21.1.2014
Comparto esta reflexión sobre Lenin, al cumplirse el día de hoy 90 años de su muerte. El estallido de la revolución de Febrero sorprende a Lenin en su exilio suizo. Al igual que tantos otros exiliados, libra una dura batalla para regresar a Rusia, cosa que finalmente concreta un par de meses más tarde. Lenin llegó a Petrogrado la noche del 16 de Abril de 1917. Tal como lo narra el gran historiador Edward Wilson esto fue lo que pasó a su arribo a la Estación Finlandia, punto final de su periplo:
“La estación terminal de los trenes procedentes de Finlandia … tenía una sala reservada para el Zar; y cuando llegó el tren, muy tarde, allí condujeron a Lenin los camaradas que fueron a recibirle. … En el andén exterior un oficial se le acercó y le saludó. Lenin, sorprendido, devolvió el saludo. El oficial dio la orden de firmes a un destacamento de marineros con bayoneta calada. Focos eléctricos iluminaban el andén y bandas de música tocaban la Marsellesa. Una tempestad de aplausos y vítores se elevó de una multitud que se apiñaba en rededor. “¿Qué es esto?”, preguntó Lenin retrocediendo unos pasos. Le contestaron que era la bienvenida a Petrogrado que le tributaban los trabajadores y marinos revolucionarios; la multitud había estado gritando una palabra: “Lenin”. Los marineros presentaron armas y el comandante su puso a sus órdenes. Le dijeron al oído que querían que hablara. Avanzó unos pasos y se quitó el sombrero hongo:
Camaradas marineros –comenzó-, los saludo sin saber si creen o no en las promesas del Gobierno Provisional. Pero afirmo que cuando les hablan amablemente, cuando les prometen tantas cosas, los están engañando a ustedes y a todo el pueblo ruso. El pueblo necesita paz, el pueblo necesita pan, el pueblo necesita tierra, y lo que les dan es guerra y hambre, y permiten a los terratenientes que sigan disfrutando de la tierra. … Hemos de luchar por la revolución social, luchar hasta el fin, hasta la completa victoria del proletariado. ¡Viva la revolución socialista mundial! “
Fuente: Edmund Wilson, Hacia la Estación de Finlandia. Ensayo sobre la forma de escribir y hacer historia (Madrid: Alianza Editorial, 1972), pp.547-550.
Este pasaje del espléndido libro de Wilson me da pie para hacer un par de comentarios:
Lenin, desde su exilio en Zurich comprendió como nadie dos cosas. Primero, que en el marco de la revolución que había estallado en Febrero de 1917 el papel de los Soviets era fundamental y estaba llamado a eclipsar por un tiempo al partido. Fiel a su profundo sentido de la autocrítica y a la idea de que el marxismo no es un dogma sino una guía para la acción no vaciló un instante en lanzar una original consigna: “Todo el poder a los Soviets”, poniendo provisoriamente en suspenso –en ese contexto de disolución y quiebra del zarismo y auge revolucionario- el papel rector que durante tanto tiempo le había asignado en sus escritos y en su práctica política al partido. Huelga señalar que este verdadero tour de force fue tenazmente resistido por sus camaradas, o ridiculizado por los liberales rusos que creían que Rusia se había convertido en Inglaterra y que se encontraban a pasos del establecimiento de una democracia liberal y una monarquía constitucional. La ceguera y el fetichismo político de unos y otros les impedía percibir la inmensa potencia del impulso revolucionario que la guerra, las hambrunas y la arrogancia de la aristocracia y la burguesía rusas alimentaban sin cesar, impulso que inexorablemente acabaría con el zarismo y abriría las puertas de la revolución socialista. Para Lenin, el tránsito de Febrero hacia la revolución social requería el protagonismo de los Soviets más que el del partido. Muchos pensaban que lo de Lenin era un extravío propio de un emigrado que tras largos años de exilio no comprendía lo que estaba ocurriendo en Rusia. La realidad demostró exactamente lo contrario.
Segundo, la asombrosa precisión con la cual captó el estado de conciencia de las masas rusas –eso que Fidel tantas veces llamó la “conciencia posible” de las masas, los contenidos cognitivos y valorativos que están en condiciones de asimilar y asumir como punto de partida para sus luchas. Lenin comprendió que lo que requería la tumultuosa fragua de la revolución no eran grandes discursos teóricos al estilo de los que hacían Kautsky y los acólitos de la socialdemocracia alemana. Que en la hora de los hornos, para utilizar la expresión de Martí lo único que se debía de ver era la luz, y que los soldados, campesinos y obreros rusos difícilmente verían esa luz en las tesis marxistas sobre la composición orgánica del capital o la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Esa luz que los movilizaría y lanzaría a la lucha tenía que sintetizarse en una propuesta que interpelara con sencillez y contundencia a las masas rusas. Lenin la halló al plasmar una consigna simple, comprensible y de una extraordinaria efectividad política: “Pan, tierra y paz.”
Vaya este breve recuerdo de un pasaje crucial en la vida del gran revolucionario ruso, que dirigió y condujo, hasta su muerte, la primera revolución socialista de la historia. Sobreviviente a duras penas de dos tentativas de asesinato -la última de las cuales, en Agosto de 1918 le dejó huellas indelebles en su cuerpo que, años después precipitarían su muerte- Lenin falleció pocos meses antes de cumplir los 54 años de edad, en un día como hoy hace exactamente noventa años. Al abrir una nueva era en la larga marcha de la humanidad hacia la construcción de su propia historia, su legado, y el de la Revolución Rusa, han demostrado por muchas razones ser imperecederos. Algunos, inclusive en cierta izquierda libresca o posmoderna, no lo creen así; pero la derecha y el imperialismo, con infalible instinto de clase, no se equivocan y saben que cualquier esfuerzo es poco con tal de borrar de la faz de la tierra la figura de Lenin y la epopeya de la Revolución Rusa. Precisamente por eso debemos conmemorar este nuevo aniversario de su fallecimiento.