Por Nuria Barbosa León*
–¡Habla perra!
Un grito y un golpe seco al mentón, acompañan la frase. Damaris la convierte en resorte para alejarse de aquel local maloliente, con paredes oscuras y destilando sangre por cada una de sus grietas.
Su torturador, escondido detrás de una lámpara incandescente, enfurece ante el silencio. Los golpes llegan a la presa, atada de manos y pies, escasas ropas y descalza. No sabe en qué momento dejó de sentir dolor y cómo su boca ni siquiera se quejó.
Su cabeza pudo vagar fuera del lugar. Primero vio a su madre esquelética, ya casi moribunda en aquella casa improvisada de las afueras del estado brasileño de Maranhao. Esa imagen del rostro hambriento de quien le dio la vida, allí en un espacio pequeño rodeado de miseria, hijos desnutridos y enfermedades.
Su mente se trasladó a la infeliz infancia que la convirtió en sirvienta de su madrastra con nueve años de edad y escapó de su casa en la década de los 50 en busca de un trabajo para desatarse del yugo familiar.
En la fábrica textil conoció a Antonio quien la condujo en los avatares de reuniones, tribunas, líderes, protestas y huelgas. Allí abogó por el derecho de la madre trabajadora para prolongar el tiempo de amantar a los lactantes que eran cuidados en la guardería de la textilera.
En su labor como dirigente obrera conoció las favelas de Sao Paulo, y llenó de esperanzas a las familias, convenciendo de que una vida fuera de la delincuencia, el alcoholismo, la drogadicción y la prostitución es posible. Sólo se necesita luchar por el cambio social.
Antonio, discapacitado por la pérdida de visión ante la falta de tratamiento médico, le propuso un matrimonio ligado al amor y la trinchera. Así la pareja vio morir a su primer hijo sin apenas alcanzar el primer año de vida por falta de recursos para adquirir medicinas.
En aquella habitación de olores confusos, sangre en las paredes y huellas de gritos, cuanto más el verdugo golpea preguntando nombres y direcciones, ella se aferra a una fuerza ideal provocada por los recuerdos de sus otros cuatros hijos, quienes crecieron en las protestas callejeras por defender las vidas miserables de los trabajadores de Brasil.
De ahí que en la década de los 60 fundaran la organización Vanguardia Popular Revolucionaria y se juntaran para estudiar obras políticas, conversar de las revoluciones en el mundo y ligarse al socialismo como faro.
La noche del 20 de febrero de 1970, la casa resultó invadida por la Policía de la Fuerza Pública del estado de Sao Paulo, acribillaron a balazos al esposo delante de los hijos, decomisaron las armas del movimiento, los documentos y todo el dinero. A Damaris la sacaron encapuchada, arrastrada a empujones y alaridos.
Después de los interrogatorios, sus compañeras de celdas la arroparon con sus propios cuerpos para que las heridas no se infestaran y lloraron ante la impotencia de ser vejadas.
En 28 días, un indulto tramitado a través de Japón la llevó a reunirse con tres de sus hijos en México, para luego vivir en Cuba por diez años.
Hoy la anciana Damaris Oliveira Lucena, cuenta su historia porque sabe que servirá de ejemplo para conquistar el futuro.
*Periodista de Granma Internacional y Radio Habana Cuba