Qué queda de los cines habaneros? |
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La Habana tenía más cines que París y Nueva York. Hoy, sólo quedan en pie 56. Un caso para Hitchcok. |
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por JORGE POSADA, La Habana |
Parte 1 / 3 |
Aunque no era nada nuevo, la noticia que me envió un amigo llegó desoladora: los cines de La Habana están desapareciendo de forma paulatina e irreversible, y cada vez quedan menos. El Granma argumenta que no hay recursos para arreglarlos; los funcionarios repiten como papagayos que debido al genocida bloqueo imperialista faltan los materiales para realizar algún mantenimiento y remozar las instalaciones, mientras que el siempre escurridizo ICAIC, cuando ya el edificio se deteriora al punto del derrumbe, se lava las manos y se limita a clausurar los locales. Así, cada día que pasa, de los casi 190 cines que había en 1959 –año funesto, por más de un motivo–, sólo quedan en pie 56.
Si La Habana era extraordinaria, se debía a que, entre tantas razones, la ciudad resultaba una fiesta para los cinéfilos. Tenía más cines que París y Nueva York, muchísimos más que Madrid y, además, eran baratos. La arquitectura y la decoración de algunos eran verdaderas obras de arte, como la fachada medio egipcia del Esmeralda; los detalles moriscos del Universal, al lado del Palacio de las Ursulinas; el techo del Verdún, que se abría hacia la noche estrellada; la desconcertante alfombra, con motivos persas, del Reina; el balcony wagneriano, copiado de la ópera de Viena, del Majestic. Bajo todos los gobiernos, del moroso de Estrada Palma al ambicioso de Batista, los cines habaneros soportaron con estoicismo cientos de miles de pisadas, las golpeaduras a las butacas cuando se partía la película y el cojo, que no soltaba la botella, se demoraba en empatarla, las quemaduras de cigarros, los implacables chiclets, los húmedos rastros que dejaban los enamorados, las escupidas de la canalla del barrio y hasta las meadas de los desesperados que no pudieron llegar al baño a tiempo. Sobrevivieron espléndidamente un devastador ras de mar, varios mortíferos ciclones, los muchos e impredecibles vaivenes políticos, y el paso de los años; aguantaron todo tipo de catástrofes con un destino cálido, intemporal, hasta hacerse más imprescindibles que los monumentos de los héroes, las iglesias y los parques.