LA HABANA, Cuba -En varias ocasiones en los medios se han hecho reportajes sobre las deficiencias en la elaboración, almacenamiento y manipulación del pan. Sin embargo, nunca se habla de la mala calidad y de la limitada variedad de los dulces que se confeccionan en muchas panaderías para venderlos en moneda nacional a la población, y que son exhibidos en vidrieras en mal estado.
Para paliar el hambre, algunas personas de escasos recursos compran estos dulces, pero se quejan de la falta de azúcar, de la masa dura y gomosa, y de los grumos de bicarbonato. Me dice Rafaela León Padrón (la mayor amante de los dulces que conozco) que le gustan mucho las torticas, pero como son muy duras y ella no tiene buena dentadura, no se atreve a comerlas. Hace unos días presenció cómo una joven pidió dos masarreales, pero luego los rechazó porque la empleada se los despachó con la mano. Ante el rechazo, la dependiente, molesta, exclamó: “¡Yo tengo las manos bien limpias!” la joven, asombrada, le replicó: “Sí, claro, con esas manos solamente cobras y anotas el pan en la libreta”.
Cuando Rafaela quiere comer un dulce mejorcito, se lo compra a los particulares. A esta anciana de 72 años no le gusta ir al Sylvain, “porque casi siempre hay tomadera de cerveza”. Además, afirma que allí los dulces no son baratos ni frescos y tienen muchas moscas alrededor, pues frecuentemente hay vidrieras rotas. Comenta que a Dulcinea fue una vez, cuando vino de visita su sobrino que vive fuera de Cuba. Allí los dulces son exquisitos, pero muy caros. Una panetela llamada lonja de almendra, por ejemplo, costaba 1,10 CUC. Para concluir la conversación dice que los dulces de ahora ni por asomo se parecen a los de La Gran Vía. “Aquellos sí eran dulces”, afirma.
La Gran Vía fue una de las dulcerías más populares de La Habana: dulces en la tradición francesa y española, cakes coronados de frutas y cremas de chantilly, hoy convertida en una burda mezcla de cervecería y dulces chatarra. Foto Gladys Linares
Aún en nuestros días se vende por la libreta de racionamiento un cake de cumpleaños para niños de hasta 10 años. Los pocos padres que los compran los reparten entre los condiscípulos del homenajeado o entre los vecinitos de la cuadra, y lo acompañan con algún refresco. Esto se ha dado en llamar un “pica-cake”. Pero también para las niñas que cumplen 15 venden un cake de similar calidad (o falta de ella) por 30 pesos, y se debe llevar con anterioridad la tabla en la que se montará.
Comentando esto con Emma Wong, una maestra amiga, me enseñó la foto de sus 15, donde aparece retratada junto a su bello cake de tres pisos. El pastel venía en una base (proporcionada por la dulcería) finamente decorada con motivos rosados. En el piso superior aparece una muñequita vestida de rosado, y de los pisos restantes salen quince cintas también rosadas, terminadas en lacitos con sorpresas. Mientras miraba la foto, mi amiga exclamaba: “¡Qué clase de cake más sabroso! Era de La Gran Vía. Mi mamá hizo el pedido por teléfono y lo trajeron el día y la hora señalados.”
La Gran Vía era una famosa dulcería con opciones para todos los bolsillos. Estaba en el municipio Diez de Octubre, en el barrio de Santos Suárez. Cuentan los vecinos más viejos que se deleitaban con su agradable olor, y que eran los propios dueños, tres hermanos españoles de apellidos García Mayedo, los que se ocupaban de todo el negocio.
Era agradable entrar al amplio salón con aire acondicionado, donde reinaba la limpieza y se exhibían los dulces y cakes en bellas vidrieras bien distribuidas. Los empleados eran siempre atentos. Pero lo más sorprendente era el mirador, desde donde el público podía observar el proceso de elaboración de los dulces.
Hoy, de aquella gran confitería ejemplo de laboriosidad y calidad de la empresa privada, no queda nada. Me comentó una empleada que no quiso dar su nombre por miedo a represalias, que esta dulcería presenta los mismos problemas que el resto: falta de limpieza, abundancia de vectores, escasez y robo de materias primas, etc.
Y es que La Gran Vía fue convertida en otro Sylvain de vidrieras maltrechas, y en el salón de exhibiciones han colocado mesas con sillas para los tomadores de cerveza, que son la principal fuente de ingresos (y de propinas) en este tipo de comercios, que han sido transformados gradualmente en bares de nuevo tipo.