
- El presidente-jeque Hassan Rohani anuncia a los iraníes el acuerdo implementado en Ginebra
La firma del acuerdo sobre el programa nuclear iraní, el 24 de
noviembre de 2013 en Ginebra, ha sido saludada en el mundo entero –con
excepción de Israel– como el fin de un quid pro quo. Todos los
firmantes han tratado de convencernos de que, sin los pronunciamientos
excesivos del ex presidente Mahmud Ahmadinejad, las partes hubiesen
podido llegar mucho antes al actual arreglo.
O sea, que se destruyó el comercio internacional de Irán y que
estuvimos al borde de la guerra simplemente… ¡porque las partes no se
habían dado cuenta de que estaban de acuerdo!
La realidad, por supuesto, es muy diferente. Los occidentales
mantuvieron sus exigencias pero Irán sí renunció a las suyas. Es cierto
que el texto firmado en Ginebra es de carácter transitorio. Pero Irán
renuncia en él a la construcción de la central de Arak, a su uranio ya
enriquecido al 20% y a la técnica de enriquecimiento [1].
En 2005, la elección del presidente Ahmadinejad dio un nuevo impulso a
la Revolución iniciada por el ayatola Khomeiny. Contrariamente a sus
predecesores, los presidentes Rafsandjani (1989-1997) y Khatami
(1997-2005), Ahmadinejad no era simplemente favorable a una política de
independencia nacional sino que era un antiimperialista de la estirpe
del pensador de la Revolución iraní, Ali Shariati. En pocos años,
Ahmadinejad convirtió Irán en una potencia científica e industrial.
Desarrolló la investigación nuclear con vista a la creación de un tipo
de central adaptado a las posibilidades del Tercer Mundo y que fuese
capaz de aportar a la Humanidad la verdadera independencia energética,
liberándola del uso del carbón, del gas y del petróleo.
Jamás se destacará lo suficiente la oposición entre los partidos
iraníes. Rafsandjani y Khatami son clérigos. Ahmadinejad es un Guardián
de la Revolución. Durante la agresión iraquí fueron los Guardianes de la
Revolución quienes salvaron el país, arriesgando para ello sus vidas,
mientras que los clérigos recurrían a todo tipo de trucos para evitar
que sus propios hijos tuviesen que ir a la guerra. La clase clerical
dispone de bienes inmensos, el propio Rafsandajni es el hombre más rico
de Irán, mientras que los Guardianes de la Revolución son gente de
pueblo y practican un modo de vida realmente espartano. Occidente no se
equivocó durante 8 años al ver en Ahmadinejad un adversario. Lo que
verdaderamente nunca correspondió a la realidad fue el calificativo de «hombre de los mollahs» que se le aplicaba en Occidente a ese líder, tan místico como anticlerical.
En respuesta a las aspiraciones revolucionarias de Ahmadinejad,
los occidentales comenzaron a sembrar la duda sobre la naturaleza del
programa nuclear iraní [2] y utilizaron la ONU para prohibir que Irán enriqueciera su propio uranio, del que tiene gigantescas reservas [3].
Impedían así que Irán utilizara sus propios recursos naturales y lo
obligaban a la vez a vender ese precioso mineral a bajo precio.
Impusieron, tanto en el Consejo de Seguridad de la ONU como de manera
unilateral, una serie de sanciones sin precedente histórico para
estrangular así la República Islámica. Iniciaron además una campaña
de propaganda que presentaba a Ahmadinejad como un loco peligroso. Y
finalmente organizaron, en 2009 y con la colaboración de Rafsandjani y
de Khatami, un intento de revolución de color [4].
Todos recordamos aún la falsa traducción de uno de los discursos de
Ahmadinejad con la que se nos trataba de hacer creer que el entonces
presidente iraní quería exterminar a los israelíes –la agencia Reuters
afirmó incluso que había dicho que había que borrar Israel del mapa [5].
Muchos recuerdan también la manipulación occidental sobre el verdadero
sentido del Congreso sobre el Holocausto realizado en Teherán, encuentro
que tenía como objetivo mostrar que los occidentales han destruido la
espiritualidad de sus propias sociedades y que la han reemplazado por
una especie de nueva religión que gira alrededor de ese hecho histórico.
La manipulación occidental consistía en hacer creer que, a pesar de la
presencia de varios rabinos en aquel congreso, se trataba de una
celebración del negacionismo. Y ni siquiera entraremos a mencionar aquí
las múltiples afirmaciones de que Ahmadinejad discriminaba a los
judíos [6].
El equipo de trabajo de Rohani representa simultáneamente los
intereses de los clérigos y los de la burguesía de Teherán y de Ispahán.
Su objetivo es la prosperidad económica y no le interesa la lucha
antiimperialista. La promesa de levantamiento progresivo de las
sanciones le permite alcanzar un vasto respaldo popular en la medida en
que los iraníes ven –por el momento– el acuerdo como una victoria que
debe garantizarles un aumento de su nivel de vida.
Los occidentales, mientras tanto, siguen en pos del mismo objetivo.
El plan de ataque del presidente George W. Bush preveía destruir
Afganistán, destruir después Irak y, posteriormente, destruir de forma
simultánea Libia y Siria (a través del Líbano) así como la destrucción,
también simultánea, de Sudán y Somalia, antes de terminar por Irán.
Desde el punto de vista de los occidentales, las sanciones impuestas a
Teherán con un pretexto más que dudoso eran simplemente un medio de
debilitar el país. Para ellos, la rendición del jeque Rohani es
comparable a la de Muammar el-Kadhafi ya que el nuevo presidente de Irán
abandona el programa nuclear y se somete a todas las exigencias de
Washington con tal de evitar la guerra. Pero, al igual que en el caso de
Kadhafi, estas concesiones de Rohani serán utilizadas más tarde contra
su país.
Muammar el-Kadhafi creyó erróneamente que el belicismo estadounidense
en su contra se debía a sus convicciones políticas. Pero el único
factor que determinó la decisión de George W. Bush fue de orden
geopolítico. En 2010, Libia se había convertido en un aliado de
Washington en el marco de la «guerra contra el terrorismo» e
incluso había abierto su mercado interno a las transnacionales
estadounidenses. Pero eso no impidió que la Yamahiriya fuera calificada
de «dictadura» ni que fuese finalmente arrasada por los
bombardeos de la OTAN. De la misma manera, convertirse ahora en aliado
de Estados Unidos no pondrá Irán al abrigo de la guerra.
Durante los 4 próximos años Irán abandonará el sueño de Shariati y de
Khomeiny para concentrarse en sus intereses estatales. Se apartará del
mundo árabe para dedicarse hacer negocios con los Estados miembros de la
Organización de Cooperación Económica –Turquía, Irán y los demás países
del Asia Central. Reducirá paulatinamente su respaldo militar y
financiero a Siria, al Hezbollah y a la causa palestina. Y cuando
Teherán haya disuelto por sí mismo su línea exterior de defensa,
Washington entrará nuevamente en conflicto con Irán.