Cómo el juez Garzón se volvió el amigo de los indígenas del Cauca
Eran las 8 de la noche del jueves 11 de junio del año 2001. El parque central del municipio más atacado por las Farc en toda la historia de Colombia, Toribío (Cauca), estaba ocupado por más de 200 personas, quienes escuchaban una chirimía que entonaba las canciones creadas por sus ancestros, los indígenas Nasas. En medio de aquella multitud, vestido de zapatos italianos, jeans, camisa tipo polo, se hallaba sentado en un tronco, tomando guarapo y mirando a través de sus gafas alemanas, el juez más famoso de Europa: el español Baltasar Garzón.
Temprano en la mañana Garzón había llegado junto a María Emma Mejía, quien por esos días era delegada de paz designada por el gobierno de Andrés Pastrana, mandatario que trataba de buscar a como diera lugar el fin del conflicto con las Farc. ‘El Juez’, como lo llaman las autoridades indígenas del norte del Cauca, había recorrido a pie todas las calles de aquel pueblo de 2 mil habitantes. Se había sentado a escuchar a los líderes Nasas en un kiosco del corregimiento de Tacueyó, había dialogado con las viudas de la masacre del Nilo y hasta tuvo tiempo de escuchar a los niños hablar en su lengua tradicional. A la hora del almuerzo, recuerda el comunero Alcibiades Ulcue, el amigo europeo comió arroz con carne, papa y maduro y sopa de mote. “El popular plato ACPM, como lo llamamos los indios”, recordaría Ulcue.
A las 11 de la noche de ese ajetreado día, después de un par de vasos de guarapo cuya reacción en el estómago del juez español preocupaba a los indígenas, Baltasar Garzón se retiró a descansar en la casa cural del padre Antonio Bonanomi, el verdadero promotor y organizador de la visita del juez.
La primera visita del español Baltasar Garzón se produjo hace 11 años por invitación del padre italiano Bonanomi de la comunidad Consolata.
Muchos habían endilgado la hazaña de llevar a Garzón a una zona roja de Colombia a la delegada de paz María Emma Mejía, pero había sido el propio español quien al recibir la invitación de venir a Colombia, le dijo a Mejía: “Con gusto voy, pero solo tengo una exigencia, que me lleve al Cauca, especialmente a Toribío”.
El interés de Garzón nació en las charlas y cartas que de tiempo atrás había cruzado con el padre Antonio Bonanomi, a quien conocía por su cercanía con los hermanos de la comunidad Consolata, una comunidad religiosa que se dedica al trabajo misionero en distintos países del mundo, incluidos lugares como Colombia. Desde hace varias décadas han estado en zonas tan conflictivas como Caquetá y Cauca, a donde había llegado dos años atrás el misionero Bonanomi, quien se propuso divulgar internacionalmente el proyecto Plan de vida, que había iniciado el rumbo en los municipios del norte del Cauca con los indígenas Nasa.
Bonanomi contactó al juez Baltasar Garzón para enviarle informes del proyecto. El misionero italiano cuenta que desde un primer momento a Garzón le asombró que personas tan humildes y con tanta pobreza como los Nasa tuvieran la capacidad de ver la vida con otros ojos en medio de un conflicto de cuarenta años como el del Cauca.
En aquella primera visita Garzón dejó amigos y rebautizó, sin ninguna promesa monetaria, el proyecto del padre Bonanomi, al que denominaría En medio del conflicto una propuesta de paz. Pero lo más importante fue cuando Garzón empeñó su palabra con las comunidades indígenas y prometió divulgarlo en todos los pasillos de organizaciones de derechos humanos de Europa.
El Padre Antonio Bonanomi, estuvo 20 años como misionero en las comunidades del Norte del Cauca. El italiano fue el verdadero precursor de la larga amistad entre los indígenas Nasas y Baltasar Garzón.
Sin aspirar a que se cumpliera a cabalidad la promesa de Garzón, para los líderes Nasas, el padre Bonanomi y para los propios políticos colombianos que se apropiaron de la visita, todo fue ganancia. Habían logrado el apoyo del magistrado más connotado de la Audiencia Nacional Española. Baltasar Garzón había librado honrosas batallas contra los mafiosos españoles de cuello blanco, logrado las mayores sentencias contra líderes de la organización terrorista ETA, otorgado estatus legal al movimiento Batazuna. Por entonces, el juez ya preparaba las acusaciones por violación de los Derechos Humanos contra militares argentinos y contra Augusto Pinochet.
Tres años más tarde, en el 2004, por iniciativa propia Garzón regresó a Toribío en una visita fugaz de medio día. Había salido desde Cali sin ningún esquema de seguridad, confiaba en la protección que le prometía la guardia indígena y tan solo se había trasladado en compañía del profesor Manuel Ramiro Muñoz, hoy decano de la Universidad San Buenaventura. Los líderes indígenas no tenían frente a él más que agradecimiento por haber cumplido la palabra empeñada. Varias organizaciones no gubernamentales europeas habían invitado a líderes de la comunidad a Europa y el Proyecto de vida comenzaba a hacerse realidad.
Pero la tercera visita de Baltasar Garzón al Cauca, en 2008, sería considerada como la más fructífera. En la gran Minga de convivencia, dialogo y negociación llevada a cabo en La María Piendamó, el juez español conocería más a fondo los conflictos por la tierra entre indígenas y Estado. La relación con el presidente Álvaro Uribe Vélez era tensa, el gobierno se negaba a ceder un centímetro de tierra pedida por las comunidades para reparar a las víctimas desplazadas y asesinadas, contrariando una resolución de la Corte Interamericana. El gobierno Uribe veía en cada indígena a un infiltrado de la guerrilla. Sin embargo, Garzón asumió los riesgos y aprovechó la reunión para relacionar a los indígenas Nasa con un equipo experto que les daría asesoría en derechos humanos y defensa de la tierra. “Esa iniciativa le costó caro a Garzón y desde entonces el ex Presidente Uribe no se traga al juez”, dice uno de los líderes caucanos.
En el año 2008, más de 30 mil indígenas del norte del Cauca se dieron cita en La María Piendamó. Uno de los invitados especiales fue el juez Baltasar Garzón.
En ese mismo encuentro Garzón también quedó impactado por un volante que llegó a sus manos que rezaba: “Los indígenas nos juntamos dos si se quiere hacer un tul (cultivo tradicional), 10 si vamos a recoger la cosecha, mil si es menester arreglar la carretera, 18 mil si hay que tomar decisiones para el futuro, y los doscientos mil si hay que salir a defender la justicia, la alegría, la libertad y la autonomía”.
Garzón volvería en una cuarta oportunidad al Cauca y por segunda vez a La María Piendamó en agosto de 2010, pero ya no como juez. El Consejo General del Poder Judicial español lo había suspendido en sus funciones jurisdiccionales por supuestamente haber prevaricado al ordenar la investigación de los crímenes del franquismo. Para los indígenas esto no significaba nada. Garzón era su amigo y punto. En aquella ocasión los comuneros le entregaron denuncias y documentos que contenían testimonios y pruebas fácticas sobre la violación de derechos humanos por parte de la guerrilla, paramilitares y Fuerzas Militares. “El apoyo era incondicional, sin embargo, siempre hemos tenido presente que el juez interviene en justicia, porque no es un total convencido de nuestra cosmovisión” cuenta el líder Ulcue.
Ellos saben que cuentan con él. Como ocurrió hace una semana cuando el conflicto con el gobierno Santos, por la defensa de su autonomía, estaba en su punto más álgido. Los indígenas habían tomado la decisión de darle cinco días a las fuerzas militares para salir de su territorio. No querían estar en mitad del fuego cruzado y le pedían al Estado que le dejara su seguridad a la guardia indígena. El gobierno estaba enfrascado en una encrucijada para el manejo de la crisis. Fue precisamente al Presidente Santos a quien se le ocurrió sugerirle al líder indígena Feliciano Valencia que contactaran a Baltasar Garzón, quien estaba en Colombia asesorando al gobierno a través de la MAP-OEA. Garzón se desplazó a Miranda, donde se reunió con la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca para conocer de primera mano la situación.
El gobierno nunca formalizó la invitación, razón por la cual Baltasar Garzón dejó el Cauca y continuó con su plan de viaje, rumbo al Ecuador. Los indígenas le enviaron una comunicación pidiéndole su intermediación no como vocero sino como garante, como veedor internacional de una situación que se estaba saliendo de sus manos. La presencia de Garzón en el Cauca aún está entre dicho como consecuencia de la desautorización pública que le hizo el ministro de Defensa, Juan Carlos Pinzón. Sin embargo, los indígenas tienen la certeza de que volverá, porque como dicen los indios Nasas: “el ombligo ya lo dejó enterrado en el terreno y el ombligo jala”.