El jueves pasado fue el
Día de Concientización sobre el Trastorno de Estrés Postraumático. Si a usted se le había escapado, es probablemente porque todas las semanas hay días de concientización. Estamos inundados por ellos. Literalmente hay miles de organizaciones cuya misión es elevar nuestra concientización. También hay una inmensa cantidad de políticos, legisladores, expertos, profesionales, académicos y entusiasta voluntarios que están dedicados a la causa de producir concientización.
Los que se lanzan a aumentar la concientización del público no están simplemente proveyendo información; también están haciendo una declaración acerca de ellos mismos, sobre lo que ellos son. Ellos, a diferencia de quienes necesitan de su apoyo, están
conscientes. La conciencia es presentada como un estado del ser al que todos nosotros deberíamos aspirar a alcanzar. En su uso actual más común el término conciencia resiste cual-quier definición clara. No es simplemente acerca de saber o comprender. De modo que la conciencia sobre el SIDA, por ejemplo, no se reduce al conocimiento de esa enfermedad; más bien implica la adopción de los valores del sexo seguro y el estilo de vida asociado en sus valores. Es muy probable que las personas que están con-cientes demuestren este hecho públicamente luciendo una cinta o la pulsera o la camiseta del color correcto, y usando el lenguaje adecuado. Ser conciente es estar en
el lado moralmente superior: no comer carne; no practicar sexo sin protección; no fumar; hacer ejercicio regularmente; andar en bicicleta; reciclar… estos son sólo algunos de los rituales que dan la señal que una persona está concientizada.
Las campañas diseñadas para elevar la conciencia son en gran parte sobre la publicidad del estado de los campañistas que están dedicados a cambiar el aspecto de una audiencia objetivo. Por ejemplo, los partidarios de darles de mamar a los bebés producen literatura que afirma la naturaleza virtuosa de sus propios estilos de vida mientras que al mismo tiempo también invitan a quienes todavía no han visto la luz que den cuenta de las cosas y se concienticen. El mismo término “elevar la concientización” involucra trazar una distinción entre quienes han sido iluminados, los que están concientes de algo, de aquellos que no lo están. Dirige la atención hacia el contraste fundamental entre aquellos que saben y aquellos que son ignorantes, entre el moralmente superior y los moralmente inferiores. De manera que si alguien permite que sus hijos coman comida chatarra no sólo está conciente y es un ignorante, también es moralmente cuestionable.
Las campañas de concientización adjudican a sus proponentes los valores de inteligencia, sensibilidad, amplitud de mente, sofisticación e iluminación. Por esa razón, la misión de elevar la conciencia se ha convertido en un recurso cultural clave para aquellos que quieren distinguirse de los demás. Los elevadores de conciencia son atraídos invariablemente hacia inflar las distinciones de comportamiento y culturales entre ellos y el resto de la sociedad; están preocupados con la construcción de un estilo de vida que contraste lo más posible con los estilos de vida de sus moralmente inferiores. Lo que es realmente importante de sus estilos de vida no es tanto los valores que ellos exhortan sino que ellos son realmente
diferentes, en todos los detalles, de la vida que llevan obesos comedores de comida chatarra, derrochadores de combustibles, xenófobos y fundamentalistas consumidores de diario de tabloide y cultura basura.
Sociológicamente hablando, el acto de elevar la conciencia es en realidad una demanda de respeto moral, y más importante, de autoridad moral. La posesión de conciencia es una marca de superioridad –y la ausencia y la falta de conciencia se toma como una marca del inferioridad. Los que se rehúsan a “ser concientes” con frecuencia son condenados moralmente. En el exterior, los que elevan la conciencia evitan el lenguaje de la moralidad. Ellos insisten en que están sólo proveyendo información para ayudar a que la gente haga una elección informada. Dicen que no están en el negocio de juzgar a otros; que ellos sólo quieren apoyar
a los vulnerables. En verdad, cuando se refiere a predicar, estos emprendedores de la conciencia están una clase única Ellos pueden usar la retórica no juzgadora, pero no tienen inhibiciones para decirles a los padres la manera de criar a sus hijos o dar instrucciones a los ciudadanos sobre cómo comportarse y qué comidas deberíamos consumir.
Los concientizadores no simplemente expresan desprecio por las costumbres, actitudes y comportamientos que ellos desean eliminar; ellos también sienten desprecio por la gente que se apegan a esas costumbres y actitu-des. El impulso de paternalismo y esnobismo se arrastra bajo la superficie de la empresa de la sensibilización.
No está para nada claro quiénes han ungido a estos individuos como concientizadores. Hay ahora un verdadero ejército de profesionales y expertos que asumen que ellos poseen la autoridad para darles instrucciones a la gente sobre cómo conducir sus asuntos de todos los días y sus relaciones personales. El corolario de su cono-cimiento experto es la ignorancia del público. En consecuencia, la relación entre estos expertos y la gente ordinaria no es muy diferente de la que hay entre un adulto y un niño. Y dado que no es una relación de iguales, los asuntos bajo consideración no son susceptibles de ningún diálogo democrático significativo. La frase
“ellos simplemente no lo entienden” es utilizada por los tipos de sensibilización para expresar su frustración con los déficits intelectuales de su 'público-objetivo'.
Cada vez que aparece la frase
“ellos simplemente no lo entiende” es una señal de cerrar la discusión. ¿Qué sentido tiene de argumentar con los escépticos del clima que rechazan a La Ciencia”? Ellos implemente no entienden! No tiene sentido debatir con alguien que cuestiona a la conciencia en sí misma –es decir, la versión que tiene el defensor de la conciencia de la realidad. Ellos simplemente no lo entienden!
La palabra más importante en la frase
“ellos no lo entienden” es “
ellos”. La palabra destaca lo que es más significante acerca de la práctica de la concientización, que es trazar un contraste moral entre
“ellos y noso-tros.” Aunque la palabra
“nosotros” no se dice, la sentencia “
ellos no lo entienden” proporciona una señal a través de la cual, aquellos que afirman poseer conciencia, pueden reconocerse entre ellos. Implica una visión compartida del mundo que se basa en comprensión mutua e inteligencia. Es una frase altamente cargada; envía un mensaje a los aliados que dice que, a diferencia de esos tarados incorregibles,
“nosotros” estamos realmente concientes de los asuntos que están en juego.
La presunción de superioridad de aquellos bendecidos con el conocimiento de
"conseguir entender” está entre-lazada con el desprecio por la capacidad de la gente común para ejercer la independencia moral. La gente deja de ser vista como ciudadanos responsables, y en su lugar son vistos como criaturas que necesitan ser salvados de ellos mismos. En el pasado, la idea de que la gente tenía que ser salvada estaba justificada en bases reli-giosas. Sin embargo, los Elegidos no han sido elegidos por Dios; ellos expresan sus ambiciones a través del len-guaje de la experiencia que se basa en las teorías de gestión del comportamiento y psicología barata, más que en el lenguaje bíblico.
No necesitamos una autoproclamada clerecía dignarse a hacernos más conscientes. Lo que la sociedad real-mente necesita es una esfera pública que tome en serio sus ciudadanos –una esfera en la que hay un debate abierto entre ciudadanos iguales, que son muy capaces de alcanzar la iluminación y claridad sin necesidad de que sus manos estén sostenidas por los concientizadores.
Frank Furedi es un sociólogo y comentarista. Es autor del libro reciente
“Cruzadas Morales en una Era de Desconfianza: El Escándalo Jummy Saville”, publicado por Palgrave MacMillan. Visite su sitio web
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