Hace seis años falleció Vilma Espín, heroína de la clandestinidad, combatiente del Ejército Rebelde e incansable luchadora por la emancipación de la mujer y la defensa de los derechos de la niñez.
Una casa donde se escondía Vilma Espín en Santiago de Cuba fue invadida por la tiranía, y ella tuvo que saltar hacia el tejado contiguo. Cuando la vecina la vio desde su patio, la creyó una virgen, y se arrodilló diciendo: «¡Milagro, milagro!», confusión que aprovechó la bella luchadora clandestina para escapar.
Entonces la valiente joven encubría su identidad con el seudónimo de «Alicia», que después se vio obligada a cambiar por «Mónica» y «Déborah». Más tarde, como «Mariela», pasó a ser la legendaria guerrillera del II Frente Oriental Frank País, que al triunfo de 1959 nuestro pueblo conoció por su verdadero nombre: Vilma.
Descendiente de franceses que un día huyeron de la primera Revolución en este hemisferio, en su árbol genealógico estaba el yerno de Carlos Marx y fundador del Partido Comunista Francés, el santiaguero Paul Lafargue, primo de su abuela materna.
Intranquila e interesada por saberlo todo, tuvo la ventaja de contar con maestros que fueron hijos de mambises y le enseñaron la verdadera historia de Cuba, como uno de ellos, en el séptimo grado, que era hijo de un ayudante de Antonio Maceo. La misma Vilma reconoció que ese era el germen de su rebeldía.
Igualmente dijo que ella y sus cinco hermanos se moldearon en la herencia de sus padres, bajo los principios éticos de justicia y moral, el no soportar los abusos, correr en auxilio de los agredidos y no decir mentiras ni groserías.
Días antes de ser asesinado, Frank País designó a Vilma coordinadora del M-26-7 en la provincia de Oriente, hasta que en junio de 1958, ya muy perseguida, se unió a las fuerzas guerrilleras del Ejército Rebelde en el II Frente Oriental, que dirigía el comandante Raúl Castro Ruz.
Justicia, honradez, honestidad, la verdad, el amor al estudio y a la lectura, el disfrute de la música, la afición por los deportes y la vida en contacto con la naturaleza, fueron sus principales valores.
Cuando el asalto al Moncada, el 26 de julio de 1953, en un temerario acto de rebeldía, Vilma acudió al Cuartel (tras cuyos muros ya se estaba torturando y asesinando a los prisioneros del ataque) para pedir ver a los héroes, mientras que en su hogar (como muchos en Santiago) se protegía a los combatientes perseguidos.
Acudió al Moncada el día 27 de julio en unión de Asela de los Santos; llegaron hasta las postas. Los guardias las creyeron familiares de los militares y las dejaron pasar, pero no pudieron ver los cadáveres. Acabaron por preguntarles qué buscaban, y Vilma les respondió que estaban allí para conocer la verdad y apreciar qué cara tenían los jóvenes valientes. Pudieron salir no se sabe cómo.
Tras el crucial suceso, Frank País organizó Acción Revolucionaria Oriental (ARO) para preparar un alzamiento y allí con él estaba Vilma. Cuando Fidel salió de la cárcel, todos ellos se sumaron a las filas del M-26-7, a instancias de Frank, como lo hizo ella.
El 30 de noviembre de 1956 participó en ese alzamiento armado en apoyo del Granma y su casa se convirtió en el cuartel general del Movimiento en Santiago. El 2 de enero de 1957 encabezó la marcha de las madres enlutadas por los asesinatos de la dictadura y se enfrentó a los esbirros batistianos.
Aunque procedía de una familia acomodada, fue capaz de asumir en Santiago las más diversas tareas y estar a la par de los hombres en la lucha. Así latió el corazón de su ciudad natal ante su muerte, el lunes 18 de junio de 2007, a las 4:14 p.m., luego del agravamiento en sus últimas semanas de la larga enfermedad que la aquejaba. Había nacido en Santiago de Cuba el 7 de abril de 1930.
Y no obstante nacer y criarse sin carencias materiales, nunca le acompañaron ni el lujo, ni las estridencias. La marcaron también un sentido muy alto del compañerismo y su alejamiento de lo banal y lo superficial.
Cuando al timón de un vehículo Vilma trasladaba a la mayoría de los 50 hombres que irían hacia el campamento de El Marabuzal, para unirse a los guerrilleros, uno de los casquitos del ejército en el punto de control militar de la carretera, al mirarla serena y elegante, le dijo a otro de ellos: «No la registres, déjala pasar; esa es la rubia hija del ganadero Espín».
Luego de convertirse en una de las pocas mujeres en Cuba en graduarse el 14 de julio de 1954 como Ingeniera Química Industrial, en la Universidad de Oriente, ella fue al Instituto Tecnológico de Massachussets, en Boston, donde cursó un postgrado en esa rama.
Su legado no se puede encerrar en una foto, una firma, una cifra, un gesto, una entrevista o un discurso. Es y será siempre muchísimo más que todo eso para las presentes y futuras generaciones: ejemplo multiplicado en tanto pueblo que no cabe en estatuas, monumentos, memoriales y plazas.
Fue, junto a los nombres de Celia Sánchez Manduley y Haydée Santamaría Cuadrado, un paradigma de mujer comprometida con la Patria, con la Revolución, con el Partido y con Fidel.
«Mi querida tarea»
Así llamó Vilma a la FMC que fundó el 23 de agosto de 1960, luego de cumplir el encargo de Fidel de la unificación de las organizaciones femeninas, a cuya conformación se consagró con singular desvelo hasta el último minuto de su vida. Y nunca abandonó el sano orgullo que sintió por sus cuatro hijos y ocho nietos, en medio del constante quehacer que la tuvo inmersa en cuerpo y alma en la causa que defendió hasta la muerte; incierta, como decía José Martí, cuando se ha cumplido bien la obra de la vida.
Transformó mentalidades, modificó costumbres y educó. Fueron hondas razones de su vida estar al frente de la FMC, de los Círculos Infantiles, del Instituto de la Infancia, de la Comisión de Atención y Prevención Social, del Centro Nacional de Educación Sexual y de la Comisión de la Juventud, la Infancia y la Igualdad de la Mujer, de la Asamblea Nacional del Poder Popular. Fue vicepresidenta durante muchos años de la Federación Democrática Internacional de Mujeres (FDIM).
Líder femenina, defendió como nadie los derechos de la familia desde la experiencia y la pasión de ser esposa, compañera, madre y abuela, sin dejar todo lo que le tocó ser por ir a la vanguardia.
Su impronta en la Revolución Cubana nos hace verla con la flor en el pelo y el fusil en la mano, al lado de Celia y de Haydée, casándose con Raúl al bajar de la Sierra y luego con sus hijos pequeños y sus nietos. También en el trabajo voluntario cortando caña, limpiando escuelas, abriendo círculos infantiles, discutiendo derechos familiares, visitando cafetales, abrazando a una deportista o a una obrera agrícola, saludando a luchadores vietnamitas o africanos, dirigiendo un congreso, cuestionándose un programa de radio o de televisión, exigiendo respeto para la imagen femenina y el derecho a la diferencia.
Alertó sobre la doble jornada de la trabajadora, los obstáculos a las potencialidades de las féminas, las arraigadas tradiciones que arrastran prejuicios y la discriminación flagrante.
Mereció el título de Heroína de la República de Cuba, y la Universidad de Oriente le otorgó en el año 2000 el título de Doctora Honoris Causa.
En el ll Frente Oriental
Ella conoció a Fidel y a Raúl en México, en 1955, colaboró en cierta medida con el proyecto del yate Granma y ya en 1957 participó en una reunión de la dirección del Movimiento 26 de Julio en la Sierra. Poco después integró su dirección nacional.
La admiración que la bella, valiente e inteligente santiaguera provoca en el comandante Raúl Castro, jefe de ese frente, se transforma luego en amor y tras el triunfo revolucionario formaron una familia donde siempre ha primado «la sencillez y una gran calidad humana», como la describieron José Ramón Fernández y Asela de los Santos.
Asela lo recuerda: «Un día me dice: “Amiga, quiero decirte una cosa”… y le digo: “Sí, ya sé, que tú y Raúl son novios”… Y pregunta: “¿Cómo tú lo sabes?”… “Porque todos los compañeros nos hemos dado cuenta que están enamorados”. Se casaron el 26 de enero de 1959 en Santiago».
Vistió de falda la Revolución
Según una bella crónica del colega José Alejandro Rodríguez, Vilma se fue por uno de esos delicados senderos de la plenitud que ella desbrozó para las cubanas, desde aquellos años montaraces. Sacudió los hogares, abrió a los vientos huracanados de la redención las puertas y ventanas, los fogones y hasta los armarios perfumados de la intimidad. Vistió de falda la Revolución Cubana y le confirió la matriz de la ternura, desde los cruentos años de la montaña y el llano. Desafió con suma feminidad las pretericiones de género y familia que subyacían y aún subyacen en la gran liberación del ser humano.
Y declaró, finalmente: Toda la obra social de la Revolución, puertas adentro de la fachada hogareña de la comunidad, lleva la impronta de esta mujer, una dama que no confundió el socialismo con la ramplonería y el desaliño. No se acomodó bajo el edredón de su acolchado origen, ni acaparó la cultura de su familia en vanidades personales. Fue, en fin, diría el columnista, guerrillera, combatiente y novia entre pólvora y fogonazos, y depositó toda la urdimbre de sus sueños libertarios en el canastillero de una insólita vida con los humildes y por los humildes.
FUENTE: Discurso de Asela de los Santos en velada solemne, Teatro Karl Marx, 19 junio 2007; «Los secretos de Déborah», JR, 22 agosto 1999; «Entre los imprescindibles», JR, 19 junio 2007; Noticia sobre la muerte de Vilma, JR, 19 de junio 2007; «Hasta siempre, Vilma», Marta Rojas, Granma, 19 junio 2007; «El camino que nos deja», JR, 20 de junio 2007; «No hay conquista de la mujer cubana que no lleve el sello de Vilma», discurso de José Ramón Machado Ventura, 20 de junio 2007; «Oyendo a Vilma», Arleen Rodríguez Derivet, JR, 20 de junio 2007.