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General: Paraguay: Federico Franco, despedida sin gloria
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De: Ruben1919  (Mensaje original) Enviado: 12/08/2013 12:30
Paraguay: Federico Franco, despedida sin gloria PDF Imprimir E-Mail

11 de agosto de 2013, 10:15Por Javier Rodríguez *

Asunción (PL) Con muchas penas pero sin gloria parece ser la despedida de Federico Franco como presidente de Paraguay, al culminar un mandato que no le dio el voto popular, para dar paso al presidente electo el pasado 21 de abril, Horacio Cartes.

Posiblemente en toda la historia política paraguaya gobernante alguno haya logrado concitar, junto al alto nivel de desaprobación popular, la responsabilidad de que la nación alcanzara un generalizado aislamiento internacional, muy acentuado en el ámbito regional.

Resulta obligatorio hurgar brevemente en los orígenes de esa exclusión paraguaya del concierto de países suramericanos y de otras iniciativas integracionistas que tomaron fuerza en estos tiempos en América Latina y el Caribe, así como en las causas de su impopularidad.

Federico Franco, a nombre del Partido Liberal, insertó en una alianza para terminar con los 60 años ininterrumpidos de poder del Partido Colorado que incluyeron la dictadura de Alfredo Stroessner (1954-1989) y ocupó la vicepresidencia de la República en el gobierno de Fernando Lugo, a partir del 2008.

Se trató también del logro de un fuerte revés de la bipolaridad partidaria que dominó el escenario político paraguayo, en la cual ejercían los colorados la supremacía y los liberales habían perdido el papel hegemónico.

La inédita irrupción de Lugo en el panorama, apoyado por fuerzas progresistas y alejado ideológicamente de los intereses del grupo de familias que siempre han dominado la sociedad paraguaya, colocó también a los liberales en una coyuntura gubernamental bastante ajena a la de los sectores predominantes dentro del Partido.

Gradualmente, las medidas sociales que se iban adoptando con muchas dificultades para favorecer o simplemente aliviar la grave situación de los mayoritarios sectores más vulnerables del Estado guaraní, fueron marcando las diferencias con los políticos tradicionales, ansiosos de otro tipo de gobierno.

Resultó muy difícil para esos poderosos intereses asimilar tímidas decisiones en dirección a cierta modificación, incluso muy pequeña, en la tenencia de la tierra, asunto clave en la permanencia de la injusticia social en Paraguay-

No se trató ni mucho menos fue posible, de acuerdo con la fuerza existente, de una reforma agraria integral para terminar con el latifundio nacional y extranjero que dicta pautas en la explotación de la tierra, en la producción y exportación agrícola y ganadera y mantiene unos 300 mil familias campesinas viviendo al borde de las carreteras, muchas de ellas en carpas, a lo largo de los años.

Apenas se esbozaron medidas paliativas de la grave situación en que vivían labriegos e indígenas, intentando así contener el avasallador avance de los grandes geófagos y de las multinacionales, siempre pujando por frustrar el cambio de rumbo al cual aspiraba el nuevo Ejecutivo.

A pesar de ello, la rancia derecha paraguaya debió tragar, por sólo citar un ejemplo, un plan social para subsidiar a las madres solteras más pobres con un estipendio condicionado a velar porque sus hijos pudieran asistir a las escuelas y prepararse para un futuro mejor.

Igual sucedió con los subsidios estatales establecidos para auxiliar a los pequeños agricultores en los casos de afectaciones a sus sembradíos por razones climatológicas o de plagas.

La negativa a reprimir las protestas sindicales, la declaración de gratuidad absoluta de la educación y la salud pública con el reforzamiento del apoyo presupuestario del Estado y la decidida participación en los proyectos integracionistas latinoamericanos fueron suficientes para desbordar la copa de la paciencia de la derecha.

Ahí fue, en medio de la conspiración liberal-colorada que unió a los dos antiguos adversarios políticos y aprovechando el traumático y aún no suficientemente aclarado desalojo campesino de Curuguaty con saldo de 11 labriegos y seis policías muertos, que surge la figura de Federico Franco como aceptable para intentar legalizar el golpe.

Es aquí donde surge otra coyuntura también inédita en la política latinoamericana: 12 cancilleres de igual número de países, integrantes de Unasur llegan a tiempo a Asunción para tratar de impedir el resquebrajamiento del proceso democrático y la destitución de Lugo, pero la airada derecha prefiere desconocer a tan representativa delegación y sumir al país en la absoluta soledad regional.

Ahora, tras 14 meses en el poder, Franco, el escogido para dar la cara por los grandes y poderosos intereses económicos, se despide con un desfile por los principales medios de difusión nacionales e internacionales queriendo explicar lo que considera como éxitos de su misión.

Mientras tanto, el país se agita con una interminable ola de huelgas y protestas de distinto tenor, con desalojos y prisiones de campesinos, sindicatos reclamando pagos de salarios y bonificaciones atrasadas, el 45 por ciento de las aulas vacías por las protestas magisteriales, con hospitales sin medicinas, insumos y camas suficientes, con mayores ganancias para los agroexportadores e industriales y con la mitad de la población en la miseria.

Para completar, las denuncias de corrupción se suceden y no solo alcanzan a funcionarios y políticos, sino al mismo Poder Judicial que legaliza los abusos de los poderosos e identifican al presidente saliente con otra etapa de injusticia social.

*Corresponsal de Prensa Latina en Paraguay.

arb/jrr


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