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Respuesta  Mensaje 1 de 55 en el tema 
De: alí-babá  (Mensaje original) Enviado: 06/08/2014 00:57
 
 
 
 
 

 
 
 
Cada Vez más cerca ...
 
Otro nieto recuperado de la oscuridad
 
 
 
 
 


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Respuesta  Mensaje 26 de 55 en el tema 
De: alí-babá Enviado: 08/08/2014 01:27

EL PAIS › EL RELATO DE ALCIRA RIOS SOBRE EL CAUTIVERIO DE LA HIJA DE CARLOTTO

Los días de Laura en La Cacha

Ríos también estuvo detenida en el centro clandestino de La Plata. Al llegar allí conoció a Laura Carlotto, quien le contó que el 26 de junio del ’78 había dado a luz un niño en un hospital militar y que le había puesto Guido.

 

 Por Alejandra Dandan

Alcira Ríos conoció a Laura Carlotto en La Cacha, el centro clandestino de La Plata ubicado en la base de la ex planta transmisora de Radio Provincia. A Laura le decían Rita y llevaba diez meses secuestrada. Le contó a Alcira que había dado a luz un niño el 26 de junio de 1978, en un hospital militar, y que le había puesto Guido, en homenaje a su padre. El testimonio de Alcira nutrió innumerables relatos y estructuró parte de la búsqueda judicial de la familia. Ella fue la persona que durante su exilio en Brasil reconoció a Rita como Laura, en una foto que Estela Carlotto sacó de su cartera. “Estoy contentísima –dijo Alcira ayer–. Siempre he dicho que había que recuperar a los nietos porque esa búsqueda demuestra un ‘no al olvido’ y esto a la sociedad le hace bien.”

A Alcira la secuestraron el 27 de julio de 1978 en San Nicolás. Estaba con su esposo, Luis Pablo Córdoba. Ella ya era abogada. Habían vivido en Santa Fe, militado entre los trabajadores de prensa y sido perseguidos por la Triple A. En ese julio de 1978 los golpearon y los torturaron primero en San Nicolás y luego en La Plata. Alcira relató los detalles de su estadía y del contacto con Laura en el juicio por el Plan Sistemático de Robo de Bebés. Y antes, en las audiencias de los juicios por la verdad de La Plata.

“¿Cómo estás?”, le dijo Laura la primera vez que la vio. “Sacate la capucha, yo soy otra detenida,” Alcira la había escuchado gritar. Les gritaba a los guardias para que atendieran a un detenido. “¡Traigan antibióticos! ¡Traigan antibióticos!”, decía Laura. “¡La cabeza de este muchacho está mal, está muy infectada, ¡traigan antibióticos!” Más tarde, Alcira supo que ese “muchacho” era su esposo Pablo.

“Un día me sacaron y me llevaron a lo que era la cocina. Ahí nos dejaron solas con Rita. Entonces Rita me dice: ‘Mirá, a mí me pusieron a trabajar’. O sea, hacían trabajar a algunos prisioneros, a algunos a llevar la comida o limpiar platos o lavar ropa. Nadie estaba en condiciones de negarse. Pero entonces Rita me dice: ‘Mirá, te tengo que tomar todos los datos. Acá tengo un formulario y tengo que tomar todos tus datos’. Ahí transcribimos y aprovechamos a hablar.”. Alcira le preguntó cuánto tiempo permanecían en ese lugar: “Yo hace diez meses que estoy”, le dijo Laura.

Alcira no olvidó nunca buena parte de esas charlas. “Me cuenta que la habían secuestrado en la calle, en Buenos Aires, en Capital”, recordó en uno de los juicios. “La levantaron en la calle, (me dijo) que primero la llevaron a la ESMA, estuvo una semana en la ESMA, y después vino a La Cacha con su compañero. Que el compañero fue fusilado a fines del ’77 en La Cacha, en presencia de todos. Yo le pregunté por qué y ella me dijo: ‘Parece que por los cargos que tenía’”. A él le decían El Negro. “Entonces me contó que había tenido a su hijo el 26 de junio en un hospital militar, que no podía precisar cuál, que la habían tenido engrillada a la camilla, el hijo, el parto... durante todo el parto estuvo engrillada a la camilla. El bebé era un varón, se lo dejaron tener un rato, cinco horas más o menos, y después se lo sacaron y ella le puso de nombre Guido en homenaje a su padre.”

Antes del 24 de agosto Laura supo que la iban a ir a buscar tres marinos para interrogarla y decidir qué harían con ella. “La llevaron a la sala de torturas, la encapucharon, la engrillaron y después vino y nos contó que le habían hecho preguntas sobre La Plata y sobre la gente de La Plata.” Laura respondió que no sabía nada, que La Plata era tierra arrasada, que hacía años que no estaba ahí. Le prometieron un Consejo de Guerra y luego de dos meses liberarla. Cuando se iba, pasó por las camas de algunas detenidas. Alcira estaba engrillada. “Antes de irse me dice: ‘Me quiero llevar un recuerdo tuyo’”. Alcira le dijo que la ropa buena se la habían sacado, tenía algo de cerámica pero podían quitársela. “Mirá –agregó–, tengo un soutien de encaje negro, que es lo único que me quedó’. Me lo saqué y se lo di.”

Alcira salió al exilio más tarde. Durante un tiempo largo creyó que Laura estaba con vida. “Le decíamos Rita, no sabíamos que era Laura, pero no la nombrábamos porque creíamos que estaba con su hijo en su casa y que la iban a ir a molestar. Nos enteramos de que la habían matado, con Carlitos, esa noche. En el ’80 ya hacía mucho tiempo que estábamos en Brasil. Viene otro compañero y nos dice: ‘Che, están las Abuelas de Plaza de Mayo y quieren hablar con los sobrevivientes de los campos, ¿ustedes van a hablar con ellas?’.”

Alcira dijo que sí. Vieron a Elena Santander y Estela de Carlotto. “Ahí, cuando dije Rita, Estela me dice: ‘Rita le decían a mi hija’. Le digo: ‘Pero esta Rita está en su casa con el bebé, porque le hacían un Consejo de Guerra liviano y se la liberaba’. Entoncesme dice: ‘Mirá, te voy a mostrar una foto’. Sacó la foto y ahí me enteré de la verdad.”

Laura tenía puesto el corpiño negro de encaje cuando su padre fue a reconocer su cuerpo en el furgón estacionado junto a la comisaría de Isidro Casanova. Tenía la cara desfigurada por un disparo.


Respuesta  Mensaje 27 de 55 en el tema 
De: alí-babá Enviado: 08/08/2014 01:28
Tapa de la fecha 07-08-2014

Respuesta  Mensaje 28 de 55 en el tema 
De: alí-babá Enviado: 08/08/2014 01:29

Respuesta  Mensaje 29 de 55 en el tema 
De: alí-babá Enviado: 08/08/2014 01:32
EL AMOR ES MÁS FUERTE
MUCHO MÁS FUERTE QUE EL ODIO...

Respuesta  Mensaje 30 de 55 en el tema 
De: alí-babá Enviado: 08/08/2014 01:32

Respuesta  Mensaje 31 de 55 en el tema 
De: alí-babá Enviado: 08/08/2014 01:37

Respuesta  Mensaje 32 de 55 en el tema 
De: alí-babá Enviado: 08/08/2014 10:30

Padre del nieto de Carlotto tenía 16 balazos

7 agosto 2014 | 2

Hortensia Adura, la abuela de GudoAl menos 16 orificios presentaban los restos óseos de Walmir Oscar “Puño” Montoya, el padre biológico de Guido Carlotto. Estuvieron enterrados, además, con el nombre de NN en el cementerio municipal de Berazategui hasta el 2006.

La dictadura había simulado un “enfrentamiento” en que murió Montoya el 27 de diciembre de 1977 en la calle 4 entre 30 y Carlos Pellegrini de esa ciudad del sur del Gran Buenos Aires.

Sin embargo, Montoya y su mujer Laura Carlotto habían estado secuestrados en el centro de detención clandestina conocido como la “Cacha” en las afueras de La Plata. Montoya, conocido como “Puño” entre sus amigos, militaba en la Juventud Peronista Universitaria que respondía a Montoneros.

El informe del Equipo Argentino de Antropología Forense señala que los impactos de bala los tenía en “el cráneo, tórax, miembros superiores e inferiores” lo que demuestra que fue acribillado en un fusilamiento realizado por algún grupo de tareas de la dictadura que aún no se identificó.

Luego del “enfrentamiento” fue enterrado en la sepultura 9-69 como desconocido.

En el año 2006 la Cámara Federal porteña ordenó exhumar esos restos e identificarlos en el marco de los juicios por la verdad que se habían iniciado en 1995 cuando todavía estaban vigentes las leyes de Punto Final y Obediencia Debida, informaron a Clarín fuentes judiciales. Sus restos esqueletarios estuvieron identificados por años solo como “BZ 9-69”.

La identificación fue posible porque años antes el hermano de Montoya había dejado una muestra de su sangre en el marco del programa Iniciativa Latinoamericana para la Identificación de Personas (ILIP) que habían empezado la entonces secretaria de Derechos Humanos en base a esa resolución de la Cámara Federal. El archivo de la verdad de Comodoro Py está a cargo del camarista federal, Horacio Cattani, quien es el corazón de esta iniciativa tomada durante el gobierno de Carlos Menem. Este mantuvo las leyes de amnistía e incluso indultó a los ex comandantes. Pero esta resolución judicial clave también fue firmada por los camaristas Martín Irurzun, Eduardo Freiler, Eduardo Farah y Jorge Ballestero.

El ILIP había permitido, en ese momento, identificar a setenta personas, entre ellas a la monja francesa Alice Domon.

Gracias al ILIP dejaron sus muestras sanguíneas los padres de “Puño”, José Montoya y Hortensia Ardura, y su hermano. Del cotejo de ADN se identificó que esos restos óseos pertenecían a Walmir y se ordenó rectificar el acta de defunción. La familia cremó los restos pero la Cámara Federal mandó antes una muestra al Banco Nacional de Datos Genéticos, donde se cotejaron con el ADN de Ignacio Hurban (Guido Carlotto) y luego de éste con los de Estela Carlotto.

La desaparición y asesinato de Montoya fue enviada por la Cámara Federal a investigar en la causa “Suárez Mason” del primer cuerpo de Ejército pero pudo haber sido derivada a La Plata a la causa del circuito Ramón Camps por tratarse de un crimen cometido en Berazategui.

La jueza federal María Servini de Cubría desconocía hasta ayer este arranque de la identificación de Montoya y mandó a pedir el expediente a la Cámara Federal.


Respuesta  Mensaje 33 de 55 en el tema 
De: alí-babá Enviado: 08/08/2014 10:54

El nieto de tod@s

6 agosto 2014 | 4
Guido Carlotto.

Guido Carlotto.

“¡Alegría, emoción, es verdad, Estela está abrazando a su nieto!”, apenas me senté frente al monitor, vi en el Facebook de la entrañable Perla Carella Maguid. Fue como si en una clave general, la que llevamos dentro desde el primer día que acompañamos la lucha de las Abuelas y Madres de Plaza de Mayo, alcanzara para descifrar que se trataba de Guido, el nieto de Estela de Carlotto.

Coincido con el periodista Mario Wainfeld en que esa pequeña línea contiene una historia grande como toda la Argentina y que nos atraviesa a cada uno de los que creemos que la Verdad, la Justicia y la Memoria solo pueden ir juntas para ser unas y otras. Que para sabernos no precisamos muchas palabras. También la colega y amiga Miriam Lewin, con esa carga de haber sido rehén del terror genocida, nos contó en la virtualidad del espacio cibernético que sus lágrimas eran incontenibles y sentí que eso nos acercaba a millones en el día en que la amada Estela supo que el hijo de Laura encontró a su abuela. A ella, que tanta celebración compartió por cada uno de los bebés, hoy mujeres y hombres enteros, que recuperaban de las telarañas siniestras tejidas por la complicidad y la barbarie de la dictadura cívico-militar.

El nieto de todas y todos”, pensé y automáticamente lancé en las redes sociales como un suspiro de alivio y felicidad colectiva. A casi 5 mil kilómetros de distancia me sentí transportado desde el corazón para abrazar a todos: nietos, abuelas, compañeras y compañeros, además mis compatriotas. Es que en Brasil, con una larga tiranía encima, cuando aún no se saben de manera completa los crímenes por ella cometidos, es difícil explicarle a la gente cómo se convirtieron en botín y prolongaron con sus vidas el sufrimiento de varias generaciones. Así como aberrante fue la desaparición de personas, las torturas, el arrojar de cadáveres y seres vivos desde aviones sobre las aguas del Río de la Plata o el Mar Argentino, del mismo modo dantesco es la supresión de la identidad de criaturas nacidas en cautiverio o arrancados junto a su familia por la represión clandestina. Una práctica que no tiene parangón entre las dictaduras del Continente latinoamericano y sólo se emparenta con la que el régimen franquista, y la Iglesia Católica colaborando, separaba a los niños de las presas y presos republicanos. Sin embargo, Videla, Massera y la runfla que asaltó el poder el 24 de marzo de 1976, superaron a su admirado Generalísimo y emularon a la Alemania nazi.

En medio de tanto tironeo imperial, patoterismo financiero y cambalache de políticos que por derecha e izquierda, mediática y no, para quienes todo lo bueno merece ser oscurecido y ocultado, brillan Guido y los otros 113 nietas y nietos que se encontraron consigo mismo y pudieron conocer el amor de esos abrazos esperanzados. Los de sus familias y los de todo un pueblo sincero, herido, pero feliz.

Lejos, muy lejos, hundidos en la letrina de la Historia, quedarán los ejecutores y apañadores de estas atrocidades. Y si acaso existe un Dios, de perfecta bondad, no será aquel que la Biblia dice creó al Hombre a su imagen y semejanza. O al menos a estos no.


Respuesta  Mensaje 34 de 55 en el tema 
De: alí-babá Enviado: 08/08/2014 10:58

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Laura, su historia

3 septiembre 2013 | 6
Estela Carlotto, madre de Laura Carlotto.

Estela Carlotto, madre de Laura Carlotto.

Por María Eugenia Ludueña
*Adelanto del libro Laura, vida y militancia de Laura Carlotto, de editorial Planeta.

Laura necesitaría que el día tuviera mil horas. El tiempo nunca le alcanza para todo lo que quiere hacer. Trabajar, estudiar y militar. Se levanta muy temprano y va a la fábrica de pintura a trabajar con su papá. A Guido le gusta que sus hijos lo ayuden en el transcurso de los veranos y conozcan lo que cuesta ganar el pan, pero ahora que su hija mayor terminó el secundario, pasa todas las mañanas en el local de Berisso. A ella la atrae el barrio, de perfil obrero, y estar en contacto con los empleados que trabajan en la fábrica. Es algo que también sintoniza con lo que se debate en las reuniones entre los compañeros. Los de la Tendencia Revolucionaria sienten que aún no han logrado incidir de forma orgánica en la clase obrera, aunque crece la Juventud de Trabajadores Peronistas (JTP). Laura siente que desde la fábrica también aporta su granito de arena a la causa y disfruta de las conversaciones con su padre. Puede hablar con él de política sin que se escandalice. Guido no despliega una militancia pero está muy informado, vive atento a las noticias, opina, discute. Detesta a la Iglesia y a los militares.

(…)

Laura trabaja con su padre pero a la casa familiar no va tan seguido. Una tarde calurosa queda en encontrarse con su madre en una confitería de la calle 8, casi 60. Estela sabe que el contexto es peligroso: por la mañana las maestras llegan a la escuela azoradas por las imágenes de las que son testigos camino al trabajo. Una de las docentes cuenta que pasaba por una casa donde personal policial estaba en pleno operativo, y le pidieron que se hiciera cargo por un rato de dos nenes: sus padres habían sido secuestrados. La docente, dolorida y sin saber qué hacer, había terminado llevándolos a la Casa Cuna a ver si podían ubicar a otros familiares.

A Estela le irrita que Laura, a la que siempre ha visto como una chica con los pies en la tierra, permanezca tan serena, imperturbable ante esas noticias. Los encuentros entre madre e hija, por seguridad, deben ser breves. Laura pregunta, antes que nada, por cada uno de sus hermanos, especialmente por Claudia. Ella y Jorge llevan meses escondidos. A Kibo y a Remo puede verlos cada tanto. Remo ha llegado a conocer a Victorio. Pregunta también por la salud de la abuela May. En un momento Estela se pone seria. Laura la conoce lo suficiente. Va a empezar con la perorata.

–Mamá, por favor, no empieces…

–No soy yo, Laurita. También tu papá.

–¿Qué pasa con papi?

–Hija, tu papá también quiere que te vayas.

Laura toma un trago de su gaseosa, sin levantar la vista del vaso.

–Ya tiene la plata, el lugar –continuó Estela–. Está todo lo que hace falta para sacarte.

–…

–Si te quedás acá estás corriendo riesgos. ¿No entendés? ¡Te puede pasar algo!

Laura deja de mirar el vaso, observa por la ventana que no haya movimientos inesperados.

–Decime, hija. ¿Cuál es el problema? ¿No te dejan ir? ¿Los de la organización no te dejan ir? Si vos te vas, ¿te consideran traidora? ¿te matan?

Laura se ríe a carcajadas, la mira, sacude la cabeza.

–¡Mamá! ¡Pero qué estás diciendo! Si yo me voy cuando quiero. Pero no quiero irme.

–Pero papá…

–No, mamá. Estoy acá. Estoy bien. Haciendo lo que debo.

Estela la observa. Laura le dice convencida, como si tranquilizara a un niño:

–Ay mami… lo mío no es nada importante. No me van a venir a buscar.

Estela pide la cuenta. Laura recoge su cartera y mira a su madre con dulzura. Como si ella pudiera ver algo que Ñata no alcanza a entender.

–Mirá, mami. Nosotros tenemos un proyecto de vida. Vivir es lo más lindo que hay. Yo quiero vivir. Que todos podamos vivir bien. Nadie quiere morir. Pero seguramente miles de nosotros moriremos…

–¡Laurita! No hablés así.

–Sí, hablo. Pero nuestra muerte, mamá, no va a ser en vano –dice Laura.

Y en esa época a nadie le importaba que las palabras suenen a frases hechas, porque para ellos todo está por hacerse.

(…)

laura-carlotto

Al fin, la familia Carlotto logra coordinar algo que hace meses no sucede: reunir a los cuatro hijos en Junín, lejos del teatro de operaciones, en casa del tío Ñato, el hermano mayor de Estela. Laura viaja en tren desde Retiro, con Kibo, Claudia y Jorge Falcone.

“¡Qué envidia! ¡La capacidad de sueño de esta mujer!”, dice Jorge al ver a su cuñada dormida, acostada en el piso, en el espacio entre los vagones.

Los padres se sorprenden al verla llegar a casa de Ñato. Laura ha perdido peso, está muy flaca, sin maquillaje; el pelo revuelto, jeans y remera. El arquetipo de una militante aguerrida, bastante rea, aunque sigue siendo sexy. Estela lleva varias semanas sin verla. En un momento en que se quedan solas, le habla con ternura y tristeza. “Pero Laura… cómo me decís que estás viviendo en esa precariedad. ¡Mirá las liendres que tenés! Vos que eras siempre puro perfumito. ¿Por qué no te cortás el pelo?”

Es mirarla y notar que la mayor de los Carlotto está en problemas. Guido se queda preocupado al escuchar de boca de su hija cómo vive, dónde duerme, de casa en casa. El tano siempre soñó para ella un futuro dorado, al que ahora no logra desentrañar cómo se llega.

Laura sigue militando en la Regional de La Plata, de la que su hermana Claudia y Jorge han salido eyectados por las caídas de sus compañeros. La mayor intenta tranquilizar a sus padres: ya está por conseguir un lugar más estable, con unos amigos que pueden aguantarla unas semanas.

(…)

Guido, cada vez que la ve, trata de sugerirle que se vaya. Laura se ríe: aunque la lleven dormida, ella es capaz de despertarse y volver por sus medios.

El 16 de noviembre de 1977, llama a la escuela para hablar con su madre:

–Sabe que últimamente me siento un poco descompuesta…

–Ay Silvia, por favor, cuídese mucho.

–Sí, sí. Tengo que ir al ginecólogo.

Estela deja de recibir noticias. Lo único que llega es una carta de Laura, con fecha del mismo día que hablaron por última vez. Unas semanas después de su liberación, la Gordi camina frente al rectorado de la universidad y se cruza con Estela de casualidad. Se detienen a conversar.

–¿Y Laura?

–La verdad que estoy un poco preocupada por mi hija.

–¿Qué pasó?

–Hace días que no sabemos nada de ella.

El sábado 26 de noviembre Estela se despierta con la certeza: si Laura no llama es porque le ha pasado algo. ¿Por dónde empezar? Solo sabe que su hija vive en Buenos Aires. Le llegan comentarios de una joven detenida en una confitería porteña, y cree que podría ser ella. Estela lo contará muchos años después, en el Juicio a las Juntas:

La primera noticia que tenemos de que mi hija había sido secuestrada fue por un abogado. Desconozco su filiación. Tenía acceso a estos lugares de secuestro y estaba buscando a otra joven secuestrada de la ciudad de La Plata, una joven de apellido Dall’Orto,(1) cuyo papá era amigo de mi esposo y estaba con el mismo terrible problema encima. Ese abogado se lo comenta a un amigo común, o sea que nosotros nos enteramos por interpósita persona de que esa chica Dall’Orto no estaba donde él había podido ingresar, pero sí estaba una joven de La Plata, Laura Estela Carlotto. Este muchacho nos vino a avisar, fue la primera noticia que tuvimos.

Estela y Guido deciden repetir el camino que dio resultado para la liberación de Guido. Ñata llama a la madrina de su hija mayor. Ya no espera que le pidan rescate, lo ofrece directamente para ganar tiempo. Del relato de su marido le ha quedado la imagen fija: los primeros días de tortura, la fila de jóvenes, la inyección letal. La contraparte le manda a decir a Estela que el valor no es el mismo: se necesitan 150 millones de pesos (2). Es mucho más de lo que ha pagado por su esposo, pero Guido, desesperado, logra juntar toda la plata. El 13 de diciembre Estela entrega 150 millones de pesos a la misma persona, para el mismo destinatario.

Por cábala, por pragmatismo, por las dudas, Estela repite el otro procedimiento que siguió con Guido: pedir a la hermana del general Bignone que el militar le conceda una entrevista.

Pero esta vez no me atendió en su casa sino en el Comando en Jefe del Ejército. El general Bignone ya era secretario de la Junta. En diciembre, no recuerdo bien la fecha, me recibió en su despacho.

Para ingresar en ese edificio, Estela debió pasar por una cantidad enorme de controles, hasta que por un ascensor privado y acompañada por un uniformado, la llevan hasta el despacho de Bignone. Nota con bastante impresión que sobre su escritorio hay un arma, con una empuñadura de madera lustrada. Le expone al militar la nueva situación:

Le pedí por la vida de mi hija. Le dije que si ella había cometido algún delito, que la pasaran al Poder Ejecutivo, que la juzgaran, que yo la iba a esperar todo el tiempo que sea necesario. El carácter de este señor había cambiado mucho, estaba sumamente nervioso y alterado. Me dice: “Señora, usted me cuenta esto, pero vea lo que está pasando. Uno les dice que se entreguen voluntariamente, que se les reduce la pena a la tercera parte –porque ese lugar de rehabilitación que hemos inaugurado existe–, pero no, ellos se van del país y nos siguen fustigando o se quedan. Usted me dice que la pasen al Poder Ejecutivo: yo hace unos días he estado en el Uruguay y he estado en las cárceles donde están los tupamaros. Le puedo asegurar que allí se fortalecen. Y hasta convencen a los guardiacárceles y hay que rotarlos constantemente. Eso no queremos que pase aquí, señora. Acá hay que hacerlo”. Al decir “hay que hacerlo”, tácitamente estaba diciendo: “hay que matarlos”.


Respuesta  Mensaje 35 de 55 en el tema 
De: alí-babá Enviado: 08/08/2014 10:58

Durante el Juicio a las Juntas uno de los integrantes del tribunal, León Arslanian, le preguntará a Estela si esto lo infirió ella o si en aquel momento pidió alguna aclaración a Bignone:

–No cabía ninguna aclaración. Era una respuesta a lo que yo le había pedido. Recordando lo que mi esposo había visto durante su cautiverio –el ingreso de jóvenes, la tortura y la posterior muerte–, le pedí que, si ya la habían matado, me devolvieran el cadáver de mi hija. Porque yo no quería enloquecer como otras madres, buscando en los cementerios, en las tumbas NN. El me dijo que le diera todos los datos posibles. Preguntó si ella tenía algún seudónimo. Me contó la historia de un familiar por el cual le habían pedido: no lo encontraban, pero al decirle el seudónimo que tenía, lo localizaron enterrado como NN en un cementerio y pudo entregárselo al familiar. No digo que prometió ocuparse, pero tomó nota de toda esta situación. Yo me fui convencida, por la actitud de este militar, de lo que se instrumentaba, de lo que se hacía y del destino que seguramente le habría tocado a mi hija. (3)

Estela sale de la oficina pensando que a la súplica maternal, el militar ha respondido como un cobarde: ostentando el puño de su arma lustrosa. Personal del Ejército la acompaña hasta la puerta. Ella tiene que hacer un esfuerzo por no derrumbarse delante de esos hombres. Cuando sale del edificio y la dejan sola, llora desconsoladamente. Guido está parado junto al coche, retorciéndose los dedos de los nervios. El conduce de regreso a La Plata mientras ella le cuenta, sin mirarlo, del encuentro con Bignone. Después no hablan mucho más hasta llegar a su casa. En la intimidad de ese silencio imaginan lo mismo: que su hija ya no vive. Pero ninguno de los dos se anima a pronunciarlo en voz alta.

(…)

A Estela la carcome la incertidumbre por el paradero de Laura. En muchas oportunidades, a lo largo del día, se pregunta si su hija estará viva, si la estarán torturando, si en las próximas horas tendrá noticias de ella, si serán buenas. Una tarde de otoño, su marido está en la pinturería cuando una mujer entra, se acerca al mostrador y le pregunta si conoce a Guido. El la hace pasar al galpón. En los juicios, Estela contará:

Una señora, (4) con mucho temor, le cuenta a mi esposo que hacía cinco días la habían liberado de un campo de concentración. Había sido llevada por haber ayudado a un sobrino. Había estado con mi hija. Dijo que Laura estaba bien, con una panza de seis meses y medio. O sea que su embarazo continuaba. Que por esa razón a veces le daban una alimentación un poco mejor, alguna colchoneta, le permitían caminar, a veces hasta tomar alguna bebida, mate por ejemplo. Y que mi hija le había pedido especialmente que fuera a vernos para decirnos que su bebé iba a nacer en junio, y que estuviéramos atentos en la Casa Cuna.

La señora le transmite a Guido un deseo, tal como se lo ha encargado Laura: que cuando les entreguen el bebé, si es varón, le pongan el nombre de su padre. Guido se quiebra. La señora le describe algunas escenas del cautiverio, demasiado parecidas a lo que él ha visto. Pero el sitio que le describe parece muy diferente. La mujer le habla de galpones, de noches campestres en las que el ladrido de los perros no cesa, del silbido de un tren una vez al día. Guido se despide de la mujer y llama a su esposa para contarle. Estela se siente renacer cuando escucha que su hija está embarazada. Recuerda el último diálogo con Laura, cuando la llamó a la escuela. Esboza hipótesis, posiblemente ella esperara el verano para darles la noticia de su embarazo, no querría preocuparlos.

Esa noche, Guido, Estela, Kibo y Remo se sientan a cenar con alegría, casi como en otros tiempos. Hilvanan los fragmentos, pedacitos de conversaciones, imágenes de los últimos encuentros con Laura y sus compañeros en bares y confiterías de Buenos Aires. ¿Será alguno de ellos el padre del bebé? En las cartas, Laura había contado a su mamá y a sus hermanos que estaba con un compañero. Lo describía “petisito”, “del interior”, “del campo”. Kibo recuerda que ha visto a un muchacho bajito junto a su hermana. El creía que era un compañero de militancia. No se le había ocurrido preguntar el nombre. La regla para sobrevivir era escapar a cualquier marca de identidad.

(…)

El viernes 25 de agosto de 1978, el vigilante salió con la citación de la Comisaría 9a, ubicada frente al departamento de la Gordi. Caminó hasta la casa de los Carlotto. El mensaje era breve: “A los progenitores de Laura Carlotto se los cita con carácter de urgente a la comisaría de Isidro Casanova. A los efectos que se le comunicarán”.

Remo y Kibo se ilusionaron.

(…)

Anochecía cuando Estela y Guido, acompañados por Ricardo, el padrino de Laura, encararon en el Rastrojero para Isidro Casanova. Entre los tres se alegraban y entristecían sucesivamente con las conjeturas.

–A lo mejor está detenida en esa comisaría.

–A lo mejor la blanquean como detenida común.

–¡Miren si nos volvemos con el bebé! –fantaseaba Estela.

–Cuidado. No vaya a ser cosa que estos desgraciados nos digan lo peor.

Era de noche cuando llegaron a la comisaría y se presentaron en el mostrador. Estela mostró el telegrama al oficial de guardia. El tipo leyó, los miró. La Ñata, Guido y el padrino prestaron mucha atención a esa mirada, los ojos de saber un secreto horrible. No es que tuviera un tono compasivo cuando dijo: “Esperen acá. Ya vuelvo”.

Por la cara con que el agente les devolvió el papel, intuyeron que pasaba algo grave. Después de unos minutos, el oficial les hizo señas de que pasaran al despacho del subcomisario, que los recibió de pie, detrás de su escritorio. En ningún momento les hizo señas de que se sentaran. Estela, su hermano y su esposo permanecieron parados, mirando una figura de Cristo apoyada sobre la mesa de trabajo. El subcomisario abrió un cajón, sacó una libreta cívica y extendió la mano hacia ellos para que la vieran. “¿Conocen a esta persona?”, les dijo con frialdad, mientras Ñata reconocía que era el documento de su hija.

La última fotografía que existe de Laura: 4 x 4, tres cuarto perfil, la belleza despreocupada e invencible de la juventud. La piel luminosa, el pelo lacio y oscuro, las cejas ultradepiladas y los ojos inconfundibles, con mucha sombra y máscara de pestañas, maquillados para ir a la fiesta de la vida.

–Sí, es Laura.

–¿Y qué son de ella?

–Los padres.

–Bueno, entonces lamento informarles que falleció –les dijo el hombre.

–¿Cómo que falleció? –alcanzó a preguntar Estela en voz baja.

La madre de Laura sintió que se volvía loca y se quedó un instante en blanco. Cuando logró subir a la superficie del dolor más brutal, gritó como nunca, como jamás en su vida había gritado, como nunca más volvería a hacerlo.

–¡¿Cómo que falleció?! ¡¡¡Ustedes la asesinaron!!! ¡La tuvieron nueve meses para matarla! ¡¿Por qué?! ¡Asesinos! ¡Cobardes! ¡Canallas! ¡Criminales!

El subcomisario no se inmutó, estaría acostumbrado a cosas peores. Estela seguía descontrolada. Su esposo intentaba tranquilizarla. El padrino de Laura preguntó:

–¿Y dónde está?

–Está afuera. En un furgón. –El policía abrió otro cajón del escritorio, sacó una pistola y se la calzó en la cintura.

–¿Y el bebé? –preguntó Estela.

–No sé –le contestó el policía con la expresividad de un pescado muerto–. No sé nada más. Cumplo órdenes del Ejército. Del área de operaciones 114.

Estela apuntó con su dedo a la figura del Cristo. Miró al subcomisario a los ojos y le dijo:

–Ese, el que está ahí: él es quien los va a juzgar; y los va a condenar para toda la eternidad.

El policía miró al padre y al tío de Laura, y les hizo señas de que lo siguieran. Guido y el padrino de Laura caminaron detrás del tipo y salieron de la comisaría. Estela quiso acompañarlos pero su esposo la abrazó y le pidió que los esperara adentro.

El agente los condujo hasta un furgón estacionado junto al edificio. El padre encontró el cuerpo de la hija extendido sobre el piso del vehículo. No había dudas. Laura tenía el rostro desfigurado por un disparo, estaba semivestida, llevaba un corpiño de color negro y medias verdes, y yacía junto al cuerpo de un muchacho. Guido la besó, le acarició el rostro y se quedó unos minutos a solas con ella, contemplándola sin pronunciar palabra. Después volvió sobre sus pasos, entró en la comisaría y abrazó a Estela.

(…)

Después de elegir un ataúd para su hija, Estela pidió al hombre si podía prepararla lo mejor posible para que se la viera presentable. Quería velarla a cajón abierto. Mostrar a todos el horror. En su búsqueda de Laura, Estela se había cruzado con muchas personas que no creían que esas muertes fueran ciertas. Mostrar su verdad, eso quería. Pero el funebrero dijo que no había forma de recomponer la cara de Laura.

El camino de vuelta a La Plata nunca fue tan triste. Estela se quedó pensando en las palabras del funebrero. Se preguntó: si el dinero que había entregado para tratar de rescatar a su hija no había servido, ¿por qué le habían devuelto el cuerpo?

¿Por qué el privilegio? Ensayó una hipótesis: “Detrás de eso habrá estado la mano de Bignone. Después de verme, habrá dicho: voy a dar la orden para que se la entreguen a la señora”, pensaba Estela. Con el correr de los años el razonamiento se le hizo más fuerte.

(…)

Sin un papel que certificara su identidad, el domingo 27 de agosto los Carlotto enterraron a Laura en el cementerio municipal como NN. Los trámites para escribir su nombre en la tumba demorarían años. Al otro día, Estela recibió la respuesta a un hábeas corpus que había presentado hacía meses acompañada por las mujeres del grupo de madres y abuelas.

Llevaba la firma del juez Russo: “Laura Carlotto nunca estuvo detenida. Se desconoce su paradero”. Tres días después de enterrar a su hija, llegó la otra novedad: le había salido el trámite de la jubilación. La primera impresión la amargó, la ironía la apuñalaba. Un instante después, le pareció que podía ser una bendición, una señal: de ahí en más podía disponer libremente del tiempo para encontrar a su nieto.

Notas:

1 Patricia Dall’Orto, estudiante del bachillerato platense de Bellas Artes. Según el testimonio de otro detenido, Jorge Julio López, la joven fue asesinada de un balazo, igual que su marido, en Arana, en octubre de 1976. Jorge Julio López, albañil y militante, desapareció el 18 de septiembre de 2006, a los 77 años, cuando se dirigía a las audiencias de alegatos en el juicio oral que se realizó en La Plata y por el que fue condenado a reclusión perpetua el ex director de Investigaciones de la Policía Bonaerense Miguel Etchecolatz, por delitos de lesa humanidad cometidos durante la dictadura. Su familia y organismos de derechos humanos siguen reclamando por su aparición.

2 El equivalente a unos 112.000 dólares en 2013.

3 Testimonio de Estela Barnes de Carlotto, Juicio a las Juntas, La Plata, 15 de mayo de 1985.

4 Elsa Campos se acercó a la pinturería el 17 de abril de 1978. No se la pudo localizar para llamarla a declarar en los juicios por crímenes de lesa humanidad.

(Tomado de Página12)


Respuesta  Mensaje 36 de 55 en el tema 
De: alí-babá Enviado: 08/08/2014 11:04
HA LLEGADO EL MOMENTO DE HACERLES COMPRENDER, QUE LAS BALAS NI LAS ARMAS MÁS SOFISTICADAS PUEDEN DETENER LA HISTORIA Y QUE LA HISTORIA LO  ESTÁ DEMOSTRANDO....
MAS TARDE O MAS TEMPRANO, SE VERÁN OBLIGADOS A COMPRENDERLO Y YO CREO QUE YA FALTA MUY POCO....POR SUERTE
 
LA MUERTE DE LAURA Y LA DE OSCAR, LA MUERTE DE 30.000 CAMBIÓ LA HISTORIA PARA SIEMPRE
NO PASARÁN! ya basta!

Respuesta  Mensaje 37 de 55 en el tema 
De: alí-babá Enviado: 09/08/2014 18:32

EL PAIS › LIDIA PAPALEO DECLARO SOBRE SU SECUESTRO EN PUESTO VASCO Y PAPEL PRENSA

“Me sacaron seis años de vida”

La viuda de David Graiver habló sobre las torturas que sufrió durante su detención ilegal y aseguró que cree que la razón de su secuestro fue el traspaso de las acciones de Papel Prensa.

 el primer día que llegué a Puesto Vasco me torturaron y maltrataron más que a nadie.” Lidia Papaleo, viuda de David Graiver, relató ayer ante el Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata su estadía en ese centro clandestino de detención. Papaleo reconstruyó las circunstancias en las que fue secuestrada en 1977, puesta a disposición del Poder Ejecutivo Nacional de facto y liberada recién en 1982. “Me amputaron seis años de vida y seis años de la vida de mi hija”, aseguró emocionada. Durante su testimonio, la mujer narró las condiciones en las que traspasó las acciones de la empresa Papel Prensa a los diarios La Nación y Clarín, en plena dictadura militar. E interpretó ese hecho como la razón de los delitos que los represores cometieron en su contra.

Citada en calidad de víctima de torturas y privación ilegítima de la libertad, la mujer comenzó su declaración ante el TOF 1 platense que sigue el juicio por los delitos de lesa humanidad cometidos en los centros clandestinos del llamado Circuito Camps con el relato sobre el traspaso del control de la papelera Papel Prensa.

“En el edificio del diario La Nación (el CEO del Grupo Clarín, Héctor), Magnetto me amenazó a mí y a mi hija (María Sol Graiver); me dijo que no había opción que (no fuera) vender Papel Prensa o perdíamos la vida mi hija y yo”, disparó. Tras conocerse públicamente el testimonio de Papaleo, los abogados de Magnetto advirtieron que “la señora se encuentra demandada por calumnias e injurias por declaraciones de este mismo tenor, teniendo ella, por lo tanto –según su interpretación– un interés procesal concreto al realizarlas”.

Papaleo dijo que su esposo y dueño de la empresa, David Graiver, murió “en un accidente provocado” el 7 de agosto de 1976, cuando ella y la niña se encontraban en México. Con su muerte, el control de Papel Prensa pasó a manos de la mujer. “Regresamos a la Argentina el 6 de septiembre de 1976 y a partir de ahí recibimos amenazas telefónicas y personales, de todo tipo, donde nos decían que teníamos que vender Papel Prensa y que teníamos que vender las empresas a personas argentinas y que no fueran judías”, destacó.

Luego de hacer algunas menciones a consejos que habría recibido Graiver antes de morir, y que apuntaban a la peligrosidad de la propiedad de Papel Prensa, la viuda del creador de la compañía contó que la noche del 2 de noviembre de 1976 fue citada a las oficinas del diario La Nación, junto a los padres y el hermano de David Graiver. “Era un salón grande, por un lado estaban los padres de David; por otro lado, Isidoro; unos estaban reunidos con Bartolomé Mitre y otros con (el abogado) Benito Campos Carlés, no recuerdo bien; y yo estaba en otro lado con (Héctor) Magnetto.”

“Recuerdo sus amenazas a mí y a mi hija, recuerdo su mirada, decía que debíamos firmar o perdíamos la vida mi hija o yo, eran amenazas de muerte”, dijo. Y agregó que por esas amenazas “no había opción a que se vendiera Papel Prensa”. Además, la viuda de David Graiver contó que luego de concretar el traspaso, “un señor de Clarín, un abogado de apellido Sofovich, me aconsejó que me fuera del país ese mismo día”. “Me dijeron que me fuera al puerto, que ni siquiera regresara a mi casa, que encargara a alguien que me lleve las cosas, que no volviera más a mi casa y me fuera del país”, agregó.

En marzo de 1977 fue secuestrado Juan Graiver, padre de David Graiver. El 14 de marzo de ese año, días después de oficializarse la venta de las acciones que poseía de la papelera, desapareció ella. Fue secuestrada, trasladada al centro clandestino conocido como Puesto Vasco, donde sufrió torturas. “Desde el primer día que llegué a Puesto Vasco me torturaron y maltrataron más que a nadie –recordó–. Me pegaban, escupían, torturaban y eyaculaban encima, pero preferiría englobar esto en maltrato y no dar más detalles”, apuntó. Ante su pedido, el tribunal ordenó que la prensa dejara la sala para otorgarle a Papaleo la intimidad necesaria para los detalles de tales vejaciones.

Papaleo añadió que en una oportunidad fue sacada de ese sitio para vender las acciones que poseía del diario La Opinión, que se encontraban guardadas en la casa de una familia amiga. Identificó a dos de sus torturadores como Norberto Cozzani y otro de apellido Rojas. De Puesto Vasco, aseguró que fue trasladada a otros centros clandestinos de detención hasta que fue puesta a disposición del Poder Ejecutivo Nacional y juzgada por un consejo de guerra. “Me amputaron seis años de vida y seis años de la vida de mi hija”, aseguró emocionada en alusión a los años que estuvo presa. Recuperó su libertad el 24 de julio de 1982.


Respuesta  Mensaje 38 de 55 en el tema 
De: alí-babá Enviado: 09/08/2014 20:27
Guido ya se reencontró con su familia y abrazó a sus dos abuelas!!!!

Respuesta  Mensaje 39 de 55 en el tema 
De: alí-babá Enviado: 10/08/2014 23:05

EL PAIS › LA PRESIDENTA DE ABUELAS, ESTELA DE CARLOTTO, COMPARTE COMO FUERON LOS PRIMEROS DIAS JUNTO A SU NIETO

“Guido nos unió a todos”

La aparición del nieto de Estela de Carlotto generó una respuesta inesperada de la sociedad. “Estoy asombrada”, admite la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo. Y repasa los hitos de cuatro días que no olvidará jamás: del primer abrazo a la conferencia de prensa y la visita a CFK.

 

 Por Victoria Ginzberg

Esta semana Tolosa se conmocionó. Pero no sólo por el enjambre de periodistas que invadieron el barrio donde vive la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo para sacar alguna declaración o información sobre el nieto con el que Estela de Carlotto se pudo abrazar tras 36 años de búsqueda. Los vecinos y comerciantes se acercaron para felicitarla. Si no estaba, dejaban papelitos escritos a mano para compartir con ella su felicidad. Estaban conmovidos, como el país: “Por la respuesta que tuve, creo que Guido nos unió a los argentinos, pensemos lo que pensemos. No por mí, sino por una persona que recobra su libertad, sus derechos, la recomposición de su historia”, afirma esta mujer que desde hace cuatro días lleva la sonrisa pintada en el rostro y una mirada renovada, profunda y liviana. Dice que parece estar soñando. O mejor, que su sueño se hizo realidad.

Ella lo nombra Guido, como su hija Laura le puso al nacer, mientras estaba secuestrada. Tal vez porque el nombre es algo de lo poco que su mamá le dejó en las cinco horas que estuvieron juntos. Asegura, de todas formas, que respetará la decisión de su nieto si decide conservar el Ignacio que llevó en estos 36 años, aunque el apellido deberá cambiar por disposición de la Justicia. Lo importante para ella es que su nieto está, y que es “hermoso física y espiritualmente”. Como toda abuela que se precie, no ahorra adjetivos: “Es sano, es bueno, es idílico, soñador”.

Estela Carlotto cuenta su primer encuentro con Guido/Ignacio, el vínculo con la familia de Walmir Oscar Montoya, el padre de su nieto también asesinado durante el terrorismo de Estado, y la visita a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Asegura que lo que más la sorprendió del hijo de su hija Laura es “su serenidad”.

–¿Cómo vivió esta semana? ¿Todavía está soñando? ¿Está agotada o con más energía?

–¿Cómo me ves?

–Espléndida.

–Sí. Estoy feliz, me parece un sueño pero cada vez piso más la realidad. Me costó un poquito cambiar la posición de presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, una abuela restituyendo a otro nieto. A todos los quiero mucho y vi la alegría de sus abuelas. Pero me costó salir de lo institucional, porque ahora era mi nieto, era mío lo que estaba viviendo. Yo me estaba entregando y restituyendo a mi nieto. Esto lo estoy asimilando momento a momento. Lo que me parecía un sueño ya lo veo como una realidad. Va a cambiar mi vida. Mi vida de trabajo no, porque voy a seguir yendo a Abuelas todos los días, pero también voy a organizarme para que nos conozcamos, para que tengamos momentos gratos, acompañándolo en sus tiempos. A la alegría de la recuperación se suma la calidad de persona que tiene: es sano, es bueno, es idílico, soñador, es músico. Y tiene un carácter muy parecido a los Carlotto, medio jorobón, de hacer chistes. Todo muy lindo. Lógicamente hay mucho para hablar, hay tanto, que hay que ir despacio porque si no eso más que bien le puede hacer un daño. Primero, el llegar y conocernos. Segundo, conocer al resto de la familia. Tercero, ir a Buenos Aires a hacer esa conferencia de prensa y estar con los nietos recuperados, con las Abuelas, con los colaboradores de la institución. Eramos muchísimos. Y a la noche conocer a su abuela paterna, que es una mujer encantadora, muy dulce. Yo estuve un rato con ellos y después los dejé solos.

–Ahora tiene una familia política nueva también.

–Claro. Se suma la alegría de saber quién era el papá de él, el compañero de Laura, porque hasta el martes no lo supe. Era una sospecha. Pero estas cosas yo ya las he vivido en otros casos. Entonces, no era seguro y no hicimos nada. Pero ahora, saber qué clase de chico era... yo pensaba que tal vez era más que nada una unión por circunstancia, pero no, se han amado entrañablemente. Cuando a Laura le comunicaron que lo habían matado, porque los genocidas que la tenían cautiva le dieron la noticia: “Hoy matamos a tu compañero”, en diciembre (de 1977) a ella le dio un ataque de nervios y de angustia, se rebeló, les dijo de todo. Y a ella le hicieron un simulacro de fusilamiento el 28 de diciembre y después le dijeron “que la inocencia te valga”. Era todo así de cruel y de malo. Sin embargo, el bebé nació bien y es un chico que creo que lo que trae de sus padres es eso que está demostrando, que es una profundidad... las respuestas que dio a los periodistas.

–Me hizo acordar a usted en el manejo de los medios, por cómo explicaba lo que quería, pero muy tranquilo.

–Se manejó muy bien. Y hubo alguna pregunta un poco difícil de responder. Dijo que “no es momento de hablar de eso”, sobre las responsabilidades de los que lo secuestraron a él. Estoy asombrada y agradecida, algunos dicen que parezco más joven. (Se ríe) Estoy muy bien.

–¿La repercusión social que tuvo el encuentro, la esperaba?

–Para nada. Estoy asombrada. Escuchaba en una radio que comentaban que había que analizar la reacción por este encuentro. “Está bien, Estela es conocida, querida y 37 años es toda una vida, la perseverancia, la forma, pero acá hay algo más, algo que necesitamos profundizar y aprovechar socialmente”, decían. Esto nos ha unido. Comentaron una encuesta y la cantidad de gente que estaba contenta era enorme, un 80 y pico, había también otra que estaba bien, otra que no le importa y otra que no sabe nada, pero eran muy poquitos. En mi barrio, que es periférico, humilde, en el que vivo hace 35 años, nunca me di mucho con nadie, aunque los aprecio y me aprecian... Pero allí hubo una explosión de gente para mí desconocida que se arrimó junto con la prensa que invadió el barrio. Los vecinos me han dejado papelitos escritos muy humildemente con felicitaciones. Acá no se midió nada. Por la respuesta que tuve, creo que Guido nos unió a los argentinos, pensemos lo que pensemos. No por mí, sino por una persona que recobra su libertad, sus derechos, la recomposición de su historia. Menos los que decían “bueno, basta”. Había algunos que descreían y decían que yo no era abuela, que estaba mintiendo. Hasta dicen que nuestros hijos están vivos.

–¿El decidió hacer la conferencia de prensa?

–Al salir de Olivos, de la visita a la Presidenta, su compañera me preguntó mi opinión, porque él quería dar una conferencia de prensa porque así daba todas las respuestas y así ya no lo seguían, no iban a ver a las personas que lo criaron, que están asustados y se tuvieron que ir del campo. Porque fue muy bruto eso, algunos periodistas fueron a avasallar. Le dije que si él estaba dispuesto a mí me parecía bárbaro. Lo organizamos a la última hora del día anterior, con la gente de Abuelas que trabajó muy bien. Y se armó esa conferencia.

–Escuché que desde que se enteró de que su nieto había aparecido había podido dormir muy bien, en vez de no poder dormir por los nervios.

–Con una paz... y felicidad interna, el corazón henchido de alegría. Dormí muy bien.

–Sabemos que faltan muchos nietos por encontrar, pero en lo personal ¿tiene la sensación de un trabajo terminado?

–Nooo, terminado nada. Esto recién empieza, pero no es un trabajo. Es... ¡lo encontré! En eso encierra todo.

–Me refiero a cerrar un círculo, una deuda con Laura, con toda la familia.

–Pensé en Laura. Creo que en donde esté, estará sonriendo, feliz. “Mamá, misión cumplida.”

–¿Algo de Laura le ve? Parece que es muy parecido al padre, pero las abuelas siempre encuentran algo.

–Muy poco. Creo que es el retrato vivo del papá. Vino el hermano (Jorge Montoya, hermano de Walmir Oscar), que es el único hijo que le queda a la abuela Hortensia, y se parecen, en la estatura, en un montón de cosas, aunque no tanto como al padre. Los amigos que estaban ahí y lo conocen desde hace tantos años lo miraban y decían: “Mirá, se para igual, mirá es igual”. De Laura creo que tiene esas ideas que expresó, esa claridad para decir las cosas.

–Que él se haya acercado a Abuelas, que la haya buscado, ¿hace más especial este reencuentro?

–No me llama la atención porque hace muchos años ya, cuando nuestros nietos empezaban la adolescencia, la adultez, dijimos “ellos ya tienen pensamiento y decisiones propias, ya están en condiciones de saber que los estamos buscando y va a ser un camino de ida y vuelta”. Así empezamos la actividad hacia afuera, nace Teatro por la Identidad, Música por la Identidad, Tango por la Identidad, Deportes, hasta los Twitterrelatos y así seguimos hacia afuera, para que el que tenga una duda se anime. Y con esto de mi nieto ardieron los teléfonos de Abuelas y de la Conadi (Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad) con jóvenes con dudas. Fue lo que expresó en la conferencia, que el deseo de él es que se animen los demás también.

–Se la ve siempre con mucha fortaleza, ¿tuvo todos momentos de alegría estos días o también pudo llorar?

–No lloré. Solamente cuando lo abracé de la emoción y le dije “Guido, mi querido nieto que te busqué tanto”. Y él me dijo “despacito, despacito”. Pero cuando se fue ese día a la noche me dijo: “Chau, abu”.

–Falta saber una parte de la historia, ¿cómo llegó él a Olavarría?

–A mí lo que me interesa ahora es él. El está, es hermoso física y espiritualmente. Lo demás tienen que hacerlo otras personas, la Justicia, por un lado, y nuestros equipos de investigación y abogados. Tienen que completar la historia de responsabilidades. Porque yo sé dónde estuvo Laura, lo más probable es que él haya nacido ahí. Quién se lo sacó, quién se lo dio al que lo llevó al campo y lo tiró en brazos de gente que no podía tener hijos para que el futuro de él sea ordeñar vacas. No es malo ordeñar vacas, lo digo en el sentido metafórico de que yo nunca lo iba a encontrar. El en el medio del campo ni un libro tenía, pero al morir los patrones llegaban a esa casa los libros de los patrones que él leyó como el autodidacta que es. Después se cultivó en la universidad de música, también es maestro mayor de obras.

–¿Pudo darle las camisetas y los prendedores que había guardado para él durante todos estos años?

–Muy poco. Algunas camisetas y remeras. No quise... son cajas. Espero los próximos encuentros, organizarme un poco. Tengo mucho lío en mi casa, que cada vez más se parece a un museo.

–¿Cómo fue el encuentro con la Presidenta?

–Fue el encuentro de una madre y una abuela a la vez, porque ella ya lo es, con alguien muy querido para ella como es la gente del sur. Conocía a todos y le contó un montón de cosas de su familia, de su padre, de su abuelo. Que Hortensia, su abuela, era maestra. Todavía le dije: “Cristina, no hablaste de Laura que es platense como vos, y es la madre”.

–Un poco de celos.

–Claro que sí. Su mamá lo llevó en la pancita.

–¿Qué fue lo que más le sorprendió de él en estos días?

–Su serenidad. Su don para llevarnos, para ponernos límites y a la vez brindarse. Y también tiene todo en positivo, nunca dijo no, dijo sí a todo, no cierra nada, sino que abre.

–¿Y con el asunto del nombre?

–Le dije lo siguiente: “Yo te voy a llamar Guido, te busqué como Guido y fue el nombre que te quiso poner tu mamá. Si vos te vas a quedar con Ignacio es tu decisión y te la respeto absolutamente. El apellido te lo vas a tener que cambiar porque la Justicia te lo va a decir”.

–O sea que hablaron de ese tema.

–Sí, de forma alegre. El es muy chistoso y yo también. Cuando conocí a mi consuegra y tenía casi lágrimas en los ojos, me señaló con el dedo y me dijo (hace tonada de burla) “estás llorando”. Me estaba cargando. Y yo también lo cargo. Es algo realmente maravilloso.

–¿Cómo fue el encuentro con los Montoya?

–Muy lindo. La señora es mayor, tiene 91 años. El hermano es un tesoro, sus hijas maravillosas. Es una familia pequeña, pero es gente muy querida en el sur. El tendrá que ir y conocer donde su papá nació, el entorno familiar, los monumentos que les han hecho a los desaparecidos de allá.

–¿Preguntó algo más de Laura?

–Nunca preguntó. Le fuimos diciendo al pasar, las cosas que podíamos irle diciendo. El se va a enterar.


Respuesta  Mensaje 40 de 55 en el tema 
De: alí-babá Enviado: 10/08/2014 23:05

EL PAIS › CFK CONTO COMO FUE SU REUNION CON GUIDO (IGNACIO) MONTOYA CARLOTTO

Relato de un encuentro íntimo

A través de Twitter, la Presidenta destacó la “frescura” y el “sentido del humor” de Guido y contó detalles de su visita a Olivos junto a Estela, familiares y amigos. Le regaló un cuadro inspirado en su abuela.

 

Emocionada por la restitución de la identidad de Guido (Ignacio) Montoya Carlotto, la presidenta Cristina Fernández relató ayer el encuentro que mantuvo junto al nieto de Estela de Carlotto en la residencia oficial: “A las 20.50 la flia. Carlo-tto-Montoya llega a Olivos. Estela, Ignacio, Celeste su compañera, Remo, Kibo y su compañera. Tres parejas de Olavarría que los acompañan. Se agregan Florencia (Kirchner), Máximo (Kirchner), (Carlos) Zannini, Wado (De Pedro) y (Andrés) el Cuervo Larroque. La verdad parecemos un batallón. Pero, ojo, no vamos a la guerra. Queremos ver de cerca el triunfo del amor y la cara que tiene la felicidad”, contó la Presidenta, que tras ver las noticias sobre el tema en Santa Cruz utilizó su cuenta de Twitter para difundir fotos y contar detalles de la velada.

Todo comenzó durante el almuerzo del jueves, cuando el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini, le avisó a la presidenta que Claudia Carlotto, hija de Estela y hermana de Laura, le había contado que Guido la quería conocer.

–Hola, Guido, soy Cristina ¿cómo estás?

–Bien, muy bien. Acá hay como 50 personas que me están mirando constantemente. Me muevo y me siguen a todas partes con sus ojos...

–¿Te parece que nos veamos hoy en Olivos después del acto, tipo 20.30?

–Dale.

Así contó la Presidenta que fue el primer diálogo con Guido, quien “se ríe con ganas” y “además de frescura tiene sentido del humor”. “La cosa viene todavía mejor de lo que uno pensaba. Gracias a Dios. Es que uno nunca sabe”, escribió CFK y continuó su relato.

La presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo fue la primera en entrar a la residencia: “Camina con una agilidad nueva. La cara resplandece. Ha rejuvenecido de repente pero conserva el genio de siempre”, tuiteó CFK e inmediatamente transcribió el primer comentario de Estela: “Dijiste que el papá era santacruceño como Néstor, pero te olvidaste de decir que Laura era platense como vos”. El padre biológico de Ignacio, Oscar “Puño” Montoya, nació en la localidad patagónica de Cañadón Seco y fue a La Plata a estudiar, donde conoció a Laura Carlotto. Una historia similar a la del matrimonio presidencial, que también se conoció mientras ambos estudiaban derecho en la universidad de la capital bonaerense.

Después de Estela entró a Olivos Guido-Ignacio y se abrazó con la Presidenta. “No sé qué habrá sentido y pensado él. Algún día se lo preguntaré. Pido perdón, pero no voy a contar lo que sentí ni lo que pensé. Es algo absolutamente mío. Personal e intransferible”, se reservó la Presidenta.

Durante la charla, CFK contó que le “impactó” saber que el nieto recuperado 114 es hijo de un santacruceño y reveló lo que sabía sobre la historia de los Montoya en su pueblo natal. Hay en Cañadón Seco una plaza en homenaje a tres detenidos desaparecidos, entre ellos, Oscar, el papá de Guido. Uno de los responsables de ese homenaje es Jorge “el Negro” Soloaga, ex diputado provincial y ex trabajador “ypefiano”. “Su abuela Hortensia (la de Guido), fue maestra y directora de escuela y es toda una institución en el pueblo. Los Ardura son de las familias pioneras de Santa Cruz. Amigos míos conocieron a su padre del boliche o del colegio. Era muy bohemio, le gustaba la música”, señaló la Presidenta, que después de hacer esos comentarios se “llamó a silencio” para escuchar al resto de los participantes del encuentro.

Según la primera mandataria, se podía sentir en el ambiente, en Olivos, “la buena vibra, las miradas de amor y todavía de sorpresa”. Guido se llevó un regalo. Un cuadro inspirado en su abuela Estela, que la noche anterior a su aparición le dio el artista Guillermo Grinbaum a CFK. “Tuve que hacer un esfuerzo por no ponerme a llorar. Estoy segura de que lo va a poner en la casa nueva que se está haciendo...”, escribió la Presidenta. En Twitter reveló también que Guido (Ignacio) es maestro mayor de obras y su compañera Celeste es diseñadora egresada de la UBA y participa del trabajo de las Cooperativas de Desarrollo Social de Emprendedores y Diseño y Moda para la inclusión, dependientes de la ministra Alicia Kirchner. “¿Qué cosa, no? Qué cerca estábamos todos y nadie se había encontrado”, reflexionó CFK.

Durante la charla hubo también tiempo para hablar del tema de su nombre. Como señaló en la conferencia de prensa, Guido dijo que prefiere seguir llamándose Ignacio, a lo que su abuela le pidió que al menos le agregue el Guido. “En realidad es Ignacio + Guido + Laura + Puño + Estela + Hortensia... Lo importante de su vida es que tendrá muchas cosas para sumar y no para restar, porque tuvo la suerte de crecer con amor”, afirmó Cristina Fernández y completó: “Después de todo Estela tuvo suerte. Mirá si a su nieto lo hubieran criado con odio”.

La reunión duró hasta tarde. Hubo fotos, abrazos y sonrisas. Al día siguiente, el viernes, Guido iba a ver a su abuela Hortensia. “Cuando se fueron me quede pensando: es tan parecido a su padre que no sé si mañana cuando su abuela lo vea, en lugar de encontrarse con su nieto, se vuelva a encontrar con su hijo”, contó la Presidenta y aclaró que “es lo mismo pero no es igual”, en referencia una canción de Silvio Rodríguez.

“No hay vuelta: vivir sólo cuesta vida”, sintetizó CFK que apeló a otro músico, el Indio Solari. “Estoy media musical. Es que Ignacio-Guido está, por fin, entre nosotros”, concluyó.



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