En homenaje al aniversario 70 de aquel acontecimiento, el BNC acercó este diciembre Giselle, a la sala Avellaneda del Teatro Nacional, de la mano de cuatro excelentes primeras figuras, fieles alumnas de la Maestra en el famoso personaje, pero también a una compañía que se creció en un clásico ya histórico del ballet cubano.
El cuerpo de baile femenino del segundo acto merece una reverencia, porque fue protagonista indiscutible de la temporada en todas las funciones. Aportó, con una precisión casi de relojería y un profesionalismo digno de la Escuela Cu-ba-na, un brillo especial a esa joya coreográfica de la Alonso, que fue ovacionada largamente.
Sin hacer comparaciones, cada una de las cuatro protagonistas iluminó el papel a su manera. No por azar, el crítico inglés Arnold Haskell, al reflexionar sobre el personaje destacó que triunfar en él constituía un premio a la personalidad.
La joven debutante Amaya Rodríguez, "paseó" la Giselle como una consagrada, aportando lucidez técnica, inteligencia a la hora de abordar interpretativamente el rol y dejó en claro sus condiciones para enfrentar los retos más altos. A su lado, Arián Molina —como el duque Albrecht— también en su debut fue un digno partenaire, de-mostrando que crece ante cada nueva salida. En la actuación salpicó al personaje con matices de dramatismo y bravura. Ahora, queda, en ambos, seguir perfeccionando de-talles de estilo.
Anette Delgado demostró que es su ballet. Regaló una clase de actuación, estilo y maestría técnica. Junto a ella, Dani Hernández fue el gallardo duque de Silesia. Con su presencia escénica, cuidadas poses, y destellos técnicos, del lado interpretativo debe trabajar más el personaje y matizarlo para hacerlo más terrenal. Como pareja, con sus privilegiadas figuras se entrelazaron en una poética visual de alto vuelo estilístico.
Yanela Piñera, hermosa y radiante, desbordó de lirismo y técnica en ambos actos, con un momento alto en la diagonal del primero, y en casi toda su interpretación, aunque debe hacer hincapié en detalles de la escena de la locura. Ernesto Álvarez (Albrecht) se hizo sentir con fuerza en las tablas en una de sus más convincentes actuaciones, inmenso en el baile entregó un segundo acto para el recuerdo.
Como cierre de la temporada apareció Viengsay Valdés encarnando Giselle. Segura, contenida en sus expresiones, en una palabra, madura, regresó en un rol largamente bailado y estudiado y aunque se le notó, quizás, menos inspirada que en otras ocasiones, fue la bailarina de siempre. Largos balances, giros, esa fuerza indiscutible al bailar, para deleitarnos con sus sutilezas. Fue agradable su dúo con un joven que interpretaba por primera vez el Albrecht: (Víctor Estévez), y constatar su crecimiento en la escena, como solícito acompañante; amén de que dio todo de sí para bordarlo de un aliento peculiar en la técnica, observándose muy acomodado en la actuación que puede matizar más. Se abre, pues, para todos los que se inician, el largo camino de maduración de los personajes.
El desempeño del resto del elenco estuvo, en términos generales a la altura: el Hilarión de Ernesto Díaz se dejó sentir con fuerza, al igual que esa madre de Ivette González, y el elogio para el esfuerzo de Tamara Villarreal —maitre del ballet— quien a pesar de estar alejada de la escena sustituyó, de momento, a Ivette, con mucho tino. Mención especial para la espléndida Bathilde de Carolina García, y a esas dos Willis: Aymara Vasallo y Lissi Báez que son ejemplo de buen baile. Las reinas de las Willis estuvieron muy acertadas, en primer lugar Verónica Corveas, las juveniles Dayesi Torriente y Estheysis Menéndez, mientras que Manu Navarro —primera bailarina del Ballet Nacional de Panamá—, en su debut hizo un loable esfuerzo, pero no alcanzó el brillo que demanda el difícil personaje, aunque estamos seguros de que bailándolo llegará a dominarlo.
Del lado musical saludamos la presencia de la directora Helena Bayo (España), titular de la Orquesta Lírica de Barcelona, y el serio trabajo realizado con la Orquesta Sinfónica del GTH que bajo su batuta llevó por muy buenos caminos a la institución cubana por la partitura de Adam, que sonó a la perfección en estos días. Lamentablemente, hay que tocar el tema de la indisciplina social, que parece está anidando en los espectáculos culturales, de nuestros teatros. Conversaciones y diálogos en alta voz entre muchos espectadores durante toda la función; ruidos al comer golosinas en los asientos; niños que suben por las escaleras que dan al foso de la orquesta y otros que corren; flashazos y aplausos a destiempo que entorpecen el danzar de los bailarines y en momentos cumbres.