Cuando una publicación tan prestigiosa como la británica The Economist nombra País del Año a Uruguay “por su receta para la felicidad humana”, ¿es porque The Economist se ha vuelto gilipollas?
Tal era la pregunta.
Veamos, Uruguay es un país pequeño (176.215 quilómetros cuadrados, unas dos veces Andalucía), con costas al océano Atlántico y al río de la Plata. Limita al norte con Brasil y al oeste con Argentina, de modo que, observado el mapa del Cono Sur latinoamericano desde la convención de que el norte está arriba y el sur abajo, y que la fuerza de la gravedad tira hacia abajo de lo que está arriba, Uruguay parece empujado hacia el mar por los dos gigantes mencionados. Esta situación de encajonamiento provoca en algunos uruguayos sacudidas de carácter claustrofóbico que explicarían en parte el hecho de que la emigración haya constituido un fenómeno estructural a lo largo de su historia. Era un sitio del que había que irse, aunque parece que en los últimos años se ha convertido en un lugar al que hay que volver. La población es de 3.200.000 habitantes, de la que la mitad vive en la capital, Montevideo.
Quizá porque parece efectivamente encajonado entre Argentina, Brasil y el océano, quizá por su tamaño, por su clima, porque es un país constituido casi en un 90% por emigrantes europeos (por desarraigados, en suma), o por todos estos factores juntos, además de otros que ahora no se nos ocurren, el uruguayo todo lo exagera hacia abajo (así como, según el tópico, el argentino todo lo exagera hacia arriba). Si, según el chiste, el argentino se suicida arrojándose al vacío desde su yo, el uruguayo apenas se rompería una pierna saltando desde el suyo. Digamos, por acabar con este trámite, que se trata un país con escasa autoestima. Todo esto, dirán ustedes, son generalidades, tópicos. Cierto, pero generalidades y tópicos tan presentes en la vida cotidiana, en las conversaciones y lecturas, que conviene tomárselos en serio. Observen que cuando un uruguayo tiene éxito se larga enseguida a Buenos Aires, donde no lo reciben como uruguayo, sino como rioplatense: un modo sencillo de apropiárselo sin faltar a la verdad. Del prócer uruguayo José Artigas, dice Cristina Kirchner que no solo era argentino, sino que no quería ser uruguayo. A veces parece que Uruguay solo tiene razón de existir como contrapunto de Argentina. Jorge Drexler asegura que ser uruguayo consiste en no ser argentino. No entraremos ahora en si Gardel era de aquí o de allí. Parece que era uruguayo, aunque adoptó la nacionalidad argentina en 1923.
El uruguayo, en fin, sería morriñoso, melancólico, mohíno, cuando no decididamente triste. En Uruguay, y esto es un dato, se da la tasa de suicidios más alta de Latinoamérica, así como una incidencia exagerada de fallecimientos por cáncer. Hay uruguayos que para demostrarte lo poca cosa que son te hacen caer en la cuenta de que su país es el único del mundo que carece de nombre. Es cierto: oficialmente se llama República Oriental del Uruguay: significa que es una república situada al este del río Uruguay. Viene a ser como si a usted lo conocieran como el cuñado de Rosa, en el caso de que tenga una cuñada con ese nombre.
¿Cómo es posible que, con tales antecedentes, The Economist otorgue a Uruguay el título de País del Año “por su receta para la felicidad humana”? ¿Se ha vuelto The Economist gilipollas?
Pues no, el semanario británico está en su sano juicio. Y no ya porque en los últimos años se haya despenalizado el aborto, y se hayan legalizado los matrimonios gais o la narihuana. Todo eso, con ser significativo, es la espuma. Las cuestiones de fondo resultan menos espectaculares, menos mediáticas, pero sin estas no habrían sido posible aquellas.
En 2005, cuando ganó las elecciones el Frente Amplio, coalición que agrupa a los partidos de izquierda, Uruguay se encontraba en plena decadencia, en parte como consecuencia del desastre bancario argentino de 2002 y en parte por las políticas neoliberales anteriores. La desocupación había llegado al punto de que el 40% de la población se encontraba por debajo de los niveles de la pobreza. El salario real se había desplomado, la emigración devino masiva, los niveles de inflación resultaban insoportables, la deuda externa parecía imposible de saldar… Las constantes vitales, por resumir, hablaban de un país en estado de coma, un país deprimido, sin interés alguno para sí mismo ni para los inversores extranjeros.
En la actualidad, nueve años más tarde, el paro es del 6,5% y los salarios han recuperado el poder adquisitivo anterior a la crisis. En estos instantes, y según un estudio de Americas Quarterly, Uruguay lidera el ranking de inclusión social de todas las Américas, por delante de Chile y de EE UU. El estudio está hecho sobre 21 indicadores en los que el país aparece en los primeros lugares en gasto social en relación con el PIB y en acceso al trabajo. La inflación, por debajo del 10% (excelente en comparación con la de sus vecinos), constituye sin embargo un motivo de inquietud para las autoridades.
En un tiempo récord, el Gobierno del Frente Amplio, dirigido por Tabaré Vázquez, y del que José Mujica fue ministro de Ganadería, Agricultura y Pesca, promovió planes de desarrollo que se tradujeron en la creación de puestos de trabajo. Se recuperaron derechos laborales perdidos durante la época de la liberalización. Se definieron pautas salariales y se fijaron nuevas condiciones laborales. Se impulsaron leyes sociales por las que los trabajadores del campo, por ejemplo, que bregaban de sol a sol, empezaron a trabajar ocho horas. Se acometieron inversiones nuevas (en Uruguay están las dos plantas de celulosa más grandes del mundo y hay una tercera en perspectiva). En el momento de escribir este reportaje está a punto de firmarse con una multinacional un contrato para la extracción de hierro con un horizonte de trabajo para 15 o 20 años (Proyecto Aratirí). Este desarrollo productivo se traduce en la mejora de las condiciones de vida de la mayoría de las personas porque va acompañado de una mejor distribución de los ingresos, que han aumentado (el Estado cobra más porque se modernizó y profesionalizó el sistema recaudatorio).
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