La política y el Papa Francisco, por Luis Esteban G. Manrique
La conversión del Papa Francisco
Infolatam
Madrid, 14 octubre 2013
Por Luis Esteban G. Manrique
(Especial para Infolatam).- Las extensas –y a veces sorprendentes– declaraciones del papa Francisco a Civilttà Católica y luego a Eugenio Scalfari, del diario La Repubblica de
Roma, afirmando entre otras cosas que el clericalismo distorsiona la
religión, que la Iglesia debería dejar de estar “obsesionada” con
asuntos de moralidad sexual, o que él “nunca fue de derechas”, ha
sembrado cierto desconcierto en la prensa europea y norteamericana, que
no sabe si definirlo como un reformista radical o como un
“tradicionalista radical”, conservador en lo doctrinal pero liberal en
las formas.
En el fondo, el Papa argentino, al tratar de restaurar la autoridad
moral de la Iglesia denunciando los hábitos cortesanos del Vaticano,
recupera las críticas del fundador del cristianismo al moralismo
eclesiástico de su época, escrupuloso con las nimiedades pero negligente
con lo esencial: la justicia y la misericordia con los más débiles.
Cuando una institución se osifica por el legalismo, son los reformistas
los que la devuelven a su más auténtica tradición.
Según Lucetta Scaraffia, profesora de Historia de la Universidad de La Sapienza, al defender que la Iglesia debería ser como “un hospital de campaña”, Francisco viene
a decir que la misión de la Iglesia no es ganar guerras culturales con
el mundo moderno sino curar a los heridos que dejan esas batallas.
Probablemente muchos de esos malentendidos se deban a la compleja
historia política de Argentina y a las coordenadas ideológicas del
peronismo, casi indescifrables para analistas poco familiarizados con la
región. De hecho, requerido por medios de prensa españoles para que
aclarara lo que había querido decir el Papa con eso que de que “nunca
había sido de derechas”, Antonio Spadaro, director de Civilttá Católica, comentó que esas palabras debían entenderse “dentro del contexto político argentino”.
El problema es que esa precisión tampoco sirve de mucho.
“¿Izquierdas, derechas? Yo gobierno con las dos manos”, solía decir con
cierta sorna Juan Domingo Perón, que creó un tipo de
populismo autoritario que abrazaba ambos extremos del espectro político.
Una sola de sus dos caras –la derechista de Carlos Menem o la izquierdista de Néstor Kirchner– no podría jamás abarcar los diversos y heterogéneos elementos que Perón era capaz de coaligar.
“Es dentro de la confusión donde mejor nos manejamos y si no existe
hay que crearla. El arte del político no es gobernar el orden, sino el
desorden”, dijo una vez Perón, que elevó el ejercicio de la ambigüedad
política hasta un extremado refinamiento. Su propia definición del
peronismo lo subraya: “Es una colocación ideológica que está en el
centro, a la derecha o a la izquierda, según los hechos”.
La conversión de Bergoglio
algo ocurrió que le produjo una extraordinaria transformación, que Vallely no duda en calificar de auténtica “conversión”.
Tras la elección de Francisco, John Allen,
corresponsal en Roma del National Catholic Reporter y uno de los
vaticanistas más prestigiosos de EE UU, escribió que el Colegio
Cardenalicio había ido a buscar al nuevo obispo de Roma “fuera de
Occidente”, un comentario curioso tratándose de un hijo de piamonteses
nacido en Buenos Aires, la ciudad más “europea” de América Latina.
Pero quizá Allen tenga algo de razón. El encuentro de Francisco con Gustavo Gutiérrez, el sacerdote peruano autor de Teología de la Liberación (1971) y su intercambio epistolar con el brasileño Leonardo Boff,
muestran que el Papa argentino quiere introducir en Roma un estilo
eclesial latinoamericano, marcado desde los años sesenta por su
preocupación con la justicia social y lo que él llama “las periferias
del mundo”.
El pasado junio, el cardenal Ludwig Müller, que
preside la Congregación para la Doctrina de la Fe, declaró que la
teología de la liberación debe ser considerada como “una de las más
importantes corrientes de la teología católica del siglo XX”. Es
imposible entender a Francisco fuera del contexto
social y político en el que se formó su vocación religiosa. Cuando le
dice a Spadaro que fue su “estilo autoritario” mientras fue el
provincial de los jesuitas en Argentina (1973-79), lo que le dio fama de
“ultraconservador”, dice solo una verdad a medias.
Un libro recién publicado en Londres, Pope Francis, untying the knots, de Paul Vallely, periodista
británico y profesor de ética pública de la Universidad de Chester,
ilumina episodios poco conocidos de su vida. La primera impresión que se
obtiene de su lectura es que Bergoglio fue primero una
figura muy divisiva en la Iglesia argentina. Y, sin embargo, algo
ocurrió que le produjo una extraordinaria transformación, que Vallely no duda en calificar de auténtica “conversión”.
Como todo el clero argentino durante la última dictadura militar
(1976-83), el joven jesuita se enfrentó a lacerantes dilemas morales que
no logró resolver por completo. Cuando regresó a Buenos Aires en 1992
como obispo auxiliar tras un retiro de estudios en Alemania y luego en
Córdoba, estaba marcado por la tormentosa relación que mantuvo con dos
jesuitas radicales, Orlando Yorio y Franz Jalics, que fueron detenidos y torturados durante cinco meses en 1976 por los agentes de la dictadura.
Vallely recuerda que ambos habían discutido amargamente con Bergoglio,
su superior, por sus actividades pastorales en las “villas miseria” de
Buenos Aires. Aunque todos los testimonios que recoge el autor confirman
que se desvivió para obtener su liberación, queda flotando la duda de
si su actitud hacia ellos, al criticarles públicamente y retirarles el
permiso para oficiar misa, fue la que los dejó en una situación muy
vulnerable.
¿Un Papa peronista?
Ya como arzobispo de la capital argentina, Bergoglio cuadruplicó
el número de sacerdotes en las “villas miseria” y para evitar vínculos
financieros inapropiados, vendió todas las acciones que la archidiócesis
tenía en bancos. Según Clarín, sus denuncias contra la corrupción
movieron al gobierno de Néstor Kirchner a
distribuir entre los cardenales que eligieron a su antecesor un dossier
con graves acusaciones sobre su conducta durante la dictadura.
Esa actitud con la Casa Rosada se extendía también al Vaticano,
criticando que los diferentes departamentos de la Curia romana
administraran la Iglesia como feudos medievales bajo la condescendiente
mirada del cardenal Tarsicio Bertone, el ya ex
secretario de Estado del Vaticano. Cuando era cardenal, nunca ocultó su
disgusto por la desconsideración con la que la Congregación para los
Obispos trataba sus recomendaciones.
Pero no siempre mantuvo esa rebeldía frente al poder. Aunque su padre provenía de una familia antifascista, desde muy joven Bergoglio se sintió atraído por el peronismo. En una ocasión, fue castigado en el colegio por llevar un emblema peronista en el uniforme.
No es extraño. Las raíces del pensamiento político de Perón estaban
arraigadas en la doctrina social de la Iglesia, especialmente en la
encíclica Quadragesimo Anno (1931) de Pío XI, que propuso un plan
corporativo para reconstruir el orden social. Aunque posteriormente se
desarrolló un “peronismo de izquierdas” –de cuya herencia Kirchner y su esposa, Cristina Fernández, se consideraron depositarios–, Perón nunca ocultó su admiración por Mussolini y terminó exiliándose en la España del general Franco.
En la última fase de su gobierno, Perón, que quiso
monopolizar todas las actividades de asistencia social, rompió
abiertamente con el episcopado, acusando al clero de ser una “casta de
negreros que durante años han tenido a la Argentina en la esclavitud”.
Numerosas iglesias fueron incendiadas, dos obispos expulsados del país y
decenas de sacerdotes encarcelados. El Vaticano excomulgó a Perón, cada
vez más aficionado al espiritismo.
Sin embargo, en los años setenta Bergoglio llegó a
ser consejero espiritual de la Guardia de Hierro, una organización
peronista muy conservadora a la que en 1974 entregó el control de la
Universidad del Salvador, nombrando como rector a Francisco Piñón, uno de sus principales líderes. Pocos años después, la Universidad concedió un título honorífico al almirante Emilio Massera, miembro de la junta militar presidida por Rafael Videla.
Rafael Velasco, actual rector de la Universidad de Córdoba, recuerda que mientras Bergoglio fue
el provincial de los jesuitas en Argentina, los libros de la teología
de la liberación estuvieron prohibidos en las universidades y seminarios
de la Compañía de Jesús.
Ninguna biografía puede capturar la vida interior de una persona. Pero al explorar las relaciones de Bergoglio con el poder político, Valelly revela
una personalidad muy compleja, con una sutil comprensión de las
realidades del poder. Y la valentía necesaria para reconsiderar sus
posiciones y enfrentarse a él.