LA HABANA, Cuba, noviembre 2013, www.cubanet.org.-Fabricar peceras con los cristales de ataúdes de recién fallecidos, es un negocio en alza por estos días en La Habana, donde la afición por la acuariofilia se dispara, diríamos que en proporción con el creciente número de decesos.
Asimismo asciende proporcionalmente la relación de precios entre la materia prima y el producto terminado. Hasta hace poco, los fabricantes de peceras pagaban 20 pesos, moneda nacional, por cada cristal robado de un ataúd, en tanto vendían las peceras pequeñas a 100 pesos. Pero ahora el precio de las peceras aumentó a 280 pesos, porque los proveedores de cristales los están vendiendo más caros, debido al reforzamiento de la vigilancia en los cementerios.
En cada tumba un comité
Ciertamente, en el cementerio de Colón ha crecido el número de guardianes en la misma proporción en que desaparecen los cristales de los féretros y prospera la acuariofilia. Incluso equiparon a los guardianes con prismáticos y otros auxiliares técnicos. En cada tumba un comité, parece ser la consigna de la administración. Sin embargo, en esto, como en todo lo demás, el incremento de la vigilancia y de los controles represivos sólo logra estimular la iniciativa de los infractores.
Tampoco la del cementerio es la única fuente suministradora. Las funerarias están apoyando igualmente esta nueva campaña por el auge de la cría de peces, en especial de peces peleadores, que tanto se asemejan a nosotros, sobre todo en aquello de invertir la totalidad de sus energías en agredirse mutuamente y en comerse unos a los otros para satisfacer las apuestas de los amos.
La ratería de los funerarios discurre de un modo casi solemne, tal y como se les enseñó oficialmente a operar durante el Período Especial, por lo cual terminaron convirtiendo la costumbre en hábito. Minutos antes de que el cortejo fúnebre parta rumbo al cementerio, uno de los empleados entra a la capilla donde han estado velando al muerto. Luego de dar el pésame a los familiares, murmura vagamente “con permiso”, entonces retira el cristal de la parte superior delantera del ataúd, y se lo lleva. Lo común es que nadie le pregunte por qué lo hace. Pero hay excepciones. Personalmente, presencié cómo uno de los dolientes le preguntaba. Y el empleado, con la mayor naturalidad, respondió: “Es que están en falta los cristales. La crisis y el Bloqueo, ya usted sabe”.
En 1871, el poder colonial de España en Cuba fusiló a 8 estudiantes de medicina. Entre las acusaciones (casi todas injustas) que pesaban contra ellos, estaba la de haber rayado el cristal de la tumba de Gonzalo Castañón, un furioso enemigo de nuestro independentismo. Hoy, dadas las circunstancias, sería difícil enjuiciar a alguien por ese tipo de profanación, pues faltará la prueba.
Y conste que no sólo me refiero al cristal, ya que en los cementerios también está en alza el robo de cadáveres, o de algunas de sus partes, como base de otro próspero negocio, el de hacer brujería con miembros humanos, tasados según su importancia simbólica: las manos y los pies, 20 cuc; una cabeza, entre 30 y 50 cuc…
Claro que en este caso los precios igual oscilan en proporción con los riesgos que corre el profanador. No cuestan lo mismo las partes del cuerpo de un niño o de un joven, cuyos familiares pueden descubrir la mutilación y armar la bronca, que las del cuerpo de un mendigo o las de un anciano sin parientes vivos en el país. Nuestros usureros de la muerte se guían por reglas muy estrictas, representantes al fin de los cambios para actualizar el modelo fidelista.
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