña, culminada con la derrota de los realistas en la batalla de El Juncal (Anzoátegui), el 29 de julio de 1816. Sus grandes éxitos afirmaron en el enérgico, audaz e intrépido general, la convicción de merecer ser reconocido como jefe supremo. Esta idea se hizo más arraigada y peligrosa cuando Piar obtuvo la histórica victoria de San Félix (Bolívar), el 11 de abril de 1817, y cambió el curso de la guerra en Venezuela, al dar a los patriotas el dominio sobre la estratégica Guayana. El Libertador lo comprendió así cuando dijo: “La batalla de San Félix es el más brillante suceso que hayan alcanzado nuestras armas en Venezuela”.
Una reunión entre Bolívar y Piar después de la victoria de San Félix, durante la cual se abrazaron y aseguraron la más firme amistad, pareció haber superado cualquier desacuerdo. No ocurrió así. Después de la entrevista, Piar no ocultó su aspiración al mando supremo, excluyendo al Libertador, y tuvo fuertes choques con jefes patriotas como Gregor Mac Gregor, Pedro Zaraza, José Tadeo Monagas y otros. Manifestó abiertamente su desagrado por haber Bolívar ocupado Angostura antes de él. Solicitó su separación del ejército y se marchó a Maturín (Monagas), donde intentó dividir al ejército y formar un centro de dirección paralelo y contrario al Libertador. Ordenado el arresto de Piar, fue conducido a Angostura y sometido a un consejo de guerra de oficiales generales, presidido por el almirante Luis Brion.
La condena, por unanimidad, fue a muerte y degradación por los delitos de desobediencia, sedición, conspiración y deserción. Bolívar aprobó la sentencia, menos la degradación. El 16 de octubre de 1817 en la tarde, ante el ejército en formación, fue ejecutada la sentencia. Piar recibió la descarga de fusiles con la mayor serenidad y dominio de sí. El fusilamiento de un extraordinario soldado e intrépido jefe como Piar, fue un acto doloroso pero necesario para cuidar la disciplina del ejército y la autoridad del Jefe Supremo. De lo contrario no hubiera sido posible la victoria de la guerra por la Independencia. Bolívar no dejó de lamentarse por la muerte de Piar y en una ocasión le recordó diciendo: “Es necesario reconocerlo, sin las victorias de Piar en 1817 no tuviéramos República”.
Ricaurte nació el 10 de junio de 1786 en la Villa de Leyva (o Villa de Leiva, en la actual Colombia). Era hijo de Esteban Ricaurte Mauris y de María Clemencia Lozano Manrique, quien a su vez, era hija de Jorge Lozano de Peralta, marqués de San Jorge, quien había colaborado con los comuneros en la insurrección de 1781; por lo tanto Ricaurte era sobrino del Presidente Jorge Tadeo Lozano. Estudió en el Colegio Mayor de San Bartolomé entre 1799 y 1804, y contrajo matrimonio con Juana Martínez Camacho, sobrina del prócer Joaquín Camacho, de Tunja, quien le ayudó a entrar en la burocracia colonial con el cargo de escribano de cámara.
Estatua de Ricaurte en San Mateo erigida en 1911, año centenario de la Independencia de Venezuela, obra del escultor Lorenzo González.
Participó en los hechos revolucionarios del 20 de julio de 1810 en Bogotá, como criollo rebelde contra el régimen colonial; por su actuación decidida, sus compañeros lo llamaban «El Chispero». Los jefes revolucionarios le encomendaron la vigilancia del virrey Antonio Amar y Borbón en el Tribunal de Cuentas. Cuando se organizaron las milicias patriotas, Ricaurte fue incorporado al batallón de infantería de Guardias Nacionales, con el grado de teniente.
En los años iniciales de la Primera República de la Nueva Granada, cuando se presentó la división partidista entre centralistas y federalistas, Ricaurte apoyó al precursor Antonio Nariño y a los partidarios del centralismo y participó así en la primera guerra civil granadina. Intervino en los combates del Alto de la Virgen en Ventaquemada en donde sus tropas fueron derrotadas el 2 de diciembre de 1812 y posteriormente en el de San Victorino en Santafé el 9 de enero de 1813 que culminó con el triunfo de los centralistas.
En 1813 se alistó en el ejército neogranadino que se organizó, a solicitud del entonces brigadier Simón Bolívar, para luchar por la libertad de Venezuela, en la expedición que ha sido denominada Campaña Admirable (1813), apenas compuesta inicialmente por 300 hombres, a los que fueron uniéndose muchos más a medida que avanzaban, hasta entrar triunfalmente en Caracas. En este primer Ejército Libertador de neogranadinos y venezolanos se destacó en los combates de La Grita (13 de abril), Carache (19 de junio), Niquitao (2 de julio), Taguanes (31 de julio) y otros.
A partir de febrero de 1814 se produjo una serie de encuentros entre patriotas y realistas en un área que comprende desde el lago de Valencia hasta San Mateo, es decir, en lo que se conoce como los valles de Aragua. En la casa alta de la hacienda San Mateo, propiedad de Simón Bolívar, se colocó el parque cuya custodia fue encomendada al capitán Antonio Ricaurte y a una pequeña tropa de 50 soldados. Durante el ataque realista, Francisco Tomás Morales se apoderó del Ingenio, y al mismo tiempo, una de sus columnas, bajando por la fila de Los Cucharos tomó la «casa alta». No fue capturado el parque por dicha columna porque lo impidió su custodio, el capitán Antonio Ricaurte, quien, al ver tropas realistas en condiciones de capturar aquel depósito, prendió fuego a la pólvora y lo hizo volar el 25 de marzo de 1814, con lo cual pereció él y aquellos que se hallaban dentro del recinto. Bolívar aprovechó el desorden momentáneo que se produjo entre los atacantes y lanzó un contraataque, con el cual reconquistó la «casa alta», hoy museo histórico Antonio Ricaurte.
Estatua que se encuentra en el municipio de Villa de Leyva, Boyacá, Colombia, lugar de nacimiento de Antonio Ricaurte, en la que el estado venezolano rinde honor a Antonio Ricaurte; está situada en frente su casa natal.
Ricaurte en San Mateo en átomos volando deber antes que vida con llamas escribió
y en el himno del estado Aragua dice en la tercera estrofa
En el campo sangriento de Marte libertad a la patria ofrendó la proeza inmortal de Ricaurte, que en tierra aragüeña su Olimpo encontró
Otro homenaje que se le ha hecho a este prócer es el colegio militar en la ciudad de Bogotá que lleva su nombre: Colegio Militar Antonio Ricaurte. También en homenaje a este prócer el batallón de infantería número 14 del ejército colombiano, acantonado en la ciudad de Bucaramanga, Colombia, lleva su nombre. En la población de San Mateo en Venezuela, La Guardia Nacional de Venezuela tiene un instituto militar en la zona; llamado Instituto Militar Universitario de Tecnología Cap. Antonio Ricaurte en honor a este procer. Un homenaje más, es el destacado en el Batallón de Artillería No. 8 del ejército colombiano, apostado en la ciudad de Pereira, Colombia, cuyo nombre es "Batalla de San Mateo"
Hijo de Louis Girardot, acomodado comerciante y minero francés, avecindado primero en la provincia de Antioquia y luego en la ciudad de Bogotá, a partir de 1801, y de la antioqueña Marta Josefa Díaz de Hoyos. Atanasio Girardot inició sus estudios en el Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, en Bogotá, obteniendo su título en Leyes el 30 de octubre de 1810. Desde este año figuró como teniente en el batallón Auxiliar, donde era capitán Antonio Baraya.
Se incorporó a la lucha independentista en su región natal, formando parte de la expedición organizada por la Junta Suprema de Gobierno para apoyar a la Confederación de Ciudades y se distinguió en la liberación de Popayán al vencer al realistaMiguel Tacón y Rosique, en la Batalla del Bajo Palacé el 28 de marzo de 1811.
En una de sus hazañas, Girardot osó aguardar el ejército enemigo, que contaba con 2.000 hombres, con una fuerza de tan solo setenta y cinco soldados en el puente del río Palacé. Tacón, llamado el tirano de Popayán, no dudaba en subyugar con aquellas fuerzas a la Nueva Granada: destinó 700 hombres para desalojar los defensores del puente, pero Girardot resolvió perecer con sus soldados antes que ceder la posición al enemigo. Increíblemente la batalla fue ganada por los patriotas.
Más de doscientos cadáveres quedaron en el campo de batalla. Hasta entonces la Nueva Granada no había visto un peligro mayor para su libertad recientemente adquirida, y las consecuencias del triunfo de Girardot salvaron a un tiempo a su patria de la reacción realista.[2]
Durante el gobierno de Antonio Nariño como presidente de Cundinamarca, Girardot ascendió al grado de capitán y marchó desde Bogotá a someter a las federalistas provincias de Tunja y El Socorro. Nariño pretendía establecer un gobierno centralista en la Nueva Granada, para poder mantener la independencia ya conquistada. Girardot cambió súbitamente de bando y combatió a nombre de las Provincias Unidas contrarias al centralismo, en el lapso denominado la Patria Boba. El ejército federal fue vencido finalmente en Bogotá, en enero de 1813.
Atanasio Girardot se unió a Simón Bolívar en la denominada Campaña Admirable del Libertador y combatió con gallardía al frente de varios batallones que lograron ocupar las ciudades de Trujillo y Mérida. En el avance de Bolívar hacia Caracas, Girardot se encargó de la retaguardia desde Apure, hasta alcanzarlo en las inmediaciones de Naguanagua, junto al cerro de Bárbula, donde habrían de enfrentarse con el ejército realista comandado por Domingo Monteverde. El 26 de agosto de 1813, Bolívar se encargó personalmente del asedio contra la plaza de Puerto Cabello. El 16 de septiembre arribaron refuerzos enemigos, por lo que Bolívar decidió emprender la retirada hacia el pueblo de Naguanagua. Ante la retirada patriota, el realista Monteverde movilizó sus tropas hasta situarse en el sitio de Las Trincheras, enviando una columna de hombres a tomar posición en las alturas de la hacienda Bárbula. Bolívar decide enviar el 30 de septiembre las tropas de Girardot, Urdaneta y D'Elhuyar, quienes finalmente consiguieron el desalojo de los realistas, pero pagando el alto precio del sacrificio del coronel Girardot, quien muriera al ser alcanzado por una bala de fusil, cuando trataba de fijar la bandera nacional en la altura conquistada, durante la batalla de Bárbula.
En ese momento de su carrera militar, Girardot gozaba de mucho prestigio, lo que lo convertía en hombre de confianza de Bolívar. En sus memorias, el general Rafael Urdaneta, su compañero de lucha en Venezuela, dice que Girardot «se hizo un lugar sobresaliente en todo el ejército; su valor admirable le cubrió de gloria en los campos de Palacé, y renovó esta misma gloria en la [...] campaña de Venezuela». Con la reconquista española lograda por Pablo Morillo, la familia Girardot fue desterrada en 1816 y sus bienes confiscados.
Los despojos mortales de Girardot están sepultados en la iglesia Matriz de Valencia, Venezuela. El corazón de Girardot, para el que Simón Bolívar decretó honores especiales, fue colocado en una urna y enterrado en Caracas en medio de la expectación y reverencia del pueblo. El Libertador designó con el nombre del héroe el batallón en que éste había servido.
En la cima de un cerro, del lado izquierdo en la carretera que conduce a Bárbula, se distingue un monumento construido en memoria del Coronel Atanasio Girardot.
Avenida Girardot en el municipio Bejuma, Venezuela.
El 143 Batallón de Infantería Mecanizada Coronel Atanasio Girardot, sede del Ejercito Bolivariano en Coro, estado Falcón y Batallón de Ejercito mas Antiguo de Venezuela.
Calle Atanasio Girardot 4o Cj 8 NO en la ciudad de Guayaquil, ciudadela Bolivariana (Ecuador)