La consecuencia fue una cerrada defensa de Cristina de Borbón y Grecia
por parte del Estado a través del Ministerio Público, la Agencia
Tributaria y la Abogacía del Estado, que han obviado -y siguen
haciéndolo- los contundentes indicios existentes en su contra hasta el
extremo de afirmar que la Infanta «nunca fue consciente» de lo que
hacía. Este envite, tras el que subyace la supervivencia del principio
de igualdad de los ciudadanos ante la ley invocado por el Rey en su
discurso de Nochebuena de 2011 al poco de estallar el escándalo, ha
dejado al veterano juez instructor corbobés a solas con las pruebas y su
heroica determinación ante la implacable maquinaria institucional. Ésta
sostiene contra viento y marea que Cristina de Borbón, pese a disponer
de los fondos públicos distraídos irregularmente de las arcas de
Valencia y Baleares y estampar su firma en operaciones fraudulentas
encaminadas a evadir impuestos, es completamente inocente.
'¿Y si viene Rubalcaba?'
A la cita en Zarzuela, celebrada la última semana de febrero de ese annus horribilis para la Corona [2012], asistió el Rey y le acompañaron Rajoy, Ruiz-Gallardón y el fiscal general del Estado, Eduardo Torres-Dulce,
después de sopesar si incorporaban a la misma al jefe de la oposición,
Alfredo Pérez-Rubalcaba, que finalmente no fue invitado. «Será mejor
traerlo y tenerlo de nuestro lado, porque enterarse se acabará
enterando», aconsejó alguno de los insiders sin mucho éxito.
Este encuentro constituye el pistoletazo de salida a la Operación Cortafuegos
urdida para intentar librar a la hija del Rey de las garras de la
Justicia y cuya crónica oculta es el libro La intocable. Cristina, la
infanta que llevó la corona al abismo. Escrito por los periodistas de EL
MUNDO que destaparon el escándalo, Eduardo Inda y Esteban Urreiztieta,
sale a la venta el próximo martes editado por La Esfera de los Libros.
Tras el rotundo éxito de su libro anterior, Urdangarin. Un conseguidor
en la corte del Rey Juan Carlos, número 1 en 2012, Inda y Urreiztieta
desentrañan las claves de este complejo plan diseñado al más alto nivel
para librar a la jefatura del Estado de la mayor crisis de sus últimos
50 años de historia, aun a costa de evidenciar que no todos los
ciudadanos son iguales ante la ley.
«No hay motivos de preocupación, el juez no se atreverá», se
confiaron los asistentes a la reunión, que, al mismo tiempo, se
conjuraron para lograr que la infanta Cristina se convirtiese, a partir
de ese momento, en intocable.
¿Un indulto?
Pero quedaba todavía un fleco suelto. «¿Y qué hacemos con Iñaki?»,
se planteó a renglón seguido. «Lo tiene muy difícil, lo normal es que
sea condenado a penas de cárcel», terció Gallardón, al tiempo que se
puso encima de la mesa la posibilidad futura de que el Ejecutivo le
acabe concediendo el indulto. «Ya arrostraremos nosotros con las
consecuencias que tendría ante la opinión pública», tranquilizaron al
Monarca.
La intocable es, por lo tanto, la historia jamás contada de la maniobra de enroque institucional para salvar a la Corona de
su más complicado trance, pero también la de un matrimonio que ha
sobrevivido estoicamente a una crisis trufada de engaños, errores y
traiciones y que ha sido aislado, quien sabe si para siempre, de la
Familia Real.
Cristina de Borbón llegó a colgar violentamente el teléfono a su padre
cuando éste, una y otra vez, le instó por aquel entonces, en los albores
del escándalo, a «separarse de Urdangarin y a renunciar a sus derechos
dinásticos», aconsejado por el ex jefe de la Casa Real Fernando Almansa.
La Infanta jamás vaciló. Optó por la decisión más complicada de su vida:
mantenerse al lado de su esposo, del que se confiesa, aún hoy,
enamorada. Juntos decidieron meterse en el tinglado de Nóos que ha
provocado la imputación de ambos y juntos han decidido que van a salir.
Se cree la víctima
Cristina e Iñaki se han llegado a convencer, articulando una especie de
mecanismo interno de autodefensa, de que no han hecho «nada malo» y de
que no son más que unas «simples víctimas de una conspiración para
derrocar a la monarquía en España» en la que se han convertido en
«cabezas de turco». Por sorprendente que parezca, en su fuero interno no
entonan el más mínimo mea culpa por haberse quedado con dinero público
de forma ilegal o haber evadido impuestos. Por contra, se sienten
triplemente traicionados.
De una parte, por su antiguo socio Diego Torres, que con su chantaje en
forma de correos electrónicos les ha colocado en una situación
insostenible, tanto personal como judicial, aflorando pruebas que
demuestran que Urdangarin fue infiel a la hija del Rey. Pero hasta eso
ha sido perdonado por Cristina, que ha llegado a concebir un eventual
divorcio como una derrota en la disputa con su padre.
De otra, por la Casa Real, ya que consideran que «no les ha defendido»
ante la opinión pública. No en vano, Iñaki sigue pensando que si el Rey
«hubiera querido» todo este asunto «se hubiera solucionado hace ya
tiempo» y que si alguien es responsable de que el procedimiento judicial
no se haya detenido no es otro que el Monarca. «¡La culpa de todo esto la tiene tu padre!», llegó a gritar, airado, a su esposa durante su estancia en Washington.
Y, por último, el matrimonio se siente maltratado por la sociedad
española que, dicen Cristina e Iñaki, les ha «condenado a la primera sin
pruebas». «Los españoles no se merecen que volvamos a vivir en nuestro
país», suelen reflexionar.
La hija del Rey ha tenido que sortear la severidad de su padre y el
implacable juicio social y mediático, pero también el oscuro silencio y
la distancia que ha puesto de por medio su otrora inseparable hermano al
comprobar los detalles del escándalo que gravita en torno a Nóos. El
Príncipe Felipe no perdona a Iñaki y a Cristina que hayan puesto en
jaque a la institución de esa manera. El heredero les ha despachado con
una elocuente frialdad y ha levantado un muro inexpugnable. Eso sí, en
privado se permite la licencia de recordar que Letizia fue una de las
primeras en dar la voz de alarma sobre este asunto y quien acuñó un
hilarante juego de palabras. «No es el caso Nóos, es el caso Nóos
forramos», han apuntado los herederos en más de una ocasión cuando les
han interrogado sobre el particular.
Un «Nóos forramos» que sintetiza a la perfección el espíritu de
la entidad «sin ánimo de lucro» que presidió el duque de Palma y con la
que llegó a ingresar 20 millones públicos y privados en apenas tres años
de vida a cambio de insustanciales conferencias e informes plagiados e
inservibles pero cobrados a precio de Boston Consulting, McKinsey u
Oliver Wyman.
Esta es, en definitiva, la historia de una complicada encrucijada
judicial, institucional y personal en la que Cristina e Iñaki se han
desenvuelto en el plano profesional de una forma extravagante y
codiciosa hasta protagonizar episodios insólitos que sirven para
aproximarse al peculiar esquema mental de la pareja que ha situado a la
Corona al borde del abismo.
Caprichos en EEUU
Cuando Telefónica nombró al yerno del Rey responsable de la compañía en
América, la operadora puso a disposición de los duques de Palma una
lujosa vivienda en el selecto barrio de Chevy Chase, en Washington, con
todos los gastos pagados y se vio obligada a hacer continuos cambios en
el interior de la misma por indicación de sus nuevos inquilinos.
Cristina de Borbón se destapó de pronto como una mujer caprichosa que
obligó a cambiar hasta tres veces los colchones recién comprados de la
residencia al considerar que estaban «demasiado duros» o que intentó por
todos los medios quedarse con todo el mobiliario de la residencia una
vez que se trasladaron a España. El matrimonio planteó a Telefónica que
quería el contenido de la casa, desde los sofás a los juegos de sábanas,
y la multinacional les dio la opción de comprarlo por el valor
establecido en libros. En total, unos 400.000 euros.
Al considerar disparatada la cifra los duques y rechazar la operación,
Telefónica optó por donar a una organización social los muebles. Sus
ejecutivos se quedaron atónitos al comprobar que el matrimonio no había
tardado en localizar a la entidad benéfica y que le había hecho una
oferta a la baja por los enseres.
Todo ello después de que el duque de Palma, lejos de resignarse a ocupar
un puesto meramente institucional en Telefónica en EEUU, decidiera por
su cuenta y riesgo tomar decisiones trascendentales que justificaran su
posición.
La primera, eliminar la estratégica oficina de Nueva York, decisión en
la que se empecinó hasta que comprobó en primera persona cómo gracias a
los contactos establecidos gracias a ella la compañía y sus ejecutivos
se habían convertido en una referencia mundial.
Pero si incomprensible eran actuaciones de este tenor, mucho más lo fue
que Telefónica tuviera que prohibir expresamente a Urdangarin, una vez
resuelto su contrato a causa del daño que estaba ocasionando a la marca,
que siguiera acudiendo, como si tal cosa, a las oficinas de la
operadora en Barcelona, una vez repatriados.
Se acaba el dinero
A partir de entonces, y ya instalados de nuevo en España, el objetivo
del matrimonio se centró en rehacer sus vidas. Para ello los duques
llegaron a suplicar al presidente de Telefónica, César Alierta, que
siguiera teniendo contratado a Iñaki como asesor externo porque se les
«acababa el dinero». Y Cristina hasta intentó que el establishment
catalán le buscara un puesto a su esposo en el FCBarcelona «de lo que
fuera».
Pero todo este complejo proceso ha acabado afectando también, y esta vez
sí que en forma de ruptura, a la relación entre los dos hombres que
impulsaron la investigación desde el principio, el fiscal Pedro Horrach y
el juez José Castro, dos ejemplos de profesionalidad y tesón cuyos
diferentes posicionamientos han terminado por dinamitar su amistad.
En medio de este proceso, todavía abierto, y con el juez a punto de
cerrar la investigación y decidir si sienta o no a la hija del Rey en el
banquillo de los acusados, el monarca ha variado su postura.
De la virulencia inicial con la que pedía a su hija el divorcio ha
pasado a la condescendencia y a pedir a Cristina, hace sólo unos meses,
que aceptara «con normalidad» su imputación definitiva y a preferir que
siga al lado de Iñaki.
Y es que en la Casa Real se han convencido definitivamente de que sólo
podría agravar más el problema que Iñaki Urdangarin comenzara a volar
por libre y se convirtiera en un nuevo e incontrolable Diego Torres que
se encargue de asestar la estocada definitiva a la Corona.