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De: carlos305  (Mensaje original) Enviado: 26/10/2013 14:36
UMAP

CAMPOS DE CONCENTRACIÓN

EN LA CUBA DE FIDEL CASTRO

El 'Arbeit macht frei' del castrismo

MARIELA POR QUE NO LE PIDES CUENTAS A TU TIO Y TU PAPITO POR LAS BARVARIDADES COMETIDAS POR ELLOS EN LA UMAP POR QUE NO LES PIDES PERDON A TODAS LAS MADRES QUE PERDIERON SUS HIJOS A TODAS LAS FAMILIAS ENLUTADAS HASTA EL DIA DE HOY POR ESE ACTO CRUEL Y FASISTA DE TU FAMILIA,,,,,,CUANDO LO HAGAS MARIELA QUIZAS PUEDAS DORMIR TRANQUILA,,,,   

Ramón Lamadrid –el primero a la izquierda en esta foto tomada el 25 de diciembre de 1965- fue asesinado un mes después por la policía militar de los hermanos Castro, al salir de la casa de su madre.

El horror de las UMAP dejó como resultado:

72 muertes por torturas y ejecuciones

180 suicidios

507 personas enviadas a hospitales siquiátricos

A la UMAP Fidel le dio el nombre

El carcelero bugarrón de La Virginia

José Hugo Fernández

12 de julio de 2013

 

Hace más de 40 años que Cuco logró salir vivo de las UMAP, pero aún sigue asustado. En días atrás, coincidimos en una cola para comprar papas, en el conocido agromercado habanero de Tulipán. Nunca antes habíamos conversado, que yo recuerde, aunque él dijo haberme conocido en los 80, mediante amigos comunes. Tapándose la boca con una mano, a modo de mascarilla aséptica, mientras miraba nerviosamente a su alrededor, y arrimaba –demasiado para mi gusto- su voz a mi oreja, me contó el triste drama de Benjamín.

 

Cuco entabló amistad con Benjamín en aquellos campos de concentración tan graciosamente llamados Unidades Militares de Ayuda a la Producción (UMAP). Juntos fueron aprisionados, en noviembre de 1965, y conducidos a un centro de confinamiento, en montes intrincados de lo que hoy es la provincia Ciego de Ávila. Al igual que otros 30 mil inocentes, habían sido condenados sin juicio previo ni garantías judiciales. A Cuco, por ser fan de Los Platters, Chuck Berry, Elvis Presley, Little Richard, Roy Orbison, Johnny Cash… es decir, la música del enemigo. Benjamín ni siquiera llegó a saber nunca cuál era su “culpa”, aunque Cuco afirma que lo cargaron por niño bitongo y por ser monaguillo en una iglesia.

 

En cualquier caso, esa no fue su única desgracia, ni la definitoria. En La Virginia, el gulag donde internaron a Cuco y a Benjamín, campeaba por sus entrepiernas un carcelero siniestro y abusador (Cuco lo recuerda sólo por su apellido, Moya), el cual, para más inri, era un vulgar bugarrón, persuadido de que debía aprovecharse de la condición de homosexuales de muchos recluidos, a los que se consideraba con el derecho de violar impune y salvajemente.

 

Entonces, el tal Moya se encaprichó con Benjamín, quien, según Cuco, era un hermoso efebo con 20 años de edad, ingenuo y delicado, pero no era homosexual.

 

El acoso se produjo de inmediato y sin paños tibios. Benjamín no volvería a dormir una sola noche en paz. Tampoco dispondría de un solo minuto de calma.

 

En las frías madrugadas de diciembre y enero, era bajado a tirones de su litera (hasta tres o cuatro veces por jornada) para obligarlo a bañarse con agua helada. Como su constitución física y su falta de fogueo no le permitían cumplir las normas diarias de trabajo forzado, Moya disponía que su cuota alimentaria fuese rebajada al mínimo. Finalmente, lo sacó de las labores corrientes para que se dedicase a abrir trincheras tan hondas como su propia estatura. Y después de abiertas, le ordenaba cubrirlas otra vez con tierra. Si llegaba la noche y Benjamín no había podido cumplir esa tarea, debía seguir cavando mientras los otros descansaban. Cuco me cuenta que en más de una ocasión tuvo que escurrirse de su litera y ayudarlo a cavar, para que pudiese dormir unas horas.

 

También me cuenta que en más de una ocasión le aconsejó a Benjamín que cediera, que cerrara los ojos y apretara lo otro, para ver si una vez saciados sus deseos, Moya le daba algún respiro. El muchacho –cuenta Cuco- permanecía en silencio, como si estuviera evaluando el consejo, pero nunca cedió.

 

Hasta que una mañana amaneció colgado de una sábana en los baños colectivos. Fin del drama. No ocurrió nada más, al menos con respecto a Benjamín, descontando la amenaza que aquel mismo día Moya le dejó caer a Cuco: “Si a mí me pasa algo –me cuenta Cuco que le dijo- no sales vivo de La Virginia.

 

En 1968, Cuco lograría al fin salir vivo de aquel campo de concentración. A Moya, por supuesto, no le había pasado nada. Tal vez ahora mismo, anciano ya, se dedica a hacer la cola del periódico y a sentarse a tomar el sol en algún parque, ajeno, o indiferente en todo caso, ante el daño que ocasionó a sus víctimas y al luto que sembró a lo largo de la Isla. Quizá ni siquiera sospecha que Cuco no ha dejado de temblar durante más de 40 años, al evocar su amenaza.

Los nombres que los Castro no quieren mencionar

Leannes Imbert Acosta

6 de junio de 2013

 

En 1965, una madre cubana gritó, con dolor e impotencia: “¿Habrá alguien, que no sea Dios, con poder suficiente para arrancarle a una madre su hijo, sin decirle siquiera para dónde lo lleva?”. Entonces esa madre ignoraba que Fidel Castro y su pandilla tenían el poder para hacerlo.

 

Hace algunos años, la sexóloga Mariela Castro Espín dijo, para la revista Alma Mater, que “había pedido que la protección de la Constitución de la República de Cuba incluyera explícitamente a los homosexuales”, para evitar la discriminación de que eran víctimas. Y más adelante, el expresidente Fidel Castro admitió públicamente su “responsabilidad” por las conocidas UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción). Entonces, los ilusos creyeron que la revolución cubana comenzaba a cambiar, después de larga represión e injusticia, y que se proponía tomar el camino correcto.

 

Pero se trataba solo de otra jugada para limpiar los nombres de los ancianos comunistas, y pretender que saldaban su deuda con los centenares de inocentes que habían sido víctimas de su intolerancia, su odio y su maldad.

 

No hay dudas que uno de los grupos sociales que más sufrió (y sigue sufriendo) la represión del régimen cubano ha sido la comunidad LGBT (Lesbianas, gays, bisexuales y transgéneros). A partir de 1959, fueron muchos los horrores perpetrados contra esta comunidad, contra la cual la dictadura se ensañó de modo muy especial. Por ejemplo, las redadas policiales, en 1962, contra proxenetas, prostitutas y “pájaros” (homosexuales), conocidas como “La noche de las tres P”, o el Primer Congreso de Educación y Cultura, en 1971, que decretó el despido masivo y la condena al ostracismo de artistas e intelectuales “de vida amoral y extravagante”; o la aprobación, en 1974, de la ley 1267, que condenaba el “homosexualismo ostensible”, etc.

 

En las UMAP, creadas en noviembre de 1965, fueron confinados unos 25mil hombres, sobre todo en edad militar, dentro de los que se encontraban religiosos, homosexuales y disidentes, que fueron catalogados como parásitos, vagos y antisociales, mediante uno de los peores engendros “legales” de los Castro.

 

En los últimos años, este régimen (que es el mismo de siempre y continúa en manos de la misma familia) ha simulado que intenta resarcir aquel horror, sacando a la luz obras de artistas homosexuales que antes había condenado al ostracismo, al exilio y al suicidio; o rindiendo homenajes póstumos que, ante los ojos de quienes no hemos podido perdonar tanto odio y abuso, por los cuales no se ha pedido ni siquiera una disculpa, no aparecen sino como otra de sus comedias de pésimo gusto.


Muchos, sean o no homosexuales, se preguntan si algún día lograremos que los impunes dictadores admitan sus crímenes y se dispongan a pagar por ellos, sean, entre otros, las 72 muertes por torturas y ejecuciones, los 180 suicidios, o los 507 enviados a hospitales psiquiátricos, que, según el escritor Norberto Fuentes, han reflejado las fuentes oficiosas.

 

¿Tendrán el valor de mencionar, uno por uno, los nombres de sus víctimas y los hechos que, como decía Manuel Zayas, en un artículo del pasado 6 de mayo, “no sólo los hermanos Castro, tampoco Mariela se atreve a mencionar”?

 

Me pregunto si antes de partir de este mundo, los dos ancianos Castro tendrán el coraje y la decencia de colaborar con la “exhaustiva investigación” que supuestamente lleva a cabo el CENESEX (Centro Nacional de Educación Sexual), para relatar la verdadera historia de sus víctimas, y no sólo de las más conocidas como Arenas, Lezama, Piñera, Cabrera Infante, Padilla, sino también la de cientos de confinados en las UMAP, como René Ariza, José Mario, Héctor Aldao, el pintor Aníbal, Jorge Ronet, Félix Luis Viera, Emilio Izquierdo (hoy dirige la Asociación de exconfinados UMAP), Bernardo Aloma Ortiz (cuya madre, Clara Ortiz, me ha contado sobre los horrores que padeció su hijo en aquellos campamentos), el dramaturgo Héctor Santiago, Luis Becerra (estudiante de 16 años de Santa Clara), Jorge Blondín Iparraguirre (protestante de 26 años y trabajador agrícola del central Washington), Julio Rivero (oficinista de Santa Clara), Rigoberto González (homosexual de 40 años, dueño de un taller automotor), Pedro Bernia (campesino evangelista de 20 años de edad), Manuel Valle (de la Logia de Orfelos, de 20 años de edad), Eurípides Ferrer (estudiante de Cabaiguán, de 23 años), Víctor Soriano (obrero fabril de Cienfuegos), Guillermo Jiménez (de Ranchuelo, 30 años), más un larguísimo etcétera.

 

Es cierto que aquellos campos de trabajo forzado causaron dolor no sólo a los homosexuales y sus familiares, sino también a “artistas, bailarines, testigos de Jehová, aristócratas, católicos, desertores del Servicio Militar Obligatorio, vagos, proxenetas y poetas”, como ya lo narró Félix Luis Viera. Pero, como homosexuales de hoy, nos corresponde sacar a la luz todo aquel horror que a muchos les hizo recordar el libro Los hombres del triángulo rosa, de Heinz Heguer, que narra la manera en que los nazis alemanes cargaron con los homosexuales en Berlín y los llevaron al campo de concentración de Sachsenhausen.

 

Los “judíos” de la dictadura cubana

 

Ya lo dijo una vez Jean Paul Sartre: “A los homosexuales cubanos les tocó ser los judíos de este proceso”. Y estos son los nombres que los Castro no quieren mencionar, los nombres de inocentes, víctimas, personas que no habían cometido delito alguno, o si eran responsables de alguno, sería el de profesar una religión, o de tener orientaciones sexuales calificadas de prejudiciales por las autoridades de gobierno, o de expresar modas y maneras que no se avenían con el proyecto de alcanzar, en un futuro lejano, ese sueño del Hombre Nuevo, que, como tantos otros venidos del mismo lugar y momento de la historia, nunca llegó a realizarse.

 

Las UMAP fueron un engendro fascista que el CENESEX no tendrá manera de justificar. Como bien dijo el autor de Un ciervo herido, “no fue un acto defensivo, no fue una medida para enfrentar esta u otra posibilidad de agresión presente o futura, fue, simplemente, un acto atentador contra personas inocentes, una acción discriminatoria que tiene su origen en la enjundia excluyente del sistema político que concibió esta afrenta”.

 

Cuando exconfinados de la UMAP se dieron cita, el pasado 3 de marzo, en Estados Unidos, y expresaban que de alguna manera hubo pecado también en el hecho de que muchos cubanos se quedaron sin hacer nada cuando ellos comenzaron a gritar con todos sus pulmones que “los revolucionarios estaban violando sus derechos”, con la esperanza de que otros vinieran en su ayuda, tenían absoluta razón.

 

Coincido con ellos en que el miedo a la ira de los Castro, el miedo a la muerte, fue lo que impidió a muchos enfrentarse a la tiranía en aquel momento. Hoy, en nombre de la generación de homosexuales y luchadores que anhelamos la libertad, me pregunto, como algunos sobrevivientes de la UMAP, ¿qué podemos hacer para que esa historia no se repita?

 

Creo que la respuesta es simple: Aunque es cierto que el exilio cubano (así lo expresó Héctor Santiago), por un problema tal vez de prejuicios moralistas, no ha sabido hacer hincapié en el tema de la discriminación y la represión que han sufrido los homosexuales en Cuba, pienso que los que aún estamos en la Isla y los hermanos de la diáspora debemos emplazar, juntos, al régimen para que admita sus crímenes y pague por tanto dolor

 

Se sabe que el régimen hizo desaparecer muchos documentos y pruebas, para borrar las huellas del sufrimiento que infligió sistemáticamente a tantas personas inocentes. Pero se equivocan los Castro si creen que lo lograrán. Los cubanos no olvidaremos ese capítulo de nuestra historia y continuaremos insistiendo en que, al menos, quede claro quienes fueron los responsables de tanto horror, aunque mueran sin pedir disculpas. Las víctimas y sus familiares no pueden, ni deben, olvidar.

Sin rostro ni obituario: los muertos de las UMAP

Manuel Zayas

6 de mayo de 2013

 

La dinastía Castro quiere que los nombres de las víctimas queden en familia

 

Al terminar el año 1965, Ramón Lamadrid parecía un muchacho alegre. El día de Navidad se reunió con sus amigos en el restaurante habanero 1830, en cuyos jardines se tomó las que serían sus últimas fotos. Un mes después, aquel joven de 18 años era un rebelde en fuga, escapado de un campo de concentración. Y como tal, recibía unos disparos en el vientre.

 

Él fue el primer monaguillo de San Juan de Letrán. Yo entré allí en el 59 o 60 y él fue el que me enseñó a ayudar en misa”, me escribió su amigo Alex Hernández desde Miami. El muchacho “se ganaba la vida como mensajero de la farmacia Rojas, cuya dueña era Célida Rojas y estaba justo al lado de la bodega La Mascota, en [las calles] G y 17. Su bicicleta era parecida a la que sale en la película Pee Wee”.

 

A Ramoncito le dispararon al salir de la casa de su madre en Marianao, el 24 de enero de 1966. Le tiraron y le agarraron el bajo vientre los jenízaros de la policía militar castrista porque se había fugado del campo de concentración de la UMAP en Camagüey unos días antes”.

 

Malherido “lo llevaron al Hospital Naval, donde dos semanas después falleció. Las únicas que lo iban a ver allí fueron Dulce, Regina y Rosalía Álvarez”, quienes frecuentaban la iglesia de San Juan y eran vecinas de la farmacia donde el muchacho trabajaba.

 

que los responsables de los abusos fueron degradados o expulsados del Ejército. ¿Dónde leyó usted que fueran ejecutados?

 

—No sé, figúrate. Es que es muy difícil obtener documentación. Envíame ese documento —y se despidió.

 

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