El Estado ha dejado de invertir en los últimos años en el sistema tradicional sanitario, apostando por uno paralelo que no ha sido eficiente en el manejo de recursos. Esta situación, sumada a los excesivos controles gubernamentales, ha ocasionado una crisis en el sector que afecta a millones de ciudadanos de todos los estratos de la sociedad.La escasez es solo uno de los síntomas de un sistema que agoniza. Detrás de las cifras están las historias de los más vulnerables: pacientes crónicos que buscan una medicina para salvar su vida
Están en las filas de las farmacias, vigilantes en las proximidades de los centros de salud, deambulando en las botiquerías y rogando por donaciones en redes sociales o medios de comunicación: son los cazadores de medicamentos. Su faena consiste en hallar lo que fuera de las fronteras venezolanas es común, pero que en el país se ha convertido en extraordinario debido a las modificaciones impuestas al sistema sanitario por los controles de la llamada revolución bolivariana.
La negación del pasado y el afán por construir un nuevo orden ha llevado a que el gobierno apueste por un lineamiento en materia de salud que debilita el sistema asistencial establecido. “Tienen un diseño de colapsar y demoler”, advierte José Félix Oletta, ex ministro de Salud. Caen las inversiones en hospitales, pero aumentan las hechas en Barrio Adentro. Se limita el número de empresas agremiadas que reciben divisas y se otorgan a otras recién creadas. También se incrementan las importaciones del Estado.
En los informes de gestión de la Contraloría General de la República de 2011, 2012 y 2013 se mencionan irregularidades en las importaciones de insumos y equipos médicos. En el último documento se indica que el Ministerio de Salud no cumplió con los procesos de planificación ni programación en las adquisiciones de fármacos.
Aunque el 27 de septiembre del año pasado debieron ser entregados 74% de los medicamentos importados para la red pública de salud, solo se habían recibido 0,84%.
Una fuente del ministerio indicó que en el Instituto Venezolano de los Seguros Sociales, por ejemplo, se dejó de atender pacientes debido a la falta de medicamentos. “Los remitieron a otros entes adscritos a Salud y eso generó un colapso”, señaló.
En fase crítica. Los números son elocuentes. El Banco Mundial calcula que entre 2009 y 2013 el porcentaje de gasto público invertido en salud cayó de 43,2% a 33,7%. En ese mismo periodo, sin embargo, Pdvsa entregó a Barrio Adentro 16,7 millardos de dólares, lo que al cambio de 6,30 se traduce en 105,3 millardos de bolívares: 1,6 veces lo que ha recibido el Ministerio de Salud en todo 2014.
Oletta indica que lo que se ha reducido son los recursos del sistema formal, entregados a través del presupuesto de la nación (con el cual el BM calcula sus cifras). Además, se privilegia un sistema de salud paralelo financiado por la estatal petrolera y fondos parafiscales, lo que causa fallas de contraloría y dificultades para planificar y aprovechar los recursos con el fin de evitar desequilibrios como el desabastecimiento actual. Con las asignaciones de divisas del Cencoex en 2014 ha pasado algo similar. En el sector salud 55% de las empresas que tuvieron solicitudes aprobadas entre enero y julio no pertenecen a ningún gremio.
La deuda del gobierno con los laboratorios y compañías de equipos médicos supera los 6,5 millardos de dólares, según Edgar Salas, presidente del Movimiento de Profesionales y Técnicos de Copei, y Freddy Ceballos, director de la Federación Farmacéutica de Venezuela, FFV.
Los gremios manejan una lista de 105 medicamentos que están escaseando. De esos, 54% tiene precios regulados. Según la federación farcéutica, 1.400 medicinas, alrededor del 30% de las que se distribuyen en el país, están controladas. La Asociación Venezolana de Distribuidores de Equipos Médicos calcula que 98% de todos los productos de salud son importados. “Esta es la peor crisis que hemos tenido en relación con la escasez de medicamentos. Esto no tiene comparación”, expresó Salas, que fue presidente de la FFV por 13 años.
El costo es pagado por los pacientes que requieren de medicamentos para sobrevivir. El déficit es de 60% en el área metropolitana de Caracas y 73% en el interior del país, según cálculos del gremio farmacéutico. Tampoco hay insumos para operaciones quirúrgicas en los hospitales. “Ya 51 pacientes han perdido la vida esperando insumos. En la Unidad de Cardiología del Hospital Universitario de Caracas todavía hay una lista de espera de 800 personas, mientras que en todo el centro de salud es de 4.800”, asegura José Manuel Olivares, médico del HUC.
Detrás de cada cifra, sin embargo, hay historias que involucran a venezolanos de diferentes clases sociales, edades y sexo. Algunos están enfermos, otros son familiares o amigos que los acompañan. Todos comparten el mismo objetivo cada día: sobrevivir a la escasez.
CIFRA
54% de los 105 medicamentos que más escasean en el país está regulado
“He pensado en cruzar la frontera, aunque sea más caro”
Cuando la Digoxina –un fármaco para enfermedades cardíacas– desapareció por primera vez de las estanterías del país, el niño Ricardo Zabala sufrió un accidente cerebro vascular y un preinfarto que lo mantuvieron en cama más de un mes. Ocurrió en 2009 en su casa de un barrio humilde de Barquisimeto. Tenía los labios morados, el cuerpo gélido, lloraba día y noche. Se sentía como un bebé, aunque tenía 6 años de edad.
La secuela fue inmovilidad parcial en un pie. El episodio se convirtió en un alerta para no prescindir del medicamento, pese a la crisis de abastecimiento. “A mi nieto no le puede fallar su tratamiento, porque tiene un pronóstico reservado de salud”, dice Emira Rincón, abuela del pequeño.
David Zabala, padre del niño, está obligado a seguir los rastros de la Digoxina hasta fuera del país, pues es difícil de encontrarla en laboratorios, droguerías y farmacias. Dice que lo hace por amor a su hijo. “Eso me quedó claro hace tiempo. Ese medicamento no se consigue en Venezuela. Como soy de escasos recursos y no puedo viajar al exterior para comprarlo, he acudido a la prensa, redes sociales y cartelitos para divulgar el caso de Ricardo”, relata.
Las donaciones han permitido que el niño pueda continuar el tratamiento para su cardiopatía congénita. Proceden de varias localidades del país, de Colombia, de España y de Estados Unidos. “Tenemos Digoxina hasta enero, pero ya estamos activados para conseguir más”, agrega.
A María Echezuría, de 62 años de edad y habitante de La Pastora en Caracas, no le suena familiar el nombre de Ricardo Zabala, pero sí su drama. Hace dos años le diagnosticaron insuficiencia cardíaca y solo los primeros meses pudo cumplir correctamente la receta médica: “No ha sido por dejadez, sino porque la Digoxina es como una pepita de oro en las farmacias de Venezuela”.
La fatiga es una señal de la ausencia del fármaco. Echezuería camina despacio, se encorva y hace frecuentes pausas al conversar. “Hoy estoy de buenas, a veces estoy peor”, expresa.
Una estrategia en la persecución de la Digoxina ha sido divulgar su caso en Twitter: “Solamente una vez he recibido donación por esa vía, sigo esperando a que el medicamento aparezca. Mis tres hijos están en la misma lucha por conseguirla, pero no es sencillo. He pensado en cruzar la frontera para comprarlo, aunque sea más caro”.
Está, ahora, aferrada a varios frascos de las pastillas Concor e Isordil. Aunque no sustituyen la Digoxina, evitan que el padecimiento sea peor y, ocasionalmente, ayudan a superar las emergencias causadas por la insuficiencia cardíaca.
“Hay días en que no puedo ni hablar debido a la fatiga generada por mi enfermedad. Si tomara regularmente la Digoxina no tendría estos problemas. Mi médico, ante la falta del medicamento, me ha recomendado moverme con precaución, no forzarme físicamente. Cuando se me presenta una crisis y el corazón casi deja de latir, acudo al Isordil, solo en casos de emergencia”, cuenta. Pero Echezuría no puede cumplir las recomendaciones de su médico porque debe dedicarse a recorrer farmacias.
CIFRA
30.548 personas fallecieron por enfermedades del corazón en 2011. Es la primera causa de decesos en el país.
“Retrocedimos a la época de los remedios caseros”
Adelson Colmenares, de 31 años de edad, vive con miedo. La escasez de Factor IX, medicamento del que depende para controlar la hemofilia, ha limitado su vida.
“Ya no voy a la playa y evito salir a caminar. Trabajo de 4:00 de la tarde a 9:00 de la noche e imaginar el camino de regreso a la casa me da miedo por la inseguridad en Caracas. Nosotros corremos el riesgo de morir desangrados por cualquier golpe”, confiesa el paciente, que es cajero en una tienda en La Yaguara.
La hemofilia es una enfermedad genética que ocasiona problemas de coagulación. Hay tres tipos: A, B y C, dependiendo del factor de coagulación del que carece la persona. Desde hace aproximadamente 20 años el tratamiento es sencillo: inyectar la sustancia faltante cuando se sufre una lesión.. “Eso nos permite llevar una vida normal”, afirma Colmenares.
El problema es que desde febrero hay dificultades para conseguir los factores, lo que ocurre por primera vez en más de una década. “Normalmente te daban 60 u 80 dosis para que estuvieras abastecido por 3 meses. Ahora no. En julio llegaron 3.000 unidades para todo el país y las dejaron solo para casos de emergencia y no para uso domiciliario”, se lamenta.
Por su alto costo, el Instituto Venezolano de los Seguros Sociales es el único que maneja el medicamento. No se consigue en farmacias y, en caso de emergencia, se aplica en bancos de sangre administrados por el Estado. En Caracas el horario del banco municipal es limitado y los pacientes pueden perder toda una mañana cuando van aplicarse la medicación. Colmenares cuenta que en algunos casos no les pueden inyectar las dosis necesarias completas por el déficit de abastecimiento.
“La última vez nos dijeron que estaban pensando en entregar plasma en vez de factor. Esa es la medicina que me dieron hasta los 10 años. Me producía reacciones alérgicas y es peligrosa porque puede transmitir virus como VIH. También requiere de más dosis y es más difícil de calcular el tratamiento. A nadie le gustaría que le colocaran plasma, a menos que el dolor sea demasiado fuerte”, señala.
A finales de agosto un paciente hemofílico de 16 años de edad fue ingresado en un hospital de San Cristóbal con un derrame intercraneal. En el centro de salud no había factor IX, por lo que debieron colocarle plasma. La dosis no fue suficiente y murió al día siguiente, informa la Asociación Venezolana para la Hemofilia.
“Esos casos dan preocupación y uno trata de cuidarse más”, manifiesta Colmenares. Hace unas semanas tuvo que faltar al bautizo de un primo porque sentía dolor en una articulación y no quiso gastar las dosis de factor que tiene guardadas para emergencias. “Si hubiese tenido más me hubiese colocado una antes de salir, pero ahora no. Cuando el dolor es manejable es mejor quedarse en casa y ponerse hielo. Retrocedimos a la época de los remedios caseros”, expresa.
Las lesiones en las articulaciones son típicas en los hemofílicos. La inflamación por sangrados internos generalmente puede ser tratada inyectándose factor. Cuando este escasea se posterga el tratamiento y eso puede causar lesiones permanentes como hemartrosis.
Colmenares tiene problemas de movilidad en una rodilla y un codo debido a los años que tuvo que usar plasma. Con un médico estudió la posibilidad de operarse para revertir esas lesiones, pero el procedimiento está paralizado hasta que se regularice la situación del factor IX: “Uno no puede arriesgarse a hacerse una operación en esas condiciones”.