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General: Los cien años de Julio Cortázar, uno de los grandes escritores en español
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: cubanet201  (Mensaje original) Enviado: 26/08/2014 18:36
            Julio Cortázar: cien años del nacimiento del genio del relato                  
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Centenario de uno de los más grandes escritores en español del siglo XX
Julio Cortázar habría cumplido este martes cien años. Un siglo del nacimiento de uno de los escritores que revolucionó las letras hispanoamericanas desde los años 50, principalmente con sus relatos, aunque también dejó su huella en el campo de la novela y la poesía.
  
Nacido en la embajada argentina en Bruselas un 26 de agosto de 1914, un mes después del comienzo de la I Guerra Mundial y días antes de la invasión alemana de Bélgica, Cortázar volvió a los cuatros años a la ciudad de origen de sus padres, Buenos Aires. La ciudad porteña alojó al escritor hasta que su hartazgo del gobierno peronista le llevó a París en 1951, donde trabajó como traductor para la UNESCO.
 
Estas dos ciudades, junto con estancias en puntos de la geografía española, se convirtieron en los lugares más importantes para el autor y su literatura, ya que en ellas escribió sus obras más importantes.
 
No obstante, Cortázar terminó estableciendo su residencia en París, donde moriría a los 69 años a causa de una leucemia. Además, adoptó la nacionalidad francesa en 1981 en protesta contra la última década de la dictadura militar argentina. Aseguraba que en su juventud soñaba con París y que en su vejez añoraba Buenos Aires.
 
Cuentos, relatos y novelas
Bestiario (1951), Final del juego (1956), Todos los fuegos el fuego (1966) o Queremos tanto a Glenda (1980) son algunos de los títulos más emblemáticos de sus recopilaciones de cuentos, que supusieron un antes y un después para el género.
 
Pero en el legado de Cortázar destacan la emblemática novela Rayuela (1963), un juego de capítulos con final abierto que da la libertad de elegir el orden al lector, y la obra Historia de cronopios y de famas (1962), formada por cuentos cortos y fragmentos con tintes surrealistas sobre la sociedad de su época.
 
También en la poesía, un género donde no encontró el mismo reconocimiento, aportó textos como Pameos y Meopas (1971) o Salvo el crepúsculo (1984).
 
Argentina le rinde homenaje
Argentina le rinde homenaje desde el lunes con Las Jornadas Internacionales de Lecturas y Relecturas de Julio Cortázar en Buenos Aires, que reúne a unos 40 escritores, académicos, periodistas y pensadores que debatirán hasta el miércoles sobre la herencia del autor de Rayuela, tanto en la literatura, como en el cine y el teatro.
 
En la cita participan, entre otros, los argentinos Martín Kohan, Oliviero Coelho y el español Agustín Fernández Mallo, que coinciden en subrayar la trascendencia del escritor para la literatura universal y su impacto en las letras latinoamericanas. "Es el escritor argentino internacional y que de alguna manera exportó un imaginario local", explicaba el lunes Coelho, mientras que Kohan subrayaba que fue uno de los primeros en "escribir la historia a través de los perdedores".
 
Además, exposiciones, conferencias, lecturas y dramatizaciones de sus textos recordarán al "gigantón" en ciudades de todo el país y en la capital, la "Reina del Plata", se descubrirá este martes un busto del escritor en la Biblioteca Nacional.
 
La magia en lo cotidiano
"Fue uno de los grandes autores que nos hizo despertar y ver la literatura de otro modo, con una reivindicación muy importante del cuento", explica a Europa Press la escritora Soledad Puértolas, quien ha resaltado la relación "entre la magia y lo cotidiano" que desprendía la literatura de Cortázar.
 
"No es realismo mágico, pero la magia está ahí, en lo cotidiano y al lado del elemento de sorpresa. Se trata de la magia de los misterios de las personas, la confianza en el azar o la esperanza", señala Puértolas.
 
A pesar de reconocer que en su escritura se encuentra más de otros autores como Juan Rulfo o Juan Carlos Onetti, la autora señala Final de Juego como uno de los libros de Cortázar que más le han influido. "Influyó mucho en el relato, nos hizo ver que no era solo costumbrista sino que también buscaba sorprender y aportar otra mirada", apunta.
 
"Un gigantesco popularizador"
En esta misma línea se muestra el escritor gijonés Ricardo Menéndez Salmón, quien califica a Cortázar como "un gigantesco popularizador" del género del relato. "Es un escritor mayúsculo en ocasiones, ha hecho muchísimo por el género, aunque también es cierto que pudo haber otros más dotados para el relato que por razones complejas no lograron ese reconocimiento", cuestiona no obstante.
 
Menéndez Salmón reconoce que, en su caso, Cortázar fue una "lectura de juventud" a la que llegó mientras se formaba como escritor. "Soy consciente de que al menos un Cortázar de los muchos que podían influir se plasmó en mis primeras obras, y es el que tiene que ver con los relatos fantásticos y cuentos del último segundo", asevera.
 
Para este autor, la labor del cuentista hispanoamericano dejó una "impronta irrenunciable" para muchos escritores españoles, que en cierta forma han debido de "pagar el 'peaje Cortázar".
 
Un escritor metódico que no soportaba las erratas
A su muerte, el autor de Rayuela dejó más de cuatro mil volúmenes en su biblioteca personal, entre ellas algunas de sus obras tanto en castellano como traducidas a otros idiomas (a día de hoy, la Fundación Juan March conserva más de 400 de sus libros).
 
Cortázar fue un escritor metódico que no soportaba las erratas y, de hecho, la web del Instituto Cervantes recoge muchos de sus libros que presentan algún error tipográfico corregido. Entre ellos, destacan los casos en los que se dirigía al propio escritor, como en el libro Confieso que he vivido de Neruda: "`Ché Otero Silva, qué manera de revisar el manuscrito, carajo".
 
Breve biografia
El buscador rindió homenaje con su 'doodle' al escritor Julio Cortázar por el centenario natalicio de
 
Julio Cortázar nació accidentalmente en Bruselas en 1914, su padre era funcionario de la embajada de Argentina en Bélgica, se desempeñaba en esa representación diplomática como agregado comercial.
 
Hacia fines de la Primera Guerra Mundial, los Cortázar lograron pasar a Suiza gracias a la condición alemana de la abuela materna de Julio, y de allí, poco tiempo más tarde a Barcelona, donde vivieron un año y medio. A los cuatro años volvieron a Argentina y pasó el resto de su infancia en Banfield, en el sur del Gran Buenos Aires, junto a su madre, una tía y Ofelia, su única hermana.
 
Realizó estudios de Letras y de Magisterio y trabajó como docente en varias ciudades del interior de la Argentina. En 1951 fijó su residencia definitiva en París, desde donde desarrolló una obra literaria única dentro de la lengua castellana. Algunos de sus cuentos se encuentran entre los más perfectos del género. Su novela Rayuela conmocionó el panorama cultural de su tiempo y marcó un hito insoslayable dentro de la narrativa contemporánea.
 
En 1983, cuando retorna la democracia en Argentina, Cortázar hizo un último viaje a su patria, donde fue recibido cálidamente por sus admiradores, que lo paraban en la calle y le pedían autógrafos, en contraste con la indiferencia de las autoridades nacionales. Después de visitar a varios amigos, regresa a París. Poco después François Mitterrand le otorga la nacionalidad francesa.
 
El 12 de febrero de 1984 murió en París a causa de una leucemia.
 
Julio Cortázar es uno de los escritores argentinos más importantes de todos los tiempos.
 
Frases
"Mi dolor de exilio es tan grande que cubre todo mi cuerpo.
Muevo un dedo del pie y sufro".
 
Me río de una honradez sospechosa que tantas veces sirvió para la desgracia propia o ajena, mientras por debajo las traiciones y las deshonestidades tejían sus telas de araña sin que pudiera impedirlo, simplemente consintiendo que otros, delante de mi, fueran traidores o deshonestos sin que yo hiciera nada por impedirlo, doblemente culpable
 
Julio Cortázar
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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 26/08/2014 18:44
       Julio Cortázar, el feminismo y el comunismo         
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Cristina Peri Rossi y Julio Cortazar

Por Viviana Marcela Iriart
En los años 70 y principios de los 80 del siglo XX, los partidos y las personas de ideología izquierdista eran dogmáticos e intolerantes.

Había dos temas que eran tabú y que se castigaban severamente: la denuncia de la violación de derechos humanos en la Unión Soviética y el apoyo al feminismo.

En el primer caso, decían que era un invento de la CIA. En el segundo caso, un invento del imperialismo para dividir la lucha de clases.

Si alguien de la izquierda se atrevía a hablar de un tema o del otro, eso significaba la expulsión, la condena social y política: convertirse en un contrarrevolucionario. No había espacio para las opiniones divergentes en aquellos tumultuosos años.

Cortázar, sin embargo, ejerció su derecho a la libertad y opinó sobre lo que no se podía opinar.

En la entrevista que le hice en Caracas en 1979, cuando le pregunté sobre el primer tema, respondió:

“Yo creo que es positivo que se denuncien las violaciones de derechos humanos ocurridas en países socialistas, en la medida que se tenga total seguridad de lo que se denuncia. Porque, cuando se habla de violación de derechos humanos en esos países por principio, examino con mucho cuidado el expediente, porque sé de sobra hasta qué punto la información del imperialismo reforma, cambia y modifica las cosas.   Pero cuando en Rusia y en los países de la órbita socialista hay flagrantes violaciones de derechos humanos, yo personalmente no me callo”.

No callarse tuvo sus consecuencias.

Escribir esto hoy suena ridículo. ¿Cómo alguien podía, en los años 70, ser acusado de contrarrevolucionario por denunciar las violaciones de derechos humanos en los países socialistas, si toda la izquierda sabía que ocurrían?

Así éramos los humanos. Así somos.

Cuando cayó el Muro de Berlín, la izquierda no tuvo más remedio que hacer un mea culpa por su intolerancia. Pero Julio Cortázar ya había muerto.

Sobre el feminismo, en declaraciones dadas en París años más tarde, reproducidas por el diario El Nacional de Caracas, Cortázar dijo: “El surgimiento del feminismo es la revolución más importante del Siglo XX”.

Nadie en los años 70 y 80 podía ser feminista si pertenecía a la izquierda, y mucho menos las mujeres izquierdistas.

Voy a permitirme contar una pequeña anécdota. En 1980 conocí en ciudad de México a dos mujeres argentinas, valientes, espléndidas, inteligentes, llenas de vida. Habían sido guerrilleras, habían estado en campos de concentración, habían pasado la cárcel y ahora estaban en el exilio. Yo tenía veintidós años, ellas rondarían los treinta. No recuerdo por qué dije que era feminista. Una de ellas me miró, casi enojada, y me dijo: “¿Qué estás diciendo?”. Yo la miré sin decir nada, sorprendida por su reacción que no entendía. Pero menos entendí la respuesta de su amiga que, riendo, le dijo: “No le hagas caso. ¿No te das cuenta que es una broma?”

Una broma. Querer tener igualdad de derechos era, en aquellos años, una broma, en el mejor de los casos, o un acto contrarrevolucionario, en el peor.

Lamentablemente, hoy no suena ridículo escribir esto. En los años 70 el feminismo era catalogado como un invento del imperialismo. Hoy, como trasnochado. Es decir, fuera de lugar. Como si las mujeres ya hubiéramos logrado la igualdad de derechos y peleáramos por ellos simplemente porque estamos aburridas.

Por eso fue tan importante que un intelectual famoso y respetado como Julio Cortázar pusiera al feminismo por encima de todas las revoluciones: la rusa, la cubana, la china. Y es bueno recordar que, cuando él dio estas declaraciones, existía la Guerra Fría y esas revoluciones contaban con la simpatía de todas las personas progresistas del mundo. El feminismo, en cambio, era rechazado tanto por la izquierda como por la derecha y el centro.

Seguramente porque Cortázar se atrevió a tener su propia opinión sobre esos dos temas es que no recibió el Premio Nobel de Literatura. Uno más uno igual a castigo.

En aquella entrevista en Caracas, Cortázar también dijo: “Bueno, claro que me molesta ser requerido más para dar opiniones políticas que literarias, porque soy un animal literario”.

Por eso, para que lo político no nos haga olvidarnos del maravilloso escritor, quiero terminar esta nota dando cuatro sugerencias a las y los nuevos cortazianos:

1) Que lean el libro de cuentos “Final de juego”. (“Rayuela” doy por sentado que ya la leyeron)
2) Que lean la novela “Los Premios”.
3) Que lean "Historias de Cronopios y de Famas” y todos sus lilbros.
4) Que escuchen a Susana Rinaldi, esa artista genial que tanto amó Cortázar y que le inspiró esos versos que dicen:

"No sé lo que hay detrás de tu voz.
Nunca te vi, vos sos los discos
que pueblan por la noche este departamento de París.

Te busqué en Buenos Aires, pero sabés seguro
cuántos espejos de mentira te hacen pifiar la esquina,
cómo después de andar de bache en bache
acabás con ginebra en un boliche
murmurando la bronca del despiste.

No sé, ya ves, ni cómo sos,
tengo las fotos de  tus discos, gente
que te conoce y te escribe,
paredes de palabras con glicinas
y vos detrás inalcanzable siempre.

Y esto que digo de Susana
es también Argentina donde todo
puede esconder la estafa, si no sabemos ser
como el farol del barrio, o como aquí sus tangos,
vigías de la noche y la esperanza".
Julio Cortázar
  
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Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: cubanet201 Enviado: 27/08/2014 00:59
Cuando Cortázar fue “agente de la CIA”
El escritor argentino y su fidelidad a un régimen que un momento lo rechazó
 
julio-cortazar-chino-lopez-y-lezama-lima-en-la-habana-cuba-1966.jpg (540×360)
Julio Cortázar, Chino López y el conocido escritor gay, Lezama Lima en La Habana, Cuba, 1966.
Por Alejandro Armengol
—¿Y ustedes no creen que Julio Cortázar es un agente de la CIA? León nos observaba. Había hecho la pregunta sonriendo.
  
Los colores de los cuadros colgados resaltaban sobre el blanco de las paredes de su oficina.
 
Todo era blanco en el edificio del ICAIC: los pasillos, el vestíbulo, la enorme fachada. Las puertas eran blancas. Solo sus marcos eran de un color oscuro. Eugenio y yo esperábamos la aprobación de un préstamo de películas para el cine-club.
 
—Yo creo que Julio Cortázar, al firmar la carta que hicieron los intelectuales europeos al servicio del Imperialismo, con el objetivo de atacar a Cuba, se puso de parte de los yanquis. Y quien está a favor del Imperialismo está a favor de la CIA —agregó León.
 
Hizo una pausa y nos miró.
—Así que, de acuerdo a este razonamiento, Julio Cortázar es un agente de la CIA. Bueno, eso es lo que yo creo. Pero me gustaría oír sus opiniones. Digan lo que quieran. Digan todo lo que crean. Lo que de verdad piensan —insistió.
 
La sonrisa seguía inmóvil.
—No me responden. ¿Creen que Cortázar no es un agente de la CIA? ¿No están seguros que lo sea? A lo mejor tienen dudas. A lo mejor piensan que yo estoy equivocado. Vamos a ver. ¿Eso es lo que ustedes piensan? Hablen sin miedo. Lo único que quiero es saber sus opiniones.
 
—Bueno, realmente en una cultura decadente e imperialista como la Occidental, los escritores responden a los valores de esa cultura y los ejemplifican con sus obras. Y entre los valores creados por esa cultura están instituciones como la CIA. Por eso es que, desde el punto de vista de la conceptualización marxista, podemos decir que, no solo Cortázar y el resto de los firmantes, sino todos los intelectuales que propugnan los valores occidentales son de alguna manera hombres de la CIA o representan los valores de la CIA y sus agentes.
 
Habló Eugenio. Era una salida oportuna y también una respuesta llena de ironía. Le envidié la facilidad para salir airoso. No sabía hacerlo. Para mi solo habían dos posibilidades. Guardar silencio o aprobar lo dicho por el funcionario, si la presión aumentaba.
 
La sonrisa desapareció de la cara de León. Pensé que quizá también él advirtió el matiz irónico y que, al igual que me había ocurrido a mí, se quedó sin respuesta —una comparación ingenua, incluso para alguien que solo tenía veintidós años.
 
Sin ganas de proseguir ese juego del ratón y el gato, ahora que uno de los ratones se mostraba hábil y escurridizo. León se limitó a leer los títulos de las películas y a darle una rápida aprobación.
 
—¿Así que tú crees que Cortázar es agente de la CIA?
—Qué carajo Cortázar va a ser agente de la CIA. Se lo dije para que no jodiera más y nos prestara las películas. Además, ¿qué importancia tiene eso? —me respondió Eugenio a la salida del ICAIC.
 
Pero sí tenía importancia y los funcionarios del ICAIC lo sabían.
 
A los pocos días volvieron a reunirse con nosotros, esta vez con un grupo más amplio de estudiantes y en la propia universidad. Ahora junto a León estaba José Antonio González.
 
Ese interés momentáneo del ICAIC con un simple cine-club universitario no era bueno para nosotros. Los que asistimos a la reunión lo supimos al caer la tarde, porque los funcionarios llegaron puntuales y se demoraron dos horas en explicarnos que el momento era de prudencia.
 
Fueron generosos en su paternalismo, pero dejaron en claro que ellos eran los máximos responsables de todas las películas que se ponía en el país, sin importar que fuera una sala universitaria o un cine de barrio.
 
También nos hicieron saber que si se reunían con nosotros, era para salvaguardar la verdad en tiempos difíciles.
 
Algunos nombres no se podrán mencionar, pero la verdad hay que decirla siempre. Eso fue lo que nos expresaron, con el orgullo que se siente al salvaguardar la cultura en los momentos de mayor peligro.
 
—Hace poco tuvimos que hablar de la guerra de Argelia, a raíz de una proyección de La batalla de Argel —comenzó diciendo León.
 
—Dijimos que hubo intelectuales franceses que se opusieron a esa guerra —agregó José Antonio.
 
—No mencionamos nombres —era León quien proseguía aclarando las cosas.
 
—No dijimos que Sartre fue uno de esos intelectuales —nos explicó José Antonio.
 
—El nombre de Sartre no debe mencionarse ahora —nos advirtió benévolo León.
 
—Pero la verdad quedó a salvo para el día de mañana, cuando de nuevo se pueda volver a hablar de Sartre —se adelantó José Antonio.
 
—El que sabe nos entendió. Por supuesto que nos entendió muy bien —se justificó León.
 
—La verdad quedó a salvo —dijo José Antonio al tratar de redondear la idea.
 
—Ustedes y nosotros sabemos que fue Sartre uno de los intelectuales que se opuso a la guerra de Argelia. Hay otros que también lo saben. Pero ese nombre no debe pronunciarse ahora. No es el momento adecuado —volvió a recalcar León.
 
La repetición resultaba el método apropiado para que los estudiantes aprendieran.
 
—Igual ocurre entre nosotros. Hay nombres de intelectuales cubanos que no deben pronunciarse ahora —recalcó José Antonio.
 
—Nadie que haya abandonado el país. Ningún traidor. Ningún contrarrevolucionario. Los apátridas no tienen cabida en la cultura revolucionaria.
 
León ya no daba clases: advertía.
La palabra “pronunciarse” fue lo que más me llamó la atención de ese discurso. No sólo era negarnos el derecho de hablar de Sartre, de mencionar su nombre. Como buenos maestros, habían encontrado el ejemplo perfecto.
 
Mencionar al autor de La Nausea cumplía varios propósitos. Su firma había aparecido en una carta de protesta de los intelectuales europeos, en que se pedía la liberación del poeta Heberto Padilla. Hacer referencia a un intelectual francés servía para recordarnos que el ICAIC había tenido razón en preocuparse por nuestra simpatía con el pensamiento y el cine de esa nación europea.
 
Los intelectuales franceses no estaban solos. Muchos artistas y escritores occidentales habían demostrado que eran incapaces de comprender una revolución verdadera. Y nosotros llevábamos meses alabando sus obras, citando sus ensayos, intercalando referencias de sus novelas en los cine-debates y la revista.
 
Pronunciarse era algo más que nombrar. Implicaba que no debíamos tomar partido por las figuras que en aquel momento el Estado cubano consideraba enemigos ideológicos. A menos de que quisiéramos convertirnos en traidores. Porque una cosa era salvaguardar la verdad y otra muy distinta era traicionar a la revolución.
 
Otro firmante original de aquella carta había sido Julio Cortázar, y por ello días antes León lo había acusado de agente de la CIA.
 
Cortázar se arrepintió de aquella firma, retiró su nombre y escribió un poema lamentable. A partir de entonces y hasta su muerte se mantuvo junto al régimen de La Habana, sin expresar dudas, al menos públicamente.
 
Un buen ejemplo de ello aparece en Papeles inesperados. El libro fue publicado a los 25 años de la muerte de su autor, y contiene una extensa colección de textos inéditos y dispersos, escritos por el novelista a lo largo de su vida.
 
En Papeles inesperados no asombra —pero uno lamenta de nuevo— encontrar al otro Cortázar junto al escritor de brillantes cuentos y buenas novelas, ese que al hablar de Cuba llenaba cuartillas con un fervor digno del peor realismo socialista —ese estilo que denunció en más de una ocasión.
 
En una especie de cuaderno de viaje fechado en 1976 —luego de varios años de que el escritor argentino firmara la primera carta de denuncia por la detención de Padilla, en 1971, y se arrepintiera públicamente después—, Cortázar hace un recorrido por la Isla donde todo lo encuentra de maravilla, y solo se permite un ligero guiño en un acápite último que titula “final prosaico”. Un contraste con las crónicas y los artículos de denuncia, por los crímenes que por entonces cometían las dictaduras militares que azotaban a Latinoamérica, que aparecen en el mismo libro. Los altibajos de un autor apegado a la política.
 
Esa dicotomía a la hora de enfrentar los casos de abusos en diversos regímenes políticos no ha desaparecido aún. La batalla por el respeto de los derechos humanos es una lucha que debe trascender las fronteras ideológicas, pero algunos intelectuales no lo entienden así. Creen preservar una “verdad” que consideran sagrada, que para ellos se resume en un antiamericanismo anticuado o simplemente en repetir que el Imperialismo es malo, por encima de la realidad del momento. Cortázar calló siempre, y también cayó en ese trampa en muchas ocasiones. En algunos —pocos— momentos fue también víctima de ese mecanismo que le permitió a un oscuro funcionario, del que ni siquiera recuerdo el apellido, acusarlo de agente de la CIA frente a dos estudiantes universitarios pusilánimes, pero en las más se puso de parte de los represores, si eran del régimen cubano. Por supuesto que ello no le resta grandeza a su obra literaria. Simplemente lo caracterizó como ser humano, quizá demasiado humano.
 
José Lezama Lima y Cortazar
caminando frente a La Catredral de La Habana vieja
 
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